Entre el olor a cerrado del texto: un índice, con veintiún capítulos complementando la contraportada y el nombre de la editorial (Edelvives). Dentro, la Historia de la Iglesia, el imperio cristiano, las distintas liturgias, la mística, los sacramentos a lo largo de los siglos, las órdenes mendicantes …los padres del cristianismo. Repito, en medio de este descalabro de datos sobre la evolución del catolicismo, me hallo ante el Microsoft Word intentando narrar lo que fue esta materia obligatoria durante mi infancia y algún suceso en concreto en el colegio religioso -que por respeto omito- donde asistí.
En aquel tiempo, sin lugar a dudas, yo era un niño limpio. Mi uniforme impoluto de manchas de almuerzo o de tinta china. La cartera de cuero, sin ralladuras y con los libros forrados en papel azul. El plumier, eso sí, algo desperdigado con una cantidad de bolígrafos Bic de colores recién salidos de una oferta. Al lado, Juan López cuchicheando por el tedio de la materia que juntos compartimos en el mismo pupitre.
Año 1967. Aula 12. Capítulo: Profesión Religiosa.
Maestro: hermano Aniceto García
— Cito y leo. Profesión religiosa es el acto por el cual un novicio se consagra libremente a Dios, emitiendo los tres votos de pobreza, castidad y obediencia. Yo sé que algunos, hoy, al ver mi túnica negra ante vuestros ojos pensaréis en ser como yo. Y diréis en el interior de la conciencia “Sí padre, yo quiero vivir como usted y amar al prójimo hasta la muerte”. Está bien. Lo sé. Pero ahora miradme fijamente y, a través de mis pupilas, entrad en mí. Y si alguno de ustedes lo ha considerado alguna vez, que levante la mano ahora mismo.
Al alzarla muy sutilmente y a velocidad muy lenta, con el miedo que produce hacerlo ante tus compañeros de clase por el recelo al “qué dirán”, el padre Aniceto me miró con aquella sorna entre los labios, antes que media clase se echará a reír. Al fondo de la fila y con la malicia de ser el más desorbitado del aula, mi compañero andaluz, el “sevillano”, me espetó a viva voz: “¡Rebollito, el gordito, quiere hacerse ahora… santito!”
— ¿Tú?
— Sí hermano Aniceto. Yo ahorro pesetas. Yo soy casto y no tengo malos pensamientos con las chicas de mi barrio. Y yo siempre obedezco a mi madre…
— Yo, yo, yo, yoooo ¿Y a su padre?
— Bueno …es que
— Repito ¿Y a su padre?
— Es que mi padre es un…
— Lo ve, usted no puede iniciarse como novicio y ser un hermano penitente como yo. Para servir a Dios, hay que adorar al padre. Es decir, al Santo Padre que está en los cielos. Es al que hay que obedecer para santificarse. Y si no empieza por el que tiene en la Tierra ¿Cómo quiere entonces dedicar su vida a Cristo?
— Disculpe, no lo diré más hermano Aniceto. No alzaré más la mano. Yo creía que con sólo amar a la madre era suficiente.
— No
Año 1967. Aula 12. Capitulo 17: La Penitencia Pública y Privada
Maestro: Armando Vidal, novicio en prácticas.
Desde la tarima y al amparo de la pizarra, se encuentra una foto del fundador de la congregación Monseñor Marcelino Champagnat. En medio de la pared, una cruz de bronce. Y al lado, nuestro Caudillo: El excelentísimo Francisco Franco Bahamonde. Pocos minutos después de acabar el rosario, El Sr. Vidal se dirige al aula para hablar del pecado.
— En los primeros tiempos de la Iglesia, existían dos clases de confesiones. La pública era la más frecuente y la privada es la que hoy se practica en los templos manifestando a un sacerdote los pecados graves y ocultos. Desde San Columbano en el siglo VI, se ha generalizado más y más, con gran provecho para las almas: la contrición. El pecado crea una facilidad para el siguiente pecado. Engendra el vicio por la repetición de los actos. El pecado es una falta contra la razón, la verdad y la conciencia recta. Bien y ahora pasemos a la lección ¡Reboll dime las siete faltas capitales de memoria. Rápido!
— Sí Señor: soberbia, avaricia, ira, gula, envidia, pereza y lujuro.
— Ja ja ja lujuru. Lo juru por mi madre. Ja ja ja, lujuri, luujururrupu — me dijo mi amigo íntimo mientras se tapaba la boca con el brazo derecho y escondía su carcajada asesina.
— ¿De qué te ríes tú?— dijo el hermano Vidal a mi amigo Aguilar
— El Reboll ha dicho lujuru y es laguria. ¿Verdad hermano Vidal?
— Es lujuria: ele, u, jota, u, erre, i, a. ¡Estúpido!. Y quiere decir: que no cometerás actos impuros. Ni desearás a tu padre ni a tu madre, ni a tus hermanos. Ni a la mujer del prójimo. Ni tendrás concupiscencia sino es bajo el acto de reproducción carnal. ¡Ponte ahora de pie y de cara a la pared! Reza tres avemarías. Y copia la lección para mañana con letra caligráfica y sin manchas en el cuaderno.
Año 1967. Capilla Intracolegial
Quedan diez días escasos para iniciar Semana Santa y disfrutar de unas cortas vacaciones. Estamos en la capilla del primer piso de la escuela. Todos los alumnos del tercer curso aparecemos bajo el canto “Alabemos al Señor, Dios del Universo”. Algunos de rodillas y con las manos en pose de oración, nos disponemos a escuchar al padre Trullenque. Una vez acabado el coro, sujeta sus manos en la casulla, abre el evangelio y nos suelta un sermón.
— La Cuaresma nos insta a reflexionar y a superarnos día a día para acercar nuestra alma en pos de ayudar al prójimo y a ti mismo. Hay que hacerlo con bondad, sumisión y respeto. No olvidéis los últimos momentos de Cristo en la Tierra: la pasión, la muerte y la resurrección. Él, lo hizo para salvarnos a todos del pecado original.
El Romero, el Vázquez y el Serrano, compañeros eternos de mi viaje escolar, ya se han confesado y sisean palabras juntos entre aspavientos y párpados hacia arriba mientras comentan la jugada.
— Después te toca a ti mamón — me dijo mi amigo Aguilar.
— Acordaros en Viernes Santo de no comer carne de res, ni pollo, ni jamón, ni tampoco el hígado de gallina. Y ya sabéis por qué y por quién lo digo.
— Esto va por ti, amiguito Aguilar. Y se lo dices a tu madre que trabaja en el mercado. Recuerda que, ante Dios, no hay engaños que valgan. Los higadillos también son carne capullo. Aunque no se muestren en el mármol de la tienda y los esconda en un cubo para sus clientas.
— Mira quién habla, el hijo de la verdulera. Ja ja ja. Esto eres tu Rebollito siempre hueles a tomate podrido y a setas en septiembre. Y ahora venga… que te toca a ti la confesión. Ponte de rodillas y dile al curita: ¡Padre, he pecado!
Al fondo del oratorio hay un confesionario. El clérigo, de negro y con la estola al cuello cercando su cinta blanca con el índice para mostrar su autoridad, está leyendo una parte del Evangelio. Al arrodillarme, me pregunta:
— Dime hijo mío. ¿Has pecado?
— Sí padre. Confieso que he pecado. Lo he hecho diciendo mentiras a mi papá y a mi mamá como una excusa, para salir ayer domingo con mis amigos. Además, me he peleado con mi hermano Francisco porque no quería hacerme caso al recoger la habitación y le di una colleja. No tendría que haberlo hecho, lo sé, porque es más pequeñito que yo. Y debería haberle ayudado, más que regañarlo. Y por último el Aguilar es mi amigo, sí; pero lo aborrezco. Siempre se mofa de mí en clase. Grrrrrrr. Lo odio. Pero con la penitencia todo se irá y volveré a ser puro. ¿Verdad padre?
— ¿Qué más?
— Nada más se lo juro.
— No jures que es pecado. No digas mentiras y dime qué más.
— Estos han sido mis deslices de la semana. Se lo prometo.
— ¿Estos sólo? Y qué hacías el otro día en el lavabo de niños tocándote el pirulí
— ¿Yo?
— ¡No me engañes que te vi!
— Pero si usted no estaba allí ¿no?
— ¡Tú que sabes! Dios lo ve todo
— Venga te lo diré yo. Tenías la mano revoloteando en tus testículos. Aquellos dedos no paraban mientras alzabas el cuello y tus ojos se cerraban.
— ¿Yo?
— De arriba abajo hasta alcanzar tu prepucio, no parabas. ¡Sigue explicando!
— Pero…
— Seguiré yo, pecador inmune. Sacaste una carta de una baraja infame con la reina de bastos mostrando sus pechos al aire, junto a una culebra endemoniada en sus manos y al acabar …¡Sigue!
— Esto fue hace tres semanas cuando le dije que me había hecho una pajita no muy larga. Perdón, una masturbación, con las cartas que me dejó prestado el Serrano. Eche un vistazo a su izquierda. Ahora nos está mirando maliciosamente desde el banco junto a otros desaprensivos como el Romero y el Vázquez ¡Serán malditos¡. ¿De qué se ríen?
De momento paró su discurso penitencial hacia mí. Los miró, y un susurro bajo un…
— Aaaaaah, Aaaaaah.
Y una oración hacia el Supremo que decía:
— Perdónale y perdóname a mi también Señor. Somos unos …aaaaaah, aaaaaaaaaaaaaaaaaah.
Estos alaridos, bajo un aliento extraño, salieron de su boca en aquel confesionario de madera noble por la rendija de la entrada hacia el altar. La última fila del oratorio se giró entre el temblor y la carcajada contenida. De repente, se detuvo bruscamente y dijo:
— ¡Somos unos pecadores como Satán y Lucifer! Perdóname Señor
— Alabado sea tu Reino — le contesté.
— ¡Vete! ¡Vete de una vez y no regreses más!
— Sí padre.
— Y ahora reza tres Padrenuestros, el Credo y una Avemaría. Y dile al siguiente, a tu amigo Aguilar, que no venga. Me tengo que ir. No soporto estar aquí
— Asimismo, lo haré.
Siempre saqué buenas notas en religión. Y más de una vez, pensé en dedicarme al ascetismo por aquellos rituales de silencio y devoción que emanaban sus discípulos. No sé porqué, de niño creí, que no debía seguir el camino “malo” de mi padre que no iba a misa y maldecía a los curas. Pero fue de mayor, cuando el agnosticismo entró para quedarse en mi vida. Y de pronto entendí: los “actos impuros” de los que me imploraban a que yo, no los hiciera.
El Papa Francisco tiene hoy una gran losa abierta gracias a su honestidad con el tema, para que los pederastas en la Iglesia, nunca mejor dicho, paguen por sus pecados.
Y ahora permítanme despedirme con una bienvenida que siempre la asocié – …en mi imaginación- con una despedida más que como un saludo de entrada. Y dice así:
— Ave María Purísima.
— Sin pecado concebida (1)
1 Este artículo, si bien está escrito desde la autoficción, está basado en hechos reales vividos.Y los nombres que aparecen son ficticios.
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Eduard Reboll Barcelona,(Catalunya)