a Reza Moradi, Ahmad Al-Shahawy y Liliana Castellanos
Junto al resto de las creencias abrahámicas, es decir, la judía desde la Torá y la cristiana desde los Evangelios, los escritos en nombre de Dios han marcado una manera de entender la vida cotidiana de millones de personas a lo largo de la historia. A veces, con argumentos impositivos en nombre del Supremo. Otras, inquiriendo sobre una supuesta verdad o lo considerado blasfemo. Y menos, aunque existen, incitando a la guerra. Pero también es cierto que, a veces, se han orientado en busca de la paz, la tolerancia o la concordia con sus contiguos, para justificar sus intenciones de fe y buena voluntad que el mensaje del Creador del Universo encarna.
Desde que en el año 622 el arcángel San Gabriel se le apareciera en el monte Hira al profeta Muhammad para anunciarle su testamento sobre Dios (Allah) en forma de escritos revelados -conocido como el libro sagrado del Corán-, la cultura y el arte islámicos se han extendido, hasta hoy, sobre distintos parámetros de intensidad variable. Unos más sobresalientes que otros a través del arte caligráfico o arquitectónico, sea éste nazarí, almudéjar, o andalusí como la Mezquita de Córdoba en España. Otros derivados propiamente de la ciencia y la literatura medieval como los cuentos de Las mil y una noches. A veces desde la poesía sufí o la del poeta persa Rumí, un precursor, posiblemente, de la contaminación de nuestro ecosistema
Cuando la rosa se haya ido y el jardín esté marchito,
no podrás escuchar más la canción del ruiseñor.
…la música clásica árabe o la contemporánea de la desaparecida cantante egipcia Umm Kalzum.
Si concluimos que una persona musulmana, para serlo, sólo tiene que seguir cinco principios donde se incluye: creer en Dios, la oración cinco veces al día, ayunar durante la festividad del Ramadán, la limosna (el zakat) para ayudar al necesitado y realizar el viaje a La Meca al menos una vez en la vida, demos por descontado que, el bien y la interiorización del mismo, tiene la misma equivalencia que el resto de las religiones o creencias que conviven juntas hoy en nuestro planeta. Hasta aquí todo correcto.
El 11 de septiembre de 2001 debido a los atentados (Al Qaeda) que se produjeron en Nueva York, se inició la guerra en Afganistán. Posteriormente en el estado de Irak de Sadam Hussein. Más adelante, el terrorismo se cebó en la red ferroviaria de Madrid, 2004, luego vino el horror en el metro de Londres, 2005. Y este último año, el ataque al semanario Charlie Hebdo en enero y en la popular sala Bataclán este noviembre, ejecutados por Estado Islámico (ISIS).
Conclusión errónea: La sociedad occidental, en su mayoría, ha girado la cabeza injustamente a esta comunidad. Y lo ha hecho este verano, por ejemplo, en pleno proceso de huida hacia Europa de la población siria afectada por la guerra civil que vive el país, bajo la dictadura de Baixar al Hassad.
Desde la más radical islamofobia donde “todo musulmán es nuestro enemigo” hasta la más moderada donde “todo musulmán es un sospechoso” (el 19 de noviembre se desalojó espontáneamente en Barcelona un vagón de tren porque una persona vestía un turbante en la cabeza y sostenía una maleta negra en la mano) se está extendiendo como la pólvora el miedo y la desconfianza hacia esta colectividad.
Si bien deseo condenar a los que en nombre de Allah traducen yihad como “guerra santa” contra el infiel ( la mayoría de los eruditos del mundo musulmán lo definen como “guerra interior” en busca de la pureza en ti mismo como individuo o, como máximo, un símbolo de protesta pacífica ante el opresor). A los que imponen la sharia -ley islámica- como única justicia en su comunidad aplicando latigazos, mutilaciones o la propia ejecución pública en casos de adulterio de una mujer. Repulsa los que, como el grupo Boko Haram en Malí, son capaces de violar a mujeres kafir “infieles” como castigo, o permitir lazos matrimoniales a niñas de 8 años y utilizarlas con cinturones-bomba, o como anzuelos para ataques terroristas. Reprobación a los que en Siria destruyen la ciudad de Palmira para negar la cuna de la civilización que les fue dada. O a los talibanes que, en nombre del Corán, destruyeron los Buda de Bamiyan por considerarlos iconos contrarios al Islam… A estos, a los que niegan la libertad de expresión y bajo el influjo de los imanes de ciertas mezquitas de tendencia salafistas que se radicalizan y buscan el odio en cualquier manifestación a la hora de entender la civilización occidental…A estos repito: mi mayor condena.
Quiero dar, por lo tanto, mi apoyo a todos los hombres y mujeres pertenecientes al mundo musulmán -sunitas o shiíes-, sean árabes, egipcios, jordanos, persas, bereberes…, del mundo asiático o africano que, desde el corazón, la inteligencia, el conocimiento, la tolerancia, la modernidad, el respeto a otras creencias o desde la creación artística…han dado al mundo lo mejor de sí mismos.
Hoy quiero acabar con Ahmad Al-Shahawy قتيل العبارة, poeta cairota que nos presentó nuestro colaborador Francisco Larios y que la revista Nagari, en la edición impresa, de Las Barcelonas ha publicado en primera página de la sección Péndulo, como símbolo de lo que representa nuestra comunidad, hoy más que nunca: La sociedad de los libres.
Esa es una ciudad
ignorada por los geógrafos
y la trazaron tus labios.
Esa es mi ciudad,
ciudad de Dios,
que avivará el fuego de mi lengua
como un libro eterno para los
derviches enamorados.
Recuerden el origen de la palabra “cultura”; viene del latín “cultus”, y significa cultivar. “Depende de lo que siembres vas a recoger en agosto” dice el refrán. Espero que no perdamos el norte y confundamos a los asesinos con dos tipos de víctimas que provocan sus fechoríaas: las que yacen con sus ejecuciones después de los atentados y las sobrevivientes ligadas en nombre de la religión que erróneamente dicen que representan: El Islam.
© All rights reserved Eduard Reboll
Eduard Reboll Barcelona,(Catalunya)
email: eduard.reboll@gmail.com