[El bisturí]
El bisturí inocula su dolor.
En el corte limpísimo florece
el polen que envenenan las avispas,
su aguijón turbulento y ofensivo.
La mesa del quirófano está lejos
de la luz y la tierra del jardín,
su amor desesperado por la vida
y el material mohoso del origen,
lejos de la pasión de los hierbajos
y la piedra porosa en la que sangra
la desgastada edad de las vocales
que escribieron verdad y compañía.
En la asepsia que exige el hospital,
el bisturí recorta el corazón
de la página blanca del poema,
la sábana que tapa el cuerpo enfermo.
No queda ni memoria ni alarido,
tan solo un hueco rojo en el lenguaje.
En la mano que empuña la salud
hay sin embargo un corte diminuto,
una línea de sangre y su alfabeto.
con Álvaro Mutis
también con Gambarotta
[Lanzar contra la luz]
Lanzar contra la luz todos los peces
y evitar que las redes los atrapen,
que los muerda el anzuelo con su boca
curvada en la violencia de morir.
Desanudar la asfixia, trabazón,
bocanada de anhídrido y espinas
en que se hunden la angustia y los tacones
cuando el jueves se cierra, abochornado,
sobre su propia lista de imposibles.
Lanzarlos como quien avienta lana,
como quien suelta el trigo tras la trilla
o la harina blanquísima en el pan,
para que permanezcan en su vuelo
igual que permanece en la memoria
del agua cada fibra de la luz.
Para que se detenga su caída
contra el asfalto sucio, contra el miedo
metálico que exudan los arpones.
Para que permanezca en cada letra
el copo diminuto de almidón
como quietud de aquello que se mueve,
pez que se escurre raudo entre las manos
y nada en la canción de las agallas.
con Eugenio Montejo
[Lo amputado]
Animal amputado que no muere,
vegetal amputado que no muere,
palabras amputadas que no mueren.
Contra el dolor que tala la hermosura
–el brazo gangrenado y su exigencia,
el dedo que la máquina anuló
y su uña que se aferra a lo invisible
como tenaz se aferra a cada árbol
la yema en la que inscribe su deseo,
porción y cobertura seminal–
siguen creciendo el tiempo, las ramitas.
Sigue empujando el río en su desove,
la larva en lo precario, el estornino
en el amor salvaje a las distancias,
la almendra en su epitelio y su ternura.
Sigue empujando el sol toda la luz.
Quien amputa sonidos, no percibe
que en la palabra bosque, late el árbol
y en la palabra rama, la madera.
Que está el viento dormido en el violín
y la piedra en la tierra y su traspié
como están en la casa el pan y el hambre,
las vocales abiertas de la boca.
Que aunque estén cercenadas las palabras
cada letra confirma su energía,
su entrega y movimiento, su caudal.
Prolifera la vida en sus acopios.
con César Vallejo
© All rights reserved María Ángeles Pérez López
María Ángeles Pérez López (Valladolid, España, 1967). Poeta y profesora de la Universidad de Salamanca. Ha publicado seis libros de poemas y dos plaquettes. Antologías de su obra han sido publicadas en Caracas, Ciudad de México, Quito, Nueva York, Monterrey y Bogotá. En forma biliingüe acaban de aparecer en Italia y Portugal.