EMBRUJADA
—Dicen que en el bosque hay brujas. Que salen por la noche y celebran sus aquelarres a la luz de la luna. Y si descubren a alguien por allí, lo embrujan y, a partir de entonces, poseen su cuerpo y su alma cuando quieren.
—Madre, eso son tonterías, viejas habladurías que nada tienen que ver con la realidad— comenta Cecilia, acicalándose su vestido y pintándose los labios. Esa noche es el baile en el castillo y está invitada.
—También cogen a bellas muchachas y les arrancan el corazón para que se lo coma el diablo.
Como respuesta Cecilia profiere una gran risotada.
—No vayas al bosque, hija. Estoy preocupada.
—Haré lo que crea oportuno. Usted estuvo la semana pasada y no le pasó nada. Si quiero ir, iré. Es la manera más rápida de llegar hasta el castillo del conde.
—Hay otro camino, aunque es más largo. ¡Ay! Hija, no sé por qué tienes que hacer siempre lo contrario de lo que yo digo.
La joven se va, con gesto desafiante. No quiere llegar tarde.
La madre se queda en la cocina. Suspira. Abre un cajón cerrado con llave. Dentro hay un sapo hinchado. Lo pincha y vierte un líquido hediondo en un cazo. Lo esparce por su piel.
—Señor, en tu nombre me unto; de aquí en adelante yo he ser una misma cosa contigo, yo he de ser demonio. Esta noche te ofrezco un tierno corazón. Saboréalo.
Pronuncia unas sonoras carcajadas. La sombra de una mujer de nariz alargada, pelo blanco y cuerpo encorvado se desprende del cuerpo de la madre, que queda inconsciente en el suelo, y se escapa volando.
EL ARLEQUÍN
El arlequín reposa en el pie de la cama y observa fijamente un punto. Dos rombos negros rodean sus ojos, cuadros blancos perfilan sus enjutas mejillas, su boca sangra. Poco a poco, se acerca sigilosamente a su víctima. Con la mano agarra su cuello y lo retuerce hasta que divide su cuerpo en dos. A partir de ese momento ya no se puede detener.
Olivia se despierta envuelta en sudor. Mira a su alrededor. Unos chillidos se clavan en el aire. La cabeza de su gato se encuentra sobre su almohada, aplastada. Las patas y el lomo del animal han sido arrojados al cubo de la papelera. Su cola cuelga del espejo como un lazo macabro. Los recuerdos se agolpan en su mente y unos escalofríos recorren su espalda.
Néstor entra en la habitación.
—Ha sido otra vez el arlequín —dice ella, entre sollozos.
Él la abraza y le da palmadas en la espalda, como si fuera una niña indefensa. Querría decirle que no se preocupe, que ha tenido una pesadilla que ha llegado a su fin. Pero sabe que no es así. Una realidad cruel se venga de Olivia desde hace años.
El joven contempla a la asustada mujer. Le seca las lágrimas, que han descendido por su rostro y se han convertido en una mezcla de agua salada y pintura, y le limpia los restos de pintalabios que tiene en las comisuras de los labios. Recoge el maquillaje usado que está en la mesilla y los trozos del último peluche mutilado. Cierra la puerta.
Suspira. Se alisa su bata blanca. Mira el reloj. Su turno acaba de terminar.
© All rights reserved Lucía Oliván Santaliestra
Lucía Oliván Santaliestra es escritora y profesora de Español y Filosofía. Trabaja en un instituto de enseñanza secundaria y reside en la ciudad de Heiligenhaus, Alemania. Es autora del relato Volando. luciaolivan@yahoo.es