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Diciembre 2024

DESARRAIGO INTERREGNO: The Things We Didn’t Know de Elba Iris Pérez. Elidio La Torre Lagares

 

 The Things We Didn’t Know, la novela debut de Elba Iris Pérez, fluye a lo largo de dos ríos: uno en Woronoco, que literalmente significa «el río serpenteante», y el otro en Aguas Buenas, las «aguas puras» de la inocencia en Puerto Rico. La confluencia de estos dos cuerpos de recuerdos constituye un locus sagrado de significados afectivos. Entre ambos corre un río mayor y más salvaje: el río de la vida, donde se purifica la narradora Andrea Rodríguez mientras se abre paso en el mundo desde The Beehive, un callejón sin salida en un pueblo estadounidense de clase trabajadora.

En realidad, Elba Iris Pérez no escribe una novela; abre una ventana que conecta dos mundos en perpetuo desajuste: un pueblo industrial en Massachusetts y una isla tropical que no es hogar, sino el eco de un hogar. La novela se adentra en el continuo que es la experiencia puertorriqueña, sobre todo desde la perspectiva de una niña que crece en mujer: un espejo donde los reflejos siempre son parciales, incompletos, ligeramente deformes y, a la vez, unívocos en la memoria.

En esta novela, merecedora del premio Books Like Us 2024, de la editorial Simon & Schuster, Andrea arrastra su infancia como si fuera una maleta cargada de ropa que no le pertenece. Su madre, Raquel, convierte la vida familiar en un acto de escapismo continuo: siempre queriendo salir de algún lugar, pero sin saber bien hacia dónde. Su padre, Luis, se aferra al único símbolo de control que tiene —su coche— como si su alma estuviera encerrada en la mecánica del motor. Son los años 50, y el automóvil se erige como el gran triunfo de la sociedad de consumo estadounidense. El coche es el sentido de movimiento, de libertad, de llegar a algún lado.

Por ello, en la escena inicial, Raquel, desesperada por abandonar Woronoco, intenta llevarse el coche de su esposo y solo consigue llevarlo al borde de un precipicio. No es solo un accidente, sino una declaración de intenciones. La precariedad, literal y emocional, se instala como la única constante en la vida de Raquel, quien desaparecerá por varios capítulos de la vida de Andrea y su hermano Pablo.

Lo que sigue no es una historia en línea recta, sino una sucesión de espacios interiores (habitaciones, maletas, rincones en la mente de Andrea) donde las palabras dichas y no dichas van acumulando un peso casi insoportable. Es la vida como un espacio en ruinas.
Pérez convierte los escenarios cotidianos en mapas emocionales. El pueblo de Woronoco, con sus trenes que sacuden los cimientos de las casas, es más que un pueblo: es un espacio donde el tiempo y el significado se desmoronan. La casa familiar, con su linóleo desgastado y la nicotina impregnando las paredes, es un lugar que parece vivo, pero que, a la vez, asfixia. Es un útero y un laberinto.

Los detalles vienen y muerden. El estilo de Pérez tiene algo de observación minuciosa: un destornillador abandonado en el suelo, un frasco de mantequilla de maní, una bicicleta rosa relegada al garaje. Cada objeto no solo está, sino que significa. La bicicleta, por ejemplo, representa la libertad que Andrea y su hermano Pablo no tienen, pero también la promesa de un movimiento que nunca llega.

En The Things We Didn’t Know, la familia no es refugio, sino campo de batalla. Luis, con su fijación por el coche, no es un padre; es un hombre luchando por conservar un sentido de control en un mundo que no le pertenece. Y Raquel, por su parte, es una figura ambigua, a ratos heroica, a ratos profundamente egoísta, pero siempre rebelde. El núcleo familiar es tóxico. Los niños son testigos y víctimas.

Sin embargo, sin regreso no hay historia de la migración boricua. En algún punto de la trama, la acción se traslada a Puerto Rico, donde el paisaje toma protagonismo. Las descripciones de Pérez son tan sensoriales que casi puedes tocar la humedad en el aire, escuchar el crujido del bambú bajo el viento, oler la tierra después de la lluvia. El paisaje no es un simple telón de fondo; es un personaje más.

El contraste entre el ambiente industrial de Massachusetts y la exuberancia tropical de Puerto Rico refleja las tensiones internas de los personajes. Raquel encuentra en la isla una sensación de libertad que nunca tuvo en Woronoco, pero para Andrea y Pablo, el cambio es una ruptura más, un nuevo desarraigo, aunque también una revelación. Allí conocen a Machi, uno de los personajes más fascinantes y complejos de la novela, precisamente porque encarna la resistencia contra las normas sociales y familiares de su tiempo. Machi, cuyo nombre de nacimiento es Cecilia, desafía las expectativas tradicionales de género, no solo a través de su apariencia masculina, sino también mediante la claridad con la que defiende su identidad. Pérez cuida que su personaje no se allane a los estereotipos de tomboy o «marimacha» —como la llaman en el texto—, sino que la convierte en una representación de autenticidad y autodeterminación en un contexto cultural conservador.

Tal vez Machi sea la verdadera representación del dilema boricua, pues, al ser una figura de resistencia, vive desde la honestidad brutal, reconociendo que su manera de presentarse al mundo no está diseñada para complacer a los demás, sino para ser fiel a sí misma. En un mundo que intenta categorizar a las personas en términos binarios, Machi existe como un espacio de ambigüedad que rompe con estas divisiones.

Pero la novela es de Andrea, y ese dejo melancólico que convierte la infancia en un espacio que ya no se puede habitar, pero que persevera en la memoria como una sombra, domina su historia. Andrea no tiene una infancia propiamente dicha; lo que carga consigo es el desarraigo interregno, donde lo viejo no termina de morir y lo nuevo no termina de nacer (Gramsci).

Así, Elba Iris Pérez nos deja una novela que no viene con respuestas, sino con preguntas.

Y quizá esa sea la mayor virtud de esta obra inolvidable.

 

 

 

 

 

 

 

© All rights reserved Elidio La Torre Lagares

Elidio La Torre Lagares es poeta, ensayista y narrador. Ha publicado un libro de cuentos, Septiembre (Editorial Cultural, 2000), premiada por el Pen Club de Puerto Rico como uno de los mejores libros de ese año, y dos novelas también premiadas por la misma organización: Historia de un dios pequeño (Plaza Mayor, 2001) y Gracia (Oveja Negra, 2004). Además, ha publicado los siguientes poemarios: Embudo: poemas de fin de siglo (1994), Cuerpos sin sombras (Isla Negra Editores, 1998), Cáliz (2004). El éxito de su poesía se consolida con la publicación de Vicios de construcción (2008), libro que ha gozado del favor crítico y comercial.

En el 2007 recibió el galardón Gran Premio Nuevas Letras, otorgado por la Feria Internacional del Libro de Puerto Rico, y en marzo de 2008 recibió el Primer Premio de Poesía Julia de Burgos, auspiciado por la Fundación Nilita Vientós Gastón, por el libro Ensayo del vuelo.

En la actualidad es profesor de Literatura y Creación Literaria en la Facultad de Humanidades de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras. Ha colaborado con el periódico El Nuevo Día, La Jornada de México y es columnista de la revista de cultura hispanoamericana Otro Lunes.

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