Ismael Rivera es un artista evidentemente atento al desarrollo y devenir conceptual del arte, pero que sigue aferrado a la pintura convencido de que no existen medios expresivos que sean más legítimos o más vigentes que los demás y sobre todo, de que la pintura no sólo no ha agotado sus perspectivas creativas sino de que posiblemente jamás se extinguirán puesto que lleva implícita una infinita posibilidad de reinventarse y una inherente capacidad de variar y sintonizarse con cualesquiera sean las prioridades de la sociedad en un determinado momento. Para Rivera la pintura tiene una inextinguible facultad de profundizar en sus propios derroteros, de iniciar nuevos propósitos y de involucrar todo tipo de referencias, alusiones y contenidos. Su decisión por la pintura no es un acto de fe, sino que surge de la certeza que le otorga la experiencia, de las convicciones que motivan su aliento creativo, y de su necesidad de expresar a través de la producción personal de imágenes, es decir, de imágenes inéditas, construidas a través tanto de intuiciones como de razonamientos sin acudir a componentes pre-existentes, sus apreciaciones y argumentos sobre el arte, la sociedad, y la vida.
A Rivera ninguna otra práctica artística le otorga la plenitud expresiva que consigue mediante la pintura, y en consecuencia, aunque ha experimentado con otros medios y aunque ha investigado otras posibilidades, es a través de la pintura, enfocada desde la actualidad y confrontada con la realidad que caracteriza la expresión artística contemporánea, que Rivera logra transmitirnos, no sólo sus certezas acerca del arte, sino sus sentimientos, emociones, y aprehensiones, y también su visión de las cosas y de los acontecimientos, es decir su testimonio sobre el modo, tiempo y lugar en que le correspondió existir.
La libertad que llegó al arte con el declive de los parámetros de la modernidad es patente en la obra de Rivera principalmente en su combinación de abstracción y figuración, de espontaneidad y razonamientos, de intuición y azar. Rivera se aproxima a la pintura sin la idea, tan preciada hasta hace poco tiempo, de progresar hacia la pureza del estilo y del medio, y sin la impertinente presión de lo inédito, de lo bizarro, de lo nuevo.
La pureza modernista desalentaba este tipo de hibridaciones puesto que el artista estaba expuesto a buscar únicamente la conformidad con los presupuestos de un determinado estilo o el refinamiento de las cualidades esenciales de la pintura, el dibujo o la escultura. Paradójicamente, el credo modernista exigía también una innovación constante, la búsqueda de cualquier recurso inexplorado, dejando en muchas ocasiones de lado el contenido de las obras, su capacidad de transmitir ideas, decisiones y propósitos con tal de que se ubicaran en la vanguardia. El crítico norteamericano Harold Rosenberg se refería elocuentemente a esta actitud como a “la tradición de lo nuevo”.
Pues bien, Rivera hace caso omiso de esas prioridades y si por una parte confronta la pintura en su esencia, penetrando en sus cualidades definitorias a saber, el color y la bidimensionalidad, por otra parte no le importa contaminar esas prioridades inherentes al medio pictórico con alusiones por fuera de la órbita artística. En este sentido sus trabajos, además de lo que cada uno implica como idea y como realización, constituyen un recordatorio al observador de que la imagen que tiene frente a sí, es sólo un medio, un recurso, un pretexto utilizado por el artista para comunicar sus ideas a través de pinceladas, brochazos y representaciones, pero que la carga simbólica de su pintura se extiende mucho más allá de las dimensiones del soporte, mucho más allá de las demarcaciones de los bastidores, hasta incluir circunstancias y situaciones de especial significado en el momento actual.
En los lienzos de Rivera, por ejemplo, lo primero que llama la atención son las sugerencias cromáticas las cuales son de una gran variedad, algunas veces vividas e intensas, en otras ocasiones pausadas y poéticas, unas veces entonadas y circunscritas a una o dos gamas, en otras ocasiones divergentes y contrastantes. Podría decirse que el color establece el espíritu de cada pintura y que refleja el estado anímico del artista en el momento de la realización de la obra. A través de sus tonalidades y matices el artista busca exponer su interior, volcar sobre el lienzo sus más íntimos impulsos, revelar sus sentimientos y plasmar, aunque no literalmente, los derroteros de su imaginario. En este sentido su obra puede emparentarse con el expresionismo abstracto puesto que en ella se le otorga manifiesta importancia al acto psíquico de pintar, y puesto que los pigmentos son aplicados en forma instintiva, sin limitaciones pre-establecidas y con el empleo de grafismos y rasguños que enfatizan la presencia del pintor, sus gestos, sus acciones.
Pero cuando la mirada del observador llega a las pequeñas áreas de sus lienzos, a esa especie de detalles figurativos en las cuales personajes solitarios o en grupo parecen contemplar un punto imaginario, trascender con su mirada el espacio del observador para escudriñar en el tiempo, entonces su obra adquiere otra dimensión, otro carácter, se torna silenciosa y premonitoria a pesar del bullicio cromático del contexto, y conduce a consideraciones que pueden ser distintas en cada observador porque están íntimamente ligadas con las experiencias de cada cual.
Y así como el contexto cromático de estas imágenes conduce a pensar en el expresionismo abstracto, la exactitud en las representaciones de estas pequeñas áreas permite hablar de realismo e inclusive de surrealismo debido a cierto carácter onírico de las escenas. Pero esas son apelativos que ya no hacen sentido en relación al trabajo de Rivera por que el artista ha decidido transgredir sus lineamientos, violar su pureza, mezclar ingredientes de uno y otro de esos movimientos para producir imágenes distintas a las que permitían en el discurrir y argumentación del arte en otras épocas.
Es bien sabido que el ojo humano no puede enfocar dos objetos diferentes al mismo tiempo, sobre todo tratándose de dos elementos que, aunque están situados a la misma distancia, es decir, sobre el lienzo, demandan, debido a su tamaño y sus características, una acomodación del ojo diferente para hacer que cada área se vea con nitidez. Al concentrarse en las representaciones se desenfoca el contexto y al concentrase en el contexto se desenfoca la representación. Y es precisamente en ese juego de enfoques entre conscientes e inconscientes, en ese ir y venir de la mancha a la figuración, que su obra logra superar el hermetismo de la Esfinge, cuya representación aparece en algunas de sus obras, puesto que transmite la sintonía del artista con su sociedad y con su época.
Es decir, esas pequeñas áreas figurativas son inseparables de la gestualidad en que se hallan inmersas, del campo pictórico establecido por la abstracción, puesto que, para que actúen en el observador como dispositivos que disparan la mente, es necesario que se presenten como lo hacen, como pequeños agujeros que trascienden la planimetría del lienzo abriéndose al espacio ilusorio que ha sido el reino favorito de la pintura durante siglos. De esta forma las representaciones hacen parte de un todo en las imágenes, figuras humanas, espejos, canoas y otros objetos sin aparente relación entre sí, se entrelazan por el simple hecho de que interrumpen el énfasis en el plano pictórico, de que hieren su integridad, de que descalifican sus propósitos, y de que se convierten en el inicio de inesperados pensamientos.
Por ejemplo, es claro que su trabajo no intenta plasmar narrativamente su contenido, pero algunas claves como: las alusiones a la institucionalidad que se derivan de las vestimentas y modales de los personajes; la directa referencia al consumismo a través del código de barras; la alusión a la trivialidad por medio del espejo y el lavamanos que flotan entre brochazos y pinceladas espontáneas, o al conformismo patente en la quietud que impregna todo lo representado, son puntos de arranque que comparten los observadores, origen de reflexiones que seguramente tomarán desarrollos diferentes, pero cuyo impulso inicial fe producto de estas pinturas en las cuales se alcanza a vislumbrar una mirada crítica a los valores de la sociedad contemporánea.
No obstante su punto de partida, el objetivo de la Obra de Ismael Rivera parece ser el de generar múltiples ideas, el de conducir a pensar sobre diferentes temas, a que sean mirados con los pertinentes enfoques, pero sin olvidar el contexto de la sociedad actual, tan comercializada, tan superficial, tan lejana de las esencias, de lo trascendente y de lo necesario.
© All rights reserved (del texto) Eduardo Serrano
JOSE ISMAEL RIVERA T, Bogotá, Julio 23 de 1956. Estudios 1978 -1986: Maestro en Artes Plásticas Especialización en Pintura, Universidad Nacional de Colombia