Esa soy yo… La niña negra que va deprisa, la que pasa por al lado del auto medio oxidado desde el cual una señora mayor me mira [o no es tan mayor, no lo sé, solo veo su cuello y el rojo de su blusa y quizás tampoco me mira, no lo sé…] esa soy yo… La niña negra que va deprisa, la de la sombra sobre el muro amarillo. Atiéndeme lo que te digo, esa soy yo.
La pregunta, la duda sobre quiénes somos, ha estado acompañada, a lo largo de la historia del arte, de su contraparte: «¿quiénes son?». Cronistas, reporteros gráficos, dibujantes, peregrinos, trotamundos… han tratado de entender y de entendernos. Han retratado extensiones de tierra apenas conectadas por maltrechos ferrocarriles a la par que zonas prácticamente inexploradas. Han puesto, en el centro de sus miradas, el drama de las guerras y la maravilla de las pieles.
Tengo un moño hermoso que resalta sobre el muro amarillo. Amarillo como el casco del obrero negro. Amarillo como el asiento sin pasajeros del bicitaxi, donde otro muchacho —negro— pedalea y pedalea. Pedalea y pedalea…
No sé si el obrero, el chofer improvisado y yo vamos hacia el mismo sitio. Lo que sí sé es que, por turnos, pasamos delante de edificios despintados, tarimas vacías y calles rotas pero vamos cantando bajito. Somos cuerpos que se revelan y revelan. Podemos manejar el gris a nuestro antojo. Ser media sombra de árbol, un plato de sopa, un pedazo de pan. Y no nos escondemos… y nos dejamos mirar.
Los fotógrafos han formado parte de muchos viajes de reconocimientos y en no pocas ocasiones, en su afán de mostrarnos a los otros, han logrado enseñarnos a nosotros mismos cómo somos, cómo vamos, cómo nos fundimos con los grandes acontecimientos históricos. Este es el caso de Oxímoron. La isla que flota sumergida, serie de instantáneas de Layna Fernández y Rafael Torres, que muestra sujetos inmortalizados en sus gestos cotidianos, acompañados de las figuraciones del relato mayor, la Historia con mayúsculas.
Aquel otro también soy yo y el racimo de plátanos que llevo apoyado en el hombro no es solo un plato de comida. Es, más bien, una geografía, una coordenada infinita, un sueño, un abarcarlo todo: un arroyo en República Dominicana; un accidente geográfico en Grecia; una isla en Perú; un área protegida en Honduras y finalmente un bocado, un delicioso crujir entre los dientes. «Verde que te quiero verde», un racimo de plátanos lorquiano, sobre mis hombros.
Un contínuum de sombras y eventos es lo que más destaca en este conjunto que no hace preguntas incómodas sino que, de acuerdo con Cartier Bresson, cree que todo tiene valor fotográfico. Y a partir de ahí convierte en extraordinario lo ordinario y da pie al intercambio y a la fascinación por la vida de la gente corriente porque, ¿acaso no somos todos: fotografiados y observadores, gente corriente?
La manera en que aquí se apresan los instantes de una Cuba profunda deviene crónica de vida contemporánea. Esfuerzo y felicidad pueden ser caras de una misma moneda y lo que importa es el ser humano. Las secuencias de rostros y la yuxtaposición de iconografías de héroes colocan todo en la misma línea, un lugar donde la epicidad se levanta cada mañana, brega toda una jornada y se permite luego disfrutar de su propio cuerpo, el público y el privado.
¡Claro!, ese eres tú. Cuerpo que informa y se bambolea, que recorre los caminos, se sienta en las tardes a la mesa del bar y se bebe lo que no tiene, ese eres tú. Sé que no identificas bien la silueta pero te lo aseguro, ese eres tú. Créeme…
Los sujetos fotografiados no miran a la cámara. Imperturbables, impulsan su sobrevida, siguen la marcha, trazan caminos, van a lo suyo… Hay, en estas fotografías, un homo faber que «resuelve» su vida y logra una especie de artefacto único compuesto de brazo, herramienta y pugna diaria. Un homo faber que cultiva tabaco o que, machete en mano, desyerba campos de cultivo, o regresa de la pesca o besa con fruición, sin saber que ese beso puede ser (es), también, un alegato.
Voy con mi carga a cuestas y tropiezo con esos otros que soy, cuyas facciones no alcanzo a ver porque están ocupados arreglando un auto o de espaldas, fumando, concentrados en otra cosa, atendiendo a un marchante o mirando el mar, la amplitud del mar, la democracia del mar.
En una simultaneidad de días y noches, de tiempos pretéritos y presentes, las diferentes ciudades expuestas remiten al territorio total de la geografía insular, el mismo que sirve de sostén a las fotografías y los conceptos de estos artistas ibéricos. Deterioro y belleza se mezclan en una narrativa que destierra cualquier idea superficial de paraíso de sol y mar, o de isla que se hunde, para ofrecer una equilibrada y justa mirada sobre la realidad cubana actual.
Diseminados, narrando un país, somos escándalo y silencio. No importa que nos observen ni que lleven nuestros retratos al otro lado del mar porque somos albur, cuerpos-vidas que admirar y acompañar. Somos gente hermosa, da igual el entorno surrealista, simbólico o absurdo. Somos gente hermosa que arropa y comunica. Y eso, ellos lo saben… De cualquier manera, por si surgiera un olvido, yo se los recuerdo: Atiéndanme, esa, esa soy yo…
© All rights reserved for the text Laura Ruiz Montes
© All rights reserved for the photos Layna Fernández and Rafael Torres
Laura Ruíz Montes (1966). Poeta, editora, ensayista y traductora. Ha publicado libros de poesía en Cuba y el extranjero, de los cuales Los frutos ácidos y Otro retorno al país natal, obtuvieron en 2008 y 2012 respectivamente el Premio Nacional de la Crítica Literaria. También ha publicado libros de ensayos (centrado en la literatura caribeña), teatro y literatura para niños y jóvenes. Su traducción del francés de El exilio según Julia, de Gisèle Pineau obtuvo en 2018 el Premio de Traducción Literaria. Su último libro de poesía publicado es Diapositivas (2017). Su volumen Grifas. Afrocaribeñas al habla (entrevistas a treinta creadoras del Caribe anglófono, francófono e hispanohablantes) está en proceso editorial en el Fondo Editorial Casa de las Américas. Es la editora principal de Ediciones Vigía y la directora de La Revista del Vigía de esa misma editorial.
LAYNA FERNÁNDEZ
1986 – Madrid
Siempre me gustaron las cámaras, de pequeña gastaba carretes y carretes, supongo que sin sentido. Las fotos de adolescencia siempre salían de mis cámaras. Comencé en la fotografía por afición, a los 27 años aproximadamente empecé a manejar la réflex de mi hermana y se convirtió en mi segundo trabajo. Poco a poco me di cuenta de que quería pelear por conseguir dejar la informática y dedicarme por completo a la fotografía. Me costó varios años, tuve que compaginar los dos trabajos aunque por fin en 2018 conseguí dar el salto y dedicarme a la fotografía.
Actualmente realizo trabajos para empresas, eventos corporativos y algunas sesiones de social y familiar, donde intento introducir un estilo más documental y personal, con lo que puedo financiar todos mis viajes y proyectos personales.
Enseguida descubrí que mi pasión era la fotografía callejera. Conocer y documentar otras culturas y sociedades me llamaba poderosamente la atención.
He tenido la suerte de visitar muchos lugares, pero hay tres que me han marcado por encima de los demás.
En 2016 pude viajar a la India, lo que marcó un antes y un después para mi, tanto como persona como profesional. En 2017 me dieron la oportunidad de realizar una exposición con el trabajo que realicé allí.
Después descubrí Londres, que me atrapó y donde llegué a ir hasta cinco veces en un mismo año. Saqué mi primer photozine, Diving London, con algunas fotografías de todos esos viajes.
En 2019 crucé el charco junto a Rafael Torres para hacer nuestro primer viaje a Cuba. Allí comienza mi mayor proyecto y el más ambicioso en cuanto a fotografía. Oxímoron, el trabajo en el que nos hemos volcado al 100% y donde tenemos puestas todas nuestras ilusiones y esfuerzo. Reflejar el día a día del pueblo cubano, desde el respeto y la empatía, ha sido nuestro objetivo desde el primer momento. Estoy deseando poder viajar a Cuba y a otros muchos lugares, para seguir documentando y conociendo culturas y pueblos nuevos para mi.
RAFAEL TORRES
1990 – Carmona, Sevilla
Llevo viendo fotografías desde que soy pequeño, mi padre con su Yashica de 35mm disparaba carrete tras carrete sin parar, gracias a él poseo una gran colección de imágenes que evocan tiempos que mi memoria ya no recuerda. Por ello le estaré eternamente agradecido, al igual que por regalarme la primera cámara allá por el año 2000. Por mi edad me he criado en la era digital de la fotografía, pero tengo un vinculo muy directo con el analógico porque muchos de mis grandes compañeros aún disparan con carrete y me despertaron esa ilusión por conocer las prácticas.
Desde que terminé mis estudios básicos he estado ganándome la vida de muchísimas formas, Trás estudiar diseño gráfico comencé a realizar cartelería para diferentes empresas hasta que me hizo falta realizar mis propias imágenes para mis diseños, fue entonces cuando comencé a tomarme enserio esto de la fotografía, pero adaptada a la publicidad por aquel entonces, en torno a los años 2008-2009.
En 2010 después de dos años trabajando sin parar, pude dar el paso y montar mi estudio/oficina, dónde empecé a darme a conocer en la provincia de Sevilla, ya que vivo en un pueblo a pocos kilómetros, Carmona.
La gran mayoría de trabajos realizados hasta 2015 han sido por encargos y contrataciones de particulares, todo ligado a la fotografía social.
Es entonces cuando al cabo de 5 años de trabajo monotemático empecé a conocer autores que me fueron descubriendo mundos nuevos, sin salir de casa. Aún recuerdo uno de los primero libros que compré recomendado por un amigo: Gitanos, de Koudelka. A partir de este libro empecé a interesarme poco a poco por más autores y empecé a realizar cursos y talleres para aumentar mis conocimientos, pero sobre todo y sigo a día de hoy, aumentando mi biblioteca personal dónde me paso tardes y tardes analizando y viendo grandes obras de maestros como Ernesto Bazán, Sergio Larraín, David Alan Harvey o uno de mis preferidos, Elliot Erwitt, del cual dispongo de casi toda su obra impresa, a excepción de las primeras publicaciones.