Ir a aquel hogar representó un descubrimiento. Una auténtica vivencia. No hacerlo…hubiera sido una opción que no me hubiese perdonado. Y fui.
Kendall. Viernes 12 de agosto de 2016. 2pm.
Me abrió la puerta con su presencia y también lo hizo su relato interior. A la entrada, un salón grande y celosías de madera noble en las ventanas. La luz… con el hálito del mediodía aún. Alrededor, una colección de libros, imágenes, dibujos, pinturas, efigies, objetos y figuras de todo tipo.
Una sala fetiche que atrajo miles de preguntas al que escribe. El contenido implícito que allí se exponía, daba para ocupar una tarde sillón frente a sillón. Y así fue…
En mis manos una sangría. Ante mí, el anfitrión con su paz y su bosque lleno de verde en sus palabras. Al fondo del comedor, su adorada mujer atareada en cuidar nuestro almuerzo. Adormecida en una mecedora, su anciana madre hacía un balance de su vida sin reconocer apenas quién era ella misma.
Me senté y me mostró un anuario. “Aquí está George Bush…estudiamos juntos en Harvard un MBA…Nada que ver con el origen republicano de nuestros antepasados de España. Mi papá quiso que siguiera su rumbo. Y me convertí en un empresario como él. Viví en San Juan de Puerto Rico antes de marcharme joven de la Isla. Castro nos llevó al exilio. Tengo mucha relación con España; es un país maravilloso. Por cuestiones de familia…te confesaré que mantengo una relación con la aristocracia por parte de mi mujer ja ja ja”.Esta última interjección nada tenía que ver con el sarcasmo, ni la carcajada. Fue una sonrisa maliciosa con los ojos casi aguados mientras acariciaba su barba canosa.
Arriba, tocando el techo de aquel lugar sagrado, una mujer de campo observa extasiada el amanecer en plena siega con una hoz en sus manos. Los ocres se esparcen por su vestido de yute. Es un cuadro auténtico de Joaquín Sorolla.
Junto a él, Wilfredo Lam, con su geometría y sus formas esqueléticas flotando en el espacio azul cerca de otro maestro. Matta, Jorge Camacho , Portocarrero…la obras de sus contiguos. Una pieza de su amigo el pintor Heriberto Mora donde aparece él mismo sentado en una silla con una camisa de corte marino. Y sus propios trabajos en tapiz o serigrafía: una luna vestida en índigo e inspirada en La pietà. Y otra una figura humana en rojo donde se muestra un novicio postrado ante un supuesto altar, antes de ser ordenado sacerdote.
Debajo, en una línea horizontal, un Picasso. Un toro con alas circundado bajo las siguientes palabras: Los toros son ángeles que llevan cuernos. Cercano… un hermoso dibujo de Chillida. Y finalizando la serie, entre otros, Goya… bajo un grabado original perteneciente a Los desastres de la guerra.
Acabada la presentación, comimos albóndigas de vegetales, una ensalada de tomate y lechuga, y una exquisita tortilla de patatas. Yo llevé una tarta de manzana dutch y, a la hora del café, seguimos conversando mientras la tarde empezaba su trayectoria.
Más adelante, en un inciso, se levantó y fue a buscar un libro. A los pocos minutos tenía en mis manos una primera edición de El viejo y el mar firmado por Hemingway con un dato curioso: había una queja hacia el ilustrador de la portada por considerar el dibujo de un pescador con sombrero mexicano en el mar “Una españolada inglesa”. Y en la dedicatoria a su suegro -amigo personal del escritor americano- una inscripción escrita por el propio autor en nuestra lengua que dice así textualmente: “Para el Dr. Emilio… este cuento del Viejo y La Puta Mar. Abajo los Tiburones, Dictadores, y lo de demás hijos de tal y Viva nosotros y la Futura…de su amigo Ernesto Hemingway”. Nota: la transcripción es literal y respetando la propia sintaxis errónea.
Durante la estadía hablamos sobre la niñez y nuestras trayectorias profesionales. De Nagari. De un producto para el suelo que el ha creado –a parte de artista es químico- y que se llama Love the floors. Del Miami antes y después de Basel. De la educación de valores en EE.UU. La mujeres departieron respectivamente frente a un altar improvisado en la casa lleno de vírgenes antiguas. Hablaron de la Inmaculada, o de la emoción que tuvo al ver el hijo mayor entrar en la congregación católica como siervo de Dios.
Una casa. Por primera vez…entras.
Solo sabes que es un amigo quien la conforta. Alguien que cuida de sus muros y su gente. Que guarda lo mejor de su historia y parte de la Historia donde somos sujetos.
Algo así como “la casa del señor”; y dejémoslo en minúscula, por respeto al Arquitecto…dicen los hermanos masones.
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Eduard Reboll Barcelona,(Catalunya)
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