Uno: ya había cerrado la edición del mes con mi columna sobre las cárceles. Sin embargo, lo sucedido te obliga a ponerte un pañuelo negro sobre la camisa en este instante…y huir hacia tu propia capilla interior, a rezar.
Hay duelo; sí.
El impacto es demasiado intenso para no hacer un pequeño homenaje a estos dos sujetos. Ambos han marcado dos lecturas en mí. Dos trayectorias como espectador y amante de la narrativa teatral y cinematográfica. Desde el sentido que requiere la interpretación para llegar a la belleza y la naturalidad de una actriz como Jeanne Moreau. Hasta la forma de abordar la dramaturgia o el cine del galardonado varias veces con un Pulitzer, Sam Shepard. Lo haga desde los diálogos más cáusticos sobre el antagonista, provenga del mundo del western, o ubique al personaje en un mísero barrio de cualquier ciudad.
Posiblemente ni se encontraron en vida. Lo desconozco. Y el hecho de pertenecer a dos continentes opuestos -dos maneras de ver el día a día- hicieron de sí mismos dos seres que supieron transmitir, desde distintos registros, aquello en lo que uno sueña sentado en una butaca o frente al Word en el momento de crear.
En ambos, fluye lo polifacético en el arte escénico o fílmico. El buen hacer. Y a la par coexiste lo mejor de cada género en toda su etimología como término. Si bien es cierto, la mayoría de sus trabajos bajo el éxito, se ubicaron en la segunda mitad del siglo XX.
Moreau para mí est la femme. La mujer francesa por excelencia de la posguerra. Si bien algunos le ponen este calificativo a su coetánea, Brigitte Bardot, que interpretó, curiosamente, una película bajo el mismo título. Lista, locuaz, pero sobre todo independiente y seductora. La diosa por excelencia del movimiento de la Nouvelle Vague
La muñequita de porcelana a las órdenes de Truffaut. Inolvidable en Jules et Jim (con Oscar Werner y Henri Serge respectivamente). No solo porque trata un tema en particular que estimo, el poliamor junto a dos amigos, sino que además lo aborda con una sensualidad y tragedia final única. En Los cuatrocientos golpes, este film autobiográfico del director francés, haría el personaje de “la joven del perro”. Trabajó, entre otros mitos también, bajo la dirección de Orson Welles (El proceso o Campanadas a medianoche) Luís Buñuel, (Diario de una camarera) que la adoraba en particular. Josep Losey (Eva) Amos Gitai (Plus tard), Ozon, Agnés Warda, e incluso el centenario Manoel Oliveira en 2012. Y con alguien que yo estimo en particular por su aportación al cine: Michelangelo Antonioni en La Notte, junto a la italiana Mónica Vitti y al seductor por excelencia de la época, Marcello Mastroianni. Allí adopta el papel de Lidia, la esposa del adúltero Giovanni (Marcello). Es meritoria y antológica la escena final, cuando ella le lee una carta al amanecer escrita por su propio marido antes que lo abandone…mientras la cámara se retira lentamente en un travelling.
Shepard fue un beatnik no declarado. Escritor y poeta en su faz más íntima. Dramaturgo, guionista cinematográfico y un excelente actor en su parte más reconocida. Músico por camaradería y buen rollo. Como cuando colabora con su antigua compañera, Patti Smith o Bob Dylan. Un farmer de Illinois. De padre alcohólico, e investigador de territorios del alma y ciudades. Trabajó de camarero en New York, mientras se quedaba atónito escuchando la voz de Nina Simone, o a comediantes de la época como a Woody Allen, según cuenta en su libro Crónicas de motel. Una hermosa narración con base autobiográfica que me impactó en su momento cuando apareció en Anagrama, sino recuerdo mal.
A la edad de 36 años se adjudica su primer Pulitzer con Buried Child. Después triunfaría con Curse of the Starving Class, True West y A Lie of the Mind. Obras teatrales de gran difusión y reconocimiento de la crítica. Algunos lo consideraron en su época el sucesor de Tennesse Williams.
Pero hay dos piezas como guionista que no puedo olvidar. Una que marca la juventud en el cine independiente de mi época, Zabriskie Point de Antonioni. Y otra mi etapa de adulto Paris, Texas a las órdenes de Wim Wenders . El personaje de Travis, interpretado magistralmente por Harry Dean Stanton, es un desmemoriado que regresa a su ciudad de Texas atravesando el desierto. El diálogo que se establece con su hija, Natasha Kinsky, en un burdel donde ella no lo puede reconocer como padre, porque el cristal donde hace su striptease solo es traslúcido para él, es de antología. Personajes que, al igual que en la mayoría de sus obras de teatro, van de un lugar a otro sin dirección, ni arraigo a nada.
Como actor destacar distintas interpretaciones entre otras en Frances, donde conoce a la que sería su compañera Jessica Lange, Magnolias de Acero, El infome Pelícano, Blackthorn… a manos de Mateo Gil interpretando a Butch Cassidy. Y para mí espectacularmente frío y tenebroso como marido antes de morir en August, Orange County enfrentándose a su alcohólica y contenida esposa (Meryl Streep).
En una entrevista a el diario El País en 2011 a cargo de Bárbara Celis, la periodista le pregunta acerca de la importancia de la soledad en sus obras y él le contesta: “Todos luchamos contra ella. Hay quien la elude buscando la seguridad en una familia y otros, en cambio, se rodean de gente. Yo escribo porque es una compañía constante.
Valga esta última oración para justificar este artículo como homenaje a dos leyendas en un día calurosamente urbano y ausente de compañía a mi alrededor. Se fueron antes que agosto iniciara su primer día. No hay mejor epitafio en mis adentros que un: “sigan aquí con nosotros”. ER