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Julio 2017

EL EMPEÑO Y OTROS POEMAS. Felipe Fernández Sánchez

El empeño

 

Tengo el empeño de olvidarme de las palabras.

Todos los días.

Me lo he propuesto machaconamente,

con la intención de decir

“Te quiero”,

como la primera vez.

 

Recuperaré la voz trémula de mis inseguros principios

temiendo un rechazo indeseable.

Me obligaré a repasar todos los vocablos del idioma,

intentando mejorar mi palabreo de amor

para llegarte con mi palique.

 

Estoy dispuesto a hablarte de mi querencia

siempre,

aunque las manos me suden

y  mi voz se achique.

Y al recibir la primera sonrisa abriéndose,

se sonrojen mis mejillas.

 

Ayer,

mañana,

indistintamente,

olvidar.

No acordarse,

empezar desde la nada,

para poder decir “Te quiero”

Y que suene siempre,

siempre,

como la primera vez.

 

 

Se me olvidará

 

I

Desabrido recibí los años en su visita.

Impertérritos a mis objeciones

decidieron quedarse a vivir conmigo.

Traen la experiencia y achaques difíciles de obviar.

Renegar de ellos no les impide

campar a sus anchas por la geografía del cuerpo.

Perdí la esperanza de llegar al punto que una vez soñé.

 

II

 

Perdidos los sueños que una vez imaginé.

Los recuerdos son amargos

por mucho que los adorne.

Lo vivido es pasado.

Regurgitan las células manchas en la cara,

arrugas que vuelven ásperas las sonrisas.

Torna la risa en sonidos desencantados,

se anquilosa toda la maquinaria

descubriéndome torpezas al caminar.

Evoco sin querer la prestancia pasada.

 

III

 

Por un momento

se me fue mi nombre.

Rememoro

los sucesos más antiguos.

Me pregunto

quién comparte mi lecho

Me acuerdo.

del nombre de los amigos

de hace cuarenta años,

cincuenta años.

Sus apellidos, dirección, teléfono.

Revivo fácilmente

los juegos de la infancia.

No supe decir

el nombre de mi hija.

Me asusta el olvido.

Olvidar

que te quise.

Olvidar

que te quiero.

 

 

Mariposas de colores.

 

El lepidóptero oscuro se hace color

cuando lo bañó el arco iris.

No evites sus ondas.

Permite a los colores mancharte la cara.

 

Arrebol de las mejillas de las muchachas en flor.

Arrebol de los claveles.”

 

Efectos secundarios

al pasar entre sus extremos,

los del arco iris.

Te puedes poner a cantar.

En el peor de los casos,

tararearás feliz una canción.

Cuando eso me pasa a mí,

prefiero silbar,

es famosa mi escasa habilidad

para el canto.

 

Te dirán:

“No rastrees el arco iris.

Al final de los colores

no busques un caldero de  oro,

no te salgas del camino,

repite las consignas,

sigue por el asfalto gris.

¡O atente a las consecuencias!”

 

Y yo te digo:

“Arrebólate.”

 

¡Qué agradable la sintonía de las palabras apasionadas, soñolientas, achacosas...! Compartimos nuestras nostalgias para encarar solidariamente lo que está por venir. Me alegra, Felipe, comprobar que tu verbo resiste a lomos de tu afán.

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