Nueva York, 27 de enero del 2013
Querido Daniel:
Te preguntarás por qué una carta a estas alturas. Luego de todo lo que ha sucedido entre nosotros y en mi vida, reanudar el diálogo a través de un correo electrónico o una llamada telefónica me resulta informal. Además, no le haría justicia a la posibilidad de un acercamiento auténtico, ni a nada parecido. Los e-mails, por ejemplo, los respondo casi por inercia, impulsada por esos estados de inmediatez que impone la tecnología. Me quejo, aunque temo haberme convertido en una de esas personas multifacéticas que debe engendrar cien proyectos a la vez. Mientras veo una película, hojeo libros,texteo, ensayo bocadillos de libretos y hasta navego por la red. Es un vicio nimio que se ha amplificado en mi cotidianeidad desde lo sucedido hace dos años. Me ayuda a no pensar, a desviar la atención hacia boberías que me mantienen ocupada y que no me permiten adentrarme en una nueva nebulosa.
Sentimientos encontrados fue lo primero que me invadió al recibir tu pésame entre uno más de los tantos que se acumulan a diario. Luego, ante el abismo continuo de tan desesperante pérdida y la asociación que te vincula a mi pasado, se ha alojado en mí un alivio inesperado. Resuelta a responderte, emprendo este primer intento mediante la vía epistolar porque me parece más correcta y porque es un arte ya perdido que me he propuesto recuperar en mi rutina personal desde hace un tiempo atrás. ¿Recuerdas la cantidad de cartas que te escribía a la semana en aquella época? Yo aún conservo las tuyas.
Supe recientemente que llevas años separado de K., aunque continúan siendo socios. Supe, además, que has intentando comunicarte conmigo en numerosas ocasiones. No tenía la más mínima idea. Me enteré hace uno o dos meses cuando mucho. En fin, justo ahora es que lo puedo asimilar. Escuchar tu voz en el contestador me trasladó a otra época. Contagiada de una perseverante curiosidad, entré a mi antigua cuenta de Yahoo. Fue así como di con tus correos, no son pocos. Sabes, nunca me decidí a cerrar esa cuenta motivada por una tristeza que no he querido agitar más de lo que en su momento fue insoportable, supongo, aunque no pretendo que lo comprendas. Estoy segura que en cierta medida ha sido para el bien de los dos. Algunas de tus cartas, no lo niego, me han dejado pasmada. Las primeras, sobre todo. Además, están datadas del año 2005, casi no lo podía creer, y el contenido menos. Algún día tendrás que explicármelo. No tiene que ser en este momento. De hecho prefiero que no lo hagas hasta más adelante…más bien te lo suplico.
Los fallecimientos de J. y M. me han dejado destrozada, como podrás imaginar. M. era sólo un niño y como un hijo para mí, y J. llegó a convertirse en mi todo. Sé que si hay alguien en el mundo que lo sabe eres tú precisamente. Ojalá no te sientas ofendido por esa declaración.
Ser viuda tiene sus ventajas, no te creas. Todo el mundo da por hecho que estoy muerta por dentro —y no se equivocan, lo estoy— facilitando un luto tranquilo y por lo que he podido interpretar, eterno. Ya nadie espera nada, absolutamente nada de mí, y los pequeños logros que alcanzo en el ínterin me redimen de cualquier obligación más allá de una escapada al mercado en busca de lo indispensable: papel higiénico, arroz integral, verduras y cosas por el estilo. Sin embargo, poco a poco he ido encontrando nuevas razones para seguir.
La mudada a Nueva York me ha beneficiado considerablemente. Se me hacía imposible permanecer en Bogotá, rodeada del fantasma de J. apenas abría los ojos cada mañana, y de sus familiares en perenne agonía. Aquí también me persiguen las visiones de lo que fue y lo que pudo ser de mi camino junto a J., y es difícil pensar en asumir un día completo en su ausencia. Al menos la bulla de la ciudad me mantiene en alerta, distraída. En estas últimas semanas he tenido una cantidad inaudita de trabajo. Me he visto obligada a abandonar la casa y creo que eso me hace bien. Nunca pensé que iba a poder actuar en otro idioma sobre un escenario y mucho menos cantar. Y mírame aquí, toda una experta de los musicals en La Gran Manzana. Imagino la expresión en tu cara ahora mismo. A nadie que le apasione la ópera puede atraerle un musical de Broadway. Antes me inquietaba un concepto emparentado y detestaba la idea de perder mi tiempo sentada frente a una obra musical cuando podía estar escuchando melodías más sofisticadas. Lo comentamos en más de una ocasión, ¿lo recuerdas? Ahora en cambio, supongo que porque soy parte de un elenco que identifico como mi nueva familia, lo veo con otros ojos. Por no hablar del respeto y admiración que le tengo a mis compañeros. La vida en el teatro es difícil y complicada; se me había olvidado. Son seres retorcidos, llenos de rollos existenciales. Sólo se juntan entre ellos, desenvolviéndose en una especie de culto actoral en el cual he logrado colarme, por suerte o por desgracia, no sabría definir. El ambiente laboral de las grabaciones de televisión o cine es muy distinto al de una puesta en escena. Las noche que trabajo llego a casa fatigada y caigo en la cama como un plomo. Es lo único que me ha disminuido el insomnio. En el teatro surge un nivel de intensidad fuera y dentro del escenario que me agobia lo suficiente como para extrañar mi vida en la gran pantalla, pero privada de J., no he logrado encontrar la fuerza o la ilusión para decidirme por algún proyecto.
Hace unas semanas un director argentino me contactó para ofrecerme el personaje de Cleopatra, con el pretexto de que se ha escrito para mí, imagínate. ¿Quién sabe?, tal vez me decida hacerlo. ¿Te acuerdas lo mucho que soñaba con ser ella? Por cierto, nada de lo que te cuento es un lamento, por el contrario, el teatro me ha salvado, si es que se puede afirmar algo similar sin sonar pretenciosa o desquiciada. La pérdida de un ser amado es indescriptible, te lo puedo garantizar. Mira que ya me había compadecido por lo que parecía un abandono inaguantable, y ahora entiendo que nada se compara al desasosiego que deja la muerte de un gran amor. Lo otro que se ha hecho evidente en este trayecto de desconsuelo es la certeza de haber cumplido con un karma maléfico y por ende me siento liberada. Es difícil entenderlo para quien no ha sufrido una desgracia similar. En esencia: lo peor ha quedado atrás, y eso te arma de una fortaleza tenaz, indestructible. Los amigos y familiares me ven con esa parte del corazón que no ha conocido la tristeza y el desconsuelo en su esplendor. Cuando se ha perdido todo, surge una especie de erudición que te hace flotar y logras ver el mundo desde un plano cuyas perspectivas son menos exigentes que aquellas del hombre común y feliz. Quizás por eso he decidido contactarte, porque después de tantos años y tras la muerte de J. y su hijo me doy cuenta que te he perdonado, Daniel, y eso merecía comunicártelo.
Recibe todo mi cariño y respóndeme si te apetece y sin sentirte obligado, naturalmente.
P.D. El pasado diciembre fui al recital de Leonard Cohen que dio en el Madison Square Garden. Cantó gran parte de su repertorio, y todas tus favoritas…más de tres horas. Es un roble ese hombre, y su voz añeja y deliciosa como un buen brandy, o mejor dicho un buen whisky. ¿Alguna vez llegaste a verlo en vivo? Si no es el caso y puedes, no dejes de hacerlo en esta gira, sospecho será la última.
Freya
Grettel J. Singer Nació el 26 de julio de 1973 en La Habana, Cuba. A los 12 años abandonó la isla con su familia y luego de dos años en Caracas, Venezuela, se instaló en Miami donde ha vivido gran parte de su vida. Estudió Filosofía y Literatura en FIU. Es la editora en jefe del blog Mujerongas. Red ediciones S.L. ha publicado su libro Mujerongas disponible en formato ebook e impreso. Colabora con diferentes revistas digitales. Reside en la ciudad de Nueva York.