Primo Levi seguramente no es el primero, pero sí resulta determinante para emplazar la voz de la víctima en el centro del relato literario, una víctima que la narración del héroe demoníaco obvia porque ahí lo único importante es su mensaje, no el de las víctimas que se lleva por el camino, como se lee muy bien en Maldoror.
Sin embargo, de una forma u otra, la víctima ha estado representada, aunque de una forma subterránea, en la modernidad. La literatura como reflejo de la sociedad y sus complejidades ha sido a lo largo de la historia un instrumento invaluable para explorar las dimensiones más profundas de la experiencia humana. Su función de espejo ha puesto de manifiesto las sombras y contradicciones del contexto en que se desarrolla.
Por lo que respecta al germen del Holocausto que narra Levi, ya figura en la obra magna de Marcel Proust (1871-1922). En busca del tiempo perdido es un monumento literario que explora los matices de la sociedad francesa en la Belle Époque. Proust muestra una aguda sensibilidad hacia las problemáticas sociales y políticas de su época. Aunque la obra se centra en la alta sociedad parisina, también aborda el antisemitismo. El personaje de Charles Swann, quien se enamora de la judía Odette de Crécy, es emblemático en esta exploración.
El tratamiento de Swann y su relación con Odette revela la superficialidad y la intolerancia de la sociedad hacia aquellos considerados “diferentes”. Proust presenta el antisemitismo como una fuerza corrosiva que socava las relaciones humanas y fomenta la discriminación. Sin embargo, algunos críticos también han señalado que la obra refleja ciertos estereotipos antisemitas propios de la época, aunque Proust no los comparta necesariamente. A través de personajes como el carismático Charles Swann, el autor denuncia la hipocresía y la persecución que sufren los judíos en un entorno marcado por el antisemitismo.
Hay otra polémica en el relato relacionada con el tema: el caso Dreyfus, un escándalo que sacudió a la nación francesa. Se acusó de traición al capitán Alfred Dreyfus, de origen judío, por vender información al enemigo, para descubrirse años más tarde que el culpable era un oficial de origen húngaro, antiguo miembro de los servicios secretos franceses. La acusación contra Dreyfus se construyó desde el antisemitismo. Se falsearon pruebas y se evitó revisar el caso. El tema se convierte en un eje central de la trama proustiana. El autor utiliza este incidente para explorar la corrupción y la injusticia en la Belle Époque, así como para cuestionar la noción de identidad nacional. Proust utiliza la figura del judío como un reflejo de las tensiones subyacentes en la sociedad francesa, lo que le permite profundizar en aspectos universales de exclusión y marginación. Muestra cómo el antisemitismo que llevará a los campos de concentración que describió Levi no solo se manifiesta en la política, sino que también impregna la vida cotidiana y las interacciones sociales de sus personajes.
Pero la descripción que Proust hace del antisemitismo no es la única representación de las víctimas que refleja la literatura anterior al testimonio de Levi. Publicada en 1884, la novela Las aventuras de Huckleberry Finn, de Mark Twain es un compendio de observaciones sobre la sociedad y la hipocresía de la época en la que se desenvuelve. A pesar de su carácter satírico, el libro es conocido por su representación ambivalente del racismo, particularmente en su retrato de Jim, un esclavo afroamericano que acompaña al protagonista en su travesía por el río Misisipi. La obra despliega un panorama complejo en el que la humanidad de Jim es evidente, pero también se revelan los prejuicios raciales que impregnan a quienes habitan con él, incluido Huck.
La relación entre Huck y Jim problematiza las nociones tradicionales de superioridad racial. Aunque el uso del lenguaje de la época y la representación de Jim como un personaje estereotipado han generado controversia y críticas, Twain utiliza la voz de Huck para señalar la inhumanidad de la esclavitud y para demostrar cómo la educación social puede distorsionar la empatía natural. El autor no pretende sermonear a sus lectores, sino ponerlos ante el espejo de la sociedad en la que viven. Cuando Huck tiene que elegir entre seguir los patrones de conducta de los suyos, que incluyen el racismo, al respetar el derecho de propiedad que la dueña de Jim tiene sobre él, o arder en el infierno junto a su amigo, elige la amistad. Pero no carga contra lo endémico del racismo social que lo envuelve porque también forma parte. Se trata de una crítica muy sutil, una tensión entre los valores humanos y la tradición. Sin embargo, el balance entre la crítica social y los estereotipos raciales en la novela sigue siendo un tema debatido en la actualidad. Algo parecido pasa con el Joseph Conrad (1857-1924) de El corazón de las tinieblas (1899). Pero de eso hablaremos en la próxima entrega.
© All rights reserved Carlos Gámez Pérez
Carlos Gámez Pérez (Barcelona. 1969) es doctor en estudios románicos por la Universidad de Miami y máster en creación literario por la Universitat Pompeu Fabra. Ha publicado la novela Malas noticias desde la isla (katakana editores, 2018), traducida al inglés en 2019. En 2018 publicó un ensayo sobre ciencia y literatura española: Las ciencias y las letras: Pensamiento tecnocientífico y cultura en España (Editorial Academia del Hispanismo). En 2012 ganó el premio Cafè Món por el libro de relatos Artefactos (Sloper). Sus cuentos han sido seleccionados para varias antologías, entre otras: Emergencias. Doce cuentos iberoamericanos (Candaya, 2013); Presencia Humana, número 1 (Aristas Martínez, 2013); y Viaje One Way: Antología de narradores de Miami (Suburbano, 2014). En 2016 compiló y editó el libro Simbiosis: Una antología de ciencia ficción (La Pereza, 2016). Ha impartido talleres de escritura en el Centro Cultural Español de Ciudad de México y en la Universidad de Navarra. Colabora con revistas literarias como Nagari, Sub-Urbano, CTXT o Quimera.