VII
Del muro la sangre se desprende.
El cielo sólo arroja sangre.
Muere la tibieza de la tarde.
Mis dedos se tornan fríos.
La cantidad de aire disminuye.
No hay viento ni trino, ni sol, ni agua,
el horizonte quiebra su textura:
los matices se suceden y la pobreza del descolor se instala,
en el rojo de la sangre;
todo vuelto rojo:
el mar de carmín teñido,
la esperanza se ha vuelto roja,
la tierra escarlata se torna con rapidez.
No sólo el muro sangra;
sangran las oportunidades y fallecen,
sangra el repentino movimiento de la voluntad,
carece de perspectiva la pupila.
La sangre sangra en rojo color carmín.
El muro es cadáver.
No existe más que un punto a mi alrededor.
La valoración en su momento trazó unidades de pasión.
El gemido y la lágrima que resbala
son rojo sangre.
Me tiendo sobre el único punto de no sangre.
Quiero extender el punto.
Quiero que la sangre retroceda.
¿Estás dispuesta, sentido de colores
a recobrar conmigo el alma?
VIII
Vacío en el espacio
la longitudinal vértebra del cansancio.
La estación del metro continúa
y no hay límite a su distancia.
Los andenes elongan el perímetro.
El desconocimiento atraviesa el viento:
seca las hojas y caen,
sobre los andenes caen.
En miríadas los árboles crecen:
el bosque sobre el andén se instala;
entre frondas pierdo la conciencia.
Llueve. En silencio llueve.
El cansancio llueve en medio del silencio
y el vacío recobra la conciencia.
No hay límites a la distancia.
Quiebran sus cuerpos las orugas;
la muerte ronda el capullo.
El cansancio hace nido.
No imagina soluciones;
la guerra pierde su equilibrio y vacila,
la distancia sobre los andenes cae.
Se aleja la tibia tarde.
La mirada que me parte no se encuentra,
la mirada pierde bríos,
no recupera su filo sagital.
El destello de la sangre continúa su camino:
a la distancia, lo supongo,
la sangre no huele.
Los charcos se prolongan, lo inundan todo.
La materia roja de la sangre vuelve,
da vuelta al lecho,
desquicia las paredes,
prolonga el contenido de las palabras.
La sangre corre.
El vacío se prolonga,
es cada vez mayor su cuerpo.
IX
En mí el bullicio.
Los sonidos se desprenden y caen a tierra,
los sonidos vuelan y llenan patios y ventanas,
los sonidos no paran,
los sonidos me matan con su prisa:
pongo el silencio en mis oídos y no para,
el ruido nunca para.
Necesito el silencio del tu rostro al mi lado,
el silencio de tu voz contenida por el hilo del susurro…
el místico sonido de las palabras que clasifican los rituales en sí, no,
por si acaso…
El bullicio me rompe los oídos:
sólo gritos a mi alrededor.
No oigo la del mar espuma,
ni del sol las líneas de sus rayos;
ya no entiendo los sonidos de las muchedumbres,
el perfil de toda planta,
la calvicie de las banquetas y los postes
y es el semáforo incomprensible.
El bullicio mata.
Quiero su silencio.
Quiero mi silencio.
Te quiero a ti,
…en silencio.
Janitzio Villamar. Nació en la Cd. de Méx. en 1969. Estudió la maestría en Letras Clásicas en la UNAM. Ha dirigido revistas literarias como Equipo Mensajero, pertenecido a Consejos Editoriales de muchas revistas, editoriales y de la UACM y fue Embajador Cultural de la Fundación Max Aub (España), tesorero de la OUEPAC y dirige un Centro de Estudios Literarios. Ha hecho traducciones del griego, el latín, el francés, el ruso y el inglés. Ha publicado poesía, cuento, novela, ensayo y traducciones en revistas, periódicos, webs y antologías de México y otros países del continente, Europa, Asia y Oceanía. Ha publicado los libros: Mi hijo, el lobo, Nave comando “Emperador”, Canción de navidad, Furia de dragones, Licantropía, y Marte en la memoria. Serie Marte 1; la novela La caída del espectro. Trilogía Yagh 1; de poesía España, aparta de mí este cáliz y Silencio. Pronto aparecerán otros dos libros de poesía y uno de cuento.