En una visita al Dallas Museum of Art, donde se encuentran obras de diferentes épocas tanto monumentales, como video arte y pinturas de diferentes artistas, disfruté de un largo recorrido y en el mismo, recordé lo que escribió un joven artista de El Salvador, Antonio Cañas:
“Me he aproximado a una experiencia plástica revitalizadora que promueve día a día un encuentro con los poetas del color, el baile, la danza, la textura y la luz… el canto a La Pachamama.”
Este intuitivo artista, que ha manifestado un dramatismo con las bestias, en su obra de series pasadas, nos trae ahora un nuevo pincel y nos permite así, extender la mirada hacia un ambiente diferente.
Verde, azul, tierra y arenas de arcilla. Campiñas tropicales, donde está ausente el ser humano, pero no su labor. Donde se sosiega la vista que descubre el frescor de la palma que se mece, en el aire de la tarde. Tal vez aquí sea, donde ahora se encuentren sus animales anteriores.
En esta fusión de verdes, enamorados de la tierra, y que se nutren del azul-agua que la abraza con su manto de luz, está el trabajo del trazo que a la vista nos exalta. Arboledas reconciliadas con lo circundante y, pudiera ser que, de alguna manera, evoquen el ciclo que culminó con esta nueva serie.
De la naturaleza, casi virginal en estas piezas, germina la maleza en abundancia. Los arbustos que aparecen con follaje oscuro y denso, nos hacen sentir una serenidad reverdecida. De pronto, en otra imagen, se percibe el crepitar de lo seco que cae, como la iniciación de una danza. Las espigas parecen bailar, al son del canto de las hojas.
La luz es generosa a la hora de bañar los árboles y darles la vitalidad que se merecen. La luminiscencia también ha tomado posesión desde el horizonte, en la grandiosidad de las montañas, testigos silenciosos de la escena. El contraste entre la luz y el nacimiento del verde en estas piezas está bien definido. Y aun cuando el pincel abstracto del artista, pretende esconder la unión entre ambos, se logra distinguir a través de los diversos matices, la belleza que evoca.
Esa transitoriedad en los colores que admite Cañas en su obra, es la que nos estimula a querer ir y respirar todo ese aire puro, y nos hace imaginar también, el regocijo del artista en el momento de pintar.
Podemos imaginar en esta serie, a aquél que labró la tierra con sus manos y luego cómo abrazaba el atado, al llevarlo hasta su choza, aunque no lo avistemos. En esta muestra, el artista celebra su propia comunión con el medio rural y descubre la cotidianidad con el campo y el trabajo del hombre.
Gloria MiládelaRoca
Contacto con el artista: