Titulo Original: El Club (The Club)
Año: 2015.
País: Chile
Director: Pablo Larraín
Guion: Guillermo Calderón, Daniel Villalobos, Pablo Larraín
Música: Carlos Cabezas
Fotografía: Sergio Armstrong
Reparto: Roberto Farías, Antonia Zegers, Alfredo Castro, Alejandro Goic, Alejandro Sieveking, Jaime Vadell, Marcelo Alonso, Gonzalo Valenzuela, Diego Muñoz ,Catalina Pulido, Francisco Reyes, José Soza.
Sinopsis:
Cuatro hombres conviven en una retirada casa de un pueblo costero, bajo la mirada de una cuidadora. Los cuatro hombres son curas y están ahí para purgar sus pecados. La rutina y tranquilidad del lugar se rompe cuando llega un atormentado quinto sacerdote y los huéspedes reviven el pasado que creían haber dejado atrás. (FILMAFFINITY)
El Club es un film polémico, que impacta, que estremece y afecta la susceptibilidad del público, es inevitable, lo afecta, pero ese es su objetivo, calar hondo en las conciencias.
Me atrevo a asegurar que desde el católico más devoto hasta el ateo más acérrimo son tocados por su crudo contenido de verdades difíciles de digerir y de un audaz mensaje.
La historia se desarrolla en el lúgubre pueblo chileno de La Boca, que vendría a ser como el Macondo de García Márquez o el Cómala de Rulfo, a mi parecer un limbo terrenal, un lugar recóndito, donde no pasa nada, perfecto para morir en el anonimato. A este pueblo gris y triste, la Iglesia católica chilena destierra a cuatro sacerdotes pecadores para que purguen sus culpas y están al cuidado de una monja que crea junto con ellos una bizarra familia que trata de olvidar las atrocidades que cometieron en el pasado. La Iglesia, no los puede desaparecer, pero si esconder por ser una vergüenza y porque deben de estar lejos, muy lejos de la prensa.
La Hermana Mónica, la monja, muy bien interpretada por Antonia Zegers, siempre con una sonrisa impuesta en el rostro, la cual esconde a una amargada y reprimida mujer que encierra en su interior la furia de sus más horribles demonios, es quien tiene organizados a estos sacerdotes y les ha armado un horario que cumplen día a día, además de ser la encargada de hacer competir al perro del padre Vidal, un galgo que es como la gallina de los huevos de oro del grupo y que permite que cada cierto tiempo reciban una cantidad de dinero por las carreras ganadas.
Los pecados de cada uno de ellos son diversos, a manera de ejemplo de aquellos delitos por los que los sacerdotes católicos son muchas veces culpados. Estos pecados deambulan a sus anchas por esa casa ignorados por quienes quieren olvidarlos. Hasta que llega el quinto sacerdote al hogar, el Padre Lazcano, trayendo consigo la vergüenza de la pedofilia, ahí es donde aparece un personaje que se convertirá en la conciencia de cada uno de ellos. Sandokan, es el nombre de este personaje, que estoy segura es una ironía del director. Este nombre pertenece a un personaje de ficción, el cual era un príncipe de Borneo que se convierte en un pirata para vengarse de los británicos. Hago el paralelo con este otro Sandokan el cual dejó de ser niño para convertirse en un ser traumatizado y que tal vez quiere vengar de alguna manera a todos aquellos niños víctimas de sacerdotes pedófilos. Este es un personaje magistralmente interpretado por el actor chileno, Roberto Farías, es un hombre que de niño fue abusado sexualmente por el padre Lazcano y más que un ser humano perturbado, es un alma en pena, que arrastra las cadenas de sus traumas infantiles y juveniles y que deambula acompañado de un discurso que comienza con la suave nana de “Naranja dulce, limón partido” para tornarse poco a poco en una letanía cruda, obscena, vergonzosa que afecta tremendamente a Lazcano hasta empujarlo al borde de su propio infierno ayudado por uno de los sacerdotes.
El Padre García hace su aparición para aclarar la extraña muerte, aunque su objetivo real sea cerrar la casa de los sacerdotes, pero al llegar y entrevistar a cada uno de ellos y a la monja, descubre que los demonios que venía aplacar eran más grandes de los que él creía; es tentado, es chantajeado y sin querer se vuelve cómplice de las atrocidades que acaban con la vida del galgo y con la llegada de Sandokan a la casa.
La banda sonora nos dirige al clímax del film mesclando una música acompañada constantemente de unas estremecedoras campanadas, que hablan por sí solas del catolicismo, de la religión, de la injusticia, de la maldad, de planes macabros, de podredumbre, en fin , con cada toque al público impávido el film, le cala hondo con sus fuertes imágenes.
García que parece ser un sacerdote “de verdad”, trae a Sandokan a la casa y se los impone como la penitencia, que hasta el momento no habían siquiera empezado a pagar. García limpia su consciencia diciendo “Yo amo a la iglesia y no quiero hacerle daño”. Luego de cantar con el grupo “Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo” se va cerrando el caso y cerrando las puertas de un purgatorio terrenal, el cual es mejor que una verdadera cárcel o que el manicomio o las frías y peligrosas calles para Sandokan.
Si tiene oportunidad de ver este film, prepárese para lo brutal, abra su mente, recíbalo objetivamente, que si da paso a su subjetividad tendrá que salirse de la sala a la mitad de la proyección.
© All rights reserved Dotty Vásquez Mantero
Dotty Vásquez Mantero nace en Lima, Perú en 1967. Estudió Ciencias de la Comunicación en la Universidad de Lima y fue profesora de Lenguaje Cinematográfico y Guión. En la actualidad ejerce como formadora, periodista y escritora de literatura infantil en la ciudad de Miami.