La novela Mes quatre femmes[1], aparecida aproximadamente una década después de L’exil selon Julia, constituye otra autoficción en la cual Gisèle Pineau también construye un espacio jerarquizado para la memoria. Cuatro mujeres reunidas relatan sus vidas, su devenir. La geôle noire[2], como le llama la autora al territorio de encuentro, es el lugar central de la enunciación, deviniendo así condición y proceso histórico. Como los barcos negreros, como la Plantación, como el exilio, la geôle noire también es una zona de contacto, con las consecuencias que derivan de ello. Construida a partir de la importancia concedida al recuerdo como zona jerárquica, Pineau resemantiza la memoria enarbolándola como un espacio virtual donde reúne mujeres de diferentes generaciones –vivas y muertas– para contar y reconstruir, en colectivo, una nación. En esta novela, las elegidas legan indistintamente un apellido y el sentimiento de pertenencia a la tierra, a la par que un camino a través de la instrucción y un abandono de roles habituales. Desde una poética de la relación, Gisèle Pineau junta a estas resilientes valorizando la oralidad y la historia negra y haciendo viable un diálogo que se hace imprescindible.
La novela se desarrolla en cuatro secciones, una por cada mujer de las que se dan cita. En la casa-memoria-geôle noire, sucede lo que podría parecer imposible. Gisèle, Angélique y Julia han sido reunidas después de muertas, a la par que se mezclan con Daisy que aún vive. Todas tienen en común lazos de parentesco. Gisèle y Daisy son hermanas. Julia es la suegra de Daisy. Angélique es la antepasada esclava de todas. Juntas desmenuzan recuerdos y construyen un presente nacido de la experiencia histórica. Esta correspondencia plural funda, a partir del papel preponderante del espacio en esta novela, una suerte de laboratorio, un performance, del mundo como relación, ejercicio tan caro al martiniqueño Glissant.
Es innegable la importancia de la espacialidad en la literatura antillana en tanto metáfora del ámbito geográfico real definido por la manida circunstancia del agua por todas partes. La imposibilidad de otra frontera que no sea el mar traza coordenadas en el imaginario caribeño, abonado durante mucho tiempo por la idea de que provenientes de África, arrancados de su país natal, lo único que pueden hacer sus hombres es vagar por las nuevas regiones tratando de encontrar un qué, un cómo, un por qué dentro de ese otro espacio provisional y desestabilizador que es la vida.
La búsqueda caracterizada por el movimiento y la marcha se conoce con la expresión creol drive. «La lengua creol llama drive a una situación […] durante la cual se yerra sin fin. De esta manera, la drive representa la búsqueda identitaria de las Antillas que se realiza en el seno de su espacio»[3]. Gisèle Pineau se mueve con soltura dentro de este término. Su trascendental novela La grande drive des esprits es, sin dudas, un aporte generoso en este sentido, en tanto saga que narra la drive, es decir el vagar, de cuatro generaciones de una familia que marcha por diversos espacios dentro de la isla de Guadalupe y también fuera de ella. En Mes quatre femmes, sin embargo, ocurre lo que quizás podamos llamar una drive de mémoire. Vagar hilvanando recuerdos, recreando o reviviendo el pasado es bastante similar a los procesos de desplazamientos físicos, pero a pesar de la fijeza de los cuerpos, tiene el valor agregado de no necesitar un espacio concreto de realización porque sucede en los niveles de la evocación.
En esa zona sinuosa y agitada que es la memoria, erige Pineau un espacio emergente y sensible que se convierte en metáfora de un nuevo espacio cultural definido por concatenación de voces, significados y significantes. Pero no es esa la única lectura viable. También puede entenderse esta memoria, esta geôle, como una cárcel oscura donde solo las palabras tienen el poder de exorcizar el pasado y construir el presente (único futuro posible), a partir de la oralidad, de las historias, a partir de la opacidad, para decirlo con Édouard Glissant.
Es el carácter también casi autobiográfico de esta novela lo que mejor puede validarla porque personaliza lo que de otro modo podría arrojar descreimiento sobre la historia de un país, aun cuando es sano admitir un margen de dudas. Es conocido el peligro de confundir novela y testimonio, el riesgo de no distinguir entre lo autobiográfico y lo investigativo.
Las mujeres reunidas, desde un ADN histórico común hablan para contrarrestar la amnesia familiar y la social colectiva. Cuatro generaciones involucradas cuentan sus historias en la zona de contacto imaginada y con ello trazan la poética de su árbol genealógico en un espacio construido desde la (auto)ficción pero donde destaca el ejercicio de una memoria colectiva conformada por grandes acontecimientos históricos.
La esclavitud, las Guerras Mundiales, la muerte de Malcolm X, se unen al Golpe de Estado en el Congo y a las crisis de los años 60 del siglo XX. Estos eventos conforman lo que los personajes llaman la Historia grande y que es imposible desligar de la Historia pequeña porque según uno de los personajes: «estamos todos en el mismo barco de mala suerte, zarandeado por las olas, zozobrado en los vientos de la guerra, magullado, por los baches de su pobre existencia.» (Pineau, 2007, p. 153) Que ese debate sea posible en la geôle se debe a la escritura que atraviesa siglos y pone en papel y tinta la fuerza de la oralidad que se manifiesta y expresa por encima, a pesar de y gracias a los entrecruzamientos históricos de Pineau que alcanzan clímax en el momento en que trae al presente el Código Negro[4], con la intención expresa de no olvidar.
Las conexiones de la Historia pequeña con la grande se concretan aún más cuando las cuatro mujeres juegan a cambiar sus vidas, a imaginar qué habría sucedido Si… Nada les detiene en el propósito de querer ser sujetos de su propia historia. Si el primer acto subversivo de Mes quatre femmes es otorgarle voz a quienes la Historia les había negado participación, no es menos importante permitirles elaborar desde estas páginas un discurso propio donde ellas mismas rijan sus destinos, sean su propio acontecimiento y sus más importantes y definitorios agentes actuantes.
Si las disposiciones del Código Negro rechazaban cualquier declaración de los esclavizados, en esta novela Pineau evidencia la importancia para la Historia de estos testimonios. En el Código Negro quedaba muy claro que los esclavizados no podían ser árbitros, expertos o testigos en materia civil ni criminal. Convertir estos personajes en testimoniantes es una ruptura total y, por ende, una reivindicación vital del rol de las mujeres en las historias nacionales.
Resulta innegable la apropiación dialéctica que Pineau hace del ágora como concepto, en tanto la geôle noire también es un escenario de reunión, una suerte de asamblea, pero esta vez de mujeres que nombran y ofrecen testimonio. No se reúnen en la plaza pública pero sí hacen del espacio aparentemente cerrado de la memoria un lugar de encuentro. El ágora y la geôle noire tienen en común su inestimable carácter sagrado.
La reunión simbólica de estas mujeres de diferentes épocas, en los terrenos de la memoria, semeja el paroxismo de una nueva especie de «red virtual», llamada a contrarrestar (o compensar) aquellas otras que en la postmodernidad enlazan voces y juntan acontecimientos desde disímiles latitudes y culturas. Espacio creol ella misma, Giséle Pineau no solo escribe por el Otro (las Otras), sumando las diferentes capas de la opacidad de cada quien, sino que también se incorpora a sí misma a esa poétique de la relation. Agregando un hilo más a la textura, al tejido que aún no acaba de engrosarse.
Las historias contadas en Mes quatre femmes no constituyen la biografía exacta de Gisèle Pineau ni son su estricto diario personal –aunque exponga acontecimientos de su vida personal– sino que van más allá, son la representación que la escritora hace de sí en tanto antillana exiliada y de su visión de un mundo caribeño en rescate. Son su evidente arraigo a la tierra y a la historia nacional. Su voz interviene en muchas zonas de la novela. Ella misma es un centro que a ratos se desplaza. Conocemos a las cuatro mujeres porque una le legó el nombre, otra el apellido, otra la nostalgia de su isla y otra la vida, el país de nacimiento, la lengua, las lecturas. Sus interrelaciones genealógico-afectivas las definen.
Los espacios de rescate de una sensorialidad y apego a la tierra e historias nacionales, son ejes fundamentales en la narrativa de Gisèle Pineau. Sus personajes, repetidos en L’exil selon Julia y Mes quatre femmes, son resilientes que viven y mueren anclados de igual manera en las regiones reales que en las virtuales. De estos personajes y espacios, la narradora recibe una valiosa herencia de la oralidad y la historia negra, para a su vez trasmitirla. La indagación en el pasado, la puesta en escena que hace Pineau de la antillanidad en el espacio de la otrora metrópoli y en el espacio individual y colectivo de la memoria logran sacar del anonimato a los ancestros esclavizados. La inserción en las páginas de esta novela caribeña de documentos oficiales y pruebas legales de un apellido logra el rescate de una continuidad que permite comprender el presente y construir el futuro dentro de la familia y el país a partir del develamiento y comprensión de los antecedentes históricos.
La drive que construye Gisèle Pineau a través de su obra narrativa es un espacio de resistencia donde la cultura creol no es un apéndice ni una distorsión, sino la propuesta de un territorio donde contracciones y expansiones son posibles; donde es verdaderamente viable el diálogo entre la Historia grande y la pequeña que conforman ese espacio inmemorial que sigue siendo el Caribe.
[1] Mes quatre femmes. Philippe Rey. Paris, 2007. Todas las citas son de esta edición y las traducciones de Guadalupe Vento Martínez.
[2] Factible de ser traducido como prisión. Designa habitualmente la cárcel en las Antillas, siendo un término francés antiguo, en cierto modo evoca las mazmorras medievales. Los barcos negreros también eran llamados así. Dado el excedente de significado histórico y social del término, no se considera producente traducir geôle noire literalmente, apelando a una única manera posible. Por ello, se ha preferido mantener la expresión en su lengua original para que la versión al español no traicione sus múltiples alcances.
[3] Patrick Chamoiseau: Écrire en pays dominé. Gallimard, Paris, 1997. Citado por Émeline Pierre en Le caractère subversif de la femme antillaise dans un contexte (post) colonial. L’Harmattan. Collection Approches littéraires. Paris, 2008, p. 31.
[4] Code Noir, conjunto de regulaciones emitidas por Luis XIV en 1685 que regía la esclavitud en las colonias francesas.
© All rights reserved Laura Ruíz Montes
Laura Ruíz Montes (1966). Poeta, editora, ensayista y traductora. Ha publicado libros de poesía en Cuba y el extranjero, de los cuales Los frutos ácidos y Otro retorno al país natal, obtuvieron en 2008 y 2012 respectivamente el Premio Nacional de la Crítica Literaria. También ha publicado libros de ensayos (centrado en la literatura caribeña), teatro y literatura para niños y jóvenes. Su traducción del francés de El exilio según Julia, de Gisèle Pineau obtuvo en 2018 el Premio de Traducción Literaria. Su último libro de poesía publicado es Diapositivas (2017). Su volumen Grifas. Afrocaribeñas al habla (entrevistas a treinta creadoras del Caribe anglófono, francófono e hispanohablantes) está en proceso editorial en el Fondo Editorial Casa de las Américas. Es la editora principal de Ediciones Vigía y la directora de La Revista del Vigía de esa misma editorial.