Me enternecen las poetas de una América que sueña:
Delmira, Alfonsina, Julia, quienes me hablan de penas
en llamadas de intelecto, sensualidad y belleza.
Me arrastra lo visceral de un Benedetti o un Gelman.
En vísperas de la cercana presentación de uno de mis cuadernos, se me pidió producir una lista de los autores que han influido en mi preparación como poeta o escritor. En principio no he tenido que rebuscar mucho, por dos razones: la primera, que los autores en cuestión no son tantos y la segunda, coincidentemente ya había publicado una sección con un número muy selectivo de ellos en mi tercer libro, en aquella ocasión, movido por el deseo de rendirles un agradecido tributo.
Sin embargo, esta vez opté por no mostrar la lista. Me pareció que responder con un repertorio de ese tipo, hubiera sido un acto de presunción en desavenencia con mi propio carácter huidizo o ermitaño, si se quiere. Con esto, arguyo que preferiría me preguntaran quienes son, dentro del vasto inventario, los poetas que ocupan mi espacio reservado a la lectura: el número sería aún menor y el camino menos escabroso. Francamente, quizás contra mi propia voluntad, tendría que admitir que todavía me sojuzga una buena porción del canon mundial de las últimas décadas, como evidencia la auto-cita.
De todas maneras, con una marcada sonrisa, me he puesto a husmear tanto en mi biblioteca personal como en mi propia interioridad. Sin proponérmelo, mi sistema nervioso, con su acostumbrada perseverancia, me ha hecho descartar esa búsqueda. Es decir: en lugar de complicarme con la esperada enumeración, las neuronas me han conectado con el tema del buen leer y, de pronto, me vienen tres nombres a la mente: Jorge Luis Borges, Alberto Manguel y Umberto Eco.
Sabemos que Borges concebía el universo como una enorme biblioteca, y se enorgullecía más de sus lecturas que de sus escritos. Manguel, que cuando joven fue lector voluntario para Borges en su ceguera, es autor, entre otras obras, de un estudio muy interesante: El viajero, la torre y la larva: El lector como metáfora. Como dato curioso, recuerdo que tiene una biblioteca privada atestada con más de 60,000 volúmenes en su castillo medieval francés. Por su parte, Eco es autor, entre muchos cuadernos, de El hombre de la rosa, intrigante novela que nos trae la historia de una “abadía benedictina en las montañas italianas, famosa por su biblioteca, llena de obras únicas, restringidas a los especialistas”, como reza una frase descriptiva. Este escritor italiano, quien también tenía una biblioteca voluminosa en casa, al analizar las reacciones de las visitas que tenían la oportunidad de conocer la extensa colección que “almacenaba los pasadizos y cuartos donde se ubicaban los estantes blancos atiborrados de libros en su biblioteca milanesa”, como acentuaba más de un periodista, decía que hay una minoría de individuos que ven una colección privada, “no como un aditamento para subir el ego, sino como una herramienta de consulta y aprendizaje”.
Concedo que ninguno de los tres es estrictamente poeta, pero me toca agregar que gracias a la convicción de este trinomio, se le ha dado gran importancia a la noble actividad de la lectura, moción que siempre he respaldado con genuino entusiasmo. Por este detalle primordial, tal vez no puedo evitar la intromisión de algunos axiomas que repercuten con frecuencia en el hilo dialogal a la hora de leer o escribir, tareas que, al decir de algunos, a veces son la misma cosa. De modo que, en vez de conectarme numéricamente con una lista de autores, me acosa el argumento respecto a la relevancia de leer, no de acumular nombres. Podría citar entonces, como resultado de esas subjetivas intrusiones, enunciados como: “el analfabetismo fue la norma durante la mal llamada Edad Media”, frase inicua que he escuchado por años. Debo incluir que también oigo, en mis acostumbradas tertulias literarias y no tan literarias, que la lectura es una actividad de la elite, como resaltan los más cínicos. Efectivamente, la “civilización occidental” escribió grandes páginas saturadas de logros, conquistas y paradigmas en lo político, en lo social, en lo estético, en lo científico, etc. Todo esto se ha documentado o promovido, más que nada por la intencionalidad de los victoriosos y la insistencia del poder o, con mayor certeza, los que disfrutan del poder; unido todo esto a la habilidad de leer y escribir. Sin embargo, ¿quién nos garantiza que la mayoría de la población mundial pudo olfatear siquiera la superficie de los documentos que registraban esa fragmentada consecución cultural? La respuesta es obvia y puede ser tema para una futura discusión que quizás me ocupe en otro momento.
Pero volvamos a la pregunta original: la lista de autores. Haciendo uso de mi condición de lector, no de escritor con esperanzas de algún día acomodarme en uno de los cánones, reales o no, ejerzo mi derecho a desviarme. En lugar de crear una enumeración con pretensiones de erudita, propongo otro argumento: supongo que muchos de nosotros estamos familiarizados con la simple tarea de improvisar una lista de quehaceres en la casa o de mercancías a comprar en el supermercado. En determinadas circunstancias, podría ser un listado de los antojos que deseamos tener o sensaciones que hemos de experimentar algún día. Son recuentos con un propósito cotidiano, por ende fácil de elaborar. Elijo entonces conectarme a otro aspecto más significativo. Con perdón a los que tan amablemente me han preguntado, prefiero responderles que lo que sí sería difícil es crear una recapitulación de autores que activa y persistentemente escriben poesía en este extraño, indefinido y complejo período que comprende las dos postreras décadas del siglo XX, más las dos primeras del presente.
Y digo difícil porque ahora el mundo es mucho más pequeño, se escribe más poesía o, como he dicho en otra ocasión, por lo menos existen más individuos que se auto denominan poetas. Por otro lado, para bien o para mal, los medios de difusión son más asequibles en un mercado donde prevalece el sistema de auto-publicación y no el tradicional concepto editorial. En otras palabras, los que empujan y costean las tiradas de los muchos escritores que se proliferan día a día, son los autores mismos. De aquí que crear un inventario produciría una caterva de idiosincrasias de regiones, estilos, inclinaciones, naciones e ideologías. Toda esta maraña obligaría a antólogos, a críticos o simplemente a individuos que persiguen catalogar o fabricar estadísticas, a enfrascarse en una labor descomunal más cerca de lo cuantitativo que de lo propiamente literario. Teniendo lo anterior muy en cuenta, y disfrutando de las caricias que me otorgan las brisas del libre albedrío, concluyo entonces con un desafío a los inquisidores. Reitero que en vez de contestar la pregunta que se me ha hecho, prefiero señalar lo que se ha dicho ya tantas veces: el deseo de crear antologías, fabricar listas, o sugerir paradigmas, infaliblemente nos lleva a crear “cánones” de sospechosa validez. Es una labor para la cual no tengo la capacidad, ni apetito de emprender. Aunque, aquí entre nos, confieso que sí estaría interesado en conocer a los que se sometan a tan austero régimen y se aventuren en el ambicioso proyecto. Mientras tanto, colegas lectores, agradeciéndoles la visita, los dejo en esa coyuntura.
¡Felices lecturas, hasta el próximo encuentro y… buen provecho!
Notas del autor: Una versión anterior de este texto se publicó en la Edición No. 1, febrero del 2016, de Revista Poetas y Escritores Miami.
La cita es un fragmento del poema “Inventario”, del libro Cuando el viento es amigo.
Foto: rodeado de miles de opciones, el autor indaga en una popular librería de ejemplares de segunda mano en la calle de San Bernardo, centro de Madrid.
© All rights reserved Héctor Manuel Gutiérrez
Héctor Manuel Gutiérrez, Miami, ha realizado trabajos de investigación periodística y contribuido con poemas, ensayos, cuentos y prosa poética para Latin Beat Magazine, Latino Stuff Review, Nagari, Poetas y Escritores Miami, Signum Nous, Suburbano, Ekatombe, Eka Magazine y Nomenclatura, de la Universidad de Kentucky. Ha sido reportero independiente para los servicios de “Enfoque Nacional”, “Panorama Hispano” y “Latin American News Service” en la cadena difusora Radio Pública Nacional [NPR]. Cursó estudios de lenguas romances y música en City University of New York [CUNY]. Obtuvo su maestría en español y doctorado en filosofía y letras de la Universidad Internacional de la Florida [FIU]. Es miembro de National Collegiate Hispanic Honor Society [Sigma Delta Pi], Modern Language Association [MLA], y Florida Foreign Language Association [FFLA]. Creador de un sub-género literario que llama cuarentenas, es autor de los libros CUARENTENAS, Authorhouse, marzo de 2011, CUARENTENAS: SEGUNDA EDICIÓN, agosto de 2015, y CUANDO EL VIENTO ES AMIGO, iUniverse, abril del 2019. Les da los toques finales a dos próximos libros, AUTORÍA: ENSAYOS AL REVERSO, antología de ensayos con temas diversos, y LA UTOPÍA INTERIOR, estudio analítico de la ensayística de Ernesto Sábato.