Cobarde.
Durante toda su vida fue un perfecto pusilánime, de modo que, atormentado por su falta de valor para enfrentarse al mundo y lleno de desesperanza, decidió arrojarse desde un acantilado. A punto de despedazarse sobre las rocas, sin embargo, lo dominó la peor emoción que hubiera tenido jamás: la lengua se le soldó al paladar, el pecho se le comprimió hasta casi aplastarle el corazón y su cuerpo quedó por completo paralizado de terror.
Así permaneció varias semanas, suspendido a unos segundos de estrellarse contra el suelo, hasta que finalmente murió de inanición.
Mientras calienta el sol
Voy a morir. Un minuto, a lo sumo dos. No es que tenga miedo, pero me incomodan las palabras que se quedarán frías en mi boca. Como por ejemplo anoche, cuando no pude reconfortar al vagabundo contándole que no era el único que se sentía terriblemente solo, olvidado de todos en el insomnio de este parque. O las gracias que no pude darle al dios que me creó. Decirle que el sonido de su risa bien valía la feroz agonía de mi amanecer, y que nunca olvidaría sus suaves manitas negras modelando con tanta ternura mi triste corazón de muñeco de nie…
Aleph
Por siglos, otros buscadores también la habían estudiado: cabalistas, magos y hasta algunos literatos, quienes pretendieron desentrañar el misterio con un oficio tan trivial como el de la literatura.
Consiguió una estampa con la letra impresa y la enmarcó para que no se deteriorara. Nunca se sabe cuánto tardará en llegar la iluminación. Al principio la contempló durante horas, suplicándole que lo dejara penetrar en su omnisciencia, pero pasaron los meses y el enigma permaneció inalterable. Entonces optó por darle vueltas, remojarla en su té, sentársele encima, besarla, lamerla, hasta que comprendió que sus esfuerzos no eran más que el ridículo ejercicio de una devoción no correspondida: era ella quien no deseaba mostrarle su magnificencia. La arrojó furioso contra el cielo maldiciendo las cosas sagradas que no se dejan ver, y decidió olvidarse del asunto.
Minutos más tarde el cielo se abrió con el estruendo de una carcajada y el cuadro cayó de regreso sobre su cabeza, con tanta fuerza que lo dejó inconsciente. Finalmente pudo traspasar la puerta del arcano: el silencio en el que desembocan todos los sonidos, un universo que se muerde la cola, la creación completa abrazándose en el fondo de una cáscara.
Despertó siguiendo el hilillo rojo que goteaba desde su frente hasta el cristal que protegía a la estampa. La Aleph ya no estaba, pero en su lugar una caligrafía mordaz había garrapateado: “La letra con sangre entra”.
Samaritanos
Había una vez un país en el que existía una pequeña crisis económica, tan delgada que se le podían contar una a una las costillas. Decidida a no dejarse morir de hambre se mudo a la salida del Congreso para vivir de las limosnas, y al cabo de un tiempo por fin se encontró bastante gorda y rozagante, creciendo a pasos agigantados, gracias al esfuerzo de los políticos que si bien es cierto que roban nunca olvidan apartar una porción del botín para hacer caridad entre los pobres.
© All rights reserved Ana Zhennamir Rivas
Ana Z. Rivas es coordinadora editorial y correctora literaria. Trabaja de manera independiente para la Editorial AMOLCA y para una plataforma latinoamericana de autopublicación. En 2014 publicó el poemario Claroscuros. Antología poética (autoedición) bajo el seudónimo de Anna Lía Bela.