Al tener en mis manos el texto de Díaz Klaassen debo de admitir el recelo que me inspiró el título: Cuando éramos jóvenes. Sobre todo viniendo de un escritor ya de por sí joven y recordando la sinopsis que entrega Sudaquia Editores sobre el libro:
A través de una serie de cuentos en los que se entreveran elementos ficticios y reales, Díaz Klaassen nos presenta la biografía absurda de un hombre joven que ya siente nostalgia del presente.
En este punto reflexioné: creo que no existe una biografía que sea coherente, la vida es en sí ya un absurdo, por otra parte en el momento en que sentimos nostalgia por el presente ya nos encontramos en el territorio de la memoria y por lo tanto del pasado.
El pasado es en sí una ficción que construimos editándola a base del olvido, la forma en como encaramos nuestra ficción dice mucho de nosotros y aquí es donde Díaz Klaassen toma una herramienta eficaz: el humor, no falto de dosis negras, como en su relato Cuando me vi enfrentado a los hombres colgantes de Praga (y les saqué tres fotos) o bien Cuando se me antojó que este país no es un lugar para viejos en donde invierte el odio que generalmente siente el Hijo respecto al Padre que desea imponer sus sueños frustrados.
Conforme avanzaba la lectura de Francisco Díaz Klaassen, me topé con una frase en su texto Cuando Monterroso:
Si no lo leí entero fue por una razón de peso: no quería que se acabara nunca.
Curiosamente hacía algunos meses (antes de que yo leyera este obra) escribí una frase similar a esta misma.
En ese momento me sentí parte del grupo de Los Escritores Que No leen, que tal como nos describe Díaz Klaassen
Como ninguno de ellos lee y naturalmente no compran libros, los que queman son los suyos. Cuando supe este detalle, pensé que estaba frente a una organización prodigiosa.
(Ninguno ha leído lo que escriben los demás; faltaría más. Los únicos libros que han leído los Escritores Que No leen se remontan a sus infancias, y representan apenas un par de frases hechas con las que, queriendo o sin querer, los Escritores Que No Leen poblan sus libros.) Se juntan a quemar libros, a observarlos desaparecer entre llamas retorcidas y columnas estertóreas de humo negro. Y luego se retiran a sus habitaciones, a escribir. (Escriben desde esas llamas, evocando recuerdos futuros de destrucciones pasadas.)
[…]
(El libro, lo supe, no desaparecía porque nadie fuera a leerlo. Desaparecía —tenía que desaparecer— porque ya había sido escrito. Porque tenía un punto final que había que honrar.)
Solo que a diferencia de Los Escritores Que No Leen en lugar de retirarme a escribir, con gran gozo seguí leyendo Cuando éramos jóvenes.
Omar Villasana. México (1972)
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