Hay poetas grandes y hay grandes poetas. Francisco Matos Paol es ambos.
En estos tiempos de la mirada larga y el tiempo cansado, me siento a visitar la poesía del autor de Canto de la locura, que es uno de los grandes libros de poesía en hispanoamérica, junto a Altazor de Huidobro, Residencia en la Tierra de Neruda y Trilce de Vallejo.
Hoy encuentro que la amplitud de la obra de Matos Paoli es una tarea de amor a la vida y a la poesía. Sí, hay amores así de grandes. También dolores.
Al momento de su muerte en el 2000, nos dejó más de 270 libros inéditos, sumados a su vasta e inagotable producción literaria. Hay virtudes formales y estéticas en su poesía, pero para mí, la obra de Matos Paoli, prisionero político durante la década del ’50 por idear un país libre, me atrae porque confabula con el solitario camino de la poesía.
El poeta, en su soledad, admite la llama del universo, escribió una vez, y eso de alguna manera nos hace sentir menos solos; nos hace pensar que, en efecto, los finales son comienzos de destinos —lugares donde algo o alguien más nos espera. En su boca la palabra es maná. Abre caminos de luz. Su gran legado es afectista: tocarnos para que toquemos a otros. Matos Paoli es el poeta, como dijera Wordsworth, que le habla a la humanidad.
Hay belleza. Hay posesión. Hay deseo bárdico de apalabrar la memoria colectiva de los pueblos, un regreso a el poeta como conciencia e historiador. «Yo soy el libre robador/ de la vida», dice el poeta en «El consuelo divino», «el que multiplica la sangre,/el pez, el vino».
Una de las peculiaridades de la poesía de Matos Paoli es el procesamiento del entorno y la realidad inmediata a modo de meditación. Las palabras nombran las cosas, las traen a la vida, las pueblan. El hombre, la sociedad, Puerto Rico y, por supuesto, Dios (era un hombe de proclamada fe católica) son sometidos bajo la lente de la verdad intuitiva y universal para luego ser reflejados en el poema. Persiste el deseo de hacerse parte y partícula de la creación, lo que lo convierte en espectador y participante de la historia. Es ineludible el resultado de tal ejercicio: Matos Paoli encuentra una isla fantasma, una isla perdida en las transacciones del ser y no ser. En «Holocausto del Olvido», nos dice que se le «va la isla/ con su paréntesis de centellas/ exteriores», donde «[l]o verdadero/ no está en lo que luce,/ en lo que embriaga al pasante/ dirigido por fiestas curvadas de la mente/ en una semipenumbra ya interior».
Matos Paoli es plato de conformismo y, por tanto, desea renunciar a todo marasmo existenial. Romper con el cordón umbilical que alimenta la complacencia. Las cosas pueden cambiar. ¿Nno? El padre es la ley y la ley ha quedado sin vigencia. Nos han mentido y tenemos derecho a contar todo como querramos.
El obstáculo es la impotencia del tedio, ennui o spleen baudeleriano. «Cuando pienso en detener el silencio sepulcral/ la materia irradiante del equívoco/ me pudre la voz y es imposible/ la levedad del sueño/ en su loor y su fiesta» («Babel»). La imposibilidad del sueño se tramita como metáfora de la esclavitud social y creativa.
El sueño en Matos Paoli no es simplemente sueño. Es existencia de una realidad suprasensorial o plano noumenal del ser. Así, el sueño o la capacidad de envisionar es la acción de la imaginación, esa operación del ser en una realidad que trasciende la limitada experiencia empiríca que nos aborda a través de los sentidos. El sueño es cenit al que aspirará nuestro Poeta para trascender su realidad social, política e histórica.
Soñar no cuesta nada, pero no se trata de preciarlo como mercancía. Se trata de interpretar la quietud y el silencio como sinonimia de un país emasculado de su potencial creador. Babel insolidaria/ enemiga de quietud y muerte, reprocha el poeta. La creación, como en Shelley, es espontánea y es espejo de la naturaleza humana donde sin opuestos no existe la progresión (Blake). El estancamiento es una especie de maldición donde nada tiene coherencia y nada propone empatía con otros seres humanos. En ese «tedio», según Blake, uno es incapaz de abrirse a sentimientos genuinos, tales como la solidaridad con otros seres humanos y la compasión. La salvación de un pueblo, por tanto, estriba en el despertar de la imaginación, la capacidad divinificadora en la humanidad y vehículo supremo de trascendencia. La imaginación es creación y sabiduría, proclama Blake. «El tedio es pecado», proclama Matos Paoli, porque es la anulación del individuos y su sociedad. «Tengo que hablar con la doliente sombra./Decirle que se aplaque en miel. El sueño/ es potencia. Camino» («La renovación»).
Dos ejes actanciales en la obra de Matos Paoli el tedio y la imaginación como tesis y antitesis.
En toda búsqueda por la tierra prometida, hay un caudillo. Es, en la obra de Matos Paoli, Don Pedro Albizu Campos quien le será guía y camino en esa búsqueda de lo ulterior —en esa peregrinación de la carne hacia el alma. Es Don Pedro Albizu Campos el principal dirigente del Partido Nacionalista y de la Revuelta del ’50 en Puerto Rico. Es la figura del Maestro, el Cristo Negro dispuesto a morir por la libertad de sus hermanos —un auténtico ejercicio del sacrificio. En «Al Maestro Pedro Albizu Campos», Matos Paoli declara: «Yo sé que el fiel Maestro me sonríe/ entre su cruz pesada…Los rudos energúmenos/ escupen a su cara./Aquella humanidad tan renacida/ tiene un camino…»
La redención personal entonces se hace centro del cosmos porque la humanidad se difumina en halitos de cosmicidad. La humanidad se devuelve al sol, a la luz, a Dios, el cierre del círculo o la vuelta al comienzo. La divinidad es admitida. «Sé que debo ser santo/ porque la orilla tiembla/ cuando paso del hoy al mañana/ sin desprenderme de lo mío augusto: el saco infatigable de la nada», dice en «Canto de la Locura».
La nada es ese todo donde el cuerpo se suplanta más allá de la vida.
La poesía de Francisco Matos Paoli hace de gran compañía. Único e irrepetible Don Paco. Todos y ninguno Don Paco. En su verbo, la poesía retoma las alas de la salvación, porque nos habla de un lugar al cual llegar. Él lo conoce. En su signo corre el camino de luz. La voz del bardo. El rumor del mar vive en el caracol.
© All rights reserved Elidio La Torre Lagares
Elidio La Torre Lagares es poeta, ensayista y narrador. Ha publicado un libro de cuentos, Septiembre (Editorial Cultural, 2000), premiada por el Pen Club de Puerto Rico como uno de los mejores libros de ese año, y dos novelas también premiadas por la misma organización: Historia de un dios pequeño (Plaza Mayor, 2001) y Gracia (Oveja Negra, 2004). Además, ha publicado los siguientes poemarios: Embudo: poemas de fin de siglo (1994), Cuerpos sin sombras (Isla Negra Editores, 1998), Cáliz (2004). El éxito de su poesía se consolida con la publicación de Vicios de construcción (2008), libro que ha gozado del favor crítico y comercial.
En el 2007 recibió el galardón Gran Premio Nuevas Letras, otorgado por la Feria Internacional del Libro de Puerto Rico, y en marzo de 2008 recibió el Primer Premio de Poesía Julia de Burgos, auspiciado por la Fundación Nilita Vientós Gastón, por el libro Ensayo del vuelo.
En la actualidad es profesor de Literatura y Creación Literaria en la Facultad de Humanidades de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras. Ha colaborado con el periódico El Nuevo Día, La Jornada de México y es columnista de la revista de cultura hispanoamericana Otro Lunes.
twitter: @elidiolatorre