Palabras clave: autor, catálogo, edición «sí», Jorge Herralde, Mario Muchnik, Michael Korda, publisher, Siegfried Unsfield, Valdemar.
RESUMEN:
Como el jardinero que procura el bienestar individual de cada planta, el editor ha de podar oraciones, párrafos, páginas enteras; ha de regar un catálogo del que brotarán nuevas obras que le darán consistencia y empaque. Pero la edición es un jardín que no recorre de la misma forma un editor que otro y, como en el cuento de Jorge Luís Borges que da título a este texto1, conlleva la coexistencia de dos senderos, dos modos de contemplar el hecho literario al mismo tiempo: desde un punto de vista cultural y desde uno comercial.
Así pues, con la elaboración de este breve ensayo trataremos de responder a las preguntas: ¿cuál es el papel del editor?; ¿qué responsabilidad cultural tiene respecto a la sociedad de su tiempo?; ¿cómo se construye un catálogo coherente?; ¿en qué medida se trata de un oficio sumamente vocacional que, al mismo tiempo, debe ser medianamente rentable para que tenga continuidad?
DE PROFESIÓN, JARDINERO
Ser editor es, ante todo, un oficio. Uno cuyas labores tienen como máxima el embellecimiento, el sustento y la prosperidad de un ecosistema muy frágil. En este sentido, pueden ser ilustrativas las palabras de Michael Korda. El que fuera director editorial de Simon&Shuster distingue en su libro de memorias, Editar la vida (Mondadori, 2005), la doble figura del publisher/editor. Para Korda, «alguien que publica libros, sin importar cuán sea, es un hombre de negocios, pero alguien que edita libros tiene una profesión, como un médico, un abogado, un ingeniero o un maestro» (2005: 75). De este modo, Korda diferencia entre el encargado de convertir un manuscrito imperfecto en un libro publicable de aquel que negociará los contratos y establecerá las directivas empresariales de la editorial. El matiz, aunque clarificador, quizás peque también de simplista, pues nada impide al segundo ejercer su labor con la misma competencia que el primero. Máxime cuando el propio Korda admite que los buenos editores «no siempre conocen bien la ortografía o las reglas gramaticales» (2005: 76), o cuando describe a “quienes saben de verdad de edición” de un modo un tanto naíf, comparándolos con una suerte de mezcla entre animador y contador de historias2.
Más acertado nos parece el editor londinense al establecer en las complicadas dinámicas entre autor y editor la piedra de toque de la profesión. No erra Korda en su tajante afirmación de que los editores son la clase de personas «que no dudan en desafiar al autor en un intento de conseguir que el libro funcione de la mejor manera» (idem), y ello entronca con otra de las claves de la jardinería literaria: una editorial se define por su relación con el autor3. Como veremos, este será un elemento esencial para determinar el compromiso del editor con el sino de su obra.
SENDEROS QUE SE BIFURCAN
Citando al fallecido director de la editorial alemana Suhrkamp, Siegfried Unseld, de quien recogeremos algunas de sus enseñanzas y experiencias contadas en El autor y su editor (Taurus, 2018), el editor es «el primer socio del autor, su primer interlocutor en la valoración del manuscrito y en un posible trabajo que le proporcione ese máximo de sustancia y calidad del que es capaz cada escritor» (2018: 57). El extracto no es baladí. Ese “máximo de sustancia y calidad del que es capaz cada escritor” prefigura el eje central de nuestro ensayo: el tratamiento y respeto del editor hacia la obra y el lector podría determinar el sendero que recorrerá en su labor particular.
Aseguraba el editor y traductor argentino Mario Muchnik en Para uso de quienes todavía creen en la edición cultural (Léxico Ed., 2002) que cualquier editor debe afrontar desde buen comienzo una elección dicotómica en su andadura: a saber, si la suya será una editorial “sí” o una editorial “no”.4 Muchnik hace explícita referencia a la concepción einaudiana que separa la edición cultural de la comercial. Y es que, según el polémico editor italiano Giulio Einaudi, es imperativo diferenciar la edición que investiga, que arriesga, que desvela intereses profundos, de aquella otra que actúa en favor del mercado y la estadística.5
Huelga decir que tanto Muchnik como Unsfield se esfuerzan poco en esconder una evidente predilección hacia la figura del editor “sí”; es más, el editor francfortés llegó a describirla en términos que, si bien se ajustarían al código deontológico no escrito de la edición, a nuestro juicio destilan un idealismo algo moralista, que atribuye al editor “sí” una aureola casi mesiánica pues, por supuesto, es el editor «que no participa en la caza del simple best-seller sino que publica libros para apoyar lo que puede y debe ser» (2018: 36); esto es, el que produce una literatura que «si es importante, siempre se sitúa del lado de los débiles y oprimidos» (2018: 33).
LAS SEMILLAS DEBEN BROTAR
A pesar de lo comentado por Unsfield, él mismo reconoce con honestidad que el editor, como el jardinero, debe asegurarse de que las semillas que con tanto mimo ha cuidado den sus frutos. Al fin y al cabo, el editor «encabeza un negocio que en el terreno económico se rige por la ley de los beneficios» (ídem).
Puede resultar irónico, pero el editor alemán acaba tildando la producción literaria —incluso esa literatura iluminada que defiende al hombre libre de opresiones6— de “sagrada mercancía libro”, como si supiera que, en el fondo, el editor “sí” es de algún modo indisociable del editor “no”: cualquier editor «ha de conjugar el espíritu con el negocio, para que el que escribe literatura pueda vivir y el que la edita pueda seguir haciéndolo» (2018: 32). La paradoja, pues, quizás estribe en buscar un trato artesanal en una producción masiva.7
En realidad, el mensaje de Unsfield está anclado en una lógica terrenal para nada contradictoria, sólo ambivalente. Por muy loable que sea la elección de una línea editorial basada en la defensa acérrima y democratizadora de la cultura, el editor a menudo «tiene a su cargo el futuro material de los autores, traductores y compiladores, e incluso el de herederos y descendientes de todos ellos» (2018: 60).
CONCLUSIONES
La figura del editor se encuentra en el limbo epistemológico y semántico del público. Sus funciones son a menudo incomprendidas —cuando no invisibilizadas en pos de la obra y su autor—, y aún hoy el alcance y relevancia de su trabajo sigue siendo objeto de debate entre los profesionales de la industria.
Para valorar al editor en su justa medida es menester ubicarlo en la misma categoría que el jardinero: es decir, una profesión, un oficio que, más que aprenderse a hacer, se hace aprendiendo. Un jardinero se define por la relación con sus plantas; un editor se define por la relación con sus autores. De la manera cómo ambos cuiden esta dependencia se desprenderá el tipo de profesional que van a ser, el sendero que elegirán.
A menudo, la elección de un camino no implica necesariamente la renuncia del otro, pero sí está condicionada por una paradoja de difícil resolución: ¿en qué medida se puede ejercer una vocación cultural si, al mismo tiempo, esta debe someterse al régimen del capital? Conjugar el frágil equilibrio entre arte y negocio es la empresa más importante del editor.
El éxito de esta empresa dependerá, en gran medida, de la construcción de un andamiaje sólido. La base de este, para un jardinero, radica en la variedad de sus plantas; para un editor, en la variedad de sus libros.
Si el jardín hace al jardinero, el catálogo hace al editor.
NOTAS
1. En referencia al relato de Jorge Luis Borges, “El jardín de los senderos que se bifurcan”, incluido en la obra Ficciones (1941).
2. Michael Korda, “Cap. II: Archívese bajo «Dolor»”, Editar la vida. Mitos y realidades de la industria del libro (Barcelona: Mondatori, 2005), p. 76.
3. Afirmación que comparte Siegfried Unseld en el capítulo “Las tareas del editor literario”, en El autor y su editor (Barcelona: Taurus, 2018), p. 41.
4. A colación del concepto de línea editorial, Muchnik comenta brevemente la diferencia entre una editorial “sí” o una editorial “no” en Para uso de quienes todavía creen en la edición cultural (Madrid: Léxico editorial, 2002), p. 102.
5. Jorge Herralde, “Giulio Einaudi: la edición «sí»”, Opiniones mohicanas (Barcelona: Quaderns Crema, 2001), p. 199
6. Siegfried Unseld, “Las tareas del editor literario”, El autor y su editor (Barcelona: Taurus, 2018), p. 33.
7. Jorge Herralde, “Giulio Einaudi: la edición «sí»”, Opiniones mohicanas (Barcelona: Quaderns Crema, 2001), p. 200.
BIBLIOGRAFÍA
Borges, JL. “El jardín de los senderos que se bifurcan”. Ficciones, 1941. Recopilado en: Borges, JL. Cuentos completos. Penguin Random House, Barcelona: 2021, pp. 146-158.
Herralde, J. “Giulio Einaudi: la edición «sí»”. Opiniones mohicanas. Quaderns Crema, Barcelona: 2001, pp. 199-202. Artículo original publicado en El cultural, 1999.
Korda, M. “Cap. II: Archívese bajo «Dolor»”. Editar la vida. Mitos y realidades de la industria del libro. Random House Mondatori, Barcelona: 2005, pp. 45-105.
Muchnik, M. “Línea editorial”. Para uso de quienes todavía creen en la edición cultural. Léxico editorial, Madrid: 2002. Del Taller de Mario Muchnik, pp. 102-105.
Muchnik, M. “Colecciones”. Para uso de quienes todavía creen en la edición cultural. Léxico editorial, Madrid: 2002. Del Taller de Mario Muchnik, pp. 31-35.
Unseld, S. “Las tareas del editor literario”. En: El autor y su editor. Taurus, Barcelona: 2018, pp. 28-66.
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David Toledano Salguero. Escritor, editor y publicista. Nacido en Girona (España), reside actualmente en Salt (España). Es autor del ensayo Webcómic en España: ¿arte o negocio?
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