Se trata de metodologías escriturales muy distintas y son estados anímicos, psíquicos e intelectuales bien diferentes los que impulsan la creación novelística y la poética.
El trabajo que conduce a la escritura de una novela está signado por la premeditación y la disciplina. Es imprescindible previamente establecer un plan para la investigación conducente a adquirir los conocimientos necesarios en cuanto a época, hábitos, características generales y particulares de personajes, localidades, etc., a fin de que puedan ser representados con alguna verosimilitud.
La ficción precisa ser capaz de hacernos creer que personas, hechos y circunstancias que no existieron nunca y que probablemente no tengan lugar jamás, sí tienen entidad durante unas horas de lectura. Esto es todavía más extremo en el caso de la novela histórica, que requiere de mucha mayor investigación que otros subgéneros.
Ya en posesión de los datos antedichos, viene la etapa de trazar el «plan de batalla contra la hoja en blanco»: qué es lo que vamos a narrar y cómo vamos a organizar los tiempos de escritura.
Acerca de lo primero, en general, se procede inicialmente a bosquejar «el monstruo», un texto breve, de algunas pocas carillas, donde intentamos plasmar con trazos gruesos qué es lo que va a suceder. Luego, a este esquema tan amplio lo dividimos en secciones, los futuros capítulos de la novela, y procedemos a detallar cuanto va a acontecer en cada uno, intentando dar el mayor detalle de escenas, personajes y situaciones. Este segundo esquema es «el hijo del monstruo». No solamente es útil para seguirlo, sino también para contradecirlo, modificándolo a cada rato, pero con el hijo del monstruo ya tenemos contra quien pelearnos y eso ayuda muchísimo. Desde luego que estamos hablando muy a vuelo de pájaro y cada novelista sabe muy bien a qué me refiero.
En el aspecto disciplinario que necesita la factura novelística, es cosa esencial fijar horarios estrictos para el tiempo de escritura y cumplirlos a rajatabla. Deben ser espacios temporales preestablecidos —cada uno dispondrá su duración según sus propias posibilidades— pero sean cuales sean, en ellos no debe haber posibilidad de distracción ni interrupciones. Nada de teléfonos ni Internet, lecturas que nada tengan que ver con la trama de la novela, etc. Es tiempo asignado premeditadamente a una sola función: la escritura novelística, así no logremos llenar siquiera una carilla.
Hacia el primer borrador de una novela
En cuanto al trabajo en sí, hacia el logro del primer borrador: existen varias posibilidades y métodos, algunos designados informalmente con el nombre de escritores que los han cultivado. Tenemos el procedimiento «Stephen King», muy bien resumido por el autor de La Torre Oscura diciendo que:
usted escribe una página cada día, a partir del primero de enero, y para cuando llega
Navidad tiene sobre su escritorio una novela de trescientas sesenta páginas.
Metódico, el hombre.
Otro procedimiento es el «Susan Sontag»: con el hijo del monstruo en la cabeza, se redactan primeramente los capítulos o fragmentos de capítulo que más nos entusiasman y luego veremos cómo hacer para poner todas esas partes en relación, modificándolas cuanto sea preciso.
Por mi parte organizo todo apelando al monstruo, el hijo del monstruo y luego combino el método King con el Sontag, no siempre en partes iguales.
Escribir poesía
En lo que hace a escribir poesía, es cosa bien diferente: necesita de «disparadores», lo que antiguamente llamábamos inspiración; ahora no nos absorbe el aliento de ningún dios, por lo que en mi caso preciso que alguna situación, un lectura, algo que veo por TV, me dicen, escucho por la radio o de lo que directamente soy testigo presencial, produzca en mí una cadena de asociaciones de ideas a las que llamo «el fantasma», más bien constituidas en un inicio por sensaciones que por conceptos.
Los contenidos del fantasma luego comienzan a transformarse en palabras y de allí surge el comienzo, el final o una parte del desarrollo del poema; muy raramente todo el conjunto, pero a veces esto último también sucede.
Como se ve, tras tan larga explicación, dadas las completas diferencias que ofrecen la creación de una novela y la de un poema, bien se puede ejercer una y la otra en un mismo período, sin que vayan a invadir sus propios territorios en un lapso dado.
© All rights reserved Luis Benítez
Luis Benítez nació en Buenos Aires el 10 de noviembre de 1956. Es miembro de la Academia Iberoamericana de Poesía, Capítulo de New York, (EE.UU.) con sede en la Columbia University, de la World Poetry Society (EE.UU.); de World Poets (Grecia) y del Advisory Board de Poetry Press (La India). Ha recibido numerosos reconocimientos tanto locales como internacionales, entre ellos, el Primer Premio Internacional de Poesía La Porte des Poètes (París, 1991); el Segundo Premio Bienal de la Poesía Argentina (Buenos Aires, 1992); Primer Premio Joven Literatura (Poesía) de la Fundación Amalia Lacroze de Fortabat (Buenos Aires, 1996); Primer Premio del Concurso Internacional de Ficción (Montevideo, 1996); Primo Premio Tuscolorum Di Poesia (Sicilia, Italia, 1996); Primer Premio de Novela Letras de Oro (Buenos Aires, 2003); Accesit 10éme. Concours International de Poésie (París, 2003) y el Premio Internacional para Obra Publicada “Macedonio Palomino” (México, 2008). Ha recibido el título de Compagnon de la Poèsie de la Association La Porte des Poètes, con sede en la Université de La Sorbonne, París, Francia. Miembro de la Sociedad de Escritoras y Escritores de la República Argentina. Sus 36 libros de poesía, ensayo, narrativa y teatro fueron publicados en Argentina, Chile, España, EE.UU., Italia, México, Suecia, Venezuela y Uruguay