Autor y Director Nacho Argiro. Producción. Fabricio Godoy
Elenco . Gisela Aboumrad, Carlos Gastelum y Gina Rodriguez.
Una historia fronteriza de hoy
Entro a oscuras en un container. Una especie de acomodador con una linterna me sitúa en un asiento. No veo nada. El escenario está ubicado en la misma longitudinal que tiene el cubículo. Tengo una sensación casi real que me van a “transportar” en un camión: a mí, y a todos los espectadores. El problema es que no sé a dónde. Arranca el espectáculo. En el cartel de propaganda que recibí en las manos se leía “Huyendo de la violencia, encontraron algo peor”.
Una niña adolescente y andrajosa, Sofía, se pregunta donde está en pleno viaje. Está en plena carretera cruzando el desierto. Y dice con voz seca y atemorizada “Tengo hambre”. Su madre le contesta “Baja la voz …”. La puerta del “camión” se abre. Un hombre habla por teléfono en inglés. El vehículo se detiene. “Listo entonces, el camino está despejado, última parada”. Es Solís, un coyote que nos anuncia que ya estamos en EE.UU. La alegría de las dos mujeres parece crecer ante la evidencia de las dificultades que han pasado. Pero la voz de este malnacido anuncia lo posible. “No mames cabrona, a poco te crees que me importa nada lo que pasa aquí.” Solís se pone en un rincón y orina delante de las dos mujeres “oiga ¿párele no? Está mi niña aquí, déjese ya”. El horror acaba de empezar. Una historia fronteriza se inicia.
A partir de este introductorio, el espectador vivirá en este drama la violencia, el engaño y la criminalidad a pocos centímetros de los interpretes. Las sensaciones de temor y clemencia se alternarán entre los personajes. La insensatez será usada al final como venganza. Y el engaño y la “suciedad” masculinizada forjarán tanto protagonismo, como la gestualidad o el propio texto. En esta pieza el miedo tiene textura y la compasión no existe.
Dos, One-Way no sólo es casi excelente –hay que vigilar aún que se mantenga la luz tenue en el espectáculo cuando la escena lo requiera, y disimular un poco la suciedad de las caras de las dos mujeres, tal como ocurrió el día del estreno- sino comprometida social y políticamente por la denuncia que hace sobre el tráfico de niños en los límites del río Bravo. Púberes que huyen de las maras y la violencia en sus países mayormente centroamericanos. Al final, todo el equipo demuestra su sentir humanitario y sensible con el problema, ofreciéndole al espectador la posibilidad de donar cierta cantidad de dinero para ayudara a la causa que se propone.
Bien escrito y dirigido por Nacho Agiro, su autor va escalando los diálogos con naturalidad y ascendiendo la tensión hasta el final. Esta producción (Fabricio Godoy) cuida bien sus detalles, tan simples y sencillos, como saber colocar unos cartones en el suelo para ambientar la podredumbre del espacio escénico. Tuve la suerte de asistir al estreno. Dieron lo mejor de sí los actores. Temí a poca distancia que el coyote (Carlos Gastelum) me incriminara. Y al revés, quise decirle al final en primera fila el mismo improperio que utilizó con Julia. No me quedó más remedio al concluir la obra, que un gran apretón de manos de felicitación por bordar la maldad de la manera que lo hizo. Julia (Gisella Aboumrad) se viste de perfecta “espalda mojada”: llorando y protegiendo a su hija Sofía (Ginna Rodriguez) con veracidad. Guardo el giro que da en la obra el autor con el personaje de Sofía, para que ustedes juzguen su papel desde el principio hasta el cierre.
Dos One-Way, no sólo la recomiendo sino que pienso que es de obligada asistencia. Y esta vez no vale la excusa miamense de “yo no quiero ver más dramas….ya tengo suficiente con los en el trabajo y en mi casa.” Hoy, en la Torre de la Libertad, hay más de 1500 niños hospedados como Sofía sin identificar. ER