Cada vez que un nuevo instante anunciaba su final haciendo caer una gota en el fregadero sobre el cuenco rebosante de los platos, rescatando del olvido aquel rincón de la cocina. Se escuchaba un efímero pero incisivo sonido capaz de penetrar hasta el mundo escondido dentro de sus sueños y sujetarlo como un gancho, hasta extraerlo poco a poco del letargo en medio de la noche.
Le duró nada el descanso antes de que el tormento chino de la gota de agua que horada la piedra, le condujera de nuevo a la realidad que se escondía un tanto incierta, en medio de toda aquella oscuridad. Vagamente espabilado, aunque sin haber acostumbrado su vista, todavía, a la penumbra; tuvo la sensación de haberse despertado en medio del cuarto de una casa que ya no habitaba, donde la puerta se encontraba del otro lado; y todos los muebles —incluyendo la cama— serían los de antaño. Como si el tiempo y el espacio permanecieran comprimidos en ese momento, dándole a él, el privilegio de una frágil omnipresencia.
—¡Que tontería! —se dijo sonriendo, después de haberse levantado a cerrar bien la llave.
Haciendo honor a su predilección por las horas de la noche, no dudó en aprovechar la vigilia para retomar el trabajo que había dejado pendiente durante la tarde de ese mismo día sobre el escritorio. Pero antes, quiso fumar un cigarrillo. Con la parsimonia de sus manos rescató a uno de la presión que ejercían sobre él sus compañeros dentro de la cajetilla. Vigilando que, en su delicadeza de cilindro de papel conteniendo pedacitos de hojas trituradas, no se rompiera al dar un brusco movimiento. Le encendió con una cierta gracia y un toque estético dignificante. Dando comienzo así, a la ceremonia tranquilizadora que exorcizaba y apartaba los peligros, como las hogueras encendidas espantan a las fieras en la noche.
Aquel ritual de mecánica compleja, inverosímilmente le sosegaba. La progresión del humo no newtoniano, primero en un flujo laminar suave, una especie de hilito que subía y de repente encontraba su punto de bifurcación, para luego convertirse en un flujo aleatorio, irregular y turbulento de volutas; le hacía recordar a Prigogine y cómo del orden se puede pasar al caos; y en modo inverso del caos al orden, lo cual no era otra cosa, que el misterio mismo de la vida…
Dio una última bocanada, y con un leve toque sacudió las indiscretas cenizas que quedaban, cuidando de no quemar el papel, para luego tomar el lapicero y comenzar a escribir.
© All rights reserved Eréndira del Carmen Corona Ortíz
Eréndira del Carmen Corona Ortíz nacida el 29 de octubre de 1984 en la antigua y hermosa ciudad de Veracruz, México. Es Ing. en Telecomunicaciones dedicada a la Automatización y Control, le gusta apreciar las realidades del mundo desde sus distintas perspectivas como en un caleidoscopio y ha encontrado en la poesía y los cuentos las herramientas perfectas para hacerlo. Ha publicado en revistas como Taller Ígitur, Otro Lunes (Revista Hispanoamericana de Cultura), Letralia – Tierra de Letras, Revista Tecnología Industrial en su sección +Literatura, Bitácora de Vuelo ed., y el boletín español Papenfuss. Recientemente obtuvo una mención especial en el II Concurso Internacional de cuentos on-line «Oscar Wilde» organizado por Boukker con su escrito El vuelo de la Mariposa.
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