Tres pérdidas para un hombre: su amor, su dinero y su patria.
Autor y Director Nilo Cruz. Elenco Zully Montero (Leandra) Teresa María Rojas (Albertina) Alexa Kuve (Belén) Ariel Teixidó (Preston) Andy Barbosa (Presentador) Anna Silvetti (Carolyne). Serafín Falcón (Oscar) Roberto San Martín (Orlando) Alexei Reyes (Joven). Diseño de escenografía Fernando Teijeiro. Diseño de Luces Carlos Repilado. Fotografía Donald Stoot. Producción General Alexa Kuve
Si algo hay que agradecer a Nilo Cruz en este momento actual del teatro hispano en Miami, es la seriedad con que aborda su profesión para situar una puesta en escena como la de “El color del deseo”. Arrancar con una imagen de una mujer en pantalla grande mientras un hombre la contempla en blanco y negro con el sufrimiento de haberla perdido, es un reclamo sin duda para averiguar qué sucederá a continuación y un buen resumen sobre lo qué nos va a contar en su libreto.
Con una escenografía frugal, con detalles aéreos como un hermoso candelabro central y a la vez muy metafórica, esta pieza narra la historia de un quebranto. Una “falta”, según la terminología lacaniana, que, desde el paralelismo, alterna el abandono que sufre Preston, un distinguido hombre de negocios norteamericano, por una mujer (Emily), con su otro amor: Cuba. O mejor dicho, por aquella Habana de la noche llena de glamour y vida lujosa que fue la capital a finales de los años cincuenta y que ve reducido su polo de atracción turístico al mínimo, debido a los acontecimientos de todos conocidos.
Un amor que las circunstancias le obligan a ser suplantado por Belén, joven actriz, en espera de que ésta sea compensada. Y también -valga la redundancia- en espera que Preston se convierta en su amor real por sus argucias…Hasta aquí la esencia.
Alrededor hay otras pequeñas tramas secundarias. Una muy vivaz, familiar y tierna ligada a la tía de Belén y a su madre. Y otra cercana a la comedia a partir de la relación que establece Preston con sus amigos de la ciudad. Subtramas, por otra parte, ligadas al paisajismo humano de la época y a los hechos acontecidos. Aunque en mi humilde opinión, resten algo de fuerza dramática –no valor argumental- a la idea preferente: la caída de tres “imperios” para un hombre: el de su amor, el del dinero, y el de su patria de origen. Nilo las utiliza en el fondo, para dar base a una historia coral donde el deseo de cada uno de los personajes va adquirir un tono distinto. Un color, por cierto, que les dejo a ustedes su elección.
Si no subrayo la manera particular de abordar el rumbo de los actores y el concepto coreográfico del director, sería injusto. Y si no digo que existe a style made by Nilo, también. Y no tanto por la temática que escribe, de sobras conocida, sino por la manera en que desarrolla, ubica y conduce las piezas en el escenario. Destacar, antes que nada, la delicadeza, gruñonería y actitud soñadora de una magnífica Albertina, Teresa María Rojas, un referente en nuestra ciudad y que Nilo se ha tomado como reto personal el que estuviera en escena. La abnegada y contenida Leandra (Zully Montero) la mamá de Belén. La “loquita” y bien estimada Carolyne, a cargo de Ana Silvetti, alternando con dominio y desenfado su atrevimiento con sus recuerdos y vivencias en La Habana. Ariel Teixidó de magnate de negocios como Preston –…bravo Ariel- y látigo perfecto de una desesperada Bélen (Alexa Kuve) que arrastra su pesar con dignidad por los escenarios a parte de llevar una impecable producción teatral. Pero si en La belleza del padre yo me inclinaba por un desenvuelto Roberto San Martín (Orlando en la obra) fungiendo de inmigrante marroquí con mucha ingeniosidad, en esta pieza quiero destacar desde un aparentemente discreto segundo plano, a un joker: Andy Barbosa. Un actor donde la polivalencia que le obliga su papel, le ha permitido sacar lo mejor de sí en sus cuidadosos roles de presentador, camarero o de simple ayudante escénico. Su espontaneidad, desenvoltura y conocimiento del oficio son una perfecta transición en los tiempos que requiere la obra sus cambios de escena.
Y para finalizar una observación de espectador –…no como crítico- que no ha nacido en la Isla. Una reflexión temática en forma de pregunta que me tiene curioso. Si yo no supiera la historia de la Cuba contemporánea…o si yo fuera cubano-de-la-isla-adicto-al-régimen y veo El color del deseo a día de hoy ¿justificaría o condenaría la famosa “revolución” tal como está planteada la obra con el quehacer de sus personajes viviendo “la vida loca” entre casinos y cabarets?
Esta es la sutileza de esta representación a mi entender: jugar con la ambivalencia de la oscuridad de aquel periodo en ambos lados. Un periodo histórico que Nilo Cruz lo relaciona con el momento de hoy por la dependencia posible que se podría crear a raíz de la apertura de las relaciones con EE.UU y, razón por la cual, el director se ha animado a reestrenarla. No es un teatro moral; es buen teatro, en este caso, donde todos pierden mientras un país se hunde desde el “triunfo”. Nagari