Pese a la ruptura que Las flores del mal y Los cantos de Maldoror pretenden con el romanticismo, la figura del héroe revolucionario y satánico que figura en ambos poemarios, especialmente en la obra de Lautréamont, bebe de fuentes románticas. Desde una perspectiva prometeica, preside los actos del Dr. Frankenstein, que pretende generar vida del conocimiento rompiendo con las tradiciones precedentes, tal como lo narra Mary Shelley (1797-1851) en su obra cumbre. No es un héroe byroniano, porque no pretende la empatía con que el poeta británico dota a sus héroes, aunque si comparte su soledad frente a las masas. Pero se emparenta con el contendido de dos obras principales de Thomas De Quincey (1785-1859), que rigen los pasos autodestructivos de Charles Baudelaire en Confesiones de un comedor de opio inglés (1821), y las pulsiones asesinas de Maldoror a través de Del asesinato considerado como una de las bellas artes (1827).
Alain Verjat identifica las diferencias entre el héroe romántico y el héroe de Baudelaire en el prólogo de Las flores del mal: el héroe romántico es un negativo de lo que aparenta. Es bondadoso pese a su pátina de marginalidad, y triunfa desde el arte. El héroe de Baudelaire fracasa, es el mal en sí mismo. Al héroe romántico lo salva el amor, al moderno ni eso. Sin embargo, la disección del héroe romántico que Rafael Argullol traza en El héroe y el Único (1982) muestra las coincidencias, hasta el punto de que conecta al héroe byroniano con Baudelaire. De entre el elenco de características del héroe romántico que menciona Argullol, se destacan como coincidentes el enfrentamiento con el mundo, el sentimiento de superioridad del genio frente a las masas que conllevará el concepto nietzscheano de superhombre, y el carácter demoníaco de algunos de estos héroes. Son precisamente esas características las que van a justificar los totalitarismos del siglo XX que construirán figuras heroicas alrededor de líderes políticos. Se van a transmitir a través de la modernidad. Pero tienen su germen en el romanticismo.
De Quincey en su biografía personal fue él mismo un héroe romántico. Hijo de un rico comerciante, se fugó de casa huyendo de la estricta educación que recibió por parte de su madre, ya fallecido el padre. Sobreviviría en los cuidados de una desprendida prostituta a la que no pudo volver a ver pese a sus intentos. A su retorno al redil, se convirtió en opiómano mientras estudiaba en el Worcester College de Oxford. Después llegaría su obra. El primero de los libros mencionados, el dedicado a sus experiencias con el opio, en realidad es un libro filosófico. Pero lo que el escritor anuncia como sutiles opiniones, a quien lo lee le parecen ese tipo de reflexiones que se tienen cuando se está abducido por las drogas, que simulan ser absolutas y brillantísimas en estado alucinatorio y son meras banalidades cuando pasa la estimulación psicotrópica. Lo que resulta de mayor interés es que De Quincey explica en detalle el placer de sus experiencias con esa droga, aunque llegara hasta ella desde el dolor. Ese hecho es el elemento que debió despertar el interés bohemio de Baudelaire en su búsqueda de paraísos artificiales.
Por lo que respecta a Del asesinato considerado como una de las bellas artes, a diferencia del poema de Lautréamont, es un texto satírico y humorístico en la estela irónica de Lawrence Sterne (1713-1768), en torno al asesinato, donde el autor se expresa de esta guisa: “la composición de un buen asesinato exige algo más que un par de idiotas que matan o mueren, un cuchillo, una bolsa y un callejón oscuro. El diseño, señores, la disposición del grupo, la luz y la sombra, la poesía, el sentimiento se consideran hoy indispensables en intentos de esta naturaleza” (p. 16).
Después de repasar supuestos asesinatos a conocidos filósofos que nunca sucedieron, De Quincey pasa revista a los crímenes que más convulsionaron a la sociedad británica de su tiempo. Habla de John Williams, que asesinó a golpes y cuchilladas a dos familias, y del crimen perpetrado por John Thurtell, entre otros. En un Post Scriptum posterior, desarrolla una crónica de los homicidios de Williams, y otra del cuádruple homicidio llevado a cabo por los hermanos M’Kean.
Pero el narrador de Thomas De Quincey no es un héroe romántico. Es alguien que se acerca a la tragedia desde la ironía. La idea de perfección artística con la que repasa los hechos no es más que una estrategia humorística, porque era conocida la patanería de los homicidas que escoge. Sin embargo, esa puerta es la que va a introducir al crimen en la literatura occidental, hasta entonces una temática muy contenida, justo en el momento en que el periodismo de sucesos empieza a aparecer en la prensa de los países más desarrollados. Los modernos que seguirán sus pasos serán incapaces de construirse una defensa con la sátira. De ahí a las grandes obras filosóficas sobre el tema, como Crimen y castigo (1866), o al relato policíaco de Edgar A. Poe o Arthur Conan Doyle y, con posterioridad, a la literatura de psicópatas que aparece en El silencio de los corderos (1988) o American Psycho (1991), solo hay un paso, el que dio el Conde de Lautréamont, el de la cruda violencia.
© All rights reserved Carlos Gámez Pérez
Carlos Gámez Pérez (Barcelona. 1969) es doctor en estudios románicos por la Universidad de Miami y máster en creación literario por la Universitat Pompeu Fabra. Ha publicado la novela Malas noticias desde la isla (katakana editores, 2018), traducida al inglés en 2019. En 2018 publicó un ensayo sobre ciencia y literatura española: Las ciencias y las letras: Pensamiento tecnocientífico y cultura en España (Editorial Academia del Hispanismo). En 2012 ganó el premio Cafè Món por el libro de relatos Artefactos (Sloper). Sus cuentos han sido seleccionados para varias antologías, entre otras: Emergencias. Doce cuentos iberoamericanos (Candaya, 2013); Presencia Humana, número 1 (Aristas Martínez, 2013); y Viaje One Way: Antología de narradores de Miami (Suburbano, 2014). En 2016 compiló y editó el libro Simbiosis: Una antología de ciencia ficción (La Pereza, 2016). Ha impartido talleres de escritura en el Centro Cultural Español de Ciudad de México y en la Universidad de Navarra. Colabora con revistas literarias como Nagari, Sub-Urbano, CTXT o Quimera.