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Febrero 2023

DE LAS VÍCTIMAS (IV). Carlos Gámez Pérez

 

Como decíamos en la anterior entrega de esta serie, Charles Baudelaire es el primer poeta de la modernidad y el precursor de Lautréamont, al menos en su compromiso estético y, sobre todo, en el tratamiento del artista como ejecutor, por encima de cualquier presupuesto moral. Pero si Baudelaire es el primero, Edgar Allan Poe (1809-1849), al que Baudelaire tradujo, y del que se empapó, es el padre de la modernidad, al menos en la esfera literaria. Y no lo es solo porque pretenda ser el primer escritor estadounidense que quiere vivir de su oficio y fracase, o porque se construya una aureola de escritor atormentado con su biografía. Lo es, especialmente, por todo lo contrario, por el pacto que establece su obra con el sistema productivo que se está imponiendo en ese momento en el seno de esa modernidad, que va a utilizar esas vidas atormentadas para aumentar sus ventas, y que no es otro que el capitalismo. Por tanto, guarden poca cuenta de la entrada de la Wikipedia en que se afirma que Poe fue un escritor romántico. Ha sido encuadrado por la crítica en el romanticismo oscuro junto a Nathaniel Hawthorne y Herman Melville, por oposición al trascendentalismo de Ralph Waldo Emerson y Henry David Thoreau, quienes vindicaban un retorno a la naturaleza y un alejamiento del sistema productivo que Poe no soportaba, lo cual nos da ya unas cuantas pistas. Pero la cosa es aún más compleja.

 

 

Poe participó del surgimiento de buena parte de los principales géneros de la literatura que han llegado hasta nuestros días. Al menos, fue partícipe, y en algún caso fundador, de aquellos géneros que han tenido un más notable éxito comercial. Ahí está el terror a través de sus cuentos góticos, que ha influido a voces literarias tan notables como Edith Wharton, William Faulkner, Flannery O’Connor o Stephen King, y que también lo hizo en Lautréamont. Pero su obra no es del todo exclusiva en este ámbito porque se trató de una tendencia muy común en la literatura anglosajona del siglo XIX. De hecho, aunque parece que Poe sufrió pesadillas desde la adolescencia que se reflejan en esos relatos, y lo onírico está muy presente en estos escritos, cultivó este género porque tenía una alta demanda de público. Ejemplos de su contribución son “El gato negro”, “La verdad sobre el caso del señor Valdemar”, “El entierro prematuro” o “Conversación con una momia”.

 

 

El escritor de Boston también contribuyó al género que en el siglo XIX se citaba como “el relato de la ciencia”, y que entrado el siglo XX se bautizó como ciencia ficción. De hecho, Hugo Gernsback, fundador del término y gran editor del género, consideraba que solo existían tres autores de ciencia ficción anteriores a la década de 1930: Jules Verne, H. G. Wells y Poe. De entre sus títulos más destacados en esta temática se encuentran: “Von Kempelen y su descubrimiento”, “Un cuento de las montañas escabrosas”, “La incomparable aventura de un tal Hans Pfaall” o “El camelo del globo”. De nuevo la ciencia moderna cobra un papel preminente, como ocurrirá en los Cantos de Maldoror. El de Poe, sin embargo, no es un relato en el que el protagonista es capaz de empoderarse a partir del conocimiento científico-matemático, como en el caso de Lautréamon. La suya es una narración especulativa de la ciencia de carácter obsesivo, con una naturaleza patológica de distorsión de la realidad, muy propia de su carácter y su biografía, que influyó profundamente en autores como Ursula K. Le Guin, Philip K. Dick o Stanislaw Lem. Han llegado a considerarlo el precursor de la ciencia ficción. Sin embargo, lo que hace Poe es recuperar una tradición preexistente, en donde lo científico se hibrida con lo fantástico, y adaptarlo a los avances técnico-científicos de su época. Son los temas que inicia el autor norteamericano los que lo entroncan con la ciencia ficción del siglo XX en técnicas y temas (universos alternativos, viajes en el tiempo, viajes espaciales). Pero bebe de una difusa tradición anterior además de estar muy documentado en cuestiones científicas y matemáticas. A fin de cuentas, el escritor de Boston incluyó entre sus lecturas a los más notables científicos y matemáticos: Newton, Laplace o Kepler. Tuvo correspondencia con sus lectores sobre temas de criptografía. Y basó parte de “El escarabajo dorado” en sus investigaciones sobre el tema (el cuento le permitió a William F. Friedman encontrar una pauta para descifrar el código criptográfico utilizado por los japoneses en la Segunda Guerra Mundial). También hizo incursiones en la cosmología y el mesmerismo (y escribió un ensayo sobre moluscos). Hasta en la rima que gobierna su poesía cree observar Charles Baudelaire un ritmo matemático. Su última obra publicada en vida: el ensayo Eureka, es una larga reflexión cosmológica donde se encuentran presagios de algunos elementos de la teoría del Big Bang, la relatividad, los agujeros negros y las concepciones contemporáneas del espacio-tiempo. Poe encontró la primera solución conocida a la paradoja de Olbers, llegando a afirmar que el fondo oscuro del firmamento nocturno se debe a la inmensa distancia de la Tierra a las estrellas que existían en esa dirección del universo. Sin embargo, el texto también está plagado de errores científicos.

 

 

Así las cosas, no es de extrañar que sea capaz de articular contenidos matemáticos en su literatura. Es así como se entiende el conjunto de cuentos, denominados analíticos, que escribió, y del que surgiría la novela de detectives. El análisis matemático, más que lógico, es el elemento vertebrador que prima en narraciones como “La carta robada”, “El escarabajo dorado”, “El misterio de Marie Rôget” o el mundialmente conocido: “Los crímenes de la calle Morgue”. De ahí surge August Dupin, el investigador perspicaz y analítico que es el padre de todos los detectives, empezando por Sherlock Holmes. Publicado en 1841, “Los crímenes de la calle Morgue” está considerado como la primera narración de detectives de la historia de la literatura, que Poe consideró como un “cuento de raciocinio”. Sabía que estaba construyendo algo nuevo. Fue un precursor. Y en esa nueva estructura narrativa los conceptos matemáticos tienen un peso muy importante.

 

 

Tanto el policíaco blanco que practicaron George Simenon (1903-1989), o Agatha Christie (1890-1976), por la importancia de la lógica en el desarrollo del relato, como la novela negra de Dashiell Hammett (1894-1961) o Raymond Chandler (1888-1959), por la sordidez que aplica al contexto, le son deudores. Cuando Baudelaire, su traductor al francés junto con Guy de Maupassant, se dé cuenta, tratará de imitarlo, por esa aureola moderna que impregna al escritor norteamericano, no en el relato policíaco, pero sí en la biografía. Esa es la otra dimensión de la figura del autor.

 

Poe, que quedó huérfano muy pronto de padres actores (su nombre proviene de un personaje del Rey Lear), y tuvo una pésima relación con su padre adoptivo: John Allan, un rico comerciante de Richmond (Virginia), se construyó un personaje petulante y engreído en la Universidad de Virginia, a la que asistió. Pero tuvo que abandonar la universidad por sus deudas en el juego. Jugaba para tratar de mantenerse económicamente en el campus. Pero perdía y bebía irremisiblemente (al parecer, le hacía bastante daño el alcohol), y esas deudas acabaron de enfrentarle con su padrastro. Así inició una segunda etapa.

 

 

En vez de instalarse de nuevo en Richmond, viajó a Boston, su ciudad natal. Intentó mantenerse con trabajos esporádicos como comerciante y periodista. Escribió con el seudónimo Henri Le Rennet. Pero fracasó, por cuanto tuvo que enrolarse en el ejército con un nombre falso, para después incorporarse a West Point con el visto bueno de su padrastro. Pero la figura que se estaba creando no soportó la disciplina militar. Es más, aprovechó su estancia en la academia de oficiales para incrementar su imagen de rebelde, que ya había iniciado en la Universidad de Virginia. Lo expulsaron por negarse a realizar sus obligaciones, desobedecer órdenes, no atender a las clases ni hacerlo al oficio religioso. E hizo público su deseo de convertirse en poeta y escritor. Las credenciales de un rebelde moderno que Baudelaire tomaría prestadas y que Lautréamont tiene en cuenta al componer al personaje principal de sus cantos.

 

 

La vida sentimental de Poe no fue menos convulsa. En 1835 contrajo matrimonio con Virginia Eliza Clemm, su prima. Esta contaba tan solo 13 años. Él tenía 26. Hubo que falsificar el acta matrimonial para poder casarlos. No está claro que el matrimonio se consumara. Algunos biógrafos, como Joseph Krutch, afirman que Poe era impotente. No se ha podido demostrar. Pero Baudelaire sí puso de relieve que no existe en toda la obra de Poe ni un solo pasaje dedicado al erotismo o el goce sexual, en los que él sí buceó, lo que no deja de ser significativo.

 

 

En 1842, cuando aún vivían en Filadelfia, su mujer contrajo la tuberculosis. Eso conllevó para Poe una depresión, que se trataba directamente bebiendo alcohol y tomando láudano. Se trasladaron a Nueva York. Virginia murió allí de tuberculosis en 1847, en la penuria en que se había envuelto la familia de su marido, viviendo en una pequeña cottage en el Bronx. Poe asistió al funeral envuelto en su capa de cadete de West Point, que fue la única manta con la que pudieron abrigar a su mujer en sus últimos meses de enfermedad.

 

 

Sus problemas con la bebida, que crecieron exponencialmente con la muerte de Virginia, frenaron todas las posibilidades de Poe de volver a tener una vida normal. Entró en una depresión profunda que a punto estuvo de llevarle a la muerte en noviembre de 1848, cuando intentó suicidarse con láudano. Sin embargo, en 1849 regresó a Richmond, donde recuperó la ilusión cuando se reencontró con la que fue su primera prometida: Sarah E. Royster, y ambos se prometieron en matrimonio a cambio de que el escritor abandonase de forma definitiva sus malos hábitos. Inesperadamente, pese a esa felicidad que había mostrado en público, Poe desapareció en extrañas circunstancias hasta que se le encontró en Baltimore, a dos semanas de la boda, en un estado de absoluto delirio. Fue ingresado en el Washington College Hospital, donde falleció el 7 de octubre de 1849, diez días antes de su boda y cuatro años después que su mujer. Este hecho culmina la leyenda de rebelde que acompañará a Poe en las futuras y continuadas ventas de unos ejemplares que apenas si circularon en vida. Y eso, pese a que, después de su fallecimiento, Rufus W. Griswold, un crítico enemigo de Poe, tras ciertos tejemanejes, consiguió hacerse el albacea del fallecido escritor. Desde esa posición de poder trataría de destruir su reputación, sin conseguirlo. Escribió una biografía de Poe titulada “Memoir of the Author”, en la que lo trataba de ser depravado, borracho, drogadicto y perturbado. Aunque los amigos del autor salieron en su defensa, y se demostró que la correspondencia que Griswold hacía servir en el escrito era una falsificación, han sido todas esas acusaciones las que nos han atraído del escritor bostoniano desde Baudelaire. Así fue como se convirtió en un autor maldito. Y ese mecanismo que aplicó la modernidad sobre su recepción lo convirtió en un escritor muy influyente.

 

 

Autores que fracasan en vida y con su vida, pero que alcanzan el Parnaso literario y con él las ventas, no solo las suyas, también las de los géneros que crean a su paso, convirtiéndolos en nichos de éxito. Es el tópico que ilustra la imagen del hombre rebelde en el ámbito cultural, que está muy presente en Maldoror, y de la que hablaremos en la próxima entrega.

 

 

 

 

 

© All rights reserved Carlos Gámez Pérez

 

Carlos Gámez Pérez (Barcelona. 1969) es doctor en estudios románicos por la Universidad de Miami y máster en creación literario por la Universitat Pompeu Fabra. Ha publicado la novela Malas noticias desde la isla (katakana editores, 2018), traducida al inglés en 2019. En 2018 publicó un ensayo sobre ciencia y literatura española: Las ciencias y las letras: Pensamiento tecnocientífico y cultura en España (Editorial Academia del Hispanismo). En 2012 ganó el premio Cafè Món por el libro de relatos Artefactos (Sloper). Sus cuentos han sido seleccionados para varias antologías, entre otras: Emergencias. Doce cuentos iberoamericanos (Candaya, 2013); Presencia Humana, número 1 (Aristas Martínez, 2013); y Viaje One Way: Antología de narradores de Miami (Suburbano, 2014). En 2016 compiló y editó el libro Simbiosis: Una antología de ciencia ficción (La Pereza, 2016). Ha impartido talleres de escritura en el Centro Cultural Español de Ciudad de México y en la Universidad de Navarra. Colabora con revistas literarias como Nagari, Sub-UrbanoCTXT o Quimera.

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