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Junio 2022

EL BÚFALO CIEGO Y OTROS CUENTOS DE MIRTA YÁÑEZ. Laura Ruiz Montes

La narradora y crítica cubana Mirta Yáñez ha pasado su vida literaria comprendiendo y no sé si somos capaces de darnos cuenta cabal de lo que significa comprender cuando van en juego silencios, acontecimientos históricos, vida pública y circunstancias privadas. Y digo Mirta Yáñez porque decir Carmela, Conchita, Agustina, Matilde, Silvina, Marisabel, Hortensia sería muy largo para hablar de las voces femeninas que asoman desde los cuentos de Yáñez y que, reunidas en la antología El búfalo ciego y otros cuentos, tratan de entender y asimilar lo que ha sucedido a lo largo de los casi veinte años que median entre las historias de Todos los negros tomamos café, que abren la compilación, y las de Falsos documentos, que la cierran.

En 1976, persistía un velo de silencio que tapiaba las ventanas que algunas mujeres habían abierto con su escritura para asomarse a un paisaje otro y/o para tener acceso a su propio patio. Claraboyas, tragaluces y escotillas habían sido construidas por escritoras antillanas y cubanas pero muchas de ellas fueron ocultadas e   invisibilizadas, cancelando así no pocos intentos y proyectos valiosos. Sin embargo, en ese mismo año, aparece un cuento como «Por la mañanita Fifita nos llama», que logra mostrar, con más veracidad que cualquier noticiario, las imágenes del azote del ciclón Flora bufando sobre el grupo de muchachas que «dando el paso al frente» habían marchado a las lomas de la zona oriental de Cuba a recoger café.  El deber por un lado, las embestidas de la naturaleza por otro pugnaban con la historia de una joven, sola, haciéndose múltiples reproches que se sumaban al miedo, la oscuridad y el abandono de ilusiones… Esas páginas contaban la irrupción de la vida privada en la pública y viceversa, a la par que daban fe de ese sempiterno fenómeno caribeño que azotó con desmedida llevándose casi todo excepto el sentido del humor, guardián protector ante la adversidad.

Y quizás esa sea esa la misma joven que en «Todos los negros tomamos café» hizo lo posible por transgredir el espacio doméstico para convertirse en aquella que vio temblar a su madre ante la perspectiva de que su hija se fuera de casa, no para caer en brazos de un buen matrimonio sino para ir a recoger café a esas montañas lejanas donde –oh! peligro!– corría el riesgo de trastornarse hasta el punto de enamorarse de un negro y ante cuya insistencia la madre termina diciendo: «haz lo que te dé la gana». Y justo ese hacer lo que le da la gana es el verdadero temporal que desencadena la escritura del resto de los cuentos que veinte años después conforman la colección de marras.

La ruptura de modelos, las confesiones al estilo de biografías de impensable cariz están bien implícitas en estas historias. «Desde muy temprana edad me gradué de mosquita muerta», dice la protagonista de «El búfalo ciego», cuento que da título al compendio. Esto nos hace saber que tal y como fue anunciado, los personajes femeninos diseñados por Mirta Yañez han hecho lo que se les ha venido en ganas desde una autonomía e independencia desarrollada a través de distintas vías: ocultar una moneda, trazarse planes futuros con ella, soñar, concebir ardides para escapar del pueblo y del destino impuesto; dar rienda suelta a la imaginación en un afán por descubrir un más allá, aunque quien descubre, mujer al fin, sabe que «lo distinto suele ser castigado. Y yo era nada menos que una aborigen de otro mundo.»

Como el búfalo –salvaje o doméstico, según el hábitat– las protagonistas también viven rumiando, buscando un algo más: llámese conocimiento, viaje, huida, transgresión. Posibilidades todas que implican movimiento y que hacen que estos personajes, como muchas de las mujeres de la literatura antillana contemporánea, no tengan una conducta estática, paralizada o que, de tenerla, se cuestionen sobre tal conducta y sobre sí mismas, manifestando preocupación real por su yo más íntimo, por la indagación de cuál es su verdadero lugar y qué quieren realmente o qué hay más allá de la añoranza por otros aires de verdadera libertad.

Es importante destacar en este libro la interrelación de los hechos literarios con los ambientes históricos y sociales. Los personajes de estos cuentos no hablan siempre desde un mismo sitio. A ratos lo hacen desde un ambiente rural, a veces desde uno citadino. Ora desde las brigadas cubanas recogedoras de café, ora desde las aulas universitarias, lo que deriva en un enriquecimiento de propuestas.

La apropiación de notables momentos de la literatura y el arte universal es meritoria en estos textos, en tanto arrojan posibilidades infinitas de relecturas y llevan a la consecución de una región propia donde se exponen vivencias propias y espacios de alteridad. Aquí está la escalofriante referencia al almohadón de plumas de Horacio Quiroga, el homenaje a Jack London, y también el ritmo criollo del estribillo: todos los negros tomamos café. El establecimiento de estos entramados instaura una importante complicidad que Mirta Yáñez trabaja desde una certera calidad escritural y estética, acompañada de un delicioso ritmo propio donde el sentido del humor salva, acompaña, ironiza y define.

Yáñez ha sido consecuente. Y no hablo solo del tratamiento que hace de los personajes femeninos de sus historias, hablo también de su labor como divulgadora y antologadora de la literatura escrita por mujeres en Cuba. Hablo de su afán por hacer manifiesta la participación creativa de estas mujeres en el proceso de formación de la nación letrada y cultural.

El patriarcado puso un velo pero Mirta Yáñez alzó su mano para descorrerlo, abrió ventanas hacia la luz y colocó altoparlantes para –haciendo lo que se la venido en ganas, como sus personajes– dar visibilidad y participación al discurso femenino dentro del decursar de todos los procesos de la isla caribeña. Yáñez no solo ha sido (es) una mujer que escribe, sino también ha ejercido de testigo y accionante desde la búsqueda crítica, comprendiendo, movilizándose y movilizando dentro de esto que aún hoy en día continuamos llamando proyecto nacional.

© All rights reserved Laura Ruíz Montes

Laura Ruíz Montes (1966). Poeta, editora, ensayista y traductora. Ha publicado libros de poesía en Cuba y el extranjero, de los cuales Los frutos ácidos y Otro retorno al país natal, obtuvieron en 2008 y 2012 respectivamente el Premio Nacional de la Crítica Literaria. También ha publicado libros de ensayos (centrado en la literatura caribeña), teatro y literatura para niños y jóvenes. Su traducción del francés de El exilio según Julia, de Gisèle Pineau obtuvo en 2018 el Premio de Traducción Literaria. Su último libro de poesía publicado es Diapositivas (2017). Su volumen Grifas. Afrocaribeñas al habla (entrevistas a treinta creadoras del Caribe anglófono, francófono e hispanohablantes) está en proceso editorial en el Fondo Editorial Casa de las Américas. Es la editora principal de Ediciones Vigía y la directora de La Revista del Vigía de esa misma editorial.

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