Maeve Brennan tenía nombre de reina irlandesa. La distinción “real” se aprecia en la fotografía de la portada del libro, Crónicas de Nueva York, una recopilación de los artículos publicados por ella en la revista The New Yorker entre 1953 y 1968.
Durante años fue columnista de la sección, “The talk of the Town”, narrando historias breves sobre Nueva York que publicaba baja el pseudónimo “ The longwinded lady”. Cada artículo se introducía con la frase: “hemos recibido otro comunicado de nuestra amiga, la señora Prolija “.
Leí el libro por casualidad… Y lo compré porque Nueva York tiene una significación especial en mi historia sentimental. La lectura de las tres primeras crónicas fue una revelación; y quise saber de inmediato quién era Maeve Brennan.
Nace en Irlanda y su padre fue un activista político que acabó siendo el primer embajador de Irlanda en Estados Unidos. Sus tres hijas fueron bautizadas con nombres de las primeras reinas irlandesas, Emer, Maeve y Deirdre.
Maeve Brennan estudió literatura y biblioteconomía en Washington. Trabajó como comentarista de moda en la revista Harper´s Bazar, y ejerció como crítica literaria y redactora en The New Yorker.
Publicó cuentos y una novela breve, De visita. Mujer elegante y enigmática… terminó alojándose en el lavabo de señoras de la revista New Yorker como una enajenada mental. Tras su fracaso matrimonial con un editor de la revista, empezó a sufrir depresiones con brotes psicóticos y no pudo recuperarse.
La dramática historia biográfica acentúa todavía más el interés que despierta esta cronista especial de una ciudad mítica. La lectura de las crónicas urbanas produce una extraña sensación de placer y quietud. Brennan deambula día y noche por Nueva York narrando historias que suceden en hoteles, cafeterías, restaurantes, floristerías y en plena calle.
Los protagonistas de sus historias son seres anónimos que adquieren una singularidad especial a través de la mirada de Brennan. Cualquier detalle por nimio que parezca se convierte en una categoría existencial, un retazo de vida que la cronista utiliza para dar sentido a su historia.
Una conversación entre dos mujeres, un hombre sentado en la barra de un bar, un niño que llora en una floristería pueden ser el centro de interés a través del cual expresa su opinión o transmite sus impresiones.
La percepción mundana de esta “espía de la vida cotidiana” está teñida de sensibilidad máxima y también de nostalgia que se refleja en las alusiones a ciertos cambios en la ciudad: edificios derruidos, hoteles que ya no existen, restaurantes cerrados.
Intuyo que los lectores de The New Yorker disfrutaban con las crónicas de Maeve Brennan porque se identificaba, posiblemente, con el “voyeurismo” natural que todos hemos practicado en algún momento en nuestras vidas.
Es probable que, en algún viaje en transporte público, hayan sentido alguna vez un interés especial por la mujer sentada frente a ustedes, intentando adivinar cómo ha sido su vida.
Las observaciones de Brennan sobre su entorno más inmediato, humanizan la Gran Manzana porque rescatan los momentos cotidianos y sutiles que vivimos como seres sociales. El libro permite una lectura desordenada que libera al lector del compromiso de seguir un orden. Les recomiendo que abran el libro y elijan las crónicas por el título que llamé su atención. Descubrirán que, el azar, es caprichoso y la elección tendrá un por qué.
El prólogo de Isabel Núñez , conciso y directo, despierta el interés por la vida y obra de una escritora que no pudo continuar su carrera literaria… lástima que fuera así.
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