Nadie imaginó que aquella noche en que asaltaron a Raúl Castro, las cosas cambiarían en el pueblo; es más, si alguien pudo haberlo vaticinado era doña Eulalia, pero, justo aquella noche, andaba de parranda en casa de su prima que, -después de haber vendido hasta lo invendible-, le cumplió a su hija una boda pomposa que duró cuatro días.
Tampoco podemos reclamarle a don Chucho, porque aunque es un secreto a voces que él sabe todo lo que doña Eulalia predice, también tenemos que admitir que no es del todo fácil preguntárselo enfrente de su señora. No somos un pueblo amarra navajas, eso sí no.
El caso es que Raúl Castro, iba esa noche al centro del pueblo a ver a Toñita, -la hija del dueño de la tiendita de la esquina- y se había ajuareado como en días de fiesta, porque Toñita en realidad, ya le había dado el sí, pero como dice la canción de “La Negra”, nomás no le decía cuando. Aquella noche Raúl estaba dispuesto a llevarla a casa de su hermano, porque éste también había sido invitado a la boda de la hija de la prima de doña Eulalia, y su casa era grande, así que nadie oiría los gritos o gemidos de la novia, según fuera el caso. Bien lo dicen, cuando el pueblo es chico, el infierno es grande.
Entonces, Raúl, -distraído como su madre y miope y testarudo como su padre-, no se dio cuenta de que unas calles antes de llegar al kiosco, dos hombres lo seguían hasta que lograron interceptarlo cuando salía del cajero bancario. Se dice que lo tomaron de los hombros, le pusieron una pistola en las costillas y lo subieron a una camioneta que traía placas del norte.
Dicen también que Raúl no sabía que pasaba, y que hasta llegó a pensar que era una broma, pero para su mala suerte no era ningún conocido, ni una mala trastada de los amigos, eran los hermanos Benítez Vela, -oriundos del norte, y viajeros más que por ganas, porque andaban huyendo de la policía- y que aquella noche necesitaban dinero para dormir en cualquier hotel de paso y seguir su rumbo.
La cosa fue rápida, o eso es lo que dicen: que aventaron a Raúl unos kilómetros más adelante de la entrada del pueblo, allá por donde sigue sin estar la carretera, donde los compromisos del gobierno siguen sin cumplirse. Ahí merito encontraron el cuerpo horas más tarde.
Para cuando el pueblo ya andaba diciendo que Raúl había dejado a Toñita esperando, ella había roto todas las cartas de amor, ya hasta le había recordado hasta a la abuela, e incluso se peleó con San Antonio, por haberle traído un novio incumplidor. Su padre, quien hubiese dado la vida por su hija menor, mandó llamar a Pedro y a Juan para que le trajeran a ese “tal por cual” de Raúl. El pueblo comenzó a buscarlo hasta por debajo de las piedras.
Dicen que el cuerpo de Raúl tenía dos balazos en cada pierna, que le faltaba un dedo en la mano derecha y el ojo izquierdo estaba a punto de salírsele. Se rumoró que había sido torturado hasta el último segundo de su vida, aunque nadie fue testigo. Y como un río rompiendo su caudal, el pueblo corrió la voz hasta llegar a la indignación de todos los que vivimos aquí.
Nos fuimos derechito a la casa del presidente municipal, ahí íbamos con machetes, pistolas, resorteras, y hasta las mujeres llevaban mecates y ollas de barro, por si había necesidad de aventarlas contra alguien. Exigíamos explicaciones y decíamos a grito abierto que queríamos justicia.
El presidente municipal no quería salir, tenía miedo de la muchedumbre que se arremolinaba en su casa, sin embargo, fue tal la presión que generaba aquel dolor por la pérdida de Raúl, -testarudo pero, trabajador, noble y amigo de casi todos en el pueblo- que el presidente no tuvo más que dar la cara y prometer que se buscaría a los culpables en las siguientes horas a como diera lugar. Y no hubo nunca ningún lugar, ni ninguna justicia. El pueblo quedó en tensa calma.
Con el tiempo, los crímenes en el pueblo comenzaron a hacerse comunes. Era como si el enojo que causó la muerte de Raúl Castro, se hubiera quedado impregnado en cada uno de nosotros. Como si el sentimiento de injusticia se convirtiera en una cosa personal, como si nos hubieran matado algo a todos. Toñita huyó meses más tarde para desgracia de su padre.
Por ahí nos enteramos que se había casado con uno de los Benítez Vela, al principio nadie se lo perdonó. La creímos una traidora. Luego nos enteramos que una noche mató a su esposo. Que no nada más le quitó la vida, sino que lo castró, le cortó tres dedos y luego le dio el tiro de gracia. Todo eso lo vio el cuñado, y no pudo hacer nada, él para ese momento ya estaba moribundo por los balazos que le dio Toñita. Alguien encontró los cuerpos pero a nadie le importó gran cosa, al menos eso dijo doña Eulalia que tampoco predijo nada de ese asunto. Luego de Toñita ahora sí ya no supimos nada, dicen que se fue pal´ sur, nosotros creemos que se fue con Raúl Castro.
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Brenda Navarro. Escribe porque no sabe dibujar, ni tocar el piano. A veces, aspira a ser humana.
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