En la novela En el umbral de tu voz, de Dalia Stella González, Sergio Urteaga es un niño de nueve años de edad de limitadas destrezas para la expresión oral. En su lugar, se comunica por medio de la música y el dibujos, y canaliza la limitación lingüística en una obsesión con un tren de juguete que puede controlar por medio de un control remoto, una insuperable metáfora para su deseo de moverse a través de sonidos dispersos en tiempo y espacio, como el lenguaje mismo.
De hecho, el tren de la ciudad de Lear, espacio ficticio de la trama, transita bajo el nombre de «Metaphoris».
Pero no por esto estamos ante un trabajo narrativo sin precedentes en la literatura puertorriqueña. Se trata de que, en el fondo, este texto encierra planteamiento posthumanista (que no es lo mismo que decir post-humano), en el que el mundo letrado de la ilustración ha alcanzado su fondo de insuficiencia; el homo-lector ha sido liberado del monopolio de la cultura occidental que privilegia la lectura como principal medio por el cual aprehendemos el mundo. Sergio es, quizás, un adelantado entre la especie humana.
La domesticación racional del sujeto-hombre y la expansión de su poder sobre todos los objetos, como fija Sloterdijk, queda cancelada en Sergio, en cuya psiquis (tomada en hábil prestación por el narrador omnisciente) habita el reto de escindir la realidad exterior de la interior. O de separar el sujeto del objeto.
Según Sloterdijk, lo que denominamos como “humanismo” es el reducto de la noción de República de las letras, el canon greco-romano y el proyecto consecuente de la ilustración. El humanismo se desarrolló a la par con la Modernidad y la revolución de la imprenta. El fundamento predominante, hasta nuestros tiempos, ha sido que la condición letrada es el método eficaz de domesticar la humanidad. Es decir, culturizarlo es «humanizarlo». Sergio Urteaga, sin embargo, es un héroe que funciona sin estas convenciones y supera las palabras mismas.
Esto no es fácil de digerir.
Dentro de la novela, atisbamos a la situación particular de Lara, la madre de Sergio, y al escapismo de Isaí, el padre, que se refugia en el trabajo y apenas habla con el chico. La novela es efectiva en transmitirnos la frustración y la angustia que sienten ambos personajes al sentirse incapaces de comerciar significados con el chico. Probablemente, ese es el aspecto mejor logrado de En el umbral de tu voz: en Lear, la ciudad ficticia donde se desarrolla la trama, todo parece inconexo. Tal pareciera que el lenguaje mismo es una futilidad, de la misma manera que lo concibiera T.S. Eliot en su magnánimo poema «La tierra baldía».
No es casualidad que Hugo Roncayolo, el alcalde de la ciudad de Lear, ambicione un proyecto de proporciones bíblicas llamado La Torre de Lebab. La construcción de dicha torre conlleva a que la ciudad descarte el tren. Como en la tradición judeo-cristiana, donde se rinde el nomadismo para dar paso a la construcción de La Torre de Babel, en Lear se planifica sustituir el sentido de movimiento por el sentido de lo fijo. El lenguaje de las promesas políticas de Roncayolo dispone de una cadena de significantes sin significado. En ese sentido, vale igual que si no se tuviese, porque apunta a nada.
Durante un certamen de propuestas para la edificación de la torre, Lara envía una concepción del proyecto que Sergio ha elaborado sin ninguna otra pretensión que ilustrar el mundo de lo que escucha. No solo el diseño de Sergio resulta seleccionado como el mejor entre las propuestas presentadas, sino que también derrota a el proyecto que presentara su propio padre. Al Sergio enterarse, durante la ceremonia de premiación, que el tren será descartado para dar paso a la torre, el infante huye con la inocente intención de salvar su tren.
El niño se fascina por objetos que carecen de alma. El apego que siente por su tren de juguete de pronto es transpuesto en su afecto por el tren de Lear, el cual cree que podrá acceder con su control remoto, como hace con su juguete. Que conste: Sergio no quiere dominar el mundo que le rodea; quiere entenderlo y hablar con él. «No necesito palabras porque tengo el control remoto», piensa el niño e incluso, al enterarse de los planes para descontinuar el servicio de tren en Lear, piensa que también lo podrá salvar si logra comunicarse con él. Con esto, la novela de González subraya la capacidad transformadora de la tecnología, más como aliada que como demonizado mal.
Incluso, otro artefacto tecnológico que eleva a Sergio a una condición de Morfeo de lo inanimado es la viola, ese aparato tecnológico con el que pretende comunicarse y afectar la operación del medio de transporte. En un momento climático en la obra, Sergio recurre a la viola para comunicarse con el tren. Su padre entonces insta al niño a que utilice su voz. Sergio cruza el umbral de su voz para nombrar aquello que le da sentido a su mundo: «tren». Y el tren enciende sus luces y abre sus puertas.
Como la música, el lenguaje metaforiza la naturaleza. Tanto uno como el otro no envidian nada al control remoto: son medios para avanzar la especie humana a su esplendor. Y aún así, lo que triunfa en El umbral de tu voz es lo que nos mantendrá en movimiento: la ratificación de la existencia de ese algo a lo cual nunca le encontraremos palabra, por más que le llamemos espíritu.
Esto no es fácil de digerir, repito.
Dalia Stella González nos trae una novela escrita con exactitud e inteligencia. El lenguaje es vigoroso dentro de la facilidad de su decir.
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Elidio La Torre Lagares es poeta, ensayista y narrador. Ha publicado un libro de cuentos, Septiembre (Editorial Cultural, 2000), premiada por el Pen Club de Puerto Rico como uno de los mejores libros de ese año, y dos novelas también premiadas por la misma organización: Historia de un dios pequeño (Plaza Mayor, 2001) y Gracia (Oveja Negra, 2004). Además, ha publicado los siguientes poemarios: Embudo: poemas de fin de siglo (1994), Cuerpos sin sombras (Isla Negra Editores, 1998), Cáliz (2004). El éxito de su poesía se consolida con la publicación de Vicios de construcción (2008), libro que ha gozado del favor crítico y comercial.
En el 2007 recibió el galardón Gran Premio Nuevas Letras, otorgado por la Feria Internacional del Libro de Puerto Rico, y en marzo de 2008 recibió el Primer Premio de Poesía Julia de Burgos, auspiciado por la Fundación Nilita Vientós Gastón, por el libro Ensayo del vuelo.
En la actualidad es profesor de Literatura y Creación Literaria en la Facultad de Humanidades de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras. Ha colaborado con el periódico El Nuevo Día, La Jornada de México y es columnista de la revista de cultura hispanoamericana Otro Lunes.
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