Desde el nacimiento de la Modernidad, con la Enciclopedia parisina de Diderot como uno de los objetos intelectuales más sobresalientes, el nuevo paradigma que era “la razón” dejó fuera tópicos que parecían estorbarle debido a su abstracción sustentada en la fe. Una de ellas, quizá de las más trascendentales para la concepción de la humanidad, fue “el Mal”. Por su fundamentalismo, porque el mundo moderno necesitaba alejarse de maniqueísmos, porque ya durante la Edad Media los teólogos sólo lo habían definido desde la negación (el Mal es la Nada, el Mal es la ausencia de Ser), el Mal dejó de ser un concepto coherente, sin raíces diarias que nos dañen y nos enfrenten.
Sobre este alejamiento conceptual del Mal, Octavio Paz se pregunta: “¿La Nada es creadora? ¿La Negación es hacedora? La crítica, que limpia las mentes y que es el guía de la vida recta, ¿no es la hija de la negación? Es difícil responder a estas preguntas. No lo es decir que la sombra del mal mancha y anula todas las construcciones utópicas. El mal no es únicamente una noción metafísica o religiosa: es una realidad sensible, biológica, psicológica e histórica. El mal se toca, el mal duele”.
Por su parte, Julio Cortázar recuerda una noche rumbo a su casa de París donde tuvo un encuentro con el Mal. En el tranvía un sujeto subió al vagón. Llevaba un sobretodo y un sombrero negro. Miraba sólo a sus zapatos. Los viajantes, todos hombres, empezaron a sentir miedo. Esperaban un gesto, un ruido, un extraño ataque de valentía de alguno para emprender la huida:
“El hombre seguía inmóvil, la cara casi oculta, mirando sus zapatos; de ahí salía como una mancha de vacío, un hedor de sombra, una potencia. Estoy seguro de que si hubiera levantado bruscamente la cabeza para mirar a cualquiera de nosotros, la respuesta habría sido un grito o una carrera a ciegas en busca de la salida. En esa suspensión del tiempo jugaban fuerzas que ya nada tenían que ver con nosotros; el miedo era una materia viva en la que se abrían paso la noción confusa de lo que iba a suceder si alguien de fuera subía desaprensivamente y empujaba el bulto espeso pegado a la barra vertical. En esa alianza por debajo de toda inteligencia, esa aterrada comunicación por la boca del estómago y el pelo de la nuca, cualquier ruptura parecía aún más insoportable que la lentísima carrera del 92 en la noche”.
Cortázar relata que el Mal bajó en la misma estación que él. En la calle seguía el hombre apuñalando el tiempo con su presencia. Cuando pensó que lo seguiría se dio cuenta que el hombre había desaparecido. El Mal —dice Cortázar— no volvió a subir al tranvía y la noche parisina siguió tan suave como la respiración del Sena.
Desde finales de 2019 el Mal, en forma de virus, ha reclamado su presencia en nuestro Mundo. La muerte, como su heraldo más aterrador, se volvió nuestra cotidianidad global. Países como India o Brasil padecen el abatimiento del Mal hasta su desgarramiento. Pero no son casos aislados. El Mal ha entrado en nuestras vidas. Nuestros hogares están permeados por el Mal. En cada geografía la vida se volvió una convivencia diaria con el Mal. Y el Mal nos ha tapado los rostros, nos ha hecho incógnitas frente a los otros, nos ha vuelto unos sospechosos portadores del Mal, y la incertidumbre se hizo insomnio y malestar y melancolía por el tiempo podrido.
¿Algún dios estimula el Mal? ¿Dios permite el Mal? Desde el Libro de Job estos cuestionamientos nos perturban y asimismo nos permiten apreciar las mil y una máscaras del Mal. Con sus ramificaciones es posible que la pandemia no sea el Mal, sino tan sólo un mensajero de éste. ¿Qué produce el Mal de nuestro tiempo? ¿No son los excesos del sistema capitalista que ha desgarrado el medio ambiente hasta despertar fuerzas microscópicas tan mortales que pueden terminar con nuestra civilización? ¿Acaso el Mal no es la irrupción de la economía en los sistemas de Salud que provoca que no haya suficientes camas con respiradores en países no sólo subdesarrollados, sino también en las naciones de élite? ¿El Mal no es el discurso hegemónico de Estados Unidos, Rusia, Europa y China que se niega a liberar las patentes de las vacunas para salvar vidas en las regiones pobres? ¿Una máscara del Mal no es la decisión de acaparar las vacunas en las naciones poderosas dejando en el abismo a millones de personas en zonas marginales? ¿No es el Mal la política de anteponer el dinero antes que la vida?
La pandemia pasará. Se ven luces de esperanza en los próximos meses. Pero el Mal seguirá con nosotros, en lo más íntimo, en lo más inmediato, para seguir satisfaciendo un deseo de poderío y éxito superficial en el que se basa nuestro tiempo, un tiempo de excesos, pandemias, muerte y discursos vacuos sobre bondad de los poderosos. En el séptimo capítulo del Bhagavad Gita Krishna señala lo que podría ser la mácula de este, nuestro tiempo: “Los malvados y los insensatos no recurren a Mí, pues sus almas viven en la oscuridad de la ilusión. Su visión está nublada por el velo de la ilusoria apariencia, y engañados así, escogen el camino del Mal”.
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XALBADOR GARCÍA (Cuernavaca, México, 1982) es Licenciado en Letras por la Facultad de Humanidades de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos (UAEM) y Maestro y Doctor en Literatura Hispanoamericana por El Colegio de San Luis (Colsan).
Es autor de Paredón Nocturno (UAEM, 2004) y La isla de Ulises (Porrúa, 2014), y coautor de El complot anticanónico. Ensayos sobre Rafael Bernal (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2015). Ha publicado las ediciones críticas de El campeón, de Antonio M. Abad (Instituto Cervantes, 2013); Los raros. 1896, de Rubén Darío (Colsan, 2013) y La bohemia de la muerte, de Julio Sesto (Colsan, 2015).
Realizó estancias de investigación en la Universidad de Texas, en Austin, Estados Unidos, y en la Universidad del Ateneo, en Manila, Filipinas, en la que también se desempeñó como catedrático. En 2009 fue becado por el Fondo Estatal pJara la CulturPoesía, ensayo y narrativa suya han aparecido en diversas revistas del mundo, como Letras Libres (México), La estafeta del viento (España), Cuaderno Rojo Estelar (Estados Unidos), Conseup (Ecuador) y Perro Berde (Filipinas). Fue editor de la revista generacional Los perros del alba y su columna cultural “Vientre de Cabra”, apareció en el diario La Jornada Morelos por diez años.
Actualmente es colaborador del Instituto Cervantes de España, en su filial de Manila y mantiene el blog: vientre de cabra.