Alumbro el patio en la madrugada
para ver los ojos de los animales
que vienen a comer de mis residuos.
Sus entrenados dientes hacen traquear los huesos
con un sonido que siempre asocio al hambre.
No gimen, no ladran, no pelean entre ellos.
Se alimentan en silencio sobre la sombra,
bajo la escasa luz.
Como lo hicimos en aquellos años,
cuando alcancé la suficiente experiencia
para llegar al tuétano de los huesos
que ya mi hija había despojado de carne.
También en silencio sobre la sombra,
bajo el vaivén de una lámpara de keroseno,
como estos animales que ahora contemplo.
El carpintero
Esquivé la luz del trueno,
la que se desprende de una luna
venida del continente.
Esquivé las luces y las lluvias,
las estaciones opuestas a la naturaleza.
Amasé el árbol a sabiendas de que me domina
la malicia de talarlo.
A falta del índice y el pulgar izquierdo
logro mover con precisión los demás dedos,
gesticulan con vehemencia
apenas los acerco al olor de la madera.
Construí mesas para extraños;
techos en los cuales podrían desvanecerse
las regiones menos purificadas del cielo;
ajustadas camas que nunca fueron mías,
incluso en los días de mayor fatiga.
Construí marcos para encajar espejos
y satisfacer a la gente hermosa;
bancos para parques no proyectados
en ciudad alguna;
sillas para barberos y sillas de ruedas
probadas con el peso de mi cuerpo;
botes, ventanas y otra vez marcos,
muchos marcos para no restringir
la libertad de nadie.
Mis manos han dado forma
a cuanto objeto me fue encargado.
Amasé el árbol a sabiendas de que el mío
otro deberá talarlo.
Arístides Vega Chapú (Santa Clara, 1962). Poeta y narrador. Ha publicado más de diez poemarios. Sus textos han aparecido en varias antologías de Cuba y el extranjero. En el año 2002 obtuvo el Premio Internacional de Poesía Nicolás Guillén. Los poemas pertenecen a su más reciente libro El discreto encanto de los oficios ( Editorial Voces de Hoy, Miami, 2013). Reside en Santa Clara, Cuba.