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Julio 2020

DESTELLOS DE LA AGONÍA. Sobre Luces de Emergencia de Oswaldo Estrada. Christian Elguera

Estrada, Oswaldo. Luces de emergencia. Granada: Valparaíso Ediciones, 2019. 91pp.

Luces de emergencia, primer libro de cuentos de Oswaldo Estrada, se caracteriza por personajes a la zaga, siempre entre búsquedas irresueltas, cuyas vidas son golpeadas por accidentes imprevistos, por recuerdos que corroen y paralizan. En su primer libro de ficción, Estrada ha logrado configurar una luz propia, signada por el destino oscuro al que sus personajes se ven atados, impotentes, incapaces de usar o reconocer ninguna salida de emergencia. Se aprecia, entonces, un mundo cuya luminosidad resalta por una coloración visceral y al mismo tiempo fría (a la usanza de Virgilio Piñera), ofreciéndonos trazos que iluminan memorias dolorosas, nostalgias o fracasos. Así las cosas, propongo una lectura de Luces de emergencia a partir de tres ejes cruciales: la migración, la enfermedad y la violencia de género.

Considero que “Ganar la guerra” es uno de los mejores cuentos de la colección. En este se aprecia el mejor tono de Estrada: prosa parca que avanza gradual entre pistas mínimas; monólogos de protagonista breves y lacerantes; un trasfondo sociopolítico que no se impone sino que comulga con el estilo visceral. La historia versa sobre Demetrio,  quien tiene que migrar a los Estados Unidos después que sus padres han sido torturados y asesinados. A lo largo del texto se enfatiza la imposibilidad de este migrante para poder hablar. Sin embargo, sus deseos de sobrevivencia irán imponiéndose, confrontando esa nueva realidad con su propio cuerpo. No será una empresa sencilla considerando la geografía cultural que le ha tocado habitar. Y aquí se desbroza otro de los méritos de Estrada: una observación incisiva que le permite configurar un escenario complejo, donde los migrantes  no siempre conforman una población homogénea, solidaria o decolonial. El cuadro que nos presenta el narrador es duro: el tío golpea a su esposa (“No fuera a salir premiada a la hora del reparto” 16); el protagonista es el subalterno de su propia familia; en el colegio, entre los propios coterráneos, las diferencias se marcan por quien ha aprendido el inglés (“todos esos que por haber llegado dos días antes se creían más que él” 17). Se trata de una competencia donde el protagonista parece no tener ningún recurso más que los recuerdos de sus padres muertos, que son a la vez ruinas y motivación. Este texto se inserta en el corpus de escritores que analizan la migración latinoamericana en los Estados Unidos y, por lo tanto, se conecta con la novela Norte (2006) de Edmundo Paz Soldán o con el cuento “Melting Pot” (2017) de Pablo Brescia.

El tópico de la migración reaparece en “El otro mar”. Este cuento se centra en Huapaya, un muchacho peruano que un día, pescando, conoce a otro compatriota de origen japonés llamado Shimokawa. Entre ellos se genera una amistad que incluye a otros migrantes latinoamericanos, quienes entre chanzas y comidas fortalecen sus lazos de solidaridad en tierras foráneas. El joven queda agradecido a su amigo nikkei por haberle recomendado estudiar una profesión. Considero que el tono de estos recuerdos podría ser más intenso o cromático para así dejar vislumbrar, con mayor nitidez, la profundidad afectiva y estética del autor. Sin dudas, Estrada traza sus páginas más potentes en los cuadros de agonía e impotencia, ahí donde resalta, por ejemplo,: “confines desalmados donde los monos y los perros y las vacas esqueléticas le anuncian que el mundo es cruel” (50).

Este es el jaez de “La carga de los sueños”. Aquí Estrada logra el retrato agudo de un cuerpo enfermo, que va destruyéndose conforme los intentos de la familia por salvarlo se hacen más desesperados. Una inexplicable enfermedad ataca a Eduardo; lo sume en una decadencia corporal que los lectores sienten con mayor impacto ante el esfuerzo de la madre o la tristeza de los amigos. Destaca, por ejemplo, aquella escena en que la madre tiene que licuar un pie de limón para el hijo enfermo, “hasta volverlo líquido y agregándole una cucharada de espesante para que pudiera tragar sin dificultad” (34). Pero como sucede en “Ganar la guerra”, se logra trazar una línea de fuga ante las penurias del cuerpo, ante la muerte inevitable. En este caso, se trata de una colección de canciones que el padre se encarga de editar. Así, el desenlace resulta notable a la luz de esa impotencia: los sueños y la muerte coexistiendo en una misma carne.

En “La tercera profecía”, otro de los mejores escritos de Luces de emergencia, el protagonista de este cuento narra la paulatina destrucción de su vida a partir de una negación constante a tomar decisiones, de seguir un camino trazado. La voluntad por interrumpir sus propios logros surge a partir del encuentro con una astróloga que le sugiere tomar otros rumbos. Este encuentro es, en realidad, un pretexto para echar su vida a perder y, más aún, un pretexto para crear las condiciones necesarias, y siempre aciagas, que le permitan viajar a un escenario anhelado. Descubriremos que el protagonista siempre ha sabido que este espacio ha estado plagado de males, como una réplica del infierno en la tierra. Y arruina todos sus planes para tener un motivo de viajar a ese sitio, donde cree hallar una esperanza. Leemos así: “Cuando recién llegó y se enfermó del estómago pensaba que así expulsaría la basura que llevaba por dentro” (46). El cuento nos confronta con ese talante tanático que en ocasiones nos acecha, esa voluntad por el abismo que no tiene mayores explicaciones. Un aspecto a destacar de “La tercera profecía” es la descripción del cuerpo corroído en claro diálogo con el poema “Ternera acosada por tábanos” de Blanca Varela.

Los cuentos “Salida de emergencia”, “Cuento de hadas” y “Mole para ratas” abordan la violencia de género en sociedades latinoamericanas. Los préstamos e índices lingüísticos permiten advertir que estamos ante sujetos pertenecientes a culturas mexicanas o centroamericanas. “Salida de emergencia” nos muestra el temor y los traumas de Rosa cuando, luego de años, vuelve a encontrarse con su agresor en un aeropuerto (“El hombre que todavía ahora me da miedo de estar viva” 55). El encuentro actualiza las vejaciones y producen en ella un tormento del que no puede escapar y que la destruye,  por ser: “una cucaracha vieja y desvalida que aún se esconde cuando siente que se asoma el enemigo” (55). Se trata, ciertamente, de una continuidad de violencias que no solo vulnera el cuerpo de la protagonista, sino el de muchas otras mujeres. Al respecto, atendamos a la siguiente escena: “Cuando le conté a mi suegra que su hijo me pegaba, se horrorizó. Salió a su padre, me respondió (…) Y ni se te ocurra amenazarlo porque te irá peor” (52). En este cuento, como en “La tercera profecía”, se hace claro el sentido del libro: luces o salidas de emergencia son inútiles ante presencias o acciones que quiebran las vidas de estos personajes.

Por esta misma senda transita “Cuento de hadas”, otro de los grandes artificios del conjunto. Estrada aprovecha con agudeza el elemento paratextual, lo que permite recrear el tópico de los fairy tales desde una perspectiva opresiva y perversa. Una de las vetas mejor explotadas en este cuento es la familia. Las relaciones entre la madre (Doña Mercedes) y la hija (Anastasia) están marcadas por el resentimiento y la venganza. La madre desea que su hija estudie para doctora, pero la hija se escapa con un amorío furtivo (Cirilo) que solo provoca su paulatina degradación. Más adelante, la hija tiene que volver al hogar materno, y el narrador describe detalles mórbidos, tales como aquella escena en que la madre comienza a vestir a la hija como ella misma, convirtiéndola en su propio doble. El dolor de la hija vivifica a la madre: “disfrutaba viéndola a su lado. Doblegada por los años. Vencida por el dolor” (61). Las escenas tortuosas se enfatizan a través del diálogo con isotopías propias de los cuentos de hadas. Así, cuando Anastasia se acuerda de sus hijos muertos, el narrador se refiere a ellos como: “los cochinitos que ya están en la cama y muchos besitos les dio su mamá” (62). Cabe precisar que esta atmósfera corrosiva entre ambas mujeres ha sido producto del poder de masculinidades que han convertido sus cuerpos en residuos o receptáculos de odio. En este sentido, considerando la situación de las protagonistas de “Salida de emergencia” y “Cuentos de hadas”, el cuento “Mole para ratas” significa un llamado a la resistencia ante las humillaciones. La mujer, cansada de los abusos de su marido por décadas, decide quebrar esa cadena y recobrar su dignidad. Estos tres cuentos pueden ser leídos a la luz de escritoras latinoamericanas que vienen denunciado feminicidios y cuestionando la hegemonía de las masculinidades en el continente. Esta sensibilidad y crítica de Estrada se engarza con textos como Chicas muertas (2014) de Selva Almada  o Temporada de huracanes (2017) de Fernanda Melchor.

Luces de emergencia logra impactar a los lectores por presentarnos la corrosión y el fracaso de sus personajes. Por esto, ante este tejido textual tan consistente y finamente hilvanado, cuentos como “Los placeres de la carne”, “Volver a la tierra” y “A falta de cielo” parecen más anecdóticos. Lo cómico, amoroso o dramático, respectivamente, están alejados del mundo creado por el autor y no destellan como otros pasajes de trance y dolor. En este conjunto hubiera calzado perfectamente “Assisted Living”, otro de los escritos meritorios del autor, antologado en Cuentos de ida y vuelta (2019). William Faulkner, en alusión  a sus cuentos, observaba que: “In a short story that’s next to the poem, almost every word has got to be almost exactly right (…) In the novel you can be careless but in the short story you can’t”. Concluida la lectura de Luces de emergencia uno percibe ese cuidado de Estrada por urdir cuentos que han sido precisos en sus fines, aguda y fríamente exactos. Hablo de textos como “Ganar la guerra”, “La carga de los sueños”, “La tercera profecía” o “Cuento de hadas”, plagados de cuerpos impotentes; cuerpos que, intentando huir, trastabillan; cuerpos para los cuales las salidas de emergencia nunca sirven; cuerpos que habitan una tierra “llena de moscas y gente desesperada”.

 

© All rights reserved Christian Elguera

Christian Elguera trabaja en The University of Oklahoma. Analiza cómo intelectuales indígenas, en Perú y en Brasil, usan la literatura, la radio y la pintura para defender sus territorios ante proyectos extractivistas. Actualmente, trabaja en un manuscrito sobre el rol político de los agentes no-humanos en la poesía quechua de José María Arguedas.

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