A Reinaldo Sánchez
He aceptado de un amigo el encargo de escribir la introducción a uno de sus trabajos. Con ese propósito sigo el siguiente procedimiento: como acostumbra hacer el autor, preparo y tomo café, aliño la ropa, separo el almuerzo que se recicla al mediodía. Son actividades rutinarias que pueden substituirse de vez en cuando, según la urgencia del momento. Pero cepillarse los dientes y darse una ducha alrededor de las seis de la mañana es, más que una necesidad, un rito. Lo demás es prescindible.
Sé que para él la ceremonia matutina empieza abriendo la llave de la izquierda, responsable de hacer andar el calentador. El corto proceso de acaloramiento me da unos minutos para terminar algunas cosas pendientes dentro y fuera de la casa. No me empiezo a bañar hasta que el violento chorro alcanza la temperatura ideal, un grado antes de hervir.
Comprendo a mi aliado cuando dice que al entrar en el húmedo cuadrilátero, le da por reflexionar. Sólo existimos el agua y yo. Ésta desencadena una incontrolable serie de raras ponderaciones. Cavilo en los millones de habitantes de este planeta que no disponen de un cuarto de baño y mucho menos de agua caliente. Muchos tendrán que compartir el hambriento grifo en una casa destartalada en Cité Soleil, un solar en Centro Habana, Alamar o una carioca fabela. Otros, los más, no tendrán siquiera la tubería indispensable y habrán de cargar el agua en cubos desgastados, bautizada ésta con bacterias multilingües. Hay también a quienes, disponiendo de todas las comodidades, no les alcanzará el tiempo para hacerlo. Otros, sencillamente no se interesarán en asearse.
Mas para mi amigo el autor, un día sin una o dos duchas es como cielo sin sol. Usualmente descarta el cuarto de baño como improvisado escenario para cantar: evita así las quejas de lastimados vecinos. Tampoco le urge buscar la camaradería de la tina para satisfacer necesidades íntimas, algo muy común cuando es irremediable compañera la soledad. Mañana tras mañana, se sumerge en la necesaria labor. Mantiene así la tranquilad o comodidad mental de saber que se ha duchado antes de lidiar con vejámenes de suburbia. La ducha es, entonces, un obligado ejercicio de introspección.
Minutos después de empezar el placentero protocolo, consulta con la musa de los baños, esperando al final de acto, contar con un cuerpo no sólo pulcro, libre de impurezas, exento de urbanidad, rico en motivos para sus frecuentes y a veces extrañas cuarentenas. Se deduce que uno de los beneficios, aparte de los obvios, es la incubadora facilidad que nos ofrece para dar rienda suelta a la imaginación, particularmente cuando el agua alcanza altas temperaturas.
Mientras la corriente mantiene por unos minutos el calor necesario para iniciarse en el campo de la creatividad, el hábito pide hablar de la edad, carácter, profesión, lugar de origen, preparación académica y experiencia. En realidad, señala discretamente el autor, estos aspectos carecen de importancia, a menos que por azar se haga famoso, posibilidad que por cierto cree muy remota. Conformémonos con decir que es ciudadano del mundo, que ha vivido bastante, que tiene como afición el antiguo oficio de leer y escribir: actividad que aborda con constancia, placer y seriedad.
Me aseguran que nunca ha pertenecido a una organización política o partido. Aunque en ocasiones le ha tentado la idea, no ha llamado a puertas de sociedades secretas ni logias. En cuanto a sus inclinaciones políticas, sé que es demasiado liberal para contarse entre los que están “sentados a la diestra de Dios Padre”, mientras es demasiado conservador para escribir con la mano izquierda. Por lo general está en desacuerdo con ambos extremos y cree que en ellos conviven ingenuos y maliciosos, dedicados y oportunistas por igual.
En cuanto a las relaciones sociales, su supervivencia en la esporádica asociación con grupos culturales, en particular los literarios, ha tenido mucho que ver con una innata habilidad para trabajar en equipo, a sabiendas de que algunos autores, independientemente de sus aptitudes, por definición son conflictivos y de egos toreadores. De ahí que asuma ante ellos una actitud reconciliadora en las frecuentes y apasionadas polémicas, en ocasiones tan caldeadas que incursionan en el campo de la ficción.
No es este lugar para hablar de la profundidad de sus escritos ni la complejidad de su sistema nervioso. Ésa quizás es tarea para aquellos que, tras ser entrenados en el campo de la sicopatología, quieren hacer el papel de críticos. No es trabajo que compete a amigos. Estoy, sin embargo, autorizado a sugerir que una emigrante y dolorosa circunstancia, lo forzó a desarrollarse en ambientes disímiles, alimentados por ebulliciones sociopolíticas que, cuando niño, le afectaron para siempre las neuronas. ¿Y a quién no? Sin embargo, si por un lado esto le transmitió una especie de inestabilidad residencial, por el otro lo enriqueció, gracias al heterogéneo contacto con la gente. De ahí que para él la vida no es más que una transacción, un saldo de pérdidas y ganancias.
Los percusionistas tienen una instintiva agilidad para expresarse por medio del tambor. Como el cuero en aquellos, la pluma es, para mi amigo el autor, vehículo idóneo en la comunicación. La pluma llena el espacio usurpado por la ausencia de convivencias dialécticas dictadas por gobiernos totalitarios a las que no se subscribió. Digamos que ese eclipse es el elemento definidor de su habla, afectada por algún incidente que a temprana edad le dejó huellas indelebles. Algunos individuos a menudo confunden esa afección con falta de inteligencia y escuela, particularmente aquellos que lo conocen desde la periferia o adolecen de escasa paciencia. Caen en este error por lo general los no familiarizados con las múltiples proyecciones del saber humano o los que ignoran o niegan finitas posibilidades de poseer la verdad absoluta.
A pesar de sus modestos logros escolásticos ––en ocasiones entorpecidos por una deficiente burocracia de Academia–– en el fondo no deja de ser un autodidacta. Aprende, como cualquier poeta, de los pinchazos de la vida. Ve los obstáculos, que no busca, sino que aparecen, como estímulos necesarios; en particular cuando éstos son debidamente cabreados.
Para él ya están muy lejos los años de entusiasmos ideológicos o radicalismos juveniles. Cesó la búsqueda del paraíso demianano o las peregrinas emulaciones de Sidharta. Pero todavía cree ––y defiende–– en el concepto de la amistad. Todavía recibe y cultiva Amor. Anhela un epílogo sabio y octogenario como los de Casals o Picasso, aunque está casi seguro de que no llegará a los ochenta.
Mientras el agua caliente empieza a hacerse escasa, puedo hablar de sus escritos. No tienen nada de extraordinario. Aunque no niega la influencia de algún que otro autor, sus trabajos no han sentido el soplo de los llamados movimientos o escuelas y me consta que al menos nunca ha tenido dificultad en reconciliarse con su propia voz. Sí noto que cuando escribe, diluye el texto en tesituras crujientes que evocan la raspa de arroz isleño, pega de cartílago porcino, melodías dispuestas a ser digeridas por un lector curioso y tolerante.
Su estilo por lo regular es sencillo, exento de palabras ostentosas, pero con inesperada tendencia a un barroquismo caribeño que a veces ignora la necesaria existencia de las pausas, estira el quebradizo elástico de las oraciones, explota en ellas hasta el último átomo conceptual, las alambica por un meticuloso proceso sintáctico, no las libera sin que queden debidamente “pasteurizadas y homogeneizadas”, hasta licenciosamente provocar en los que lo leen sensaciones de angustia y determinado humor, acompañadas de una sed arenosa, jeda y falta de oxígeno, sensaciones que sólo se calman cuando arriba el ansiado punto y aparte.
Ya el agua sale arteramente fresca, como insulano manantial. El tiempo apremia. Sólo quedan unos tibios litros. Aprovecho y agrego que los temas de mi amigo son exactamente los mismos que preocuparon a cualquier Marcos Pérez de Buena Vista. Con frecuencia habla de la vida y la muerte, el tiempo y el espacio, la nada y el universo. Recurren en él los motivos del amor y la mujer, el ser versus el estar en el mundo, en fin ––en ese orden–– soñar, hacer y esperar. En cada una de las instancias trasciende lo que para muchos ––incluso para mí–– es su característica principal: la autenticidad.
Al no quedar más agua caliente, la presión hidráulica parece aumentar. El preciado líquido recomienza a contraer los poros, a vigorizar la piel. Ayuda a recobrar ideas dormidas, a sustituir células muertas. Ya es hora de dejar las enjuagadas lozas. Hay todavía mucho que aprender y andar. Aún quedan dioses que inventar. Alma nueva en cuerpo nuevo. ¡A vestirse, a aletear la moderna montura, a enfrentarse a la imponente y prefabricada realidad! ¡Cuán diferente a la del estimulante caño que sirve de inspiración a discursos inquisitivos de liviana ropa: anfibia catarsis que recarga armaduras y amputa molinos de viento!
© All rights reserved Héctor Manuel Gutiérrez
Héctor Manuel Gutiérrez, Miami, ha realizado trabajos de investigación periodística y contribuido con poemas, ensayos, cuentos y poemas para Latin Beat Magazine, Latino Stuff Review, Nagari, Poetas y Escritores Miami, Signum Nous, Suburbano, Ekatombe y Nomenclatura, de la Universidad de Kentucky. Ha sido reportero independiente para los servicios de “Enfoque Nacional”, “Panorama Hispano” y “Latin American News Service” en la cadena difusora Radio Pública Nacional [NPR]. Funge como lector oficial y consultor de la división Exámenes de Colocación Avanzada en Literatura y Cultura Hispánicas en College Board. Es también consultor para el Banco de Evaluaciones Interinas y Exámenes del Departamento de Educación de la Florida. Cursó estudios de lenguas romances y música en City University of New York [CUNY]. Obtuvo su maestría en español y doctorado en filosofía y letras de la Universidad Internacional de la Florida [FIU]. Creador de un sub-género literario que llama cuarentenas, es autor de los libros CUARENTENAS, Authorhouse, marzo de 2011 y CUARENTENAS: SEGUNDA EDICIÓN, Authorhouse, agosto de 2015. Le da los toques finales a tres próximos libros, CUANDO EL VIENTO ES AMIGO Y OTRAS CUARENTENAS, entrega poética, AUTORÍA: ENSAYOS AL REVERSO, antología de ensayos con temas diversos y LA UTOPÍA INTERIOR, estudio analítico de la ensayística de Ernesto Sábato.