La noche se arrojó como un ocelote devorando en la obscuridad todo cuanto se encontraba a su paso.
Atrás quedaba el recuerdo de aquellas tardes cuando el cielo cedía el paso a un tenue velo compuesto de miles de chalchiuites. Atrás quedaban las noches donde su rostro reposaba en el regazo de Matlacihuatzin y los chalchiuites caían lentos con el lejano sonido del Cuicacalli.
El petate tenía un olor acre y poco le protegía contra la humedad del cuarto de adobe donde la vigilia y el sueño se confundían. La minúscula ventana, avara de luz le miraba con fijeza el rostro.
En más de una ocasión se sorprendió asimismo despertar en un grito.
La imágen se repetía inconfundible, “la de falda de serpientes” enterrando sus garras en su esternón y su cuerpo inerme despeñandose desde la cima del templo.
Tal parecía que toda su vida era una perpetua huída. Sus cicatrices eran más profundas que aquellas provocadas en el Calmecac con las puntas de maguey horadando su piel.
– Eres acolhua, noble heredero de la tradición chichimeca y tolteca -. Le repetían voces que se mezclaban en los rostros de Ixtlixochitl y Huitzilihuitzin.
Pero el deseaba regresar a la época en la cual solo se escuchaban cantos. Aunque es verdad que al despertar de sus pesadillas con firmeza arremetía su macana de obsidiana, como expulsando de sí los acontecimientos de los pasados días.
Vano era conciliar el sueño de nueva cuenta. ¿Dormía o estaba despierto?
¿Porqué sentía sobre su rostro paños que humedecían su frente?
Avergonzado de sus reacciones recordaba: – Eres acolhua… eres tolteca…
Ixtlixochitl siempre fue con él cariñoso y a la vez severo. Desde su nacimiento presentía la necesidad de formarlo diestro en las artes de la guerra. Reconocía también que en la adversidad la fría obsidiana no era consuelo suficiente para un corazón contrito. Matlacihuatzin como corola que se abre con sus cantos le mostro el mundo de Quetzalpapalotl y Xochipilli.
El escalofrío le golpeaba de súbito.
Mi conejito, mi tochtli -. Lejanamente escuchaba la suave voz de Matlacihuatzin.
Su frente sentía un par de manos acariciandolo. Un dulce olor a infusión de miel, vainilla y cacao se alzaba a lo alto con el ritmo de los cantos que provenían del Cuicacalli.
¡Corre, no te detengas!
Las caricias y los cantos concluyeron, su pulso se aceleraba, la respiración entrecortada. Un amargo olor a sudor recorría su cuerpo. Se reconocía asimismo dando brincos, dando tumbos, su miembros peludos casi le hacían volar. El cielo pardeaba inundado de flechas y obsidiana, las flechas zumbaban en su oído como avispas furiosas. Buscaba a toda costa evitar la región del Mictlan.
Sintió cerca de su rostro el aliento de la serpiente bicéfala, el collar de manos y corazones apenas le rozó. Nuevamente caían las garras de “la de falda de serpientes”. Erraron en alcanzar su pecho pero en esta ocasión arrancaban una hermosa flor de las manos de su padre Ixtlixochitl. Testigo impotente, veía los pétalos esparcirse por el suelo, prenderse en fuego, volverse humo para luego perderse sin rumbo fijo a voluntad del viento.
Despertó con un grito contenido, su mano ensangrentada tomaba con fuerza la punta de obsidiana de su arma.
Por fin despiertas -. Dijo Huahuatzin. Desde que cremamos a tu padre Ixtlixochitl no has tenido una noche de sano reposo -. Hizo una breve pausa que fue interrumpida por Xiconocatzin. Este lugar ya no es seguro –
Es verdad -. añadió Cuicuitzcatzin. – Debemos seguir el camino de Cuamincan para llegar a Teponazco. Necesitamos aprovechar la noche.¿No ves que todavía no esta en condiciones de emprender camino? – argumentó Huahuatzin. – Mañana al amanecer proseguiremos -.
Los otros asintieron con cierto recelo. Los tepanecas no se encontraban a mucha distancia y con tal de satisfacer a su Tecuhtli de seguro no guardarían reposo. Sin embargo la astucia de Huahuatzin los había mantenido a todos con vida hasta al momento. Tal vez era mejor seguir confiando en su juicio y esperar que con el favor de los dioses los días siguientes no fuesen tan aciagos.
Observen -. Dijo Cuicuitzcatzin – Tal parece que dormirá de nuevo.
Si es que a eso le puedes llamar dormir -. Repuso Huahuatzin.
Efectivamente, no se encontraba dormido, era en realidad un sopor cíclico que le embargaba y al que le resultaba difícil resistirse. Era más sencillo asumir que lo acontecido anteriormente no era más que un ensueño angustioso. Caso curioso, el despertar por completo no le traería una realidad inmediata mejor.
Dentro de sus batallas oníricas ensayaba una estrategia más convincente que la rodela y la obsidiana. Leve, una voz crecía dentro de sí. Como canto de teponaztli, como canto de huehuetl. No se trataban de sones de guerra pero los utilizaría para conjurar a sus enemigos reales e imaginarios. Sus miembros recobraban fuerza, los estremecimientos se disipaban.
Ahora podía ver de frente a “la de falda de serpientes” y llamarla por su nombre:
Coatlicue -. Murmuro quedamente.
Huahuatzin creyó escuchar algo pero al ver al joven murmurar mientras dormía decidió que era momento de imitar a los otros y tratar de ganar algun reposo.
Un leve olor a flores quemadas se cernía sobre la noche. La urna que celosamente contenía los restos de Ixltlixochitl parecía ser la única en guardar vigilia.
Las macanas y rodelas quedaban a una distancia prudente mientras todos dormían.
Los murmullos nocturnos no cesaban
Soy Tolteca, soy Acolhua – se repetía asimismo.
“con cantos sombreas, con flores escribes…”
La noche cedía perezosa a los primero rayos del alba.
“ Sólo en tu libro de pinturas vivimos… con tinta negra borrarás lo que fue la hermandad…”
Ya no dormía más. Antes de romper el alba ya se había aseado y se esforzaba en recordar el canto que le fue entregado la noche anterior.
Huahuatzin se incorporó lentamente. Sorprendido preguntó:
¿Que haces de pie Acolmiztli? ¿Es que ya te sientes bien?
Cuicuitzcatzin y Xiconocatzin tampoco podían dar crédito a lo que veían. Parecía que Acolmiztli no hubiese sido partícipe de los aconticimientos de los últimos días.
Completamente vestido, con su rodela al hombro, con hierática serenidad observaba el horizonte.
Mi padre Ixtlixochitl me llamaba Acolmiztli. Pero dadas las circunstancias Nezahualcoyotl me parece un nombre más apropiado.
Creo que es momento de continuar con nuestro camino. – Concluyó.
Todos en silencio se prepararon para emprender su marcha.
Atrás quedaban las noches devoradas por los ocelotes, atrás también quedaban las noches cubiertas por el tenue velo de chalchiuites cuando reposaba en el regazo de Matlacihuatzin. De la noche recogía los fragmentos desmemoriados de la flor hecha ceniza de su padre. De la claridad de la mañana la incertidumbre de un mundo sin dioses. Solamente cantos como exiguo consuelo ante un reino que debía recuperar.
A cada paso que daba el canto se le entregaba sin ninguna vacilación.
“con cantos sombreas a los que han de vivir en la tierra… Después destruiras a águilas y tigres, sólo en tu libro de pintura vivimos, aquí sobre la tierra”
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