El empeño
Tengo el empeño de olvidarme de las palabras.
Todos los días.
Me lo he propuesto machaconamente,
con la intención de decir
“Te quiero”,
como la primera vez.
Recuperaré la voz trémula de mis inseguros principios
temiendo un rechazo indeseable.
Me obligaré a repasar todos los vocablos del idioma,
intentando mejorar mi palabreo de amor
para llegarte con mi palique.
Estoy dispuesto a hablarte de mi querencia
siempre,
aunque las manos me suden
y mi voz se achique.
Y al recibir la primera sonrisa abriéndose,
se sonrojen mis mejillas.
Ayer,
mañana,
indistintamente,
olvidar.
No acordarse,
empezar desde la nada,
para poder decir “Te quiero”
Y que suene siempre,
siempre,
como la primera vez.
Se me olvidará
I
Desabrido recibí los años en su visita.
Impertérritos a mis objeciones
decidieron quedarse a vivir conmigo.
Traen la experiencia y achaques difíciles de obviar.
Renegar de ellos no les impide
campar a sus anchas por la geografía del cuerpo.
Perdí la esperanza de llegar al punto que una vez soñé.
II
Perdidos los sueños que una vez imaginé.
Los recuerdos son amargos
por mucho que los adorne.
Lo vivido es pasado.
Regurgitan las células manchas en la cara,
arrugas que vuelven ásperas las sonrisas.
Torna la risa en sonidos desencantados,
se anquilosa toda la maquinaria
descubriéndome torpezas al caminar.
Evoco sin querer la prestancia pasada.
III
Por un momento
se me fue mi nombre.
Rememoro
los sucesos más antiguos.
Me pregunto
quién comparte mi lecho
Me acuerdo.
del nombre de los amigos
de hace cuarenta años,
cincuenta años.
Sus apellidos, dirección, teléfono.
Revivo fácilmente
los juegos de la infancia.
No supe decir
el nombre de mi hija.
Me asusta el olvido.
Olvidar
que te quise.
Olvidar
que te quiero.
Mariposas de colores.
El lepidóptero oscuro se hace color
cuando lo bañó el arco iris.
No evites sus ondas.
Permite a los colores mancharte la cara.
“Arrebol de las mejillas de las muchachas en flor.
Arrebol de los claveles.”
Efectos secundarios
al pasar entre sus extremos,
los del arco iris.
Te puedes poner a cantar.
En el peor de los casos,
tararearás feliz una canción.
Cuando eso me pasa a mí,
prefiero silbar,
es famosa mi escasa habilidad
para el canto.
Te dirán:
“No rastrees el arco iris.
Al final de los colores
no busques un caldero de oro,
no te salgas del camino,
repite las consignas,
sigue por el asfalto gris.
¡O atente a las consecuencias!”
Y yo te digo:
“Arrebólate.”