Hoy que siento que no puedo con tanto viento enemigo, me llega este otro viento de Héctor Manuel Gutiérrez; uno distinto, refrescante, inusitado, amigo. Un cuaderno extraño, con una propuesta similar a la de su libro anterior: Cuarentenas: (segunda edición) —una extensión, me atrevería a decir— siguiendo el juicio de Bruno Rosario Candelier para quien: “la primera obra de un escritor contiene el germen de toda su obra posterior”, por lo que también creo que vienen anunciados en su ponencia inicial los rasgos principales de su creatividad. Sin duda en éste conserva el tono humorístico, el dato revelador de una aventura vital; conserva los giros y sentidos del lenguaje y ese deseo de conceptualizar y explicar las cosas como él las percibe. En sus tres libros descubro cierta avidez gustosa de narrar acontecimientos trascendentales que el poeta quiere perpetuar. Son páginas testimoniales. Testimonio existencial y al mismo tiempo efusividad ante las cosas del diario vivir.
Cuando el viento es amigo es un libro que trata de encerrar la lucidez de la convivencia; que mira el discurrir, el vacío, y las pequeñas y grandes desventuras de la existencia. Diría que en este acercamiento hay una creíble voluntad de sobrevida, y un deleitable regodeo con la realidad que el autor intenta mostrarnos sin adornos. Allí el mundo enunciado es todo real, donde el entorno social se manifiesta, lo práctico es lo absoluto; donde el lenguaje lexicalizado se impone en la edificación de los versos.
De cuaresma es éste viento para traer recuerdos que entibian el alma, sobrellevando angustias y certidumbres, impulsando nuevas esperanzas. Viento cercano que comparte con la tierra, que llena de alivio sus propias hendiduras, que resiste el calor: un viento sereno que incita a la contemplación. Pero —no se engañe el que lee— no es un viento dócil. Que calma sí, pero también rebelde, que se empeña en llegar a donde quiere, que impulsa, no al animal de carroña que va a alimentarse del despojo, sino al isleño fénix que emerge ileso “forjador de sus propios laberintos”. Viento que estremece, que repite los mismos horizontes, que se va y regresa en esa confusión del diálogo; que deja en lo des-nudo de la herida un mosto y una conciliación, —y ¿porque no?—, pedazos de silencio: un silencio incurablemente nuestro. Y no es que no haya aquí esos otros vientos que vienen de la vida y de la muerte y que en ocasiones nos sacuden al desnudar las realidades. El viento que suele ser símbolo de destrucción y caos, en este libro llega con una impronta de benignidad, impregnado de sabiduría, de quien aspira a hacernos inteligible la existencia; de quien cuenta con el pasado y con esa cotidianidad que va construyendo día a día. Un entramado jugoso que mezcla los géneros para alcanzar la individualidad de un género que recrea y vislumbra el autor para asombrarnos. Textos refrescantes y renovadores que en su multiplicidad asignan una legitimación a esas pericias descritas en prosa o a través de la sensibilidad de su producción poética.
Gutiérrez sabe nombrar lo próximo, sus argumentos recogen ese estado afectivo hacia las cosas que lo rodean. Sabe lidiar con la enorme carga de sugerencia que hay en las palabras para declararnos sencillamente la belleza de lo real. Sin perder jamás el tono meditativo, aledaño, ensimismado, sin apartar la mirada, sin dejar de mirar directamente a sus semejantes en sus escenarios habituales. Escribe en concordancia con la realidad que contempla, con una intensidad que puede llegar a ser refinada o trágica, simpática o sutil; en ocasiones con un tremendismo ingenuo nos representa las fuerzas de las identidades en lo común de la convivencia. Entras en esa corriente y te arropa un sosegado fluir impulsado siempre por ese latido imparable de la vida.
Si la poesía es, como diría Dulce María Loynaz: un tránsito a la verdad, Gutiérrez nos acerca a su verdad desde la poesía.
Sabemos que la poesía no es de nadie. Ella conserva intacta su esencia de libertad, es lo sublime e imperecedero; pero así como Dios es superior y se manifiesta a través de su creación, también hay poetas que pueden mostrarnos una parte de esa gloria de la poesía. Estamos frente a uno que se atreve a mostrarla aun cuando se dude de su utilidad, él insiste, tampoco cree que para que la poesía sea válida tenga que ser aceptada por todos. Escribe una poesía de conceptos, intelectiva, tranquila, pensada para transmitir sensaciones con la mayor naturalidad posible, en ocasiones con la dificilísima sencillez por la que abogara Azorín en Punto de estilo, y en otras con esa aprehensión del ser en las cosas, con ese “sentir religiosamente la realidad cotidiana” que expresara Francis Ponge. Una poesía que no busca los símbolos en las cosas sino más bien las propias cosas, que se expresa imitando la fluidez del habla, sin perder el sentido común ni el sentido del humor. Esto quizás sea lo que más atraiga de estos textos. Esa manera lozana y casi cándida con que el autor va desovillando y desentramándonos el mundo, su mundo. No falta el juego con la ironía, el individuo en su extrañeza, en su enajenación, en ese engranaje de falsear y tergiversar que ha aprendido de sus maestros. Independientemente de su construcción poética, lo que hace que su obra sea singular es sin duda, la propuesta un tanto reveladora que nos hace el autor.
Reconocemos que todos estamos en deuda con Poe por su “filosofía de la composición”, al declararnos los procedimientos de escritura de sus poemas, y esa novedosa explo-ración que nos lleva a continuar la vieja pregunta: ¿Qué es lo que hago cuando escribo? Asumimos que el autor debió encontrar una fascinación allí para crear sus cuarentenas. En ellas no sólo describe el estado anímico en que se concibe una obra de arte, sino que avanza y adelanta influido además por el estilo borgiano o la ficción trascendental de Pes-soa. En Cuando el viento es amigo, el autor persiste en el deseo de engendrar un texto múltiple que promueva participar de su espíritu de creación y reinventar, hace algo más que crear personajes desde la ficción; recrea una situación hipotética donde el que escribe es el lector; lo saca de su estado pasivo, ya no es el que escudriña con su ojo crítico: ahora le da voz, y desde la escritura se aventura a iniciar el diálogo. Esa manera de pensar en sus lectores nos acerca a la filosofía de María Zambrano para quien “El público existe antes de que la obra haya sido o no leída, existe desde el comienzo de la obra… Y así el escritor no necesita hacerse cuestión de la existencia de ese público, puesto que existe con él desde que comenzó a escribir. Y eso es su gloria, que siempre llega respondiendo a quien no la ha buscado ni deseado, aunque sí la presente y espere para transmutar con ella la multiplicidad del tiempo”.
Abandonado en ese aire purificador que es la poesía, nos confiesa: “Como un Pierrot, se me antoja a la vez estar plácida y angustiosamente incursionando al otro lado de la realidad. Me veo empapado por una intensa lluvia de estímulos, hirviéndome en un extraño conocimiento de percepciones que me urge transmitir: no pido nada a cambio. Me conformo con lo mínimo. Me conforta la libertad escondida tras las cosas”.
Y en efecto nos deslumbra con el ejercicio de una retórica bien asimilada. Confiesa su deuda con esa tradición que lo antecede. Nos invita a ver el mundo desde la poesía:
“Lejos, frente a la cáscara de las cosas, más acá de su dermis engañadora, quedaban la rigidez de la gramática, los maestros que odian la prosa, los colegas que no me creen poeta, y los amigos enemigos de mis preferencias sintácticas. Allá quedaba una mujer que, llena de celos horizontales, me acusa de miope, ladrón de cronos semánticos y creador de etimológicas infidelidades. Se empecinan en buscar al yo que escondo o se esconde. Cuestionan obsequios de albergue y pociones de alimento a mis personajes, resienten el cohabitar con mi afición. No importa. Reales o irreales, a cada uno escuché. De todos aprendí”. En nuestro autor, es esa reciprocidad, esa manera loable con que devuelve lo que ha enriquecido su vida, es uno que aprende y sabe dar más de lo que recibe. Excelente comunicador que entiende la importancia de continuar la enseñanza y prolongarla. Maestro y aprendiz. Se sabe poeta, posee como pocos la lengua de los enseñados. La poesía lo ha vuelto unánime, comunicativo.
El mundo de nuestras emociones es un lugar pequeño, reducido, pero el mundo de la contemplación poética es trascendente, ese que no alcanzamos a palpar con nuestros sentidos. Es un mundo vasto, inagotable, infinito, un mundo que se vuelve alcanzable sólo por el poder que nos concede la poesía, —y así lo entiende—, la poesía es un modo de lograr lo trascendente, sabe que el ser humano no hallará todas las respuestas a la angustias, por eso insiste en su búsqueda interior, indaga en su alter ego hasta transitar esos laberintos insalvables de la memoria. El yo lírico y el autor son la misma persona. “Lo impersonal no tiene ningún valor sobre la tierra”, —según Nietzsche—, por eso el que escribe nunca estará ausente de su obra y mucho menos de su sentir poético. La poesía es de los pocos lugares donde podemos estar con nosotros mismos, es un espacio cerrado donde nos encontramos con nuestra propia humanidad. La poesía es esa extensión única que nos conecta a los orígenes, a nuestro propio yo y con los sentimientos. Algo poco acertada esta concepción en una sociedad como la nuestra que quiere ridiculizar el sentimiento, porque para muchos, “sentimientos” es sinónimo de debilidad. Pero poesía es también esa suma de vientos y tempestades, una fuerza descomunal que si no atemperamos o embridamos terminará esclavizándonos, arrastrándonos o provocando nuestro propio hundimiento. Conocemos lo destructiva que puede ser. Conocemos la fuerza de la poesía en toda su barbarie y desnudez. El poeta es un conciliador, refrena ese ímpetu de desolación y ruina y llena los hondos espacios con un aire templado, con presencias gravitantes que alcanzan dimensiones épicas. Se construye una naturaleza sublimada a donde va en busca de sí mismo y de su inmortalidad. Lo que pronto será ausencia, no será nunca la poesía, ella se queda testimoniando en el tiempo, orbitando rumbo al siempre.
“Las sensaciones son imperios: los poetas, vasallos”, sentencia el autor en esta entrega, haciéndose eco del pensamiento de Pessoa. Si para el lusitano: “no poseemos más que nuestras propias sensaciones; en ellas y no en lo que ellas captan, tenemos que asentar la realidad de nuestra vida… Mis sensaciones son un epitafio, extenso por demás, sobre mi vida muerta. Me acontezco a muerte y ocaso. Lo más que puedo esculpir es sepulcro mío con belleza interior. Para Gutiérrez por igual, las sensaciones desbordan la magia que mueve nuestra creatividad, despiertan un ansia de reminiscencias, son invocaciones, silencios que se llenan de sonoridades o ritmos empujándonos a escribir.
De Rilke aprendimos que los versos no son sólo sentimientos sino también experiencias. Así que la poesía se escribe con recuerdos y nostalgias y con mucho silencio para indagar en el ser. Para algunos el poeta trabaja partiendo de ideas, para otros la poesía nace sólo de las palabras, y para una minoría lo que impulsa el momento creador son las sensaciones. Lo cierto es que poesía es reflexión. El poeta al saber pensar, desarrolla un gusto por esa búsqueda mental, esa agudeza para ver más allá de las cosas; es uno que aprende a leer en el espíritu de ellas los códigos indescifrables de la existencia. Palpamos aquí que la poesía es una hendidura por donde se filtra la luz para iluminar nuestros espacios más íntimos. Un viento cósmico que nos lleva a escudriñar el universo pero
desde la individualidad. Un discurso integrador, de recomposición que se mueve en esos dos planos de la realidad: entre lo onírico y la memoria: “Algo me dice que es allí donde lo puesto y lo opuesto se unen, donde lo irracional es norma y lo invisible Poesía”. Para Octavio Paz, en la poesía el hombre adquiere al fin conciencia de ser algo más que tránsito. Sabemos que poesía es permanencia, y ese deseo de eternidad nos tienta, de todos los hombres es en los poetas donde prevalece esa aspiración de perpetuidad. Ad perpetuamrei memoriam —nos dice el autor—. Aspiramos a vivir después de esta existencia en el recuerdo de algún alma que nos cite. Y es que la poesía está llena de presencias, aunque la misma se alimente de soledad. En ella se vive con esa convergencia de lo racional aunque oscile en estadios cercanos a la locura. La poesía guarda reminiscencias de ese mundo extraparadisíaco que nos antecedió. El poeta quiere ese reino de plenitud anhelado, vive la experiencia de la poesía, en esa concatenación sin renunciar jamás. “Y aunque me faltes tú, me quedará la poesía”. Tiempo y poesía son una unidad utópica, como el fuego y la alquimia; dos entidades que pueden mezclarse, pero jamás diluirse. “Y percibo líneas de furor que se/ trazan a sí mismas, /que definen por mí y en vez de mí”. El que escribe apresa vientos en su puño y riega la semilla de la vida, dueño de un universo verbal, conoce el misterio de la insinuación, el secreto que mantiene oscuro el eco de los cánticos.
Voz genuina que sabe, que proyectar la muerte es un ensayo… también el poema es un ensayo: compacto, liberado, encerrándonos en su capacidad reflexiva. En el poema “Ars poética” nos dice: “Vago ese espacio ontológico/ que me inundará de ilimitados infinitos y binarios sempiternos, cuando muera./ Entonces, sólo entonces, los otros de finirán mi ser/ y mi ausencia sincrónicamente asumirá el color de sus antojos”.
En “El placer del texto”; otro poema que llama la atención por la sutileza del tema que propone, donde hace alusión a ese extraño vínculo, a esa misteriosa conexión entre autores que no coinciden en un período de tiempo determinado, y que ni siquiera se conocieron pero que de alguna forma se interrelacionan de un modo sorprendente:
Borges y Barthes han de haberse criado
en el mismo arrabal…
Participarían de los mismos juegos dialécticos,
se entrenarían en el mismo cuadrilátero,
recibirían las mismas estrategias pugilistas,
que establecen la norma en el convenio lúdico
e invocan el compromiso con la palabra.
Militantes de esa nueva dimensión de la ficción,
de alguna manera se vinculan.
¿Qué intencionalidad de extraños enlaces los aúna?
Poesía es lo inalcanzable, seguirá alimentándose de futuro y de todas las nuevas realidades que el hombre descubra. La conciencia de que la poesía nos sobrevivirá es un consuelo. También saber que quedará testimoniando en el tiempo, y la certeza de que el hombre si es creación de ella regresará, porque si la poesía no muere, todo será repetitivo, habrá un regreso continuo. Poesía que no traza caminos en la muerte. Es la que nos levanta y reconcilia, la que se integra a la vida. Victoriosa es esa poesía donde el hombre recobra su esperanza.
También su prosa lleva frescura de pensamiento y profundidad, también ligada a la vida, y al conocimiento de la realidad a través de la experiencia inmediata de la propia
existencia. Es el diálogo del hombre con la realidad, en un retorno hacia dentro, hacia el pasado y la memoria.
Gutiérrez nos convence con este libro de que no todos los vientos son malignos, nos invita a devolver la mirada como quien busca la serenidad, la calma que es después de la tormenta. Nos invita a detenernos en ese alivio que llega a ser para él la poesía. Quiere estar lejos de los ruidos que ensordecen y perturban la paz de la existencia. A la vez incita a prolongar el canto. La manera en que ese canto telúrico se convierte en un descifrador de la vida y del pensamiento, ese transpirar la realidad sin rechazarla, son modos de motivarnos; porque “aún quedan dioses que inventar”, y porque todavía hay tiempo de aprender a amar desde el corazón, a pesar de las sorpresas indelebles o lentas epifanías.
El autor de estas cuarentenas, seguirá en su avance, le alcanza el verbo y las nostalgias, como un hidalgo en su galopada enfrentando esos molinos de viento de la incomunicación. Persiste, dialoga, batalla por rescatar la palabra de su actualidad, de su efímero y momentáneo ser para volverla luminosa en un discurso imperecedero. Y lo logra con una poética impregnada de veracidad, con un soliloquio largo y sostenido, uno que no termina, que seguirá articulándose en la voz del poeta que se integra a ese viento plural que es la poesía.
© All rights reserved Odalys Interián
Odalys Interián (La Habana 1968) Poeta, narradora y crítica. Presidenta y editora de Lyrics & Poetry Editions y miembro de AIPEH Miami (Asociación Internacional de Poetas y Escritores Hispanos). Recientemente ha publicado: Atráeme Contigo, con el poeta Mexicano Germán Rizo. (Espiral Publishing, 2017). Salmo y Blues (Espiral Publishing, 2017). Sin que te brille Dios (Lyrics & Poetry Editions, 2017). Esta palabra mía que tu ordenas (Lyrics & Poetry Editions2017). Obtuvo Primera mención en el I Certamen Internacional de Poesía Luis Alberto Ambroggio 2017. Cuarto lugar en el concurso de Cuento, Cuéntale tu cuento a la nota latina 2017. Primer premio en el concurso de Poesía “Hacer arte con palabras” 2017.