─ He matado al menos 10 y torturado a más de 30.
Confiesa el exfiscal nayarita Edgar Veytia, el 7 de febrero de 2023, ante el Gran Jurado que en Nueva York llevó el juicio de Genaro García Luna, el poderoso policía mexicano de los tiempos del expresidente Felipe Calderón Hinojosa.
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Oscurece y el manto de la violencia institucional penetra en todos los rincones de Nayarit. En la Fiscalía, “El Diablo”, Edgar Veytia, se organiza con sus compinches para el asalto.
─ ¡Mira!, como le gustan al jefe, le dice un “Policía Nayarit” encapuchado a quien maneja la camioneta blanca sin placas.
─ Vamos por ella, dice el comandante del grupo.
Se le atraviesan cuando la adolescente inicia a cruzar la calle. Se bajan de la camioneta dos encapuchados, la “levantan” y suben a la joven al vehículo; a los días por una gran presión social aparece la chica drogada y deambulando por una calle de una colonia de Tepic.
El perfume de Edgar Veytia, “El Diablo”, impregna el cuerpo de la…
─ ¡Para, para!, ya no sigas, le dice Lucifer a su demonio relator.
El Rey del Infierno se levanta enfurecido, sus pezuñas se hunden en el lago de lava, y sin mirar a su interlocutor ordena.
─ Reúne a mis mejores demonios. Cuéntales de ese miserable y cuando termine su vida en la Tierra me lo traes; no se lo dejen a San Pedro, esa alma me pertenece.
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CAPITULO I
Eran unas niñas, unas niñas…
Aquella noche, el cielo parió rayos, centellas y desde su oscuridad descendieron sobre la tierra; parecía que Júpiter, enfurecido, inmisericorde, quería terminar con la especie humana.
─ ¡Es Dios! – exclamó un hombre mientras se arrojaba al suelo, rogando piedad – viene por nosotros.
─ No, no es Dios, ¡es el Diablo! – gritó el policía encapuchado y salió apresurado de la sala, llevándose a empujones a una adolescente drogada quien seguramente nunca se dio cuenta de lo sucedido.
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En la Iglesia de la Santísima Trinidad, en una colonia de Tepic, el cura notó a un hombre ya entrado en años quien aparecía periódicamente a misa; también lo identificaba en los horarios de silencio, rezando y hablando erráticamente a alguien, seguramente a Dios.
Las personas en la iglesia guardan el respeto por la solemnidad que el recinto en sí impone, pero cuando hay motivo, la sonrisa, la risa e inclusive la carcajada son normales y más cuando el cura, dentro de ese protocolo en su homilía, busca motivar la alegría en sus creyentes buscando atemperar el sufrimiento de las personas con alguna anécdota hilarante; pero el sacerdote notaba a dicho hombre, a quien se le escapaba la alegría en los ojos, y nunca, pero nunca externaba una sonrisa ni siquiera una melancólica. El clérigo se encontraba impactado por la actitud pesimista, casi oscura de su feligrés en la Casa de Dios.
Una mañana cuando la lluvia inundaba la atmósfera, el cura volvió a ver al misterioso hombre arrodillado, mirando terriblemente apesadumbrado a la Santísima Trinidad: a Dios Padre, a Jesús Crucificado y a la Santa Paloma. Lo notó más alterado que en otras ocasiones, movía los labios frenéticamente, emitiendo algunas palabras casi imperceptibles. Sin pensárselo mucho, decidió abordarlo y se le fue acercando de a poco; antes de que el hombre se diera cuenta de que el sacerdote se acercaba, el padre alcanzó a oír.
─ Señor, te pido por ellas – repetía sin descanso – Señor, te pido por ellas, eran unas niñas – el hombre calla al sentir la presencia del cura y volteó a verlo. A su izquierda ya se encontraba el presbítero.
El hombre de Dios notó algunas lágrimas resbalando por su rostro, le saludó y preguntó al mismo tiempo al hombre.
─ Buenos días, hijo; ¿te sientes bien? – trató de confortarlo – ¿necesitas de mi apoyo?, esta es la casa de Dios y yo puedo ayudarte.
La persona le regresó el saludo.
─ Buenos días, Sr. Cura – frotándose con las manos los ojos y mejillas para limpiarse las lágrimas. Se sintió el silencio y después de algunos segundos – Sí, padre, sí quiero hablar con usted, de corazón deseo escuche mi confesión. Sus misas me dan aliento y esperanza, no me atrevía acercarme porque no veo su confesionario; he notado a quien quiere ir a contarle sus penas, usted los aparta y las acerca a un rincón en la pared para oír su confesión.
El hombre voltea a todos lados, queriendo cerciorarse de encontrarse solos; el sacerdote se da cuenta que desea privacidad.
─ Mi confesión es peligrosa y muy grande mi culpa – el hombre se frota nervioso las manos y sus ojos reflejan el miedo a ser escuchados – Por favor, le suplico me confiese en privado; ya no puedo soportar el peso de mi conciencia. Lo que vi, lo que hice… en verdad mi corazón ya no puede aguantarlo y quiero gritarlo, y necesito me escuche.
Las lágrimas rodaron de nuevo sobre sus mejillas, el padre puso la palma de su mano en la espalda para tratar de calmarlo; no podía negarse a su petición, aquel hombre necesitaba ayuda.
─ ¿Puedes venir mañana a esta misma hora?, prepararé todo para tu confesión en privado – el hombre lo volteó a ver, por primera vez brilló la esperanza en sus ojos – Dios escucha, Dios es justo, Dios es piadoso, Él es grande y apaciguará tu alma.
El hombre, había permanecido arrodillado en todo ese momento, se levantó.
─ Gracias, muchas gracias, Sr. Cura – se enjugaba las lágrimas de sus ojos, las cuales no paraban de brotar – Aquí estaré mañana sin falta.
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─ Buenos días, ¿se encuentra el padre? – saludó aquel hombre a un joven delgado, quien seguramente sería el auxiliar del párroco.
─ Buenos días – contestó el escuálido joven mientras lo observaba con cierto recelo – Sí, me dijo el padre que vendría una persona a buscarlo a esta hora, ¿es usted?
─ Sí, soy yo.
─ Sígame – le indicó en tono seco el joven – ya lo está esperando.
El hombre siguió al joven sacristán, caminaron por el pasillo central de la pequeña iglesia y lo condujo al lado derecho del altar; allí había un pasillo más pequeño y al final de este una pequeña habitación que no tenía puerta. Al entrar a la habitación se podía ver en el centro una mesa grande y sillas a su alrededor.
El clérigo ya estaba sentado, leyendo atentamente un libro, y frente a sí una taza con un líquido oscuro, y por su aroma debía ser café. El sacerdote levantó la vista del libro y se puso de pie.
─ Pasa, hijo mío – y le ofreció la silla al lado izquierdo de donde se encontraba la suya – Juan, que nadie nos moleste. Él viene a confesarse – le indicó a su ayudante y éste, con una mirada preocupante, se retira del lugar.
El hombre entró receloso, pues notó que no había puerta en la habitación, el sacerdote al darse cuenta de eso le dijo.
─ No te preocupes, a esta hora en la Iglesia solo estamos Juan y yo; nadie escuchará tu confesión, hijo – El cura miro al hombre, le puso la mano izquierda en su hombro y con la derecha le mostró a un Jesús Crucificado que pendía de su cuello – Cuéntame lo que te pasa, Dios te escuchará.
El llanto volvió a salir de los ojos del hombre, y con ambas manos, temblando, tomó y apretó el crucifijo del padre y exclamó.
─ Eran unas niñas, unas niñas… – el hombre no podía parar de llorar.
El cura sintió un enorme peso en su pecho, se sentía en toda la habitación la carga emocional de la persona. El párroco envolvió con sus manos a las de aquel hombre aferrado al crucifijo y le dijo.
─ Llora, y sigue llorando si no puedes parar, eso te ayudará. Dios nos está viendo, Dios nos está escuchando y por supuesto, Dios está sintiendo y acompañándote en esta confidencia.
Después de algunos breves minutos y de grandes suspiros, el llanto atenuó. Con la mirada firme en su intención, aquel hombre abrió su confesión. Se quiso hincar, pero el cura se lo negó.
─ Así quédate, no hay necesidad de que hagas eso. Necesito estar cerca de ti – externó el clérigo.
─ Señor, yo fui policía de Edgar Veytia.
El cura avivó sus sentidos al escuchar el nombre del exfiscal, todo su ser quedó totalmente despierto; no era ajeno de la Iglesia saber lo que implicaba ese nombre, pues hasta el propio Obispo llegaron los escalofriantes relatos de las atrocidades del “Diablo” Edgar Veytia. El hombre continuó su desahogo:
─ En una ocasión, mi comandante nos ordenó fuéramos con el jefe Veytia, nos quería ver, tenía un trabajo para mí y mis compañeros – empezó tembloroso su relato – “Acompáñame tú en este momento”, me dijo y subimos a la oficina del jefe. Entramos, ya había unas personas ahí esperando, estaban otros comandantes con él y uno de ellos le informó haber traído a la persona que él les había encargado, ya la tenían en la sala de espera.
─ Muy bien – dijo Veytia, volteó a ver a mi comandante y le indica – Mira, ahorita va a entrar una persona a quien tú y tus muchachos le van a estar llevando unas jovencitas drogadictas, esa persona es especialista en estabilizar a los drogos esos, una vez se encuentren bien vas a pasar a recogerlas. Si aguantan bueno y si no pos’ya otros se encargarán de ellas, ya luego veo.
Al comandante quien le informó que ya había llegado dicha persona le dijo.
─ Tráelo.
Vi como un hombre entró con cara de preocupación, pero en ningún momento sus ojos mostraban miedo y fue él quien empezó a hablar.
─ En verdad, yo no tengo dinero; solo mi casa, un terreno y donde tengo la pequeña clínica, un esfuerzo de mi familia y de quienes ahí trabajamos; en verdad yo no tengo dinero.
A todas las personas a las cuales el jefe Veytia mandaba traer, sino tenían algo oculto, algún familiar en la cárcel o anduvieran en “malos pasos”, sabían que Veytia quería algo de ellos: dinero, propiedades, coches y pobre de quien le negara algo al jefe Veytia.
─ ‘Pérate, ‘pérate – Veytia interrumpe al recién llegado a la oficina con el brazo izquierdo haciendo un movimiento al frente y la mano extendida en señal de alto – si no te traje aquí porque me interese tu dinero o tus propiedades, a mí me interesa tu chamba y quiero trabajes para mí, y cuidadito te me niegues o vayas con el chisme allá afuera, porque te chingas tú y se chinga quien lo sepa; sé en donde vives con tus hijos, cuantos son y donde estudian, todo sé de ti y si no cooperas, si no haces el trabajo como yo quiero, ya no verás vivos a tus hijos. ¿Entendido? – espetó quien conocían como “El Diablo”.
Fui testigo de cómo la persona solo pudo mover la cabeza y masculló un sí. El jefe Veytia se molestó y aún más amenazante le repitió.
─ ¿Entendiste?, y respóndame bien porque no lo escuché – la persona volvió asentir, pero habló con más claridad y se escuchó un sonoro “Sí”, pero esta vez no le tembló la voz, y yo sentí que ese “Sí” le salió de muy dentro, sentí encabronamiento no miedo.
─ Mira – continuó el jefe Veytia – Últimamente hay padres de familia quienes están yendo con chismes al Gobernador de que desaparecen jovencitas y no las encuentran, y luego luego van al méndigo Feispidiendo ayuda y andan compartiendo mentiras de mis policías, acusándolos de “levantarlas”, pues ven camionetas, hombres armados y encapuchados parecidos a los nuestros; no saben esos papás el tipo de hijas que tienen, esas niñas se largan con sus amigos y novios a fiestas, tragan vino, se drogan y a nosotros nos quieren echar la culpa, están pero bien pendejos. Mi policía es un ejemplo en todo el país; somos en donde menos violencia hay, ya se acabaron las balaceras, ya no hay secuestros o asesinados, pero como siguen chingue y chingue, vienen políticos, vienen los cabrones de Derechos Humanos desde México y ya me tienen hasta la madre, por eso voy a resolver este problema y aquí entras tú. Cuando encontremos a una de esas jovencitas drogadas y no sepa ni su nombre, ni el nombre de algún familiar, porque se ponen hasta la madre y luego ahí andan de pirujas, te las van a llevar y me las estabilizas, y cuando al menos puedan dar sus datos y de donde son, te pones de acuerdo con este comandante – fue ahí cuando señaló a mi comandante -, porque él te las va a llevar y él me las va a regresar. No me vas a hacer ningún registro ni de entrada ni de salida, y cuidadito se sepa porque ya te dije, mando a tus hijos y a ti al infierno, ¿estamos?
Le dijo el jefe Veytia a aquel hombre, quien volvió a contestarle que sí ya sin mover la cabeza. Veytia ordenó sacarlo de la oficina y cuando ya estábamos solos con él, de inmediato le dijo a mi comandante.
─ Llévale a la primera de anoche, la que encontraron en la madrugada; está en la Casa 2.
El cura interrumpe la confesión.
─ ¿Aún trabajas de policía?, le preguntó.
─ No, me salí – le contestó el afligido expolicía – fueron varias jovencitas a las que llevamos a ese lugar, pero no, no puedo decir eran jóvenes, padre, eran niñas, unas niñas de entre los 14 y 16 años – el expolicía vio al cura apretar los puños, cuando mencionó lo de ser niñas.
─ ¿Y las niñas?, ¿todas regresaron?
─ ¡Ay señor cura!, el expolicía comenzó a sollozar.
─ Respira y descansa un poco – le dijo el cura poniéndole de nuevo la mano izquierda en el hombro. El exagente tomó una bocanada de aire y continuó.
─ Cuando acompañé a mi comandante, creo fueron unas seis o siete veces, en una de esas ocasiones llevamos una niña muy mal. Cuando la entregamos al Doctor se asustó mucho y nos comentó se veía muy grave.
─ ¿Por qué no se la llevan a un hospital?, ella no me necesita a mí, ella necesita atención especializada y de urgencia.
─ Nada de hospitales, Doctor; recuerde lo dicho por mi jefe Veytia, así que haga lo necesario aquí – le dijo mi comandante y solo vi como un camillero se la llevó del lugar. El pobre Doctor tenía el rostro empapado en sudor, ahora sí vi miedo en sus ojos y solo gritaba desesperado le pusieran oxígeno a la niña, mientras nos dejaba solos en lugar. Como a los tres días regresamos y esa niña no volvía en sí, el Doctor nos la entregó diciendo.
─ Yo ya no la puedo atender; yo ya cumplí. Ella necesita la llevan a un hospital especializado.
Mi comandante ordenó se la entregara.
─ La vamos a llevar a una de las casas de seguridad del jefe Veytia, y ahí vemos qué hacer – fue la orden de mi comandante y nos retiramos del lugar.
─ Me dijiste haber renunciado a ser policía ¿por qué te saliste?, preguntó el sacerdote, interrumpiendo el relato.
─ Mire señor cura, la verdad yo ya estaba muy asustado, y en mi casa a mi hija la veía muy preocupada.
─ ¿Cuándo fue la última vez?, ¿cuándo terminó todo esto que me cuentas?, preguntó el párroco.
─ La última vez llevábamos a una niña dormida, ida, totalmente drogada. La bajamos de la camioneta para encontrarnos con el Doctor quien ya nos esperaba con una camilla, y en eso se escucharon unos truenos muy fuertes, las luces de los rayos se veían claramente por la sala de aquel lugar, la clínica parecía totalmente iluminada.
El estruendo de los relámpagos no paraba, casi nos dejó sordos el trueno del último rayo y eso fue suficiente para ver al Doctor perder la cabeza, se tiró frenético al piso, hincándose y gritando desesperado.
─ ¡Es Dios!, ¡es Dios!, viene por nosotros, viene a castigarnos por nuestros pecados – mis ojos quedaron pasmados al ver al Doctor caer en la locura, vi como levantó sus manos al cielo sin dejar de pedir perdón – Perdónanos, señor; perdónanos, señor; perdónanos, señor – Me quedé paralizado, no podía moverme, mi comandante igual; el enfermero quedó aferrado a la camilla y miraba para todos lados. No tengo dudas, en aquel momento todos pensábamos lo mismo: en cualquier momento Dios nos iba a fulminar con un rayo.
─ No, no es Dios, no es Dios… es el Diablo – dijo mi comandante saliendo de aquel trance – Carga a la niña y larguémonos de aquí – me ordenó. Recuerdo salir despavorido del lugar dejando hincado al Doctor y todavía paralizado al enfermero. Afuera estaban otros dos de mis compañeros, mirando al cielo y gritando.
─ ¡Es un helicóptero de la Marina! – le dijo uno de ellos a mi comandante – Nos están avisando por radio, están reventando la casa de un pesado y nos piden a todas las unidades vayamos a apoyar.
─ Vámonos en chinga, primero dejamos a ésta – señalando a la niña aún inconsciente – en la casa de seguridad y nos jalamos para allá -, dijo mi comandante y esa fue la última vez que llevamos a una chica a esa clínica.
─ ¿Por qué fue la última vez?, interrumpió de nuevo el cura.
─ Porque fue esa la noche cuando la Marina, con un helicóptero, rafagueó la casa de uno de los narcos amigos del jefe Veytia, y a partir de ese día el jefe ahora sí parecía El Diablo. Todos los días siguientes fueron de reventar casas, de levantar gente y preguntarles por los amigos del mañoso el cual había muerto aquella noche; se dice por el propio Edgar Veytia. Fue una mañana de marzo del 2017 cuando todos en Fiscalía nos enteramos como al jefe Veytia lo agarraban los gringos al cruzar la frontera; a la semana yo me salí de la policía, y desde entonces estoy trabajando en lo particular.
─ ¿Por qué me hablas de la preocupación de tu hija?, ¿qué le preocupaba?
─ Mire Sr. Cura, mi hija era estudiante en primer año de prepa en ese momento, y ya tenía viéndola muy inquieta, siempre me pedía hacer el esfuerzo por buscar otro trabajo, decía tener mucho miedo, no quería me pasara algo y una vez, cuando no estaba mi esposa porque había ido a visitar a mis suegros, me abrazó y me dijo llorando:
─ Papá, tengo mucho miedo; nos puede pasar algo.
─ Hija, no te preocupes, aquí estoy para cuidarlos a tu madre, a tu hermano y a ti – Le pregunté si alguien la había amenazado o asustado, porque a veces sale muy temprano a la escuela, todavía a oscuras, o a veces sale con sus amigas a alguna fiesta y regresa en la noche.
─ No, papá; te quiero contar algo muy grave, me dijo.
─ Te acuerdas cuando hace unas semanas Mary, mi amiga quien desapareció y nos pusimos a subir su foto en el Feis para si alguien sabía de ella nos avisara porque sus papás estaban muy preocupados, y muertos de la angustia, ¿te acuerdas?, ¿recuerdas te preguntaba que si sabías algo me lo dijeras para decirles a sus papás? Recuerdas te conté como fueron ellos a buscar al Gobernador, recuerdas las misas por ella y hasta oramos juntos para poder verla de nuevo y gracias a Dios apareció; pero luego ya no fue a la escuela y varios amigos fuimos a su casa para verla y saber cómo estaba, queríamos abrazarla, darle nuestra confianza y decirle cuánto la queríamos, pero llegamos a su casa y la encontramos vacía, tocábamos y tocábamos, y nadie nos abría, no había nadie. Seguimos tocando hasta que salió una vecina y le preguntamos si no estaban en casa. Ella nos contó como duraron solo dos días después de que ella regresó, luego se fueron en su coche y ya no volvieron.
─ Los vi salir con muchas de sus cosas – nos dijo la vecina-, pobrecita de ella, al menos está viva y con su familia, hay algunas que nunca las encuentran.
─ Sr. Cura, en ese momento mi hija me abrazo más fuerte, y me dijo.
─ Papa, ayer me llamó Mary y me contó lo sucedido y por eso tengo mucho miedo – le pregunté qué le había contado, asustado, pensando si Mary era una de las niñas a las cuales yo había llevado a estabilizar por órdenes de Veytia.
─ Papá, a ella la violaron y fue Veytia quien lo hizo – soltó aquellas palabras llorando.
─ ¿Cómo sabes?, ¿cómo sabe ella que fue Veytia? – le preguntaba mientras la abrazaba para consolar aquel terrible llanto; respiró, trató de aguantar las lágrimas y abrazados, entre sollozos, me contó.
─ Mary me contó como Veytia llamó a sus padres para que se la llevaran el mismo día de su aparición, hasta mandó a los Polis por ellos; los papás de Mary estuvieron de acuerdo con ir a la Fiscalía y se fueron en su carro. Ella les pedía no ir, pero Veytia le mandó decir a sus papás de la necesidad de hacer la denuncia para buscar a los responsables de su desaparición. Mary me siguió contando:
─ Estaba temblando, no quería mirar a nadie, pero en cuanto llegamos a la Fiscalía nos pasaron inmediatamente a la oficina de Veytia. Yo no lo quería ni ver, sentía mucha vergüenza, Veytia estaba parado al otro lado del escritorio, rodeado de sus policías armados y se encaminó hacia nosotros.
─ Esta es la niña – dijo y me puso la mano en el hombro pidiéndole a mis padres iniciáramos la denuncia, y quien me había lastimado y desaparecido la iba a pagar. Sentí un gran escalofrío por todo mi cuerpo cuando escuché su voz y olí su perfume, lo supe, supe que quien me violó fue él, fue él: Veytia. Me abracé a mi papá, sintiéndome muy mal, sentía desmayarme; Veytia al verme palidecer pidió a sus escoltas llamarán a un doctor para atenderme inmediatamente, y no le cobrarían ni un peso a mis padres. Sentirlo tan cerca me dio mucho miedo y me solté llorando, le rogué a mis padres nos fuéramos, no dejaba de repetirle a mi papá: vámonos, vámonos; pero Veytia seguía insistiendo en iniciar la denuncia y el doctor no tardaría en llegar a atenderme, repetía “no van a pagar nada, no van a pagar nada”. Con todo mi cuerpo temblando, porque mis padres no reaccionaban, los empuje. Entonces mi papá comprendió mi mal estado y no podría hacer alguna declaración en ese momento, luego vendríamos a hacer la denuncia, le dijo a Veytia pidiéndole hacer justicia al encontrar a los culpables.
─ Voy a encontrarlos y los vamos a castigar – ya casi ni lo pude oír.
Mi hija, aún con el habla entrecortada, continuó.
─ Papa, le pregunté a Mary si le contó a sus papás el abuso de Veytia contra ella, y sólo me decía, con voz muy triste: “Fue Veytia el violador; cuídate mucho y dile a todas nuestras amigas se cuiden, no anden solas”, y me colgó. ¡Por favor, papá, salte de ahí!
─ Sí, hija, ya me voy a salir; voy a renunciar, le contesté mientras nos quedábamos abrazados, llorando.
─ Sr. Cura, yo creo Dios nos escuchó; escuchó a miles de personas suplicarle nos librará del Diablo, porque Veytia es el Diablo. Como le dije, a los días de contarme mi hija ese sucedo, pasó lo de la Marina y a las pocas semanas arrestaron a Veytia en Estados Unidos. No tengo duda, Dios nos escuchó. Por favor, señor cura, necesito su perdón, le pido que me perdone.
El padre tomó aire, aún estaba tratando de procesar todo lo escuchado, pero tenía clara su respuesta.
─ Hijo, Dios juzga, perdona o castiga; tu voz es sincera, oraré por ti, pero no te voy a pedir reces 20 padres nuestros y 20 aves marías; vas a venir a misa, voy a orar junto a ti por esas niñas. Gracias a Dios, él arrancó a muchas de ellas de las garras del Diablo y quienes murieron, para Dios no están muertas, esas niñas están con él en el Cielo; y las niñas en el Paraíso son las que le van a decir a Dios si tu confesión es sincera, yo así la siento, pero es él quien va juzgar. Honra a esas jovencitas, ora por los padres, por quienes perdieron a sus hijas; hoy ya no eras un policía del Diablo, hoy eres un policía de Dios, ahí donde veas a una niña, a un niño en peligro, defiéndelos.
─ Levántate, le dice el cura al expolicía.
El hombre no se levantó, se hinco para recibir la bendición del representante de Dios y le concediera el perdón, el exagente tomó la mano del sacerdote para besarla, pero éste no lo aceptó, lo levantó, lo abrazó y le dijo.
─ Abraza a tu hija, a tu hijo, a tu esposa, ora por ellos, ve con Dios, ve con Dios. Y no lo olvides, te espero en misa. Y el expolicía se dirigió a la puerta, en el umbral del cuarto lo esperaba Juan, quien lo acompañó hasta salir la parroquia.
Después de tal confesión, el cura fue al altar de la Iglesia y se arrodilló, y luego de largo rato en oración, mandó llamar a su sacristán, quien permaneció muy cerca de él todo el tiempo.
─ Juan, ven por favor – le dijo – Voy a salir con el obispo, necesito verlo. Cancela las citas de mañana por la mañana – Juan lo interrumpe.
─ Le va a decir al Obispo la confesión del expolicía – El cura lo mira molesto.
─ ¿Escuchaste la confesión, Juan?, eso es pecado, cómo te atreviste.
─ Padre, perdón – dice Juan mientras se arrodilla ante el cura -, pero el señor que Ud. confesó fue policía con Veytia, vive por mi barrio y tuve miedo lo fuera a lastimar.
─ Y tu muchacho enclenque, ¿cómo una lombriz como tú me podría defender de ese corpulento expolicía? – le gritó molesto el cura.
─ Padre, si eso hubiera pasado, Dios me habría dado la fortaleza para defenderlo; seguro estoy – dijo Juan levantándose, y firme expresó – Sé que por unos segundos Dios me hubiera convertido en gigante para sacar a ese hombre de la Iglesia.
Tal argumento desarmó al cura, solo atinó a golpearse en la frente con la mano y sonreír un poco, dentro de tanta tragedia escuchada.
─ ¡Dios, dame paciencia!, pero ni con eso la libras, Juan. Arrodíllate ahora mismo ante la Santísima Trinidad y tu sí me vas a rezar 20 rosarios completitos – le ordenó.
─ Sí, padre, pero también quisiera hacer un grupo para orar por las niñas a quienes se refería el expolicía.
─ ¿Vas a contar la confesión?, no, eso sí no lo comentes Juan, pero sí haz un grupo de oración para pedir por ellas, no solo uno, haz 10 o más, esa será tu encomienda – Cuando el cura ya tomó rumbo hacia sus aposentos, le regresó la mirada a Juan.
─ Por cierto, ¿dices que el expolicía es de tu barrio?
─ Sí, Sr. Cura, yo conozco a su hijo, y sí, ya no es policía, se salió hace algunos años y trabaja en una ferretería, y ya hace tiempo había dicho querer salir de Poli.
─ ¿Y tú por qué sabes tanto, Juan?
─ Porque mi papá y él tienen una amistad de años, a mi papá le dijo no querer seguir siendo policía.
─ ¿Y cómo es él?, ¿cómo vive?
─ Pues es muy tranquilo, quiere mucho a su familia, y pues vienen los domingos todos juntos a misa.
─ Anda pues, vete a terminar de limpiar, pero antes ve a rezar los rosarios y pide perdón. Y cuidadito con mencionar algo de esto – Juan asiente y vuelve a preguntar.
─ Padre, ¿Dios va a castigar al Diablo de Veytia?
─ Juan, no tienes lucha – suspira el cura -, mira me saliste muy chismoso. Hijo, este un asunto solo de Dios, Él da la gracia o el castigo, Él no se equívoca, es infalible, pero te diré, Dios ya una vez castigó al Diablo; Satanás era un ángel y lo bajó lo de la Gloria, por eso Él tiene la última palabra.
El cura se encaminó hacia la entrada a la Iglesia, y extendiendo sus brazos al cielo expresó.
─ Jesús, es tiempo, regresa, así como lo hiciste hace 2023 años, estamos muy mal, necesitamos nos guíes de nuevo por el camino del bien.
CAPITULO II
Azúcar con sabor a sangre.
─ Compa, usted siempre cuidadoso con su caña; va muy bonita.
─ Sí compa, será una buena cosecha. Además, las lluvias iniciaron temprano y no para de llover. ¡Y mire esos mogotes!, están bien verdes y grandes, ¿verdad?
─ Sí compa, hasta parece quieren llegar al cielo.
─ Ay’la vemos, compadre; viene la lluvia bajando por el Sangangüey.
—
En su casa, en un ranchito del Valle de Matatipac, en Nayarit, don Pedro platica con un periodista recién llegado de la Ciudad de México para hacer una investigación de la desaparición de personas cuando estaba Edgar Veytia como fiscal de Nayarit.
Un amigo de Tepic le pidió atenderlo, y si se convencía le platicara de las dos fosas clandestinas, con cuerpos en ellas, encontradas en la parcela de su rancho hacía algunos años.
─ Gracias, don Pedro, por aceptarme en su casa. Le agradezco mucho su tiempo – dice el invitado- Me comentó la persona que me contactó con usted de su trabajo en el cultivo de caña.
─ Sí, señor, desde pequeño mi padre se dedicaba a la siembra de caña y de milpa, pero ahora él ya por sus años no puede trabajar y hoy yo asegundo.
─ Desde el avión se ve inmenso el valle, y muy verde, rodeado de montañas, le dice el periodista al campesino.
─ Sí – contesta el cañero – donde nace el sol es el volcán del Sangangüey y donde se mete es el cerro de San Juan. Aquí, gracias a Dios, nunca nos pega fuerte un ciclón. Estos cerros nos defienden. Toda esta caña – señalando la parte del Valle de Matatipac – vista desde el avión es para dos ingenios cañeros y producen azúcar.
Amable, don José le ofrece al periodista un café.
─ Gracias – dice el periodista – se lo acepto con gusto.
─ Es de olla, no de máquina, le dice el cañero.
─ Pues mejor, se lo agradezco mucho más.
─ Petra, danos dos cafés, por favor.
La señora, esposa del campesino, le pone café a dos tazas y les acerca también dos cucharas y azúcar. El periodista le da un sorbo y le dice a don José.
─ Sabe a canela.
─ Sí – dice el campesino – aquí el café de olla es con un pedacito de canela, y sabe mucho mejor. Le ponemos mucha azúcar para quitarle lo amargo, como la vida en el campo. No siempre, pero algunos tiempos sí. Todo parece muy bonito aquí, pero en ocasiones nos pasan cosas increíbles y además terribles.
La casa de don Pedro está en una faldita de la colina donde se encuentra el pintoresco pueblito que divisa parte del valle cañero, antes de continuar da un sorbo a su café y pregunta.
─ ¿Entonces no se va a poner mi nombre?, ¿ni el de mi parcela ni el del pueblo de aquí?, ¿verdad?, porque así me dijo mi amigo el de Tepic, si le digo lo que me pasó hace algunos años cuando el “Diablo” Veytia era el mandamás.
─ Así es, don Pedro. – le contesta el periodista – Nosotros, los periodistas, siempre protegemos la identidad de las personas cuando así nos lo piden y nos cuentan historias comprometedoras, les ponemos otros nombres no los verdaderos; y más si usted me da detalles, si me cuenta la historia de lo vivido en esas fosas encontradas en sus cañaverales.
Don Pedro mira fijamente al periodista, aún con algo de preocupación y vuelve a preguntar.
─ Oiga, usted sabe más que uno, ¿cree en el regreso del “Diablo” a Nayarit?
─ No lo creo – le contesta el periodista con tono seguro para lograr tranquilizar al campesino y continúa – Veytia tiene muchos enemigos por acá. En México dañó a mucha gente y traicionó a muchos más.
Ya más tranquilo, don Pedro suspira y empieza a hablar.
─ En nombre sea de Dios; la persona que lo envió conmigo siempre me apoya y si el decir estas cosas ayudan a evitar se repitan, pues se lo cuento.
El periodista sacó de entre sus cosas una grabadora y le consultó a don Pedro si lo podía grabar, el cañero acepta e inicia el relato.
─ Mire, estaba limpiando de hierbas el cañaveral cuando por el callejón de mi parcela me di cuenta venían unas personas. Eran dos mujeres y un hombre. Me vieron y el hombre se detuvo y me preguntó si podía pasar a la parcela. Le dije adelante y con la mano le hice la seña de pasar. Se me hizo raro, pues nunca los había visto por aquí, no eran del rancho. Traían unas varillas largas, bolsas y mochilas, y cuando la persona se acercó me saludó muy amable, me dio su nombre, el cual no recuerdo y además ni lo mencionaría por lo grave del hecho. Me dijo eran padres de jóvenes a quienes los habían desaparecido y los estaban buscando; les habían enviado un mensaje anónimo y en el recado alguien les comentó que, en esta zona, en este lugar, habían hecho fosas para enterrarlos. Me pidió de favor le comentara si en estos meses o hace algunos años, cuando Veytia era el fiscal, no había notado yo algo raro en mi parcela o en otras parcelas de alrededor.
Mientras el señor platicaba conmigo, vi a las otras dos mujeres picando la tierra con sus varillas, las cuales debían tener una punta afilada, la persona que estaba conmigo también traía una. Con asombro, vi como introducían dicha varilla en la orilla de mi parcela, la sacaban y olían la punta; volvían a picar más profundamente, la retiraban de nueva cuenta y procedían a olerla otra vez.
─ Le pregunté al señor cómo sabían en qué lugares había fosas o cómo uno se daba cuenta si había una de esas en algún lugar; lo primero, dijo él, era saber si en alguna ocasión había encontrado huellas de movimiento de tierra sin yo haberlo hecho, también si no había percibido olores feos, como algo podrido en mi parcela, si había notado huellas de máquinas grandes, marcas de llantas como de excavadora o si había visto pasar camionetas blancas y se estacionaran en mi parcela o en alguna otra en los alrededores, incluso, me dijo si no había visto a los perros escarbar en la tierra o encontrado en alguna ocasión mi cerco tirado o algún otro daño a mi cultivo, como evidencia de esconder algo bajo la tierra.
Cuando el hombre dijo lo del cerco destruido, sentí un golpe en mi corazón, pero no le comenté nada. Le dije que nada de lo dicho por él había sucedido en mi parcela. Le pregunté por qué las señoras enterraban la varilla en el suelo y olían la punta cuando la sacaban, el señor se quitó la cachucha de su cabeza y me contestó.
─ Cuando la varilla se entierra sin mucho esfuerzo y además la punta de ella trae un olor a algo podrido, puede ser señal de algún cuerpo enterrado en el lugar, tal vez haya una fosa y ahí encuentren, probablemente, los cuerpos de nuestros hijos.
El señor era moreno, delgado, de algunos 65 años, requemado seguramente por buscar a su hijo de sol a lluvia, pero sobre todo era de una persona muy lastimada por el sufrimiento y quién no va a sufrir si le desaparecen a su hijo, si no está vivo y no pueden darle cristiana sepultura.
El periodista notó como don Pedro estaba conmovido al recordar ese día; de nuevo tomaron más café y la historia continuó.
─ Vamos a andar por aquí unos días más, seremos varios grupos de personas en la zona buscando a nuestros hijos, y si Ud. sabe algo al respecto o sus vecinos saben de algo, le agradecería mucho nos informara.
Le dije que sí y se despidió dándome la espalda; lo vi alejarse, y por la forma de su andar pude sentir el grandísimo dolor en su ser.
Don Pedro volvió hacer una pausa, como pensando si continuaría relatándole la historia al periodista, pero no paró.
─ Yo tengo un amigo – le comenta al periodista – también hace años le desaparecieron a su hijo, y pobres de ellos, han salido en su carro a otros estados a buscarlo porque les dicen haber visto a alguien parecido en aquellos lugares. Una vez me contó, él y su esposa llegaron a otro estado y ahí en un retén, los detuvieron los soldados. Un militar se le acercó y le pidió a mi amigo se identificará, luego le preguntó a dónde se dirigía; mi amigo les comentó de la desaparición de su hijo y cómo lo andaban buscando porque una persona les dijo haber visto a alguien parecido por acá. El militar vio la foto del hijo desaparecido de mi amigo y muy amablemente le dijo:
─ Mire, por lo dicho por Ud., es probable que su hijo no ande por acá, pero si puede dejarnos esta foto de él y además su teléfono, yo me comunico con usted; pero mejor regrésese con su familia, este lugar es muy peligroso, puede llegar a toparse con personas armadas y no de los nuestros, le van a quitar su camioneta, el dinero y hasta los pueden matar. Señor, si usted tiene más hijos hasta los secuestran y van a pedir rescate por ustedes, regrésese, por favor, le aseguro que si sabemos algo le aviso, cuide a su esposa y vaya con sus hijos, no corra más peligro.
Pobre de mis amigos – continuó cabizbajo don Pedro – Así se la han pasado. La esposa de mi amigo va a misa a pedirle a Dios encontrar a su hijo, un joven bueno, trabajador, no consumía drogas; a diario va a la iglesia mi pobre amiga a buscar consuelo.
El periodista volteó a ver si la grabadora seguía funcionando, no se atrevía a interrumpir a don Pedro, la historia era tan sobrecogedora que prefirió guardar silencio; el campesino prosiguió.
─ Ese día, al terminar la labor, me subí a mi camioneta y me vine a la casa pensando todo lo contado por el señor que perdió a su hijo, en eso, algo se me vino a la memoria. Más o menos un año antes de que los gringos agarraran a Veytia, sería como en el 2016, en ese verano, después de trabajar unos días en mi milpa, me di una vuelta a mi cañaveral. Por ese tiempo había estado lloviendo mucho y noté como una parte de la cerca estaba caída, ese lugar colindaba con una aguacatera; nosotros en la caña no tenemos casi cercos, solo nos divide los callejones por donde pasan las camionetas de trabajo o los camiones cañeros, por lo cual no le di importancia a lo del cerco caído y sólo puse los postes de nuevo, pero ahora cuando el señor me comentó cómo las excavadoras hacen pozos para enterrar a los desaparecidos, me brincó la duda. Llegué a la casa y me acordé que pegado al cerco, los mogotes de caña estaban muy verdes y crecidos, sobresalían sobre toda la parcela. Ya no dejé de pensar si abajo de esa caña pudiera haber algo haciéndolas crecer tanto. En mis milpas, donde hay un hormiguero, ni abono necesitan, ahí el milpal crece, sube el tallo muy grueso, alto y da unos elotes grandes por los nutrientes de los hormigueros, pero ahí en el cañaveral, en esos pedazos no hay hormigueros y las cañas están grandes, de lo alto se diferenciaban de las demás. Esa noche, después de cenar, me fui a dormir, hacía calor, empezó a refrescar por la lluvia y yo seguía inquieto. Luego sentí un golpe en mi pecho; en el rancho tenemos un panteón y los árboles sobre las tumbas son vigorosos, grandes, de hojas muy verdes y así están todo el año, sin tumbar las hojas, como el Huanacaxtle o las Higueras. Ya casi no dormí esa noche pensando si mis cañas se estuvieran nutriendo de personas ocultadas en pozos en mi parcela.
Al día siguiente en cuanto amaneció, almorcé más temprano que de costumbre y me fui al cañaveral directamente donde estaban los mogotes de pelillo de caña más crecidos. Y sí, la caña ahí estaba muy marcada de grande y verde, en línea, hacia donde hace algunos años había reparado ese pedazo de cerco; pensé en irme de allí antes de la llegado los padres buscadores de sus hijos desparecidos, para no meterme en problemas, qué tal si hay algo aquí abajo. Me encaminé a la camioneta de nuevo para regresarme a la casa y mejor irme al milpal, pero se me vino a la mente el rostro de mi amigo y su esposa, quienes no dejan de sufrir por su hijo desaparecido y luego, se me vinieron las caras de sufrimiento del grupo de personas buscando a sus hijos; me detuve, me regresé y dije: “Dios me ayude y se haga su voluntad”. Me quedé esperando un momento, apenas habían pasado unos minutos cuando escuché unas voces y por el callejón venían de nuevo las personas del día anterior, pero con otras cuatro más. Me saludaron.
─ Buenos días, dijeron.
─ Buenos días, contesté. Les miré los rostros y sus caras de sufrimiento fueron determinantes para decirles mi idea. Igual y no había nada abajo de las cañas, pero descansaría. Le llamé al mismo señor del día anterior y cruzó el callejón hacia mí.
─ Dígame, me dijo.
─ Mire, un año antes de la detención del Veytia por los gringos, esos postes de allí me los tumbaron – señalando el lugar-, fue seguramente algún tractor, a veces así sucede, la máquina está grande y el callejón pequeño, y yo creo por salvar los árboles de aguacate dañaron mi cerco, pero mire, ve ese pelillo de caña más grande y sobresale en toda la parcela, y allá, – don Pedro le indica los dos lugares – presiento hay algo abajo de esas cañas, pues estos últimos años crecen de más, como queriendo tocar el cielo.
Apenas dije eso y el señor me pidió permiso para que el grupo pasara a picar la tierra con las varillas, le dije sí y con un ademán de manos les hizo señas a las demás personas que estaban atentas y cerca de nosotros.
─ ¡Vengan, vengan! – grito el señor y llegaron rápido las personas, eran mujeres y hombres – Aquí donde está la mancha más verde de caña y más grande vamos a checar. Luego les dio la indicación a otras tres personas para muestrear el otro lugar, como a unos 20 pasos.
─ Comenzaron a colocar las varillas y empujarlas hacia abajo, y luego las sacaban una y otra vez. De pronto, una de las señoras gritó: “¡Aquí, aquí! ¡La punta de la varilla huele mal!”, y en ese lugar se amontonaron a seguir agujereando la tierra. Luego otros gritos: “¡Aquí también huele mal!, ¡huele muy mal!”, en el otro lugar habían encontrado algo también.
─ Los primeros gritos de los buscadores de desaparecidos sonaban esperanzadores al pensar si allá abajo estuvieran los cuerpos de sus familiares, y así poder darles cristiana sepultura. Pero inmediatamente pasaron a la angustia de pensar si encontraran ahí a sus hijos y se acabaría la esperanza de verlos con vida, de confirmarse fueran fosas, con cuerpos, las encontradas debajo de mis cañas. El señor, quien parecía el líder del grupo dijo que iba a ir a la Fiscalía para avisar. Pidió no escarbar hasta regresar con las autoridades.
─ Gracias, me dijo el señor antes de partir y al verme alterado por lo sucedido me alentó, “Ud. no se preocupe, no tenga temor. Usted nos está ayudando”, y se marchó. Las señoras se me acercaron a preguntarme por qué pensé en la posibilidad de encontrar algo allí. Les expliqué lo del cerco destruido en esa parte, les comenté cómo anoche recordé lo sucedido por allá en el 2016 y les dije era raro el crecimiento vigoroso de la caña, pues en los años anteriores los pelillos no eran tan altos ni tan gruesos, luego les dije que en el panteón del rancho los árboles de ahí crecen muy bonitos, pues se alimentan de los sagrados difuntos; ya eran muchas preguntas y me encamine para ir al rancho, y avisar al Juez y al Presidente del Ejido de lo acontecido y las señoras me dijeron:
─ No, señor, no nos deje porque si vienen personas y nos ven aquí adentro y como no nos conocen van a pensar que estamos dañando el lugar; mejor espérese un poco, por favor, a la llegada de los de Fiscalía; al cabo no está lejos de aquí, le aseguramos que en hora y media, máximo dos horas, ya estará el compañero y las autoridades de vuelta.
─ Y es cierto, desde mi parcela se miraban algunos edificios altos de Tepic. Ya me comenzaba a preocupar porque si en mi tierra había personas enterradas, la Fiscalía podría pensar que yo sabía y no avisé o encubrí o era de los mismos del Diablo Veytia. Comencé a preparar mi historia y en eso iba pasando mi compadre en su troca, se paró y me hizo señas preguntando: “¿Qué pasa?”. Me acerqué al callejón y le expliqué lo sucedido y cómo era probable hubiera fosas con cuerpos enterrados en los dos manchones de caña.
─ Ijole, compadre, pos a lo mejor por eso están las cañas re bonitas.
─ Compadre, vaya al rancho y avísele al Juez y al Comisariado Ejidal, por favor; pídales se vengan, no vaya a ser el Diablo y mi parcela sea un cementerio.
Mi compadre se arrancó en friega, solo lo oí gritar: “Ahorita regreso”, luego una de las señoras me preguntó si le permitía ir quitando la caña de las dos partes, solo pude darles un sí con la cabeza. Fue una espera de aproximadamente dos horas, casi se llegaba al mediodía cuando llegaron las autoridades. Eran como cinco camionetas y en cuanto se bajaron unas personas con overoles blancos comenzaron a delimitar la zona.
─ Vamos a pedir una excavadora, dijo quien parecía ser jefe del grupo, los señores buscadores se opusieron, ya habían llegado con picos y palas muchas familias de desaparecidos, algunas llegaron en camionetas y otros en moto. El líder de los buscadores se puso de acuerdo con las personas de blanco y con un licenciado y empezaron a escarbar. Luego llegaron más personas en motos y carros, eran los de la televisión y se fueron directito con el licenciado de la Fiscalía y al parecer les dio permiso de grabar, comenzaron a sacar cámaras por todos lados, grabaron y permanecieron a la espera de encontrar algo. El licenciado se me acercó y me dijo.
─ El señor moreno lo señala a usted como dueño de la parcela, ya me contó la plática entre ustedes dos y lo acontecido hoy en la mañana; le va a dar los datos a la licenciada – señalando a una mujer joven a su lado – y no se retire de aquí hasta saber si son fosas, tal como lo señalan los familiares de los desaparecidos. Mientras el licenciado me decía estas cosas, yo miraba como una señora metía de nuevo la varilla, la olía y se la mostraba a una de las personas de blanco, y estos afirmaban algo y ellas continuaban. Veía como trabajaban por turnos, de repente, cuando llevaban casi metro y medio de hondo, porque aún se alcanzaba a ver la cabeza de quienes escarbaban, un señor gritó.
─ ¡Una tela azul!, ¡una tela azul!
Todos al mismo tiempo quisimos acercarnos para asomarnos, los policías nos detuvieron, pero las madres y padres de los desaparecidos se acercaron más, también los periodistas; a partir de ese momento se bajaron dos personas de blanco y se hizo lenta y con más cuidado la excavación. Se comenzó a oír un murmullo y luego gritos
─ ¡Un hueso!, ¡un hueso! Los que estábamos arriba escuchamos decir era un hueso humano. En ese momento sentí flaquear, ni cuenta me di de cuando llegaron el Comisariado Ejidal y el Juez Auxiliar, uno de ellos me dijo.
─ No se preocupe, compadre Pedro. Usted es una persona querida en el pueblo, no tiene mancha. Me abrazó de lado, poniendo su brazo en mi espalda. Se acercó conmigo la licenciada y me dijo.
─ Señor, va a darme sus datos, nombre completo, teléfono, domicilio y a qué pueblito pertenece este lugar.
Me preguntó si las dos personas que me acompañaban eran familiares, le dije que uno era el juez auxiliar de la comunidad y el otro el presidente del ejido.
─ ¡Qué bueno! – dijo la licenciada – miren, yo soy ministerio público y mañana a las nueve de la mañana los espero a los tres en la Fiscalía para decirme lo que sepan de lo sucedió en esta parcela. Vayan a la cita, esto es muy delicado y necesitamos su declaración.
─ Sí, contestamos los tres.
El periodista está absorto por el relato, el café de ambos ya estaba frío, y por fin se atrevió a interrumpir a don Pedro.
─ A partir de encontrada la tela y luego el primer hueso, ¿cómo vio a los familiares?
Antes de contestar, don Pedro le pidió a su esposa Petra trajera más café caliente, ambos lo endulzan y le dieron un trago a su respectiva taza; el campesino continuó.
─ Cuando el grito de la aparición de un pedazo de tela, primero todo mundo quedó entre silencios y palabras esperanzadoras, luego silencio de nuevo, asombro, después llantos y después rezos, principalmente de las señoras. Se abrazaban unos a otros, y conforme iban descubriendo los cuerpos, un señor gritó y dio el nombre de una persona: “¡Es mi hijo!, ¡es mi hijo!, esa es su ropa, que llevaba el día en que los de Veytia se lo llevaron”, lo escuché decir, mientras un amigo de él, lo abrazaba y ya no paraba de llorar. Quería bajar a la fosa, pero lo detuvieron, los de blanco les pidieron no bajar a las personas, para no contaminar la ropa y los restos humanos, pero algo nos indignó a todos cuando, los familiares de los desparecidos que estaban alrededor de la fosa vieron como los cuerpos tenían los tobillos atados con alambres de púas. Las autoridades de mi pueblo y yo estábamos impactados, atarlos, quizás vivos, con alambre, eso fue una tortura terrible, los crucificaron como al Cristo. Si se atrevieron a atarlos con alambre de púas, cuántas más torturas les hicieron antes de morir (los golpearon, les dieron de balazos, los enterraron vivos), todo allí era una locura en ese momento, los familiares de los desaparecidos no dejaban de maldecir a Veytia.
─ ¿Usted no pudo acercarse? – lo interrumpió el periodista – ¿no pudo acercarse para ver abajo? ¿Cuántos cuerpos eran? – le siguió preguntando.
─ Según me dijeron, fueron como ocho cuerpos entre las dos fosas, y yo no quise acercarme solo de ver el dolor y el coraje de las personas. Me paralicé, estaba como ido y además la licenciada me recomendó no acercarme porque los reporteros estaban preguntando por el dueño de la parcela.
─ No vaya a pensar algún familiar de los desparecidos, que usted fue cómplice de lo sucedido – me dijo la licenciada y mejor me subí al carro de mi compadre, y ahí nos quedamos con el Comisariado Ejidal y el Juez auxiliar.
─ ¿A qué hora terminaron de retirar los restos?, volvió a preguntar el periodista.
─ Acabaron antes de oscurecer y las personas de blanco se los llevaron en bolsas negras, mientras los familiares de desaparecidos se quedaron rezando, algunos de pie, otros hincados. Cuando terminaron de orar, algo se platicaron y se retiraron. La licenciada se acercó a la camioneta y nos dijo:
─ Mañana los espero en la Fiscalía, no toquen nada alrededor de la fosa ni bajen a ellas, por favor, es un delito si lo hacen.
Cuando ya solo quedábamos las autoridades de mi pueblo, mi compadre y yo nos acercamos a ver las fosas. Mi terreno solo tiene una pequeña capa de tierra y lo demás es jal, una piedra blanca, ligera y suave. Observé muy bien y le dije a mi compadre.
─ Mira, compadre, teníamos razón. Mis cañas, de este lugar, querían llegar al cielo. Eran las almas de estos jóvenes a los que Dios estaba llamando. Sus cuerpos estaban nutriendo a mi cañaveral
El periodista vuelve interrumpir.
─ ¿Y fue Ud. a la Fiscalía para declarar?
─ Sí, sí fui, y declaré algo similar a lo historia que le cuento. Yo no sabía nada, no sabía de mi parcela convertida en un camposanto escondido y los familiares de los desaparecidos nunca me señalaron como cómplice del Diablo.
─ Y después de lo sucedido, cuando regresó a su parcela, ¿qué sintió?
─ Mira, cuando yo tomé la decisión de decirle a las personas buscadoras de desaparecidos que allí podría haber algo en mi parcela, descansé; y más cuando encontraron los cuerpos de los asesinados y torturados. Cuando voy a mi terreno no me siento mal, incluso he encontrado ramos de flores allí, donde estaban las fosas, las personas seguramente siguen yendo a orar por el alma de sus seres queridos.
Don Pedro termina la plática y nota que el periodista ya no tiene café.
─ ¿Quiere más café, señor?
─ Sí, claro, solo una taza más. No le quiero quitar más su tiempo.
─ Petra, tráenos más café.
Petra llega con una olla de barro y sirve de nuevo el café en ambas tazas, don Pedro le dice al periodista.
─ Aquí hay más azúcar; el ingenio que nos muele la caña siempre nos regala un costal de azúcar, está muy sabrosa.
El periodista observa pensativo su taza y el azúcar, y para sí dice: “Es azúcar con sabor a sangre”.
─ Gracias, don Pedro, pero esta taza me la tomo sin azúcar.
CAPITULO III
… y la tinta se está convirtiendo en lágrimas.
─ Se está muriendo el cabrón… ¡se está muriendo!, ¡está pálido!
─ Ponlo de lado, dale unas patadas en la espalda para que aviente el agua.
Fue lo último que escuché.
—
Me salí de la corporación policiaca en Nayarit; era mucha joda, mucho trabajo. Un día sí trabajabas, otro día no y a veces, un día sí y otro también, además la paga era mala y de mucho riesgo. Quería tener un mejor sueldo, un mejor trabajo para seguir teniendo el dinero para el estudio de mis hijas. Me fui primero a Guadalajara y terminé en Vallarta reparando aires acondicionados en una empresa que daba servicio a hoteles y condominios, por la cercanía a Tepic, así podía viajar seguido hacia allá a visitar a mi familia.
En Vallarta puede rentar un cuartito, era otro tipo de vida, una vida más tranquila con trabajo permanente y cada vez me iba mejor; había buenas universidades y siempre encontrabas letreros de empresas buscando a trabajadores de diferentes actividades; si todo salía bien, al siguiente año pensaba traerme a mi familia para acá.
Era un fin de semana y me dirigí a Tepic; había salidas de autobuses de manera permanente de Vallarta hacia la capital nayarita. Recuerdo que era media tarde, y en la zona de Las Varas a Compostela, en una de las tantas curvas que tiene esa carretera, un camión se acercó mucho al autobús; solo sentimos un ligero golpe, pero fue suficiente para que el autobús se saliera hacia la cuneta y pegamos muy fuerte contra el paredón. Todos gritamos, se comenzaron a escuchar lamentos de dolor, estábamos unos sobre otros, había bolsas y maletas sobre nosotros.
El chofer del autobús alcanzó a esquivar el golpe de frente y el impacto del tráiler fue leve hacia la cola; yo me agarré desde la cabeza hasta los pies y estaba completo, solo tenía un dolor en el brazo, como pude me fui tratando de levantar; una persona que estaba abajo de mí dijo.
─ Estoy sangrando mucho.
Tenía una cortada en la oreja y en la cabeza, por lo que toda su cara la tenía llena de sangre. El chofer del autobús gritó y nos decía que tratáramos de salir por la parte del frente del autobús.
Los cristales del parabrisas se habían roto también, más gritos provenientes de afuera comenzaron a escucharse, mientras que personas comenzaron a acercarse para ayudarnos a salir. “Todos por el frente, por favor, todos por el frente”, oí decir mientras trataba de ayudar al señor con el rostro ensangrentado.
─ Espérate, compa. Le dije a la persona, y como pude busqué una tela para limpiarle la herida y presionársela para detener el sangrado.
Sin embargo, no encontré nada y entonces me quité con algo de dificultad mi camisa y se la amarré en la cabeza para tratar de que no sangrara más.
─ ¿Estás bien?, ¿estás bien? – le dije – ¿no te duelen los brazos?, ¿las piernas? Me contestó.
─ Tengo una pierna entumida, la tengo atorada y no la puedo mover.
El autobús afortunadamente quedó recostado entre la cuneta y el paredón; se seguían escuchando los gritos de auxilio y el chofer no paraba de repetir, ahora, que ya venían las ambulancias. Todos esperábamos que llegaran pronto.
Como pude, ayudé a destrabar la pierna de la persona herida, la movió un poco y con su propia ayuda tuvo una mejor posición y al fin liberó su pierna. Había personas ayudando a salir a otros; iban saliendo poco a poco.
Le apreté más mi camisa en la cabeza del hombre herido para seguir deteniendo el sangrado, comenzamos a salir arrastrándonos y luego, como estábamos cerca del chofer, salimos por la punta del carro. Mucha gente se acercaba a auxiliarnos a salir.
─ Mira, ese viene muy herido; no se le va la cara de tanta sangre, comentó una de las personas que se acercó a apoyarnos.
─ Sí, hay que bajarlo con cuidado, le contestó otra persona.
Por fin salimos, escuché que estaban rompiendo las ventanas del autobús para auxiliar a los que venían más atrás; una persona se nos acercó para darnos agua, de inmediato se puso a limpiarle la sangre del rostro al hombre que había ayudado a salir.
Había pasado más de una hora y comenzaron a llegar ambulancias y la Policía Federal, también llegaron dos patrullas de la estatal nayarita. Los estatales comenzaron a pedir nuestros nombres para pasar el reporte por radio para dar a conocer cuántas personas estábamos ahí y el estado en que nos encontrábamos. Yo les di mi nombre, el compañero al cual le había apoyado también dio el suyo, dijo llamarse Jorge.
Después, un paramédico me examinó y me dijo que todo estaba bien por el momento; al compañero que auxilie, le quitaron mi camisa que le había amarrado y ahí lo comenzaron a examinar, limpiaron sus heridas, detuvieron la hemorragia, administraron medicamentos y luego lo fijaron bien con una venda en la cabeza. Una persona se me acercó con una playera, me la regaló al verme sin camisa.
─ Tenga, póngasela, me dijo.
Le di las gracias, y el señor Jorge, al que le había puesto mi camisa en su cabeza, también le agradeció.
─ Este buen muchacho se quitó su camisa, me salvó. Me la amarró en la cabeza su camisa de mangas largas y evitó que me desangrara; le dijo el señor Jorge a la persona que se había acercado, este solo asintió y se alejó del lugar.
El señor Jorge luego se dirigió hacía mí, me pidió mi nombre y número de teléfono para comunicarnos después, se los di, un paramédico lo registró en un pedazo de papel y se lo metió en la bolsa del pantalón a quien ayudé; iba yo a pedirle sus datos también cuando un policía de la estatal se acercó y me ordenó.
─ Ven, tú te vas a venir con nosotros.
Le dije que se había quedado mi maleta adentro del autobús, y que el chofer nos dijo que ya venía otra corrida para llevarnos a Tepic a las personas que no estábamos heridos; él negó enérgicamente con la cabeza, me tomó muy fuerte del brazo y me volvió a ordenar.
─ Tú te vas a ir con nosotros.
─ Oiga, ¿pero mi maleta?, le dije.
─ ¿No entiendes?, tú te vas con nosotros, ya luego buscamos tu maleta.
El paramédico sintió la agresión, por lo que decidió intervenir y ayudarme.
─ Oiga, señor policía, aun tengo que checarlo; no sea que traiga algún golpe interno.
El policía, molesto por la intervención, le reviró.
─ A donde vamos hay doctores.
Al ver como se ponía tensa la situación, me dirigí al policía diciéndole que estaba bien, que me iba con ellos pero que me permitiera sacar unos papeles de la bolsa de mi camisa ensangrentada; no esperé respuesta y avance hacia el paramédico y al señor Jorge, lo más rápido que pude le di el nombre de mi hermano y su número de teléfono, les pedí de favor que le avisaran que la Policía Nayarit me estaba llevando.
Molesto por mi tardanza, el policía me volvió a jalar bruscamente del brazo, me guió sin soltarme hasta la camioneta y me metió ahí; inmediatamente la patrulla avanzó y prendieron la torreta, en ese momento escuché decir a uno de los policías.
─ Avísenle al Jefe que ya lo llevamos.
─ ¿A dónde me llevan?, nervioso pregunté.
─ ¡Cállate!, contestó.
─ Oigan, pero permítanme hablarle a mi familia, se van a preocupar cuando sepan del accidente si mencionan mi nombre en la lista de pasajeros.
Uno de ellos, que parecía ser el comandante, dijo.
─ Tú no vas a aparecer en esa lista, ¡ya cállate!
Obedecí, pronto noté que ya estábamos llegando a Compostela. Se detuvieron en una farmacia, compraron cosas y una vez que terminaron, uno de ellos se dirigió hacia mí.
─ Te vamos a poner unos RayBan.
Y me comenzaron a vendar los ojos, a pesar de eso traté de ir atento para saber a dónde me llevaban.
─ Pinche cañero, va a vuelta de rueda; prende la torreta.
Al escuchar eso supe que íbamos a Tepic.
Creo que pasó cerca de una hora, cuando la patrulla disminuyó su velocidad y percibí que ingresábamos a un lugar; pensé eran las oficinas de la Fiscalía, por como se movió la camioneta. Me bajaron a jalones y me hicieron caminar.
─ El Jefe ya sabe que estás aquí, cabrón, y ahora nos vas a decir para qué cártel trabajas.
─ Yo no trabajo para ningún cártel, yo trabajo en Vallarta y vengo a ver a mi familia. Lo pueden verificar, soy una persona de trabajo, le contesté
─ No, cabrón – dijo el policía – ahorita dinos para quién trabajas si no, nos vas a conocer bien.
─ Le repito, no trabajo para ningún cártel, trajera carro y no tengo.
─ Venías camuflajeado, cabrón. Ya mandamos por tu maleta, seguramente ahí traes droga, dices que trabajas arreglando aire acondicionado y mira la camiseta que traes – sentí su dedo en mi pecho, donde estaba la marca de la camiseta y continuó – esta marca de cocodrilito vale mucho dinero. Estas marcas solo los que tienen mucho dinero y el jefe Veytia las traen. Tú eres narcotraficante, ahorita vas a hablar, cabrón. Órale, a hacer lo que sabemos si no quieres decirnos para cuál cártel trabajas.
Me levantaron, me quitaron los zapatos; estaba descalzo y comencé a sentir que me ponían plástico, me estaban enredando con plástico, me cubrieron desde los pies hasta el cuello, me tenían inmovilizado. Los oí hablar.
─ Vas aprendiendo muy bien, cabrón.
─ Es la experiencia, Jefe, es la experiencia.
No sé quiénes eran y porqué se alegraban de estar trabajando muy bien, de estarme poniendo plástico. Después, entre dos, me acostaron en el piso.
─ Ahorita vas a hablar.
Siguió diciendo el que me llevó todo este tiempo, porque era la misma voz. Uno me agarraba los pies, otro me tomó de la cabeza, otro se subió a mi pecho y alguien más puso un trapo, como una franela, tapándome la boca y la nariz; de repente, comencé a sentir agua en mi cara, no podía respirar, tragaba agua por la nariz y la boca.
Repitieron la acción cerca de seis veces, hasta que sentí morirme ahogado de la desesperación y del agua. Me sentía como una momia, enredado en plástico desde los tobillos hasta el cuello; me empecé a marear, a perder el conocimiento y alcancé a escuchar a lo lejos que uno decía.
─ Se está muriendo el cabrón… ¡se está muriendo!, ¡está pálido!
─ Ponlo de lado, dale unas patadas en la espalda para que aviente el agua.
Fue lo último que escuché.
Desperté. Ya no estaba envuelto en plástico, no sé cuánto tiempo estuve desmayado, podía mover mis manos y mis pies, seguía acostado en el piso. Sentí mi cuerpo frío, helado, me llegaban temblores. De nuevo, el que llevaba la voz cantante, comenzó a interrogarme.
─ A ver, cabrón, tú trabajaste aquí, ¿conociste al comandante Blanco?
Le dije que sí, el fue jefe de la policía estatal cuando yo trabajaba en este lugar.
─ ¿Trabajaste con él?, ¿era tu jefe?
─ Directamente no trabajé para él, pero él era el jefe de todos nosotros, contesté.
─ ¿¡Sabes en dónde está!?
─ Yo no sé dónde está; yo ya me salí de aquí, de la policía. Él, el comandante Blanco, siguió aquí; yo ya no supe para dónde se fue, en verdad, lo desconozco
─ No, mi cabrón. Tú sabes dónde está, ¿¡dónde está!? El jefe Veytia lo quiere.
Ya no me preguntaban si era de un cártel, si era narcotraficante, ahora solo les interesaba saber del paradero de quien había sido el jefe de la policía estatal en la administración anterior a Edgar Veytia.
─ El Jefe quiere saber en dónde está para traerlo, para ver si le vuelve a gritar como le gritó cuando estábamos en la municipal de Tepic y él en la estatal.
─ Señor, yo no sé dónde está, le digo, yo me salí de trabajar de policía y él siguió trabajando aquí.
─ ¿No nos vas a decir en dónde está?, porque si no, ahora sí te mueres, cabrón, para enterrarte aquí en Tepic, al cabo la tierra está muy blandita.
─ Señor, yo no lo sé.
Me levantaron de nuevo y me enredaron con plástico otra vez, “Ahora sí me van a matar”, pensé. Lo que me hicieron y sentía, no se lo deseo a nadie.
Me pusieron de nuevo en el piso, me agarraron los pies, se subieron en mi pecho, me tomaron de nuevo la cabeza y me pusieron un trapo en el rostro y a sufrir. Solo pensé en mis hijas y a esperar la muerte. Una y otra vez me moría. Una y otra vez me daban de patadas en la espalda para sacar toda el agua que tragaba, de repente entró alguien y gritó.
─ ¡Ya déjenlo!, alguien de arriba está preguntando por éste, alguien dio el pitazo de que ustedes se lo trajeron para acá. ¡Rápido, quítenle esa chingadera!
Sentí que unas tijeras cortaban el plástico que me estaba inmovilizando, me levantaron y casi arrastrando me llevaron a otro lugar. Cuando me quitaron la venda de los ojos, ya me encontraba en una celda. El celador al verme me dijo.
─ ¡Mira cómo vienes!, orinado.
No contesté, en verdad no podía ni hablar, pero seguía vivo. Estaba en la Fiscalía, estaba en la celda de los detenidos. Aquí hay 12 celdas y un cuarto al fondo, de donde provenían lamentos, seguramente en ese cuarto estaban torturando a otra persona también; por la parte de afuera de ese cuarto está una escalera que sube directamente a la oficina de Edgar Veytia.
Ya era muy noche en ese día fatídico de noviembre del 2013, cuando escuché venir a personas. El guardia que me había hablado antes me dijo.
─ Ahí viene el jefe Veytia; no levantes la cabeza cuando él te hable.
─ Sí, señor, le contesté.
Sin levantar la mirada del piso, oí como los pasos se detenían frente a mi celda.
─ Hasta que caíste, cabrón, te quería muerto – dijo a sangre fría Veytia – pero nunca falta quien ande de soplón, alguien dijo que te teníamos aquí, pero te vas a ir hasta que yo lo diga. Aquí mando yo, ¿entendiste?
─ Sí, le contesté
─ Llévenselo a la penal – ordenó el Diablo – a ver si ahí hace memoria de dónde está ese hijo de la chingada del Blanco.
Me volvieron a subir a una de las camionetas de la Policía Nayarit, todos iban encapuchados, todos armados hasta los dientes. Estaba tan mal, que ni cuenta me di de cuando llegamos a la penal; abrieron el gran portón, pasó la camioneta y antes de bajarme, el copiloto me amenazó.
─ Cuidadito con comentar lo de la tragadera de agua, ¿eh? Si dices algo ya no te lo vamos a hacer a ti, se lo haremos a tus hijas.
─ No, señor, por favor. Yo no diré nada, le supliqué al pensar en mis hijas pasando aquella tortura.
─ Por cierto, traías un buen de droga en la maleta que tanto pedías en el autobús, se río burlonamente.
En ese momento supe del delito que me estaban fabricando: iba a ser narcotraficante.
—
Duré algunos meses en la penal, mientras estuve ahí dos veces me llevaron con El Diablo; en ese tiempo con un amparo me dieron la libertad, no podía creer que pronto vería a mi familia, a mis hijas, pero canté victoria muy pronto.
Un día antes de salir, en la noche, en la celda del penal en donde me encontraba, entraron dos personas e inmediatamente uno de ellos se me abalanzó.
─ ¡No que muy maldito! – me dijo amenazante – ahorita vamos a ver si es cierto.
Éramos como 20 dentro de esa celda y todos se abrieron hacia la pared. Me quedaba claro, habían sido enviados para provocarme, para tratar de que yo no saliera de la penal. Se armó una grita y llegaron los celadores.
─ ¿Quién está armando tanto pleito?, ¿quién es el responsable del escándalo?
Los compañeros de celda señalaron a mi agresor y los celadores se lo llevaron.
Al día siguiente, mi hermano y la abogada que llevaba mi caso, me estaban esperando afuera, un juez federal me concedió la orden de libertad, pero se quedaron esperando. Los celadores me llevaron con un ministerio público dentro de la penal, este me dijo que yo había lesionado gravemente a una persona anoche; en ese momento, entraron los celadores y consigo traían a mi agresor bien golpeado del rostro, un ojo totalmente rojo, y la nariz y los pómulos inflamados. Le dije al M.P. que yo no había hecho eso, pero la persona me señaló, diciendo que estaba acostado y que de la nada lo había agredido. Yo negaba insistentemente, pero era la voz de él contra la mía, para empeorar el asunto, los celadores decían que era cierto, yo lo había golpeado.
Entraron dos Policías Nayarit encapuchados, ya conocía la rutina, me subieron a una camioneta, me sacaron de la penal y me llevaron directamente a la Fiscalía. Entramos y me metieron a una de las celdas donde ya había estado, pero esta vez no estaba solo, había ahí varios jóvenes, los escuchaba decir que los habían agarrado tomados al salir de los antros.
Como a las tres horas, de afuera de la celda, el guardia gritó.
─ ¡Se callan, cabrones!. Ahí viene el jefe Veytia.
El Fiscal entró junto a uno de sus comandantes. Con voz enérgica dijo.
─ Todos se van de aquí, menos este – señalándome a mí – ¡Órale, sálganse a la chingada!, y ya no estén jodiendo, porque si los vuelve a agarrar mi policía, si yo los vuelvo a ver por segunda ocasión, los voy a mandar directamente a la penal.
─ ¡Sí, señor!, gritaron todos los jóvenes, se salieron y se los llevaron de allí. Entonces Veytia me habló.
─ Mira, cabrón, ya has chingado mucho; mañana mismo me vas a quitar tu amparo, también vas a mandar a la chingada a tu abogada, yo te voy a dar un nuevo abogado. Ese abogado te va a sacar, él se va a poner de acuerdo contigo y con tu familia, vas a tener que cooperar y te vas de aquí; si no, va a haber otro pleito y quién sabe si ahora sí te toque la de malas y te mueras en la penal, y solo salgas en un ataúd. Cuando te vea de nuevo, es porque ya todo está arreglado.
─ Sí, señor, le contesté sin mirarlo a los ojos.
─ Regrésenlo de nuevo al penal, ordenó El Diablo y otra vez me subieron a la camioneta llena de encapuchados.
Cuando entró la camioneta a la penal, y antes de bajarme, el copiloto encapuchado me dijo.
─ Más vale que le hagas caso al Jefe. Si le haces caso, te vas de aquí; si no, nunca vas a salir.
Al día siguiente me subieron a barandilla, me buscaba un abogado. No se anduvo con rodeos y me dijo.
─ El Güerito me dijo que si pagas te vas y yo creo te quieres ir, ¿verdad? Háblale a tu hermano, retiren el amparo y despide a tu abogada, ya me tienes a mi por orden de Veytia; ya no recibas a los de Derechos Humanos de México, ya me dijeron que vinieron a verte el día que fuimos a sepultar a un comandante de Veytia y como no estaba el director de la penal los dejaron entrar, sino, nunca los hubieras visto. Ya córtale a eso para ayudarte a salir. Pasado mañana vengo, espero esté aquí tu hermano para platicar con él.
Hablé con mi hermano al día siguiente, firmé para retirar el amparo y a la abogada le di las gracias y la despedí, ya tenía un nuevo abogado, el que me puso Veytia. Durante unos meses de 2014 fue pagar y pagar, hasta que le dije al abogado de Veytia, porque nunca lo consideré mi abogado, que ya no teníamos dinero, pero el siguió pidiendo más.
─ Otro medio millón y te vas.
Como pudimos, mi familia y yo pagamos más de dos millones de pesos; al cubrir la última parte, una noche me llevaron de nuevo a la Fiscalía, me subieron al edificio central, me metieron a una sala amplia, donde estaba una gran mesa, ahí había varios cuadros con las fotos de lo exfiscales, la última era de Edgar Veytia.
Entró Veytia con el abogado que me obligó a contratar, y burlonamente me dijo.
─ Pues ya te vas, por mí te hubiera mandado al infierno, pero todo se lo debes a este abogado – señalándolo – por él estás libre. Te voy a dejar ir, pero no vas a regresar aquí, a Nayarit; aquí se queda tu familia como garantía…
─ Señor, por favor, con mi familia no…
─ No depende de ti, cabrón. Nunca pises Nayarit de nuevo, ¿me entendiste? – Veytia interrumpió mi súplica para reafirma que él aquí mandaba.
─ Sí, señor, le contesté y no me quedó más que aceptar mi cruel destino; me regresaron a la penal y al día siguiente salí libre.
Mi hermano me sacó de Nayarit, ni siquiera pude ver o despedirme de mis hijas, era a mediados de 2014. Me fui a una gran ciudad del país, ahí estuve trabajando y ganando honradamente mi salario, lo único que pude hacer por mi familia, por mis hijas, era mandarles el dinero para tratar de recuperar todo lo que ellos habían pagado por mí.
—
En marzo de 2017 recibí una llamada; era el señor Jorge, aquella persona a la cual le amarré mi camisa en la cabeza para impedir se desangrara más en aquel accidente de autobús; no perdimos contacto y por eso me enteré que fue él quien me salvó la vida pues le dijo a mi hermano como la policía de Veytia me había levantado; también él habló con unos conocidos suyos en la Marina, allá en la Ciudad de México, para dar a conocer mi situación; fue por eso que dejaron de torturarme y por eso no me mataron aquella terrible noche.
Era un día de fines de marzo, por la mañana, yo iba para mi trabajo y recibí su llamada.
─ Ya viste las noticias, me dijo por teléfono el Sr. Jorge.
─ ¿Qué?, ¿qué pasa?, le contesté desorientado.
─ ¿Cómo?, ¿aún no lo sabes? Prende la televisión, los gringos agarraron al Veytia, allá en Estados Unidos; lo están acusando de narcotraficante.
Casi dejo sordo a mi amigo al soltar un grito, un grito de alivio, de alegría; me disculpe con el Sr. Jorge por el grito, le dije que me comunicaría más tarde pues me dirigía al trabajo.
Lo vi y oí con mis propios ojos y oídos; el gran fiscal, El Diablo, Edgar Veytia había sido detenido por narcotráfico; al ver tal acontecimiento sentí como se iba de mi un gran peso de encima. Ese día llegué al trabajo y ya no era el mismo, me sentía más liviano, andaba alegre mientras cumplía mi jornada laboral.
Más tarde me llamó mi hermano para decirme lo mismo, él también no dejaba de gritar, de llorar al saber que por fin alguien le había puesto fin al infierno de Edgar Veytia; no dejábamos de hacer planes para saber cuándo era seguro poder ir a Tepic a ver a mis hijas, tenía más de tres años sin verlas, sólo hablaba con ellas por otro teléfono.
Mi hermano y yo estábamos pensando en qué hacer con las órdenes de aprehensión que tenía por supuestamente haber lesionado gravemente a dos personas en la penal; también seguía pendiente el tema de la maleta con droga, que aunque no pudieron probar que yo la llevaba y que un juez federal ya había ordenado mi liberación, Veytia y sus compinches lograron colgarme el delito. Por temor a que algo les pasara a mis hijas, decidí no regresar a Tepic.
Paso el tiempo y con ayuda de nuevos abogados, puede demostrar mi inocencia, en los tres delitos: nunca traslade droga y nunca lesione a esas dos personas en la penal. Todo mi infierno había sido orquestado por Edgar Veytia.
Fue en 2021, cuando la Fiscalía de Nayarit les entregó a los abogados los oficios en donde se declaraba mi inocencia en los tres delitos, era inocente. Me mandaron dichos documentos hasta el lugar en donde me encontraba.
─ Ya puedes regresar a Nayarit, me dijeron. Mi hermano vino por mi y juntos regresamos a Tepic. No cabía de la emoción, hacía siete años él me había sacado de la ciudad y ahora él me regresaba.
Llegamos a la casa de mis padres, mi familia ya nos esperaba ahí; estacionó mi hermano el carro y entramos; vi a mis hijas, la más grande apenas había terminado la carrera y la más pequeña estaba en la preparatoria. Ambas corrieron a abrazarme, yo también lo hice, y en ese abrazo tratamos de sanar todo el daño hecho por “El Diablo”.
Ya no les relato más, porque hasta la tinta con la que he escrito esto se está convirtiendo en lágrimas.
CAPITULO IV
Yo no le voy a vender mi alma al Diablo…
Veytia me apunta con la pistola a la cabeza.
─ Veytia, quítamela, ya me salvé de una.
─ De esta no te salvas, cabrón.
Me dijo el Fiscal, “El Diablo”, era el 2012.
—
En el otoño de 2010 iba en mi camioneta y se me atravesaron dos carros, se bajó gente armada y me apuntaron.
─ Bájate con las manos en alto – dijeron e inmediatamente subí las manos, uno de ellos abrió la puerta de mi camioneta, los otros seguían apuntándome.
─ ¡Órale, cabrón!, al carro – señalando una de las camionetas en las que venían.
Al principio pensé que eran policías y les dije no deber nada.
─ ¡Cállate, cabrón! – me gritaron molestos y me aventaron adentro de una de las camionetas.
Vi a uno con tenis, y pensé: “No son policías”. Uno de ellos me ordenó.
─ ¡Acuéstate!, no te muevas y calladito.
Me taparon la cabeza con un trapo. Solo sentí el movimiento del carro, me estaban secuestrando y yo no tenía dinero, solo tenía mis vacas de ordeña en el terreno de mi papá.
Como a los 30 minutos de dar vueltas, el carro se detuvo. Escuché como se abría una cochera, el carro entró despacio. Una vez cerrada la cochera, se acercó uno de ellos y bruscamente me dijo.
─ ¡Órale, pa’bajo!
Me bajé temblando de la camioneta y me llevaron a una habitación. Me amarraron los pies, las manos y me dejaron sentado en el piso; me quitaron el trapo de la cabeza, me tomaron una foto y me dijeron.
─ Cuidadito y platiques con estos – el hombre apuntó a otras personas.
No estaba solo en la habitación, había más personas en la misma situación que yo, ni quería voltear a verlos por estar repitiéndome mentalmente: “Estoy secuestrado, me han secuestrado…”.
Dos hombres armados vigilaban la habitación en donde me encontraba con las otras personas; como a la hora llega alguien más y de inmediato ordena.
─ Saquen a ese. El hombre me señaló a mí.
Me desataron los pies y me levantaron, salí y me llevaron a una sala donde había más hombres con armas largas, uno de ellos me empezó a interrogar.
─ ¿Cómo te llamas?, le dije mi nombre.
─ ¿Dónde vives?, le contesté en donde vivía.
─ ¿En qué trabajas?, le respondí “tengo unas vacas y las ordeñó”.
─ ¿Entonces eres ganadero?, los ganaderos tienen mucho dinero, muchas tierras, dijo.
─ No, señor – me atreví a replicar nerviosamente – yo solo tengo unas vacas y las ordeñamos mi esposa, mis hijos y yo en un terreno.
Empezaron aún más preguntas, qué cuántas vacas tenía, me preguntó por el terreno también y le contesté que ese terreno no era mío sino de mi padre.
─ Mira, tuviste mala suerte y buena suerte también. Íbamos por otro y te confundieron, esa es tu mala suerte; pero no tenemos nada contra ti, no eres del otro bando y esa es tu buena suerte. Vas a vivir si pagan un rescate por ti, pos ya te agarramos, si pagan te vas.
─ Sí, sí… – temeroso le contesté – pero no tenemos dinero.
─ Si pagan, te vas. – me reviró enérgico y después ordenó – Llévenselo. Si me echaste mentiras, en un rato más te mueres. Si sabes rezar, reza porque paguen, solo así te vas.
Fueron tres días eternos en ese lugar, pensaba en mis hijos. Mi hija iba a cumplir apenas 15 años ese otoño, el más chico tenía ocho años y el de en medio, 11.
Conozco a mis padres y a mi esposa, al pedir el rescate iban a hacer todo lo posible por conseguir el dinero, de eso nunca dudé; mi miedo era que pidieran mucho dinero y no hubiera quien lo prestara. Luego me ponía a pensar si en cuanto mi familia pagara el rescate los secuestradores me matarían; al fin ya tenían el dinero, yo no les importaba.
No sé cuántas veces lloré en esos tres días, las lágrimas me goteaban en la camisa y en el pantalón. Cuando se abría la puerta de la habitación, yo clavaba la mirada al piso, no quería ver el rostro de quienes entraban, pero sí me daba cuenta del ingreso de nuevos secuestrados a la habitación o cuando los sacaban de allí. Yo me decía: “Ojalá y me llamen de nuevo”, pero no pasaba nada.
Nos llevaban comida, y para eso nos desataban las manos; yo aprovechaba para desentumirme e intentar comer, no comía mucho, pero lo hacía para mantenerme vivo. Pasaba las horas enteras recostado en una colchoneta. Dormitaba con la incertidumbre, siempre pensando en mis hijos, en mi esposa, en mis padres; seguía llorando y rezando en silencio por la noche.
Tres veces me despertó el canto de los gallos allí. Muchas veces la puerta se abrió y se cerró, y mi esperanza se cerraba también.
Al tercer día, antes de oscurecer, se volvió a abrir la puerta; ya ni siquiera pensaba si por fin era mi turno, pero de repente vi como los zapatos de quien entraba a la habitación se detenían delante de mí.
─ Vente, oí una voz, seguía sin atreverme a mirarlo.
Me desató los pies, me levantó y caminó, caminé con él sujetándome un brazo.
─ Sigues teniendo suerte, ya pagaron. – dijo la voz de quien me interrogó el día que llegué y durante mi secuestro me enteré era el jefe – Está jodida tu gente, pero pagaron, vete a bañar porque te vas.
Sin pensarlo y por temor a que me mataran en el baño, yo le supliqué.
─ Señor, señor, por favor, si me van a matar, déjenme en alguna parte en donde me puedan conocer – di el nombre del lugar, uno de los secuestradores burlándose de mi casi gritó.
─ ¿¡Y no quieres que te llevemos flores también!?
El jefe miró al que habló, y alzando la voz, dijo.
─ Vete a bañar, te van a llevar a donde nos dijiste, pero vivito y coleando – luego se dirigió a sus compinches – Órale, desátenlo y llévenselo al baño.
Sus hombres siguieron la indicación, me desataron y me aventaron, caí en el piso del baño, me ordenaron me bañara rápidamente; cuando me puse de nuevo la ropa, con el jabón tallaba mi camisa y mi pantalón hasta los pies para que no oliera tan mal.
─ ¡Órale, ya estuvo, para afuera! Me gritaron y salí corriendo.
Me subieron a una camioneta. Otra vez me obligaron a recostarme, a quedarme callado y me volvieron a poner el trapo en la cabeza. Ya había oscurecido, creo estuve otra media hora trasladándome en la camioneta por la ciudad.
Una voz de los de adelante ordenó me levantara.
─ Abre la puerta y bájate. Aguas si volteas para ver a donde jalamos, porque si volteas te balaceo y te mando flores a tu casa. Toma… – me agarró la mano y me puso 200 pesos en la palma – son del Jefe para que te muevas, y ya te dije no vayas a voltear porque ahora sí se te acaba tu buena suerte.
Me bajé rápido y con miedo, pensando en cualquier momento sentir caliente la espalda por los balazos. Escuché el carro arrancar, no me atreví ni siquiera a moverme un centímetro, oí la camioneta alejarse, pero no escuché ningún disparo; sin embargo, a pesar de ya sentirlos lejos, caminé lentamente en sentido contrario a donde ellos se dirigieron, llegué a la esquina sin voltear a ningún lado, todo mi ser seguía atento a cualquier ruido, a cualquier carro o persona que se acercara a mí, de nuevo me invadió el miedo si en algún instante regresarían a matarme.
Caminé como 10 o 12 cuadras, a lo lejos vi una tienda comercial de las grandotas. Me metí inmediatamente, sentía la mirada de todo mundo. Anduve entre los pasillos y volteaba a ver si alguien me seguía. No compré nada, me salí y tomé uno de los taxis estacionados afuera de esa gran tienda. Le dije que me llevara a un lugar cerca de la casa, se arrancó.
Mientras viajaba en el taxi vi una licorería; le pedi al taxista si se paraba, me contestó que sí y le di el billete de 200 pesos, y le supliqué.
─ Ando bien crudo, no me compras por favor una pachita de tequila y te quedas con el cambio.
El taxista se bajó y regresó con la botellita. En cuanto me la dio, la abrí y me la tomé de golpe, no me supo a nada.
Me bajé cerca de la casa y me fui caminando. El corazón casi se me salía. Me sentí muy presionado y al irme acercando vi afuera de la casa a muchos familiares y los niños jugando. De repente una sobrina me vio y gritó: “¡Mi tío Nacho!, ¡mi tío Nacho!”. Y todos se vinieron corriendo a encontrarme. Esa noche lloré tanto como abrazos les di a mis hijos, a mi esposa, a mis padres, a mi familia y a mis amigos.
Un mes después mi hija cumplió 15 años; con el apoyo de amigos y familiares pudimos juntar un dinerito para festejárselos en una casa particular. Nos reunimos todos y celebramos su día en familia.
En ese momento recordaba lo sucedido el mes anterior; me tocaba mi cuerpo y estaba vivo. Mis hijos, mi esposa y mis padres también. Le agradecía a Dios por haber salido con vida de ese terrible secuestro, pero no sabía que unos meses después sufriría un golpe más fuerte.
—
Mi padre tenía un terreno cerca del río, dentro de la ciudad. Ahí tenía mi casa y vivía con mi esposa, y nuestros hijos.
En dicho terreno teníamos también una cría de ganado de 30 vacas lecheras, las ordeñábamos dos veces al día. Mi papá tenía otras tantas, y con eso llenábamos tarros de 40 litros con leche. Vivíamos más o menos bien con nuestro trabajo, pero después del secuestro, mi padre me dijo:
─ Vamos vendiendo el terreno y compramos un ranchito en otro lugar, fuera de la ciudad. Al rato nos van a denunciar y con cualquier pretexto nos quitan la propiedad.
Es un terreno de casi dos hectáreas y vale mucho dinero porque está muy bien ubicado, cerca del centro comercial más importante de la ciudad.
En 2011, al siguiente año de mi secuestro hablé con el pariente de un presidente municipal que había entrado en funciones apenas ese año. Él era conocido mío, pues iba seguido al terreno a echarse unas “barrosas”. Fuimos a ver a su pariente en el municipio de donde era alcalde, es un lugar con una bonita laguna.
Llegamos a la presidencia municipal, pero yo no pude ver al alcalde porque estaba muy ocupado, y su pariente me dijo le entregara los planos del terreno que queríamos vender mi papá y yo, que él se los presentaría al presidente municipal. Después de eso se nos vino el infierno.
A finales del 2011, un reconocido político se nos acercó a querernos comprar el terreno, pero no le gustó el precio que le dimos, en lugar de alejarse, al año siguiente, ya no nos lo pudimos quitar de encima.
Un día del 2012, el político llegó a la ordeña en una camioneta blanca acompañado de personas armadas, se bajó del vehículo, fue directamente conmigo y me dijo que me subiera.
─ Súbete a la camioneta y vamos por tu papá, el Jefe los quiere ver.
─ ¿Cuál jefe?, le pregunté
─ El jefe Veytia, y no le gusta que lo hagan esperar.
Ya sabíamos en la ciudad la mala fama de Veytia, me despedí de mi esposa, de mis hijos y me subí a la camioneta blanca del político.
En tres ocasiones nos llevaron a la Fiscalía a mi papá y a mí, siempre nos recogía gente armada, era la Policía Nayarit. En todas las ocasiones que nos “levantaban” y nos llevaban con Veytia, este nos amenazaba para que le entregáramos el terreno. Mi padre siempre le dijo que desde principios de 2012 ya lo teníamos apalabrado con un grupo religioso que nos lo compraba en 25 millones de pesos, ese precio se le hizo muy caro al fiscal Edgar Veytia, mejor conocido como “El Diablo”.
Una y otra vez que nos trasladaban a la Fiscalía, los comandantes a cargo nos decían que no le negáramos nada al Jefe, porque hasta ahí llegábamos con vida. En una de esas ocasiones nos tuvo esperando mucho tiempo, porque no dejaban de pasar personas a su oficina, de repente vimos pasar a un joven y sin importar que escucháramos Veytia le dijo.
─ A ver, mi cabrón. Yo no le hagas al pendejo, entrega la casa.
─ En eso ando, señor, le contestó el joven.
─ Si en esta semana no está a nombre de la persona que te dije, te mando al infierno, le dijo el Diablo.
─ En esta semana entregamos la casa, señor – contestó temeroso el joven – Vamos a ir con el notario.
─ Órale, pues, pa’fuera.
Así se la llevaba. Ese día fueron muchas horas de estar ahí, mi papá ya cansado me dice.
─ Vámonos, hijo; tenemos que levantarnos temprano a ordeñar las vacas.
Nos salimos y nos alcanzó uno de los ayudantes del Diablo y nos dice.
─ ¿A dónde van?, El Jefe no ha dado orden de retirarse, regrésense cabrones.
Y nos dimos vuelta, pero ahora a un cuartito que está entre el despacho de Veytia y una sala grande donde había muchos retratos. Estaba Edgar Veytia muy enojado, aventó a mi papá y por allá fue a dar al piso, si no mete las manos, mi padre se hubiera golpeado la cara contra un escritorio. Yo intenté levantarlo y un policía grandote me agarró por la espalda y me dijo amenazante.
─ ¡No te muevas!
─ ¡Ya estoy hasta la madre! – elevó la voz el fiscal – En esta semana van al notario y firman la escritura a nombre de mi compadre.
Así le decía “El Diablo” al político que siempre fue a amenazarnos, quien estaba ahí presente, escuchando las amenazas y viendo como Veytia nos torturaba.
─ Está bien – contestó mi padre, ya muy afligido – Díganos cuándo y llevo a mi esposa al notario para que firmemos la escritura.
Así debía ser, pues el terreno estaba a nombre de mi padre y de mi madre.
─ Mi compadre – señalando al político – les va a decir cual día van a ir con el notario, dijo Veytia.
Nos retiramos muy tristes y atemorizados, ahora nos estaba secuestrando el gobierno, el fiscal, “El Diablo”.
Unos días después, pasaron Policías Nayarit a casa de mi padre para llevarlos a firmar la escritura con un notario, y así “por las buenas” entregaron el patrimonio de toda una vida al político compadre del Diablo.
2011, 2012 y 2013 fueron para nosotros un viacrucis.
La Policía Nayarit nos llevaba un día a la Fiscalía, otros días a la casa del político porque estaba operado y no podía salir de su hogar, estaba convaleciente. En una de esas ocasiones que me llevaron a la vivienda del político, afuera del lugar estaban tres camionetas y mucha gente armada de la policía, de inmediato reconocí la Tahoe blanca del fiscal Edgar Veytia.
─ ¡Órale, llégale!, te está esperando el Jefe, me dijo uno de los policías armados.
Toqué la puerta de la casa y el que me abrió fue el mismísimo Diablo, en cuanto entré me apuntó con su pistola a mi cabeza.
─ Veytia, quítamela, ya me salvé de una.
─ De esta no te salvas, cabrón.
En eso apareció en la puerta otra persona y Veytia gritó.
─ ¿Y este cabrón?
Desde un sillón, el político convaleciente le dice al Diablo.
─ Es nuestro amigo, es nuestro amigo. ¿No lo reconoces?
Yo al verlo lo reconocí, era el presidente municipal al cual había ido a ofrecerle el terreno de mi padre a través de su familiar.
Nos metimos a la sala en donde estaba el político sentado, y este le dijo a Veytia.
─ Nuestro amigo, que es el presidente municipal de aquella bonita laguna, ya inició los trabajos de rellenar y emparejar el terreno del papá de Nacho. Eso le toca.
El presidente municipal intervino y dijo.
─ Ya comenzamos los trabajos en una orilla, está quedando bien bonito; si quieren vamos a verlo, pero se necesita que Nacho – refiriéndose a mí – y su papá ya se salgan con todo y vacas del terreno para que quede mejor.
Veytia, sin soltar la pistola y negando con la cabeza, dijo
─Tal vez otro día vaya, hoy no – después me preguntó – ¿De quién son los terrenos que están en la esquina del centro comercial? Enfrente del de ustedes.
─ No sé, probablemente sean del ejido, puesto que toda esa zona era ejidal pero sé que estaban vendiendo.
En la actualidad ya hay una placita comercial y una gasolinera en esas dos esquinas de la gran avenida. Entonces Veytia ordenó.
─ Pos investígame bien, y de inmediatamente salte a la chingada del terreno, ¿no ves que ya empezaron a rellenarlo y a emparejarlo?
─ Sí, señor; solo andamos buscando un lugar para meter las vacas, le contesté al Diablo.
─ Pues salte lo más rápido que se pueda e infórmate de los dueños de esas dos esquinas pegadas al terreno que te compramos.
Después de eso, a los poquitos días, llegó temprano el político al terreno. Iba acompañado de un comandante de Veytia y más gente armada. Mis hijos se fueron con mi esposa y se abrazaron de ella. Me hizo señas el político para acercarme y me dijo.
─ Mañana ya no te quiero aquí, porque si no todas tus vacas se van a morir y a ti te vamos a sacar a la chingada.
─ Señor – le dije – ya me prestaron un ranchito y ando apurado cercándolo para irnos, deme unos poquitos días más.
─ No, mañana no te quiero ver aquí.
El comandante le dijo al político si mejor de una vez iban calando las armas con las vacas, pero el político repitió que mañana no me quería ver ahí en el terreno, sino ya sabía de las consecuencias.
─ Te va ir muy mal, amenazó el político.
Tiempo después supe que al comandante que quería matar mis vacas lo emboscaron y lo asesinaron los del grupo contrario al Diablo.
Se retiraron del terreno, uno de los policías acompañante del político me dijo al pasar.
─ Compa, ya salte. Hazlo por tu esposa, por tus hijos. Si no te vas mañana, aquí va a ser un infierno.
Se fueron, me regresé muy triste con mi esposa y mis hijos y les dije que nos iríamos inmediatamente del terreno.
Hablé con unos amigos que nos ayudaron a arrear las vacas al ranchito que me habían prestado y que aún no terminábamos de cercar. Esa tarde, dejamos nuestra casa, el terreno de mi padre en donde crecieron mis hijos y nos fuimos con mucho sentimiento.
Después de buen rato arreando al ganado llegamos al lugar y metimos las vacas, ya atardecía y no podíamos terminar de cercar. Se vino una primera lluvia, porque era en verano. Mis amigos me dijeron que se retiraban pues tenían cosas que hacer, les di las gracias pues sin ellos no habría podido trasladar el ganado. La persona quien me prestó el terreno se retiró también, y me dijo.
─ Mañana me doy una vuelta y no te preocupes, yo no ocupo ahorita este ranchito, te puedes quedar un tiempo; ten fe, van a salir adelante.
Entre mi esposa, mi hija de 17 años, mis otros dos hijos y yo nos pusimos a trabajar duro, hacer pozos, enterrar los postes, pegar el alambre, pero se vino la noche y no terminamos. Con una lámpara y las luces de la camioneta seguimos trabajando, ya era de madrugada y se vino un tormentón, les pedí a mi esposa y a mis hijos meterse a la camioneta, pero no quisieron y entre la lluvia, los relámpagos y el lodo seguimos cercando el ranchito.
En eso una vaca se espantó, mi esposa gritó al ruido de un cascabel.
─ ¡Una víbora!, ¡una víbora!
Solté el alambre, agarré el machete y me fui directo a donde estaba mi esposa. Maté la víbora de un tajo, era muy grande, con muchos cascabeles. Mi esposa y yo metimos a los niños a la camioneta, ella los secaba con una toalla y les pusimos la calefacción; ya no los dejamos bajar a ayudarnos. Siguió lloviendo toda la madrugada. Casi al amanecer ordeñamos las vacas entre la lluvia, los relámpagos, las lágrimas de mi esposa y mías. Esa noche y madrugada fueron terribles.
Por fin amaneció, seguía nublado y terminamos de cercar como a las siete de la mañana; solo nos faltó hacer el falsete, pero ya nos queríamos ir, pusimos unos alambres en la entrada, nos subimos a la camioneta y nos fuimos a la casa de una prima. Llegamos, dejé a mi esposa y a mis hijos descansando y yo me fui a entregar la poca leche ordeñada en la madrugada. Salí muy triste de esa casa, nos la prestó mi prima, pero al final estábamos vivos.
—
Un día me sentí muy orgulloso de mi hijo, el más pequeño.
Ya habíamos entregado el terreno y me llamó Veytia. “Ahora, ¿para qué me quiere?”, pensé, “… ya le dimos todo”.
─ ¿Dónde estás?, me preguntó el Diablo.
─ En la casa de mi prima, le dije
─ Ven a la oficina – y antes de que yo pudiera preguntarle para qué me quería, me ordenó diciéndome.
─ En 10 minutos te quiero en la Fiscalía, aquí te espero.
Me llevé a mi hijo, el más pequeño, en ese entonces ya tenía 10 años. Mi esposa había salido a comprar unas cosas con mis otros dos hijos y no quise dejarlo solo. Llegué a la Fiscalía con miedo, Veytia había mandado pintar todo el edificio de negro.
Al llegar a su oficina le dije a la secretaria si podía pasar con Veytia, pues me había mandado llamar de urgencia. El cuidandero de la entrada de la oficina del Fiscal escuchó y me hizo un ademán de pasar, abrió la puerta y pasamos mi hijo y yo, de manera inmediata.
─ Este es tu hijo el más chico, ¿verdad? – comentó al verlo Veytia – Te tengo bien checado.
─ Sí, es mi hijo – le contesté tembloroso mientras se me apachurraba el corazón al saber que nos tenía vigilados.
Veytia abrió un cajón de su escritorio y sacó una bolsa llena de chocolates, se los ofreció a mi hijo.
─ Ven, agarra. Comételos, son tuyos.
─ No, gracias – mi hijo se negó, estaba serio.
Veytia de mala gana soltó la bolsa en el escritorio donde tenía la pistola, le dijo a mi hijo.
─ De todos los chiquillos que han entrado aquí, eres el primero que no quiere los chocolates – luego volteo a mirarme – A ver, Nacho, ¿ya me tienes los nombres de los dueños de las dos esquinas a un lado donde estaba el terreno de tu padre?
Pelé los ojos, la verdad una vez que mis padres “por las buenas” firmaron ante el notario la entrega de todo el terreno, yo ya no me ocupé de andar investigando, pensando ya nos iba a dejar en paz. Solo le contesté.
─ Fiscal, son del Ejido, pero no sé si ya los hayan vendido; así me dijeron unos ejidatarios.
─ ¿Entonces son del Ejido?, volvió a preguntar.
─ Así me dijeron, Veytia.
─ Muy bien, esos terrenos los necesito, espero los dueños se porten como ustedes; ‘ira, como te portaste bien, tus padres, tu esposa, tus hijos y tú están vivos; les salió barato el trato, ¿o no es así?
─ Sí, Veytia – le contesté – estamos bien.
Veytia le volvió a preguntar a mi hijo si quería chocolates, mi hijo con la cabeza se volvió negar, después Veytia nos hizo una seña y nos ordenó salir, no sin antes decirme.
─ Ahí te tengo vigilado.
Llegamos al estacionamiento en donde había dejado mi camioneta, pagué y nos fuimos rumbo a la casa. Ya solos y en una parada de semáforo le pregunté a mi hijo.
─ Hijo, ¿por qué no agarraste los chocolates que te daba Veytia?
Me contestó.
─ Papá, tú y mi mamá nos decían que ese señor era el diablo en persona y siempre mandaba gentes armadas por ustedes a amenazarnos con sus pistolas. A ustedes los maltrataba, le quitaron el terreno a mi abuelo, nos quitaron nuestra casa. Yo sí creo que ese Veytia es el diablo, me quería comprar mi alma con los chocolates y yo no le voy a vender mi alma al Diablo.
Después de decirme eso me miró tan triste, y le dije que un día Dios nos iba a recompensar tanto sufrimiento.
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Era el 2017, una mañana del 28 de marzo, mi hija entró a la casa corriendo y gritando.
─ Papá, mamá; en la tienda están diciendo que los gringos detuvieron a Veytia, allá en Estados Unidos.
─ ¿Quién te dijo? – mi esposa y yo le preguntamos sin creerlo.
─ Los de la tienda, en todas las noticias está saliendo. Dios quiera sí lo hayan agarrado – nos contestó mi hija.
Y sí, en la tele comenzó a salir la noticia de que la DEA había detenido a Veytia ese día; miles de personas nos alegramos: habían detenido al Diablo.
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Después de la detención del Diablo Veytia en Estados Unidos, al tiempo en 2019, el político compadre de Veytia cayó en la cárcel denunciado por múltiples delitos, entre ellos el de secuestro; y en uno de sus juicios, entre enero y febrero de 2023, salió mucha de la verdad de las atrocidades de Edgar Veytia, de cómo secuestraba, torturaba y utilizaba el edificio de la Fiscalía de Nayarit como su centro de operaciones para cometer impunemente delitos muy graves y hasta desapariciones.
En uno de los juicios al político, en una audiencia pública a principios del 2023, se ventiló, como si de una película del “Padrino” se tratase: Veytia hacia ofertas a sus víctimas que no podían rechazar.
En la audiencia, la defensa del político acusado del delito de secuestro, entre otros, le pregunta a las víctimas.
─ Señor, ¿Ud. dice que fue amenazado para subirse al vehículo del comandante que fue enviado por Edgar Veytia para ser llevado a la Fiscalía?
Inmediatamente la víctima le contesta al abogado.
─ Mire, señor; Veytia me llamó a mi teléfono preguntándome donde estaba, una vez le dije el lugar me ordenó no moverme de allí, que pasaría por mí uno de sus más cercanos comandantes…
─ Señor, señor – interrumpe el abogado defensor del político – le voy a pedir que cuando yo termine de hacer la pregunta solo conteste sí o no, no sea malito, por favor. – continúa preguntado – ¿Fue amenazado por el comandante para subirse a su vehículo?, por favor solo contésteme sí o no.
─ No, contesta la víctima.
─ ¿Lo esposaron para llevarlo a la Fiscalía? -, la víctima vuelva a contestar que no.
─ ¿Lo llevaron amarrado a la Fiscalía?
─ No.
─ ¿Lo obligaron a entrar a la Fiscalía?
─ No.
─ ¿Lo obligaron a entrar a la oficina de Veytia?
─ No.
El abogado del político acusado de secuestro pregunta a la víctima en la sala de la audiencia del juicio.
─ Ud. declara que en su oficina Veytia tenía en su escritorio una pistola y celulares, ¿Veytia lo amenazó con la pistola para que Ud. vendiera el terreno?
La víctima intenta explicar su declaración, pero el abogado le pide de nuevo solo contestar sí o no.
─ No.
─ ¿Veytia lo amenazo para subirse a su camioneta para ir al banco en donde le transfirió medio millón de pesos como pago de su terreno?
─ No.
─ ¿Recibió en el banco la transferencia de medio millón de pesos de la tarjeta de Veytia?
─ Sí.
─ Es cuanto, su Señoría, concluye el abogado defensor del político.
Los ministerios públicos y la asesora jurídica interrogan a la víctima en la sala del juicio.
─ Señor, ¿por qué Ud. esperó al comandante que Veytia le envío al lugar donde se encontraba ese día?
Como los ministerios públicos y la asesora jurídica no limitaron a la víctima a contestar negativa o afirmativamente, ésta explicaba cada pregunta.
─ Licenciada, me quedé esperando al comandante porque Veytia me llamó por teléfono y me ordenó no moverme de donde le dije encontrarme, pues el comandante iba a pasar por mi para llevarme a la Fiscalía a verme con él.
─ Señor, ¿por qué se subió al vehículo del comandante?
─ Porque el comandante bajó armado de su carro, me dijo que me subiera, que Veytia quería hablar conmigo.
─ Señor, ¿Ud. quería subirse al vehículo del comandante?
─ No.
─ Si Ud. no quería subirse al coche del comandante, ¿por qué se subió?
─ Me subí porque iba armado y tuve miedo de que algo me pasara si no lo obedecía.
─ Señor, cuándo llegaron a la Fiscalía ¿Ud. quería entrar?
─ No, no, licenciada. Yo no quería entrar.
─ Señor, si Ud. no quería entrar ¿por qué no se bajó del carro? ¿Por qué entró?
─ Tenía mucho miedo, licenciada. Tenía mucho miedo de que me pasara algo si me negaba.
─ Señor, ¿Ud. quería entrar a la oficina de Veytia?
─ No, licenciada; yo no quería entrar.
─ Señor, si Ud. no quería entrar ¿por qué entró?
─ Licenciada, la verdad yo iba bien cagado de miedo, Veytia tenía fama de asesino y secuestrador.
─ Cuando entró a la oficina de Veytia, ¿quiénes estaban dentro?
─ Estaba el fiscal, el político compadre del fiscal y policías armados.
─ Señor, Ud. dice que de la oficina de Veytia fueron al banco donde le hicieron la transferencia de medio millón de pesos por su terreno, ¿Ud. quería subirse a la camioneta de Edgar Veytia para ir al banco?, ¿Ud. quería vender su terreno a Edgar Veytia?
─ Licenciada, yo no quería subirme a la camioneta de Edgar Veytia, tampoco quería venderle mi terreno en esa cantidad porque mi terreno valía mucho más; y me subí a la camioneta blindada de Edgar Veytia porque había como 15 personas con armas largas y algunas encapuchadas que en tres camionetas se fueron detrás de nosotros hasta el banco y ahí, recibí esa cantidad en transferencia de la tarjeta de Veytia a mi cuenta. Yo nunca estuve de acuerdo con eso, pero estaba atemorizado por tanta gente armada y encapuchada que acompañaban a Edgar Veytia.
A preguntas de los ministerios públicos y la asesora, la víctima relató que del banco regresaron de nuevo a la oficina de Edgar Veytia, y ya en la oficina Veytia le llamó por teléfono a un notario público ordenándole dejara de hacer lo que estuviera haciendo y se viniera a la Fiscalía. El notario llegó muy rápido, era un notario joven, y allí Veytia le ordenó que iba a hacer una escritura a nombre de quien el político acusado señalara. De ese tipo eran las ofertas de Veytia que no se podían rechazar.
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A principios de 2023, me encontraba ante el Tribunal de Enjuiciamiento y el abogado defensor del político acusado de mi secuestro, me dijo que yo decía conocer la casa del político, que explicara cómo era seguramente pensando que había mentido en mi declaración y que nunca estuve ahí. A ese lugar, siempre con gente armada, me habían llevado en varias ocasiones y ante el tribunal inicié a relatar como era la casa por fuera y también por dentro, incluso comenté de como Edgar Veytia me apuntó a la cabeza con su pistola; por todo el sufrimiento acumulado en esos años de amenazas y torturas, exploté en sollozos y lágrimas. No podía parar de llorar ante los jueces, los abogados, ante el político que siempre me amenazó y ante el público presente en la audiencia.
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Era la segunda semana del mes de febrero de 2023.
─ ¡Señor juez, señor juez!, quiero hablar. Quiero hablar.
Clamaba el político quien en los tiempos de Veytia llegaba amenazante al terreno de mi padre, exigiéndome sacara las vacas. La voz salía de una pantalla en la sala de la audiencia, el político se comunicaba vía internet pues estaba en una penal de máxima seguridad fuera de Nayarit.
El juez presidente del Tribunal de Enjuiciamiento, comentaba algo a las dos juezas que tenía a ambos lados y le contestó al político.
─ Señor, primero necesito instalar la audiencia y usted podrá hablar – el político siguió insistiendo respetuosamente le permitirá hablar – Usted podrá hablar una vez instalada la audiencia – señaló de nuevo el juez; el político, ya con voz apagada, aceptó.
Una vez que todos los involucrados, ministerios públicos, defensores del político, abogados de las víctimas dieron nombres y datos, por fin el juez presidente declaró abierta la audiencia.
─ Ahora sí, señor, puede usted hablar – El político toma la palabra.
─ Señor juez, yo no pedí me trasladaran a esta prisión – durante los juicios el político fue trasladado a una prisión de alta seguridad en el altiplano mexicano.
El juez le respondió.
─ Yo tampoco pedí lo trasladaran, lo hicieron las autoridades penitenciarias y solo le diré esto: me dijeron que su vida corría peligro en el penal de seguridad donde se encontraba.
─ ¡Señor juez!, ¡señor juez! – se oyó la suplica del político – acá corro más peligro.
─ Señor, Ud. tiene a su abogado para apelar la decisión, yo no puedo hacer nada.
El político, desesperado, siguió hablando.
─ ¡Señor juez!, hace mucho frío aquí, no me dieron cobija, no tengo chamarra. Hace mucho frío, tengo mucho frío, tengo sed y no me dan agua. Estoy enfermo. Aquí no tienen los medicamentos que en la otra cárcel me administraban, señor juez, hace mucho frío – rogaba el político.
Vi en la pantalla la cara de mi opresor clamando piedad, quejándose amargamente de tener frío y sed, suplicando al juez le apoyara. Recordé inmediatamente el rostro de mi esposa y de mis hijos en esa noche oscura y lluviosa, el día que tuvimos que abandonar por sus amenazas el terreno de mis padres; recordé el empeño de mi familia por ayudarme a salir adelante. A ellos no les importó el frío ni sus cuerpos mojados, y hoy el hombre que nos acosó, nos humilló, nos secuestró las veces que quiso, estaba pidiendo clemencia a los justicieros.
Fue precisamente el día 14 de febrero del 2023, cuando los jueces dictaron su sentencia.
─ Señor Político, es Ud. culpable del delito de secuestro agravado en términos de Ley Especial del Secuestro del año 2013, y se le condena a 35 años de cárcel.
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─ Mamá, mamá, mi papá está hablando con el espejo, comentó sorprendido el niño a la mujer.
─ No, hijo; tu papá no le habla al espejo, le habla a la persona que está dentro del espejo.
En eso se escucha el ruido de cristales quebrándose, la mujer y el niño entran apresurados a la habitación.
Nacho no deja de ver los pedazos del espejo esparcidos en el suelo.
─ ¿Qué pasó?, ¿Te lastimaste?, le dice preocupada la mujer a Nacho al ver el espejo en pedazos en el piso.
─ No, no estoy lastimado – contesta Nacho – terminé de contarle mi historia al espejo y lo miré empañado, le pregunté por qué se empañaba. El espejo me contestó que mi historia era muy triste y rompió en llanto.
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─ Amo, aquí está quien se hizo pasar por usted en la Tierra.
El alma de Veytia le dice a Lucifer.
─ Señor, ya por favor, he sufrido mucho.
─ ¡Cállate! – le contesta Lucifer – en la Tierra eras muy valiente y aquí sí salió tu cobardía, le reclama la Gran Bestia y ordena a sus demonios.
─ Métanlo al Calabozo del Caníbal Lecter, hace semanas no le doy de comer.
Las bestias trasladan el alma de Veytia y la arrojan al calabozo del caníbal.
─ Regresémonos, tenemos reunión con el amo.
Un demonio le cuestiona a su líder.
─ ¿Por qué tanta fuerza para capturar el alma de Veytia?, si San Pedro ni tan siquiera le abrió la puerta.
─ Por impostor, al Amo no le agrada utilicen su nombre en la Tierra, eso no lo perdona.
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─ Cumplido, amo. El alma de Veytia está con el caníbal.
Apenas había dicho eso el demonio, cuando los gritos desgarradores de Veytia se escuchan salir del calabozo.
─ Miren – comenta Lucifer a sus demonios – hagamos nuestra reunión. Sus lamentos serán música para relajarnos, igual como le gustaba a él, cuando en su oficina de la fiscalía en Nayarit hacía sus cónclaves, y le gustaba escuchar los gritos de quienes mandaba torturar. Todo se paga en este infierno.
© All rights reserved Rodrigo González Barrios
Rodrigo González Barrios nació en la comunidad del Cora, Nayarit, México. Estudió agronomía y ha participado en diferentes actividades sociales y políticas. De 2016 a la fecha preside una organización no gubernamental y sin registro denominada Comisión de la Verdad, en Nayarit. Interpusieron denuncias por graves violaciones a derechos humanos en el periodo en que fue fiscal de Nayarit Edgar Veytia. Con apoyo social y gubernamental, han estado presos el exgobernador de Nayarit, el que fue presidente de los jueces y el que presidió el Congreso nayarita también. Todos ellos parte de una red macrocriminal.