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Septiembre 2024

DE TERRA BRASILIS. Héctor Manuel Gutiérrez

Retrato de Doña Carlota Joaquina de Borbón, del pintor Luis de la Cruz (Museo Nacional del Prado).

Apegado a la ya antigua condición de docente, y respetando los derechos de autoría, cumplo con el deber de citar la fuente cibernética WIKIPEDIA:

«Carlota Joaquina fue la hija primogénita del rey Carlos IV de España y de su esposa, la princesa María Luisa de Parma.

El 8 de mayo de 1785, con apenas diez años de edad, fue casada con el príncipe Juan de Portugal, segundo hijo de María I. Durante sus primeros años en Portugal, circularon muchos rumores en la corte que decían que Carlota Joaquina nunca podría llegar a tener hijos porque era muy débil, enfermiza y pequeña de estatura. Incluso se llegó a decir que la corte portuguesa iba a anular el matrimonio y a mandar a Carlota Joaquina de regreso a España para que el príncipe Juan pudiera casarse con otra princesa, aunque finalmente no sucedió así.

En 1788, al morir el heredero de la corona portuguesa José, Príncipe de Brasil, Juan pasó a ser el primero en la línea de sucesión.1 Por locura de la reina María, su madre, el príncipe Juan recibió la regencia del reino a partir de 1792.1 Con ello, Carlota Joaquina se convertía en princesa consorte-regente de Portugal. Este cambio en los acontecimientos convenía al carácter ambicioso y a veces violento de Carlota. En la corte de Lisboa se inmiscuiría frecuentemente en asuntos de estado, procurando influir en las decisiones de su marido.1 Las ambiciones de la española desagradaban a la nobleza portuguesa y llegaron a oídos del mismo pueblo; más aún, las desavenencias conyugales de Carlota Joaquina empezaron a tomar carácter político. Juan VI descubrió en 1806 que Carlota Joaquina urdía una revuelta palaciega para tomar el poder, por lo que la expulsó del Palacio Real de Mafra y la envió bajo libertad vigilada al Palacio de Queluz, en las afueras de Lisboa.1

En 1808 Juan VI dispuso la huida, rumbo a Brasil, de la familia real portuguesa; escapaban así de la invasión de Portugal por el ejército de Napoleón Bonaparte. Arribados a Río de Janeiro instalaron allí la corte; esto, empero, no terminaría con las intrigas y ambiciones de Carlota Joaquina.

Entre 1808 y 1812, Carlota Joaquina pretendió reemplazar a su hermano Fernando VII como regente de España en tanto durara la prisión de este y la usurpación del trono español por parte de José Bonaparte. Alegaba Carlota ser la única integrante de la familia de Carlos IV que no estaba apresada por los franceses. Su cercanía al virreinato del Río de la Plata provocó la creación de un partido carlotista en Buenos Aires, el cual pretendía valerse de Carlota Joaquina para conseguir la independencia del territorio del Río de la Plata, más tarde la Argentina. En efecto, Carlota Joaquina aspiraba también a aprovechar la invasión napoleónica de España para asegurarse un trono para sí misma en América del Sur; una vez más alegaba la prisión de su padre y hermano en Francia y acariciaba la ambiciosa idea de escapar a las limitaciones que le imponía su esposo portugués.1

En estos planes contaba con el apoyo del almirante Sidney Smith, comandante de la estación naval británica en el Atlántico Sur pero finalmente la interferencia de la diplomacia británica encabezada por Lord Strangford y la política expansionista de su esposo hicieron fracasar el proyecto. Juan VI determinó que, si su esposa era proclamada regente de España, entonces el propio rey portugués tendría derechos sobre el Virreinato del Río de la Plata como esposo de la regente. Esta insinuación de Juan VI hizo que el plan perdiera todo apoyo en Buenos Aires, donde no se deseaba caer bajo dominio portugués. Por otra parte, la ocupación francesa en España hacía que Gran Bretaña rechazara la existencia de una regente española en Buenos Aires en contraposición al restaurado Fernando VII.

En 1820, una revolución ocurrida en Oporto exigió la vuelta de la familia real portuguesa a la metrópoli. Juan VI y Carlota Joaquina regresaron a Portugal al año siguiente, pero su hijo y heredero Pedro de Braganza no sólo decidió quedarse en Brasil, sino que en 1822 proclamaba la independencia de dicho país asumiendo el trono como emperador Pedro I de Brasil. El rey Juan VI falleció súbitamente en marzo de 1826.1 Hay quienes creen que fue envenenado, sospechándose de la reina Carlota Joaquina o de su hijo Miguel, en una conspiración para ocupar el trono.

Carlota Joaquina falleció víctima de un cáncer de útero». (Fin de la cita).

Con el texto anterior como base, extraigo y comparto la tercera parte de uno de los textos incluidos en mi segundo libro:

III

Mas a gente gosta quando uma baiana Samba direitinho,

revira os olhinhos dizendo eu sou filha de Sao Salvador

Geraldo Pereira

Establecido ya en el Nuevo Mundo, con el paso de los años el cauteloso pero indeciso monarca se había convertido después de todo en un gobernante lleno de astucia y energía.  Según atestiguan los documentos de la época, María la Loca, acosada por fantasmas que su propia mente había creado, por fin murió en 1816.  El heredero al trono se proclamó entonces Rey de Portugal y Brasil con el título de João VI el Clemente. El otrora débil regente, asesorado por los interesados ingleses, abrió las puertas a la exportación, creó escuelas de medicina y bellas artes, un banco nacional brasilero y hasta acueductos para Salvador y Río, esta última, aunque convertida en capital del imperio desde 1763, no tenía todavía aspecto de ciudad cosmopolita. En términos generales, convertir al Brasil en la cabeza del imperio portugués en aquel momento histórico del primer cuarto del siglo XIX, era una excelente estrategia. El estado de cosas sugería que para administrar un poder mundial de aquella magnitud, el enorme dominio amazónico reunía las condiciones idóneas para mantener una amplia competencia o aventajar a los españoles. Se sabe ya que éstos últimos se vieron afectados no sólo por las ambiciones napoleónicas, sino por el sentimiento de independencia que había infectado sus colonias unido a la fragmentación de la conciencia nacionalista en la propia península. De todo esto se desprende que fue la huida del regente don João lo que precipitó los acontecimientos que permitieron la realización del gran proyecto que se llamó Brasil. Como medida práctica e inteligente, Joâo enalteció en parte a aquellos sectores de la sociedad de la colonia que pudieron comprar títulos de nobleza.

Carlota, por su parte no tardó en mostrar su desencanto en tierras amazónicas.  Dicen que en algún momento de su etapa pre embrionaria se canjearon en ella algunos mensajes genéticos. El trueque tendría repercusiones tardías.  La infanta no alcanzó a tener la distintiva protuberancia submaxilar de Felipe.  Sí heredó una inexplicable tendencia a producir una alta dosis de testosterona que en su adolescencia precipitó el crecimiento de un vello superfluo alrededor de los labios, y que hacía destacar aún más su borbónica nariz. La producción al principio insignificante de estas hormonas, trajo consigo, además de una multiplicación de la población capilar, un aumento de su espesor, acompañado de un voraz apetito sexual que fue creciendo en proporción desmesurada a medida que entraba en años.

“Sobre todo su cuerpo pareció haberse instalado una hirsuta anarquía”, subraya Harding al hablar de Carlota. Cuando alcanzó los treinta, acostumbrada desde mucho antes a la pasión y las aventuras adúlteras, el cambio hormonal creó en ella un gusto carnal descomunal, sólo comparable al del regente por el pollo frito. Este trastorno le ganó la reputación de poseer la atlética agilidad de concebir hileras de orgasmos que con frecuencia duraban de 24 a 36 horas, condición poco usual aun entre las andaluzas, y que se convirtió en una responsabilidad que ni el propio rey, por más poderoso que fuere, podía compartir. Nadie en toda la monarquía portuguesa era capaz de satisfacer las especiales demandas de Carlota.  Se necesitaba un individuo parte humano y parte divino para encargarse de tan ardua empresa.

Sólo un liberto de facciones agradables, alto, fornido y casado con la mulata más bonita que ojos humanos hubiesen visto reunía los atributos de lugar. Era descendiente directo de un cimarrón a quien en sus tiempos apodaban Mangueiro. Según los ancianos del área, éste apenas pasaba las pocas horas de sueño que le permitían en las pobladas barracas, sobre dos camas acomodadas en forma de “t’, una para el cuerpo del esclavo y otra para los pies.  Eran tan enormes que parecían tener vida independiente.

La naturaleza, con su planeada generosidad, le transfirió al mulato las más sobresalientes características de su bisabuelo y de los padres de éste, incluyendo, desde luego, el tinte de la piel.  Ganó sin esfuerzo su reputación por la increíble resistencia que poseía de mantenerse en sus plantas por días y días, sin dar muestras del menor cansancio.  Contribuyó también a su fama la extraordinaria capacidad para producir ejemplares que luego servirían de mano de obra en los sembradíos de caña que tanto abundaban en la zona noreste de la envidiada colonia.  Sus ancestros, aseguran las malas y las buenas lenguas, fueron responsables de producir grandes cantidades de pegamento, suficientes como para encolar las enormes vigas de caoba que sostienen el techo de la Igreja Nossa Senhora do Rosário dos Pretos. Dicen que cuando se ordeñaba, su esperma tenía un poder adhesivo tanto o más fuerte que el del puré de papas que dio forma a las hoy importantes ruinas de Machu Picchu. Su preciado albumen, tan viscoso y eficaz, superaba en calidad al almidón de yuca que une las piedras del Morro de La Habana.  Para nadie es un secreto que, tras cinco siglos de embate de huracanes de cañón mercenario, los muros aún se yerguen majestuosos e imperturbables.

Con su acostumbrada voluntad y prepotencia, Carlota demandó conocerlo. La reina se quedó prendada de la belleza y dotes de tenacidad del negro y poco tardó en convencerlo de que fuera su amante.

Nada pudo frenar las escandalosas relaciones de la reina y el ex esclavo; ni siquiera el monarca, cuya frecuente palilalia y eyaculación precoz, junto a la fertilidad de Carlota, aseguraron la transmisión de la corona a herederos que, afortunadamente para los brasileros, adquirieron lo mejor de dos mundos.  Habría que agregar que la tarea se dio en parte por la ambición del liberto, quien con el tiempo se convertiría en presidente del banco que hacía poco había fundado el rey.

El verdadero obstáculo lo constituyó la amorosa esposa del improvisado banquero. De acuerdo con los que la conocían, era fiel representación de la mulata brasilera que habían idealizado los colonos: delgada y casi menuda, de rasgos refinados, ojos oscuros, de mirada alerta y labios de fruición. La piel esculpía tonalidades que combinaban la blancura aceitunada de las lusitanas, el rojo cobrizo de las indias y el llamativo moreno de las esclavas.  Le adornaba la cabeza una cabellera larga, de híbridas y fuertes ondulaciones, que desprendían matices de caoba endrina.  Éstas se repetían en el hechizo de fauna y flora situado debajo del ombligo. Tenía pechos firmes, cintura ceñida y caderas capaces de producir un motín en el más silencioso de los conventos.  Su espalda terminaba en cautivadores compromisos anatómicos que anulaban las nalgas casi tristes de las portuguesas, reducían la exagerada protuberancia africana y elevaban los endebles glúteos indígenas.  El saldo de etnias la favorecía.  Salió ganando Brasil.

Sin perder su integridad moral, la criolla hizo lo imposible para salvar su matrimonio, desde consultar a las deidades hasta enfrentarse a la reina misma.

Una mañana de enero un puñado de Hijas de Oxalá se disponía a cumplir con el rito de lavar las escalinatas del templo erecto en honor al gran Orixá.  Así encontraron el cadáver de la bella mulata.  Apareció tendida bajo inexplicables circunstancias, a pocos escalones de la Igreja de Nosso Senhor de Bonfim. Vestía de blanco virginal, como las otras del grupo, la tez aún tibia, como las corrientes bahianas del primer mes del año.  Su hermosura la acentuaba la muerte.  Parecía estar dormida.  Muchos dicen que se sacrificó por devoción al moreno. Otros aseguran que fue el dolor de saber que una mujer de piel de lobo compartía el amor del célebre liberto. Fuentes dignas de crédito atestiguan que la decadente reina, viéndose envejecer mientras los vellos le crecían más y más con el rechazo del superdotado liberto, la mandó envenenar, aunque nunca se comprobó la veracidad de este y otros hechos de mayor o igual trascendencia.

Con el paso del tiempo, en las montañas y valles brasileros, ciudades y campos, familias y estados, se ha multiplicado de número de mulatas de habla dulce, suaves contornos y sugestivas consonantes.  Abunda el mestiço, el caboclo, el moreno y el cabosverde, el quase branco o quase preto.  Ya no hay monarquías ni emperadores.  Ahora hay Villalobos y Nascimentos, feijoada completa, filhos y filhas de Santo.  Hay escuelas de samba, reyes, jardineras y piratas que bailan en carrozas animadas.

En enero las vírgenes de blanco recuerdan a la bella muerta. Continúan los lavados de escalones en todos los terreiros de candomblé y umbanda.  Los feligreses aumentan y heredan, se convierten o crecen, se renuevan.  En ellos se impone con fuerza ancestral, como si de ella dependiera una raza entera, la eterna pregunta: ¿por qué se fue cuando más vida y belleza tenía?  Exú, Oxum, lemanjá y el mismo Oxalá guardan silencio, como dicta el antiguo hábito de los dioses traídos del Dahomey, como talvez acaeció y ocurrirá en futuras muertes y pasiones.

DE CUARENTENA: SEGUNDA EDICIÓN, 2015.

© All rights reserved Héctor Manuel Gutiérrez.

Héctor Manuel Gutiérrez, Ph.D., es instructor de español avanzado y literatura hispana. Funge como Lector Oficial de Literatura y Cultura Hispánicas en el programa de evaluación superior Advanced Placement, College Board/ETS. Colaborador mensual de la revista musical «Latin Beat», Gardena, California. Miembro/fundador de la revista literaria «La huella azul», FIU, Miami, Florida. Editor de contribuciones, «Revista Poetas y Escritores Miami», Miami, Florida. Colaborador «Revista Suburbano», Miami, Florida. Colaborador/ columnista, «Nagari Magazine», Miami, Florida. Colaborador «Linden Lane Magazine», Fort Worth, Texas, Colaborador, «Insularis Magazine», Miami, Florida. Es autor de los libros: Cuarentenas, Cuarentenas: Segunda Edición, Cuando el viento es amigo, Dossier Homenaje a Lilliam Moro, De autoría: ensayos al reverso. Les da los toques finales a Encuentros a la carta: entrevistas en ciernes, a publicarse en 2024, La utopía interior: estudio analítico de la ensayística de Ernesto Sábato, a publicarse en 2025, y la novela El arrobo de la sospecha, a publicarse en 2026.

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