Breve pero fructífera fue la vida del narrador, poeta, dramaturgo, traductor, crítico literario y artista plástico David Herbert Richards Lawrence, nacido en Eastwood, Inglaterra, el 11 de septiembre de 1885, y fallecido en Vence, Francia, el 2 de marzo de 1930.
Hijo de un minero semianalfabeto y de una maestra, llegaría a ser, en opinión de su colega Edward Morgan Forster (1879-1970), «el novelista imaginativo más importante de nuestra generación», mientras que para el influyente crítico inglés Frank Raymond Leavis (1895-1978), la «voz cantante» en cuanto a reputaciones literarias en Cambridge durante décadas, la obra de Lawrence se inscribe en un espacio indiscutible dentro del canon novelístico británico. Tempranamente fue Lawrence legitimado por otras figuras literarias de su tiempo, como Ford Madox Ford (1873-1939) y Aldous Huxley (1894-1963). Hoy nadie discute las opiniones de Forster, Leavis, Ford y Huxley y definitivamente las obras de D.H. Lawrence —así es mayoritariamente conocido y nombrado por lectores y críticos— están insertadas definitivamente en la gran tradición de la narrativa en lengua inglesa. Sin embargo, en su turbulenta existencia el célebre autor de Hijos y amantes (1913), El arco iris (1915), Mujeres enamoradas (1920) y El amante de Lady Chatterley (1928) —esta última es su novela más famosa y cuya prohibición de publicación en el Reino Unido recién se levantó en 1960— tuvo que afrontar repetidamente los embates de la falsa moral de su época y recibió más de una vez los golpes más rudos que esta podía proporcionarle. De hecho, al momento de su temprano fallecimiento por tuberculosis, le seguía acompañando el mote de autor pornográfico que se había ganado por su inquebrantable defensa de lo instintivo, sexual y vital que configura la porción que menos deseamos reconocer, aun en nuestro tiempo y a escala general. Una tras otra, sus obras fueron censuradas y hasta en ocasiones retiradas de las librerías apenas distribuidas.
¿La razones en el siglo pasado? Lawrence no omitía escenas de sexo y el empleo de las así llamadas «malas palabras» para describirlas con toda su crudeza. Como ejemplo: su novela El arco iris apenas mantuvo su espacio en los escaparates de las librerías durante unas pocas semanas, cuando fue publicada en 1915, pues fue tachada de obscena e inmediatamente retirada del mercado por un proceso que le inició el Public Morality Council.
Pero ¿cuál era el criterio que en su tiempo empleaba Lawrence para atreverse a utilizar «malas palabras» en sus escritos, por qué lo hacía, qué sentido tenía emplearlas?
En la introducción a su novela El amante de lady Chaterley, publicada en Florencia en 1928, se refirió claramente a la diferencia establecida entre las «buenas» y las «malas» palabras, subrayando que estas últimas habían estado prohibidas, en el pasado, porque para quien las escuchaba no establecía diferencias entre su pronunciación y el acto que evocaban. Lo observado por D.H. Lawrence nos ilustra muy acabadamente acerca de qué implicaba escuchar o leer «malas» palabras durante la porción mayor de la historia de la humanidad. De acuerdo con Lawrence, en tiempos de la antigua Roma imperial escuchar en el curso de una reunión poemas de índole erótica —
frecuentemente escritos sin ahorrar detalles ni emplear mayores eufemismos— llevaba a consumar los mismos actos descritos por ellos, tanto era el poder que tenían entonces aquellos textos y esas expresiones directas.
Manifiesta Lawrence en el prólogo mencionado que esta cualidad de las «malas» palabras fue rechazada con el trascurso del tiempo y la modificación del sentido de la moralidad de las épocas posteriores. Su capacidad de evocar el acto representado, los órganos y las funciones corporales involucradas, fue prohibida en la esfera social: donde la interacción entre individuos no admite su empleo, donde representan un mayor peligro, donde más censuradas están.
También subraya Lawrence que las «malas» palabras son las únicas que conservan una cierta proporción del poder que en el pasado tenían todas las palabras en cuanto a no solo representar, sino manifestar como un hecho concreto lo representado, inclusive las de índole más abstracta. Esta idea del poder primigenio de las palabras expresado por Lawrence también está presente en los poetas alemanes Georg Philipp Friedrich von Hardenberg, más conocido como Novalis (1772-1801), y Johann Christian Friedrich Hölderlin (1770-1843).
Sospechosamente, las «malas» palabras son llamadas asimismo «palabras fuertes». Esa «fortaleza» atribuida a las «malas» palabras suma argumentos a lo referido por Lawrence, en cuanto a su potencia pretérita y hoy apenas remanente.
Haya sido o no como lo entendieron Lawrence, Novalis y Hölderlin (cabe destacar que entre otros), la idea de un poder propio de las palabras que con el tiempo se fue desgastando y apenas permanece residual en las «malas», aunque en nuestro desengañado siglo XXI se percibe como fantasioso y muy propio de las concepciones del romanticismo, no deja por ello de tener un componente de belleza innegable, uno proveniente del pasado, que es el único estadio temporal que podemos modificar.
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Luis Benítez nació en Buenos Aires el 10 de noviembre de 1956. Es miembro de la Academia Iberoamericana de Poesía, Capítulo de New York, (EE.UU.) con sede en la Columbia University, de la World Poetry Society (EE.UU.); de World Poets (Grecia) y del Advisory Board de Poetry Press (La India). Ha recibido numerosos reconocimientos tanto locales como internacionales, entre ellos, el Primer Premio Internacional de Poesía La Porte des Poètes (París, 1991); el Segundo Premio Bienal de la Poesía Argentina (Buenos Aires, 1992); Primer Premio Joven Literatura (Poesía) de la Fundación Amalia Lacroze de Fortabat (Buenos Aires, 1996); Primer Premio del Concurso Internacional de Ficción (Montevideo, 1996); Primo Premio Tuscolorum Di Poesia (Sicilia, Italia, 1996); Primer Premio de Novela Letras de Oro (Buenos Aires, 2003); Accesit 10éme. Concours International de Poésie (París, 2003) y el Premio Internacional para Obra Publicada “Macedonio Palomino” (México, 2008). Ha recibido el título de Compagnon de la Poèsie de la Association La Porte des Poètes, con sede en la Université de La Sorbonne, París, Francia. Miembro de la Sociedad de Escritoras y Escritores de la República Argentina. Sus 36 libros de poesía, ensayo, narrativa y teatro fueron publicados en Argentina, Chile, España, EE.UU., Italia, México, Suecia, Venezuela y Uruguay