El primer encuentro
Ensangrentada mi piel, María de los Ángeles me recoge entre sus brazos desde su vagina. Ha esperado la madrugada hasta que nazca. Yo estuve en su haber durante nueve meses, a través de una coz dirigida hacia su ombligo.Ya estoy aquí.
Su pecho está hinchado y en el primer encuentro entre la barriga y el mundo exterior se encuentran mis labios arropándose al pezón. La inteligencia emocional de mi madre le permite entender el dolor como fuente de vida. Mi llanto se convierte en un lenguaje que simboliza un estoy-aquí. La leche… una gramática común en nuestro quehacer a esta edad: ella la suministra y yo la digiero.
Nos volveremos a ver a las ocho, después de haberme amamantado dos horas antes. Desde el jardín, la luna en cuarto creciente mira hacia Venus. El calor en julio es fétido. Yo quiero más. Soy insaciable.
Todo por una cita literaria.
Le hizo un comentario en facebook diciéndole que su libro tenía un título distinto a lo que uno estaba acostumbrado a leer. Una pregunta que no era fácil de digerir en el inicio de su portada. ¿Cuál era la razón de poner en la tapa aquel epígrafe?
Desde un pseudónimo llamado gintónic, le propuso una reunión en un bar por messenger. Después de unos emoticonos que traducen un sí o la ilusión por verte, la escritora escoge de la biblioteca de su casa un ejemplar y se dirige a la cita. Llega; pone encima de la mesa el libro con su pregunta como título y espera su llegada con ilusión El invitado anónimo está al caer.
Pasó una hora. Después del tercer café, nadie había venido. Al pedir la cuenta al camarero, decide regresar a su estudio de trabajo. Pensó que todo había sido una broma.
– ¿Cuánto es por favor?
– ¿Disculpe?
– …que ¿cuánto es por favor?
– Esto se lo tengo que preguntar yo a usted -le dice.
Así empieza el primer capítulo del libro, con esta pregunta tan común.
La misma que aparece en el frontispicio del libro al lado del nombre de la autora. La misma que le formula el cliente a la prostituta cuando le inquiere por el precio de sus servicios.
Los dos se miran.
Desde la concupiscencia, ella sigue indagando sobre la veracidad de su cita. Conoce a la perfección el valor de la ginebra y el sentido del goce antes de morir en una terraza de Miami Beach su personaje principal.
Esta cita, bien resume una nueva acción. Un encuentro posterior en el dormitorio de un motel en cualquier ciudad del mundo, tal como sugiere el epílogo de la página 269 con un “Por qué no”.
El dolor y lo fortuito
Han ido de excursión a Montserrat todo el grupo de tercero de primaria. Subieron a una pequeña ladera del monte sagrado para estar más cerca de Dios. Durante el ascenso se rezó el rosario y se cantaron salmos para dar ánimo al grupo escolar.
Hoy es 28 de abril de 1969.
De repente, Juan Igancio se resbala con su mochila en la espalda. Da varias vueltas por un camino entrecortado hacia el ascenso. Y se detiene con sus manos apretándose el muslo con vehemencia. Una vez de pie, sigue su camino. La aspirina no le calma el dolor en la ingle. Después de un kilómetro de marcha, no tiene más remedio que pedir ayuda y ver qué ha sucedido entre la nalga y su pierna derecha. El resto del grupo sigue su curso monte arriba.
– ¿Te duele aquí?
– Sí
– Dobla la rodilla y levanta el pie. Muy bien, así
– Aaay…me duele
– Relájate. Vamos a sentarnos allá en aquel rincón. Estaremos más tranquilos.
– De acuerdo…pero me duele mucho.
– Bájate los pantalones que iremos más rápido.
– Grrr…El grupo ya está cerca de la cima y llegaremos los últimos.
– Tranquilo…
– Aaaay. Me duele
– Voy a ponerte esta pomada.
– Aaaay. Así …está mucho mejor. Gracias.
– ¿Lo ves? todo tiene una solución en la viña del Señor.
– Pero Padre Nicolás …aquí no se encuentra el dolor.
– Cállate: el enfermero soy yo. Te la pongo por este lado para que tengas más alivio. Dios nos protege y te va a curar con este ungüento bendecido. Ya verás.
– Padre Nicolás ¡…qué hace!
– Calla y relájate. Sigue rezando; el alivio viene pronto.
– …Padre Nicolás
A su regreso… anduvo mejor. Lleno de preguntas hacia sí, observa las transgresiones del paisaje rodeado por un extraño silencio como si fuera uno más del grupo. Como si nada hubiese sucedido. En ellos, está la alegría por haber aprovechado la marcha y aprender el sentido que da la fuerza y el rezo montaña arriba.
Llega a casa. En el espejo del cuarto de baño, el azogue no le miente. Apaga la luz. Y en su memoria no cesa de subir aquella imagen con el olor a mentol en una mano.
Los re-encuentros
Suceden desde el acuerdo o bajo el azar. De improviso o pactados. El encuentro es uno. Los otros son de cumplimiento obligado para crecer.
El por qué no te gusta la mantequilla o el batido de leche de mayor, a veces lo meditas después de un vómito. En otros, se pone mucho énfasis en la erótica del qué sucederá después de una caricia en el dormitorio y hasta incluso en según qué situacions o lugar le pedimos al Supremo que no se vuelva a dar la lujuria bajo ningún concepto.
Podemos partir de una insistencia cuando el prefijo re se interpreta como una vuelta; un éxodo a no-sé-sabe-dónde. Un dirigirse hacia ninguna parte o al mismo territorio de la ofensa. Incluso, este término implica una simple resistencia: nos repugna un plato con un ingrediente concreto en la comida. Un sujeto que sin una razón aparente sigue sorprendiéndonos con sus preguntas sexuales sin entender la razón por aquel libro que le prestamos con inocencia. O, en ocasiones, hasta un acto similar que aún no hemos procesado y que hoy, curiosamente, me lleva a la plaza de San Pedro a decir mi nombre en público junto a otras víctimas que vivieron distintos encuentros.
Estas citas que permite que crezcamos desde la muerte o la sorpresa hacia uno.
Y que arman su polígono propio para adoptar una distancia. O enfatizar lo superlativo de una acción pretèrita… que uno quisiera mantener u olvidar.
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Eduard Reboll Barcelona,(Catalunya)