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enero 2017

EL HOMBRE AL QUE SALVÓ KURT COBAIN. Xalbador García

Cornelia me mostró el cuchillo desde el lavabo de Burger King. No era tan violenta como gorda pero igual me dejó perplejo. El gerente había salido antes del cierre y los otros dos “asociados” (palabra culerísima para ocultar el esclavismo neoliberal) tiraban la basura atrás del estacionamiento. Uno de diecinueve —joven promesa de la poesía mexicana— y el otro de treinta y cinco —fracaso real de ídem— podían pasar media hora afuera. La oscuridad les permitía fumar mariguana y masturbarse mutuamente. Se trataba de un acuerdo entre caballeros.

Con los codos sobre la barra despachadora yo veía a Cornelia. Su fleco tocaba el techo gracias a las delicias del Spray Aquanet. Se lo había desteñido con agua oxigenada. Cuando abría la boca podía ver la parte de su dentadura. Se le llenaba con residuos de las hamburguesas que no se cansaba de probar. En el cuello, un pequeño collar de grasa era su marca de vida. La blusa, azul y rojo, con su nombre en una plaquita, apenas podía sostener las tetas que le nacían debajo de los sobacos teñidos de sudor. Le olían agrio. Yo estaba completamente enamorado de ella.

Minutos antes de que me amenazara con el cuchillo, en mi pantalón preparaba el anillo de compromiso. Creía excesivamente romántico pedirle matrimonio en el mismo lugar donde, dos meses antes, le había entregado mi castidad. Nuestra primera vez fue el 20 de febrero, justo el cumpleaños de Kurt Cobain. Era mítica nuestra fecha, como nuestro lugar. Soñaba con algún día llevar a nuestros hijos a cualquier Burguer King y contarles: “aquí empezó todo”, mientras Cornelia me regalaba una sonrisa nutrida de complicidad y erotismo.

Al notar que regresaba de cerrar la puerta principal, la vi lavando los últimos utensilios de cocina. Aún faltaba cerrar con llave los baños, limpiar las mesas del fondo y apagar los televisores del pequeño restaurante. El ritual de salida nunca se modificaba para aprovechar el Telecable hasta último minuto. En menos de media hora estaríamos fuera, celebrando nuestro futuro matrimonio. En los oídos Cornelia llevaba sus walkman amarillos, marca Sony, regalo del ex novio. Me encabroné poquito. Aguanté las ganas de reclamarle. No podía arruinar el momento. Al sentir mi presencia, volteó para escupirme: “Jesus, don’t want me for a sunbeam”.

Apenas era un año mayor que yo pero siempre me sorprendía con su experiencia de vida. Además de las delicias del amor, Cornelia me había enseñado el grunge. Convertimos a Seattle en nuestro París. No había mejor soundtrack para esa noche que Nirvana. De alguna manera ella estaba en la misma sintonía de romance. Por eso cantaba nuestra canción preferida. Estaba por arrodillarme cuando sus gritos navegaron en llanto: “Don’t expect me to cry / Don’t expect me to lie / Don’t expect me to die for you”. Tomó el cuchillo y fue por mí. Salté la barra. Afortunadamente su encabronamiento no la hizo más ligera.

Empezó a reclamarme por el robo de unos cartuchos de Supernintendo que habían sacado de su mochila. El de Zelda era el que más le dolía, aseguraba con los mocos en la boca. Sus piernas trataban de superar la meseta despachadora. Si logra brincar, ya valí verga. Rodó y cayó del otro lado. Mi lado. “Te amo”, le dije con desesperación. “Chingas a tu madre, flaco mamón y ratero”. Aunque golpeada, se levantó. Empezaba a tratar de ubicarme al momento que del noticiero nocturno de MTV dieron la noticia: “Kurt Cobain ha sido encontrado muerto en su casa, víctima de una sobredosis”. Callamos con el silencio que suelen tener la muerte.

Luego de unos minutos Cornelia tan sólo lloraba quedamente. El dolor se le había acumulado en los hombros. Se agachó hasta quedar en cuclillas. Quise consolarla pero, aún en el suelo, aún no soltaba el cuchillo. Fui a los vestidores por mi chamarra de piel, con logo de Guns N’ Roses, y salí del local.

Como homenaje luctuoso, desde aquel 5 de abril de 1994 no entro a ningún Burger King y tampoco practico videojuegos.

© All rights reserved Xalbador Garcia

XALBADOR GARCÍA (Cuernavaca, México, 1982) es Licenciado en Letras por la Facultad de Humanidades de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos (UAEM) y Maestro y Doctor en Literatura Hispanoamericana por El Colegio de San Luis (Colsan).
Es autor de Paredón Nocturno (UAEM, 2004) y La isla de Ulises (Porrúa, 2014), y coautor de El complot anticanónico. Ensayos sobre Rafael Bernal (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2015). Ha publicado las ediciones críticas de El campeón, de Antonio M. Abad (Instituto Cervantes, 2013); Los raros. 1896, de Rubén Darío (Colsan, 2013) y La bohemia de la muerte, de Julio Sesto (Colsan, 2015).
Realizó estancias de investigación en la Universidad de Texas, en Austin, Estados Unidos, y en la Universidad del Ateneo, en Manila, Filipinas, en la que también se desempeñó como catedrático. En 2009 fue becado por el Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Morelos, en la categoría de Literatura, en el área de Novela. Beca que ganó nuevamente en 2012, pero bajo el género de Ensayo Creativo.
Poesía, ensayo y narrativa suya han aparecido en diversas revistas del mundo, como Letras Libres (México), La estafeta del viento (España), Cuaderno Rojo Estelar (Estados Unidos), Conseup (Ecuador) y Perro Berde (Filipinas). Fue editor de la revista generacional Los perros del alba y su columna cultural “Vientre de Cabra”, apareció en el diario La Jornada Morelos por diez años.
Actualmente es colaborador del Instituto Cervantes de España, en su filial de Manila y mantiene el blog http://vientredecabra.wordpress.com/.

Muy buen cuento. Con drama, con humor y bien dicho aunque se le nota que no fue escrito recientemente. Se deberia hacer un update porque solo personas añejas como yo, conoce los detalles, marcas y funciones que mencionan.

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