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Julio 2023

CON “V” DE VIUDA. Silvia Sánchez Madrid

“Toda buena mujer, merece 7 años de feliz viudez”

 

Apenas te escuché en un susurro, pero yo finjo dormir en la penumbra de la habitación apenas iluminada con alguna luz lejana que olvidé apagar en la cocina.

—María… María.

¿Ahora sí me hablas, Agustín? ¿Después de tantos años?

Y no contesto, pero hago como que no escucho y apenas me muevo en la cama.

Mínimo, yo disimulo, la de veces que me dejaste hablando sola sin siquiera tomarte la molestia de fingir que no me oías.

Desde que nos casamos he perdido la cuenta de las veces que usaste el silencio como argumento, amenaza y castigo. Ya sé que el día de la boda yo no parecía tan radiante como todas las novias (cualquiera que se emperifolle con kilos de esperanza lucirá hermosa). Lo que yo emanaba era orgullo puro.

Durante toda la ceremonia estuve tan atenta a ti, que el padre tuvo que regañarme varias veces por no persignarme, contestar o levantarme cuando debía hacerlo.

Seguro pensó que estaba media pendeja.

¿Y sabes? En verdad pasé los primeros meses de matrimonio embobada con mi suerte: apenas me di cuenta de que me desvirgaste medio borracho, y de no haber sido por el dolor, habrías pasado desapercibido dentro de mí. Bien dicen: los que más presumen, son los que menos tienen de qué presumir.

Con el tiempo, empecé a notar que me considerabas tonta y que me habías elegido de entre tu escolta de admiradoras porque tal vez sabías que yo podría representar un buen sinónimo de la palabra devoción.

Un hombre tan vanidoso como tú, no necesitaba una esposa, menos una compañera o una familia, lo querías era una seguidora, alguien que se encomendara a ti en la religión que inventaste para ti solito.

—María…

¿Te acuerdas aquella ocasión en que dejé de hablarle a mi hermana como por un mes? Nunca te expliqué los motivos, seguro pensaste que había sido una tontería sin importancia. ¿Sabes por qué me enoje? Estábamos en el coche esperándote y cuando te vio caminar hacia nosotras, la muy cabrona dijo como por descuido, pero siseando lentamente cada palabra:

—¿Sabes? Creo que, si Agustín fuera más alto, no se habría casado contigo.

Así que me acostumbré a ser poco más que una anécdota accesoria en tu vida, y no puedo mentir, sentí algo de esperanza cuando pensé que podría aportar algo al matrimonio.

¿Recuerdas cuando te dije por primera vez que pensaba que estaba embarazada?

Para no variar, saliste con una de tus frases hechas a medida, de esas que me siempre me han dado ganas de borrarte del hocico a bofetadas.

—¿Cómo que crees? No seas bruta, esas noticias se dan sólo después de que se confirman.

Entonces me aseguré y por fin fui capaz de aportar algo valioso a nuestro matrimonio.

Cuando te lo confirmé hiciste un gesto de autosuficiencia que por un momento confundí con orgullo o felicidad.

Pero terminaste de darle en la madre al momento.

—Ahora, a ver si conseguimos que se parezca a mí.

Y sí, nuestra hija terminó pareciéndose tanto a ti que hasta le perdonaste que no naciera niño.

En tu infinita sabiduría buscaste la manera de adaptar tu nombre y que no quedara tan feo como “Agustina” así que le pusimos Augusta.

Pendejo, eso es el femenino de Augusto, no de Agustín.

Pese a las sospechas de mi familia creo que lo único que puedo concederte es la posibilidad de que jamás me hayas coronado con una infidelidad, ya que pagabas mi consagración con lo único que podías darme a cambio: lealtad.

Aunque no es lo mismo que el amor o el respeto, me funcionó bien por mucho tiempo.

Lo que nunca esperé fue que, a partir del nacimiento de Augusta, formáramos un bizarro triángulo amoroso. Ya sé que la palabra no viene al caso, me lo “explicaste” con tu habitual condescendencia, pero ¿sabes? Me vale madre y la voy a usar.

Así que la niña resultó el gran amor de tu vida.

La pobre se pasó toda la niñez idolatrándote.

Tú seguías siendo mi gran amor.

Y entre todo el pinche borlote la que salía sobrando fui yo.

—María….

No me interrumpas porque se me va lo que estoy pensando. Fíjate que sí intenté aportar más al matrimonio, pero embarazarme fue una proeza, tanto por la escasez de sexo como lo complicado del mismo, siempre seco, como si al terminar tuviera que sacarme montoncitos de arena de entre la piel y la boca.

Las pocas veces que conseguiste embazarme resulté incapaz de convertir mi casi extinto útero en un ambiente vivo.

Siempre tuve el sentimiento de estar de más en mi propia vida y ¿sabes qué es lo peor? Que terminé pensando que jamás estaría a tu altura o a la de nuestra hija.

Pero un día a ti también te abandonó tu gran amor. Augusta encontró a su propio devoto.

Cuando “la niña” salió de casa, todo el mundo festejó tu molestia y resentimiento, asumiendo que eras el perfecto padre celoso que no quería dejar ir a su hija y resentía esas costumbres modernas de irse así: nomás juntos sin haber consagrado ni legalizado una unión de hecho que no ofrece garantías (sí, fíjate que puedo decir cosas inteligentes y hacer frases a medida …).

Después de cuarenta años casados te encontraste solo y de frente conmigo, a quien habías ignorado durante demasiado tiempo.

Entonces pensé que por fin llegaría nuestro tiempo, pero no hicimos más que sentirnos ajenamente incómodos.

Y nos hicimos viejos.

Cuando confirmaron el diagnóstico de la palabra “cáncer” me volví tu madre, enfermera y tutora. La de un niño de 70 años que dedicaba todo su tiempo a añorar lo que ya no tenía: juventud, logros y hasta la hija.

De no sentirme merecedora, empecé a reconocer una sensación que había vivido oculta en mí pecho como un apocado ser que solo se animaba a salir de vez en cuando, con alguna frase a medio expresar que rezumaba veneno diluido con miedo.

Resentimiento.

Un día, tú hija me dijo que soy “pasivo-agresiva” fíjate nomás, la única que ha tenido tu atención, viene ahora a explicarme como he sobrevivido todos estos años junto a ti.

Pensé que entonces me necesitarías, pero después de varias cirugías y tratamientos que resultaron tan infructuosas como debilitantes, empecé sentir lástima por ti: el hombre que siempre me hizo sentir inferior a mi propia suerte.

Ni enfermo dejaste de desdeñar todo, de mentar madres y criticar a tus doctores, enfermeras, seguros, los efectos de la quimio y radioterapia, mi torpeza, brutalidad y falta de diligencia.

Siempre has tenido un don providencial para explicar por qué el mundo está mal hecho. Pero ni así admitiste necesitarme o te dignaste agradecer.

Como siempre, te encerraste en tu absurdo silencio, pensando que me castigabas.

Después de la última quimio, mientras te deshidratabas, parecías cada vez más reacio a solicitar o aceptar mi ayuda.

Así que ahora intentamos dormir. Después de pasar todo el día vomitando no podías ni ponerte en pie, estabas tan débil que ahora sí pensé que no podías ni hablar.

Pero cuando te acerqué el suero, giraste la cara con desdén, como siempre hacías en el último momento en que parecía que me aceptarías un beso.

¿Y sabes? Aunque no estoy dormida, no me voy a levantar.

No vamos a ir al hospital.

No voy a llamar una ambulancia.

Ni siquiera le voy a hablar a la niña.

Así que puedes decir mi nombre las veces que quieras.

¿Ya te cansaste, Agustín?

El día clarea, desde hace rato no te oigo, ni siquiera tu áspera respiración.

Así que me voy a levantar y bajar por un café. Mientras ensayo algunas lágrimas, le voy a marcar a tu hija para escuchar su voz ajena, siempre exasperada cuando se trata de mí. Y mientras quiebro mi propia voz le diré:

—Necesito que vengas, tu papá ya se nos murió.

 

© All rights reserved Silvia Sánchez Madrid

Silvia Sánchez Madrid nació en el Estado de México en 1977.  Es Licenciada en Derecho por la UASLP  y cursó la Maestría en educación por la UCEM, desde hace 23 años se dedica a la docencia de nivel medio-superior. Narradora y cuentista, formó parte del taller “Juan Donoso Pareja” de la casa de la Cultura de San Luis Potosí (Museo Francisco Cossio) coordinado por el Maestro Félix Dauajare. Actualmente, sesiona en Abismos: taller literario, coordinado por Xalbador García.

Me movió neuronas y sentimientos, de como puede pasar una vida congelada en una circunstancia para lograr un triunfo pírrico que reivindica una vida tirando a la basura a otra

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