CON SAN JUAN DE LA CRUZ
Desperezándose en la densa negrura,
en la celda impenetrable del párpado insondable,
oculta en la lóbrega tiniebla,
comienza a avanzar tu alma.
Ofuscado por el faro espeso de tus rezos y pensamientos,
cegado por las vendas de cadenas,
tropezando entre velos y envoltorios
de misterio tenue, azulado, intermitente,
palpas muros de castros ancestrales,
pisas charcos de luna titilante,
hasta que fosforece el tímido centelleo del candil
en el reino de la luciérnaga,
los cigarros de faroles
disipan haces lechosos
y te adentras en la pira crepitante, el pebetero
avivado, el cirio inmortal,
la vibrante bujía, los braseros atizados, la lumbre
danzarina, la candela arrimable.
Acontece el relámpago eterno, el río dorado que no cesa.
Deslumbrado y no ciego, atisbas mares de fulgor,
te sumerges en éxtasis inefables,
frito de dicha en el rayo cierto.
Otros,
sencillamente,
abrimos
la puerta.
ALCOBA INHÓSPITA
Y al otro,
desamado sollozo de mi frente
que apenas tiene un trozo de hierba
para posar su oído
y es señor de arboledas y ciudades.
Eunice Odio
Se vació el Amado,
se despojó de coronas, de mitras
y altares,
para conocer tan solo la zarza
y el lino de la suerte ensangrentada.
Cazadnos las zorras pequeñas, decía, las que
amenazan la flor de nuestro vino,
y yo me perdía en la sofisticación de los vallados,
obseso por las alambradas de afuera.
Las vulpes de papel y metal
campaban mientras tanto a su antojo,
con gangas de almohadas e hipotecas.
Dale que dale el necio con las cercas
mientras se avinagra el vino en la mesa.
Un reducto mullidito, una cajita acolchada,
y una jaula para el Amado,
por aquello de las raposas.
Dale que dale con las alimañas,
negociaba corral adentro,
compraba briznas de hierba a cuenta de ciudades y arboledas,
mientras se avinagraba el vino en la mesa.
Se vació el Amado,
se despojó de coronas, de mitras y altares,
para conocer tan solo la zarza
y el lino de la suerte ensangrentada.
Llamó a mi puerta y temblé;
su voz como dedos en la ventana
alumbró los bordados de mi colcha,
las plumas de mi lecho y la seda del pijama.
Era mi alcoba un país extraño.
La peste a zorras muertas lo espantó,
mientras se avinagraba el vino en la mesa.
SALMO 23
Conozco los pastos delicados, las aguas de reposo,
la mesa repleta en presencia de mis angustiadores,
conozco el valle de sombra de muerte,
no tengo que pedirte nada,
vengo a cantar quién eres, querido pastor,
no te pido más arroyos tranquilos donde abrevar
ni prados mullidos donde recoger el maná del
asombro.
no pido. Canto.
No pido, canto, mas si pidiese sería para reconocer
tu vara y tu cayado.
Enredado entre espinos, riscos señalados
y trochas de ponzoña,
agradezco la sombra siquiera de tu proverbial gayata.
Quiero agarrarme al pilar de una rama rugosa,
de nudos prensiles,
sentirla en mis lomos no estaría mal.
Vengo de probar los orines de otra oveja vieja,
quién me mandaba.
Harto de revolcarme entre las boñigas
secas de rebaños pasados…
preciso una vez más, otra,
de la brújula anclada de tu verdad.
No vengo a pedir, vengo a cantar,
pero mis balidos me delatan.
COSAS PEQUEÑAS
Fazer das coisas fracas um poema.
[…]
Homem, até o barro tem poesia!
Olha as coisas com humildade.
Fernando Namora,
‘Coisas, Pequenas Coisas’,
de Mar de Sargaços
Desdibuja el humo un altar escrito,
carga en su ascenso un rumor de tropos.
Su olor negro aún porta los versos
de la hojarasca y la yerba pasadas.
No eran nada, no lo parecían,
pero iluminaron tu noche
y calmaron el frío de tu soledad
mientras las cosas grandes te miraban
de lado y desde arriba
sin dignarse a salpicarte
con saliva de sus cumbres.
La endeblez tuvo siempre forma de espejo;
te enseñó los secretos que bajo la alfombra
atesoraban los falsos amigos con fruición.
Semilla infinitesimal de poemas nonatos,
pulsaba en ti resortes ignorados
y pugnaba con lo vano por tus ojos.
Tus yemas recorren todos sus mapas
en la danza callada y solitaria
que busca la espina del respingo y la vida.
Mira, hombre, y canta:
el barro, la piedra, el fractal mínimo de la nieve,
la mano sucia del niño, la madre sencilla, la novia sin alhajas,
la lumbre extinta, la sopa trillada,
el camino a casa.
© All rights reserved Juan Carlos Martín Cobano
Juan Carlos Martín Cobano (Carmona, 1967), es poeta, filólogo, editor, librero y traductor de origen andaluz, formación catalano-aragonesa e incipiente religación salmantina. Ha impartido talleres y dictado conferencias en distintos países con la Asociación Latinoamericana de Escritores Cristianos (ALEC), es asiduo del encuentro Los Poetas y Dios (Toral de los Guzmanes, León), del Encuentro Cristiano de Literatura (Salamanca) y del Encuentro de Poetas Iberoamericanos (Salamanca, en tres ediciones). También ha sido invitado especial del I Encuentro de Música y Poesía Luso-Hispano-Americano, ROIZ, celebrado en la ciudad portuguesa de Castelo Branco en 2019. Hasta enero de 2018 fue secretario general de la Alianza de Escritores y Comunicadores Evangélicos (ADECE) y, en la actualidad, es secretario general de TIBERÍADES, Red Iberoamericana de Poetas y Críticos Literarios Cristianos. Poemas y textos suyos se encuentran publicados en las antologías Los frutos del árbol (2015), Explicación de la derrota (2017), Por ocho centurias (2018), Eunice, cien veces cien (2019) y Llama de Amor Viva (2019). Tiempo de cruzar el umbral (Salamanca, 2020) es su primer poemario.