Estaba unida a ella en lo más nimio. Desde la piel misma que sentía cuando acariciaba sus manos llenas de vida, hasta su forma firme y directa en sus gestos cuando me daba órdenes. Bastaba una vaso corto de tequila Don Julio para iniciar un diálogo. Y a veces, hasta un marlboro que compartimos -…como aquel que peca a dúo- para discrepar con la medicina oficial.
Esta mujer, Cristina Barrios -antigua cónsul de España en Miami- era un ser desnudo y de cuerpo blanco. De ropaje discreto y finamente elegante. Grave en el tono y en su forma de amar a quien tuviese en frente ( Sí…las cónsules también aman).
Libre de sospechas y sagaz en sus pretensiones. Lince. Risueña. Observadora atenta de sujetos y prohombres. Feminista discreta sin ocultarlo. Amante voraz del arte y la literatura. Tal como le había enseñado su madre en Donosti: un ser respetuoso y respetado. Para la alta alcurnia política o empresarial que la rodeaba: un auténtico ícono. Así como para sus amistades de a pie o, por el que sucintamente, escribe este artículo.
En nuestros pocos encuentros, siempre hacíamos short-films. En privado. De sus estancias en Madrid, México, París, La Habana, Letonia, Dusseldorf, Estocolmo. Historias a veces inverosímiles y otras hablando simplemente de sus ancestros. Tanto de la figura de los hermanos Machado que su abuelo conoció, como la del propio Lorca que estuvo presente en sus familiares cercanos. Hubo un diálogo, también, con esta hermosa fotografía que conservaba con Gabo (García Márquez) en su estantería y de sus distintas obras de arte que adornaban su casa.
Un día se obsesionó con una pieza del cubano José Bedia en el salón comedor. Otra me preguntaba por “Los hombres negros” del artista Joaquín González (…por cierto, mi último regalo antes de despedirse de este mundo, fue una pequeña obra de este pintor y una edición de la revista Nagari dedicada a México). Otro día conversábamos del fotógrafo José. A Figueroa y su manera particular de retratar “La Isla”. O incluso de García Alix y el Madrid de la movida.
De la entereza de Poniatowska o los sueños demiurgos de Leonora Carrington. En sus paredes del comedor…el malecón de La Habana polimorfo y distinto fotografiado por Silvia Martínez (Kuti) cercano al techo y a la vitrina. Otras, de la liviandad cromática de Zöbel, Gerardo Rueda, o el grupo de Cuenca. Por animarse, hasta montó una galería en Wynwood junto a su queridísimo sobrino y artista Ignacio Barrios y su amigo Julián Linares.
En otros momentos, recordamos Los versos del capitán de Neruda. El cine de Truffaut o el del propio Berlanga. Una tarde me presentó a su admirado artista Javier Velasco y hablamos de sus arterias rojas y pulcras de sus piezas hundidas en líquido. De la música antigua, que interpretaba el catalán Jordi Savall en el Miami Beach Community Church. O un detalle tan cotidiano como único: me “introdujo” (spanglish que ya compartíamos juntos sin culpa) a la cantante Lolita para conversar sobre el origen gitano de su padre el Pescaílla, marido de la Lola Flores, mientras el gin-tonic se desvanecía y recordábamos el ambiente de aquella Barcelona en el famoso carrer de la Cera del barrio de San Antoni.
Una vez, me mostró habitación por habitación su hogar: “Mira, ésta es mi cama …aquí duermo yo ¿qué te parece?”. Recorrimos los vericuetos escondidos de aquella mansión donde el patio da al campo de golf del hotel Biltmore. Mantuvimos impoluto el espejo limpio que la piscina muestra al atardecer y contemplamos su pequeña bodega de tintos nobles e ilustres. Su biblioteca y su salón privado.
Allí me dijo un día: “Eduard Las chicas (las artistas plásticas Kuti, Natalia Reparaz, Anna Balboa, Ana Ochoa, Rocío Granados…) les gustaría que les organizaras una exposición como curador sobre sus obras en la feria de Arte Américas ¿…qué te parece?”.
Mientras saboreaba un rioja tupido y oscuro en su sofá de bienvenida, le dije : “Solo te pongo una condición: que se llame Welcome to 3500 Granada Boulevard. La casa de todos. Y que sea este salón la imagen pública que ofrecemos al mundo. Tu espacio privado, es decir, tu espacio público.” Y así fue el pabellón que representó al Estado Español en aquel evento. Una copia casi exacta del salón de bienvenida de la embajada consular.
Está fue la metáfora que se convirtió en una realidad. Durante su “reinado”, aquél fue el hogar de todos, sin duda….Yo así me sentí. Desde el primer día que me dio la bienvenida en la puerta de su hogar diciéndome “Pase y acomódese …está usted en su casa”.
Una confesión para finalizar
Cristina y yo solo tuvimos una rivalidad a lo largo de nuestras idas y venidas: Quién llevaba el pañuelo en el cuello más atractivo en cualquier acto público… “Lo siento mi pequeña princesa…” le dije en el último encuentro que fue cuando se inauguró la exposición de arte cubano en el CCE “…te gané. Y, como ves, nuestra foto de despedida te delata. Hoy no llevas ninguno puesto y acaricias el mío como si fuera tuyo”
Este fue el pañuelo que yo le regalé; el amarillo que ella me dio me lo pongo cuando el sol se ausenta en esta metrópoli.
Te quise mi pequeña Cristina…las despedidas sobran.
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Eduard Reboll Barcelona,(Catalunya)
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