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Octubre 2021

EL ENCRIPTADO SILABAR DE LAURA SOLÓRZANO. Adán Echeverría

 

No era mía la voz, sino del viento

Laura Solórzano

En la búsqueda que realicé para el desarrollo del Mapa Poético de México (en 2008), encontré el trabajo de Laura Solórzano (Jalisco, 1961). Desde entonces he disfrutado una y mil veces su trabajo poético, al grado de compartirlo en mis redes sociales, usar versos de la autora como epígrafe para algunos de mis textos, o presentarlo a los asistentes a mis talleres de creación literaria, quienes siempre terminan contagiados de mi entusiasmo por sus letras.

El trabajo de Solórzano presenta gran anchura temática: pasa de la pasión cárnica, atraviesa las historias familiares (los años que transcurren desde una mirada infante y recalan en una mirada cuidadosa como de una madre), en su obra se palpa el deseo, como la indiferencia, el abandono, la consumada felicidad, y todo visto siempre desde el sentirse poeta, desde el saberse escritora en constante dedicación…

«—Papá, ¿sabes?, quizá se publique mi libro…

  —¿Cuál libro?

  —El de poemas, papá, te acuerdas que te conté…

  —Ah, sí, sí… Tú que escribes, deberías escribir relatos o una novela. Escribir, lo

     que se dice escribir».

(«Coprolitos»,

en Lo que soñó la novia del hombre lobo, 2019)

Y desde ese sentirse y saberse dueña del oficio, es de donde la autora nos brinda libro a libro una razón para leerla, recorrer pausadamente cada una de las letras que ha ido escogiendo, como quien está en busca de oro, y tiene que filtrar y cernir miles de litros del río, guijarro a guijarro. Porque lo que en la obra de Solórzano llama la atención son los sonidos, y es en ellos (en paladear los fonemas) en donde Laura nos hace detenernos, en esa forma visual que tiene el sonido de cada palabra, la recuperación de cada fonema, la conjunción entre consonante y vocal. Es por ello que, en cada una de sus obras, el trabajo poético que Solórzano desempeña para la construcción de sus versos, me recuerda a aquellos monjes de la edad media que iban trazando una a una las letras sobre el papel, o aquellos cajistas que contaban las pequeñas letras metálicas haciendo cálculos de los tipos que entraban en cada línea, (en su caso verso, estrofa, poema), con sumo cuidado y dedicación en las imprentas. Escuchemos:

«Decirte cosa, cal, cisterna de cisne subido al despojo

que fragua el césped en tu fobia, frontal e indiferente,

inhóspita y subdividida en cierta acidez, te tengo

anestesiado, sonámbulo de casa de sequedad de severa

insuficiencia, sucia e inyectada».

(Lobo de labio, 2003)

«Me encajo en la nocturna idea de un suave farol y en la factura de foco hirviente: siento una claridad defectuosa. Me alzo en la fortuna de haber resistido alegres faldas con una inflamación de respiros que se lleva el fotón a su discurrir eléctrico».

(«Franz», en Un rosal para el señor K., 2005)

No necesitamos ser unos estudiosos de la poesía para mirar, sentir, ver, y oír estos dos pequeños fragmentos que ahora presento. El sonido «c» y «s» del primer fragmento, tanto como el fonema de la «f» y la «v» del segundo fragmento son por demás claros. Ahora, la construcción poética no es solamente tomar el recurso y aplicarlo. Imagen, ritmo y sentido, dicen que es lo principal (tal vez lo mínimo) que se debe presentar para estar frente a un poema. Solórzano da prueba de su genialidad al construir poderosas imágenes y versos, impulsándose en el sonido de cada sílaba, y haciéndonos reconocer en la concatenación de los versos, el canon de sus propias lecturas.

En aquel «suave farol» como una «nocturna idea» donde el hablante lírico nos cuenta (mientras nos canta) que decide «encajarse» se nos despliega el oficio de escribir tanto como lo escrito, la propia obra a la que la autora quiere referenciarse; y en el giro poético se termina por dilucidar aquello de: «una claridad defectuosa»; tanto como en «El ojo de mis luces se abre a la descomposición de la noche» nos permite descubrir (en ese lenguaje verbal encriptado) la voluntad de todo escritor que se atreve sobre la blanca hoja, en el amparo de las tinieblas; pues ante la noche de la inconsciencia está la luz de cada lectura: «Las manos de mi mente mueven la inmensidad» (¡qué tal este cúmulo de «emes» en la que la autora regodea su silabar!). Pero veámoslo completo:

FRANZ

Me encajo en la nocturna idea de un suave farol y en la factura de foco hirviente: siento una claridad defectuosa. Me alzo en la fortuna de haber resistido en alegres faldas como una inflamación de respiros que se lleva el fotón a su discurrir eléctrico.

El ojo de mis luces se abre a la descomposición de la noche. Las polillas de lejanos párpados, aletean su pestaña de angustia. El equilibrio oscuro coloca su manto y el vuelo de los robles hace rugir al viento. Vierto mis alas al festival informe del iris: una miopía provechosa. Las manos de mi mente mueven la inmensidad para que el sitio calme su rostro errante y yo encaje mi labio aquí.

(Un rosal para el señor K., 2005)

¡Wow! Kafka se sentiría contento de haber sido homenajeado con tal profundidad. La imaginación creciente (el ojo de mis luces), la noche como inspiración en la avanzada del insomnio creativo (polillas de lejanos párpados, aletean su pestaña de angustia).

Uno puede leer y releer el poema, leerlo en voz alta (que es como se disfrutan más los poemas) y paladearlo, recostarse en el poema, satisfecho de su sonoridad, de su profundidad. Uno puede quedarse a vivir en este poema. ¡Y esto apenas empieza!

La autora nos va regalando a lo largo de su obra ese ideal del sonido, del encriptamiento de la idea dentro de las sílabas, nos hace ver al poeta como ese ser humano cotidiano, que al tomar la pluma (el teclado) se convierte en un asceta, mago, arquitecto, y va tallando y tallando la hoja blanca para que el poema tenga forma. Vamos descubriendo al escritor tanto como el oficio del poeta, de alquimista literario:

«¿Ese ruido es la razón que en esta ribera jactanciosa, yo fecunde una y otra vez la misma trama interior, la misma cantaleta de púrpuras?» se pregunta la autora, descubriéndose, quitándose aquel velo, dejando el manto sobre la cama, mirando hacia la ventana que es su propio pensamiento: «porque quiero el concierto que habrá de perseguirme en esta luz que soy y que ingresa en mí como un Yo en fuga».

El movimiento de la voz poética de Solórzano es cadencioso, rico en sonoridades, con ímpetus de oleaje sobre los riscos escarpados perdidos en la bruma, en el acantilado que es en sí mismo el oficio por el que la misma autora desdobla cada uno de los fragmentos que la conforman: psicóloga, artista visual, poeta, maestra, editora, curadora de letras, que no cede, que continúa estudiando y recordándose, dándose cuenta del avance por el que ha caminado:

«La poesía es para mí la manera de estar en contacto con la realidad interior que cobra vida leyendo o escribiendo poemas. En mi vida cotidiana es el espacio de la imaginación y la creatividad y también del desdoblamiento». (Dice Laura Solórzano en entrevista realizada por Mayra Navarro de Lemus).

Y podemos percatarnos de que es muy real lo que ha expresado si leemos el siguiente poema:

«destilación

En el estanque de nuestros ojos, el sonido del agua.

Amigo mío, por la rendija se van los círculos.

La musculatura del silencio nos quiebra.

El deseo compone una intensa sinfonía de huesos

donde la piel es una escultura inesperada:

sensual elocuencia ceñida en amada oscuridad

El mundo oprime el habla de los cuerpos

en una conversación que calla su eje y se extraña

al masticar aquí sus hierbas nudosas.

Hemos ensayado tanto el diámetro de las palabras,

su ángulo trémulo. Pero seguimos oyendo, sin pausas,

el adiós del agua».

(Oración vegetal, 2015)

Porque la piel, en verdad que es «una escultura inesperada», y necesitamos de esa mirada del poeta para poder comprenderlo, valorarlo, entenderlo, significarlo en el recorrer nuestra propia historia, nuestro crecimiento corporal y físico, cárnico y mental, que nos permitiría describirnos y también descubrirnos mientras más avancemos por el interior de nuestros pensamientos, como pudiéramos vernos a través de un microscopio, como lo ha hecho la autora en cada una de sus obras:

En Lobo de labio como mujer cargada de erotismo, reconociéndose en el deseo del Yo:

«Yo batallaba en ti en una duda dada».

«Ese pecho, esa barca que se cierra

sobre el lago de la luna, no he sido yo».

«Rajada en el cubo como cicatriz de córnea a la deriva,

iba yo una vez encinta»

«Yo persigo una laguna

de roca intermitente, y en la punta de compuerta te miro

obrar como si en la persecución yo sucumbiera».

«yo parto la raíz y en la disección nadas,

como si mi lunar fuera una luna llena.

Te orillo a llamar y te lloro al complicar tu música»

«yo al venir te

digo ven, quiero un campamento en la cumbre del cuerpo».

O desde la tercera persona de Un rosal para el señor K., que no es más que la tradición lectora, donde la autora recrea el objeto desde el cual también busca descubrirse:

«El hombre espera con las manos a la sombra de su credo»

«Quiero ser el ala de una idea que busca el ave de su propia ventana»

«Que la imaginación sea un dios.

Que la imaginación sea un dado»

«Métricas aun ocultas, en abismales lápices, expansivos, sin fin».

En Nervio náufrago, la autora utiliza de nuevo su Yo para expandir su poética, pero lo hace ahora intentando el uso de los conceptos desde los que, como si de un lienzo se tratara, la autora consigue plastificar su voz, y canta, (cuenta y canta, como exigía Octavio Paz) con un lirismo profundo y reflexivo:

«Quiero el incendio de un lugar quemado por su espejo / (…) Quiero regresar por los huesos a comer de aquella primera identidad»

«Entre las dos manos, un libro nace»

«Hoy experimenté con el color, la débil luz y la ausencia.

Algunos miraban de pie cómo el nido había caído desde las ramas»

Para Oración vegetal, la autora ya es una clara dominadora de su tema, encriptar en el sonido de las palabras, porque en el silabar está el concepto, en deconstruir el concepto y volverlo imagen se encuentra su oficio de escritora, y como escritora es más que una artista, es mujer, y maestra, y madre, y ser humano consciente, para transmitir en el lector aquella savia vital, que es la sabiduría del poeta, ya que su oficio lo puede equiparar con aquel que cultiva la tierra para extraer de la semilla, que es la idea, la voz que le permita comunicarse con el otro, y eso es vivir consciente por cada momento de la vida:

Vivero

La voz surge insegura en la semilla.

Desespera entre canciones de sucesos pasajeros.

En ese viaje divaga, en esa esquina la voz se nubla

impenetrable y germina en la antesala de las palabras.

Yo atisbo con el ojo olfativo, con parpadeo

de impaciente espera, este ánimo es el mirador

del comienzo. Un murmullo que afirma

en cada paso la persecución de un fruto.

En cada ser el nuevo humus promete la planta

la geografía y el sistema, emprende un crecimiento

hacia el diseño de sí.

Incluso, en su libro de cuentos Lo que soñó la novia del hombre lobo, la idea de la palabra como herramienta vital del ser humano, también es aterrizada por la autora, que hace que la novia del hombre lobo diga: «No había palabras. Por eso empecé a balbucear, para llenar eso que no se llenaba, un vacío incómodo que nos encerraba como en un puño». Magnífico. La autora recurre a la poesía, el espacio en el que mejor se mueve, para atrapar en el cuento, el mismo significante: novia-mujer-discurso-palabra-idea-pensamiento, distinto y distante del hombre lobo-bestia-hombre carente de lenguaje que apenas se consuela en gruñir, acicalarse vanidosamente el pelo, recostado frente al espejo soñando con el cuerpo de otras mujeres: «Te pregunté cualquier cosa, pero tú invariablemente gruñías», remata fabulosamente la autora.

Este ha sido un pequeño acercamiento al encriptado silabar (o silabeo) en el que la búsqueda del sonido nos pide que escuchemos gustosos los fonemas de cada verso, en el que la autora ha encriptado tanto el gusto lector, como el oficio de poeta, sin dejar de tocar el abanico de temas que la han conformado en sus años de escritora. Los invito a disfrutar de su lectura.

Literatura consultada

Navarro de Lemus, Mayra. (2019). Laura Solórzano. Entrevista en la sección Ideas del portal de noticias Informador: https://www.informador.mx/ideas/Laura-Solorzano-20190830-0004.html Revisado el 5 de agosto de 12 a 17 horas.

Solórzano, Laura. (2003). Lobo de labio. Alojado en https://www.elcalamo.com/ Revisado el 5 de agosto de 12 a 17 horas.

Solórzano, Laura. (2006). Un rosal para el señor K. Dirección General de Extensión. Coordinación editorial. Universidad de Guanajuato. 64 pp.

Solórzano, Laura. (2011). Nervio náufrago. Editorial La zonámbula. 68 páginas.

Solórzano, Laura. (2015). Oración vegetal. Mano Santa Editores. 63 páginas.

Solórzano, Laura. (2019). Lo que soñó la novia del hombre lobo. Letras para volar. Programa universitario de fomento a la lectura. Universidad de Guadalajara. 85 pp.

 

© All rights reserved Adán Echeverría

Adán Echeverría. Mérida, Yucatán, (1975). Premio Estatal de Literatura Infantil Elvia Rodríguez Cirerol (2011), Nacional de Literatura y Artes Plásticas El Búho 2008 en poesía, Nacional de Poesía Tintanueva (2008), Nacional de Poesía Rosario Castellanos, (2007). Becario del FONCA, Jóvenes Creadores, en Novela (2005-2006). Algunos de sus libros son La confusión creciente de la alcantarilla, En espera de la noche; libros de cuentos Fuga de memorias (2006) y Compañeros todos (2015) y las novelas Arena (2009) y Seremos tumba (2011). En literatura infantil ha publicado Las sombras de Fabián (2014).

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