Alquilas un auto negro y conduces de negro hacia una provincia hermosamente áurea en agosto. Sin la guía Michelin en tu mano, haces la primera parada desde el azar y cuando el día se pone a dormir bajo el cementerio de Cubillo te cambias la camisa y ves la estética van gohniana de un campo de girasoles. Frente a ti, el origen de la harina en una inmensidad de campos de trigo. Y desde el montículo de su iglesia y a lo lejos, un sabinar con sus espinos y la dureza de su follaje. Estamos en la provincia de Burgos
Entonces, por unos instantes: empiezas a entender Castilla y su idiosincrasia, por la simple razón de contemplar su paisaje.
La ciudad
En sí, Burgos capital, es una alameda sin fin. Una confluencia de sombras al lado del río Arlanzón donde se entrecruzan los plátanos junto a los transeúntes. Aquí convive un señorío discreto junto al burgalés de a pie. Un paseo lineal para decidir en qué bar o cafetería sentarse. E iniciar una conversación sobre la nobleza del territorio o escuchar las quejas que produce el vivir en la ciudad que habita el turista. Su nombre: Paseo del Espolón.
Frente al Arco de Santa María y alrededores surgen una serie de esculturas realistas sobre lo cotidiano. Desde un homenaje al peregrino, una castañera con el frío recogido en su mantilla en bronce, hasta una simple mujer avistando el río detrás del Teatro Principal. Delante del mismo, una pieza maestra de Juan Cristóbal González (1955) representando al conde Don Rodrigo Díaz de Vivar, El Cid. Con la espada Tizona en la mano y su capa al vuelo señalando la dirección hacia el destierro a su salida de Burgos. En el pedestal una cita.
El Campeador llevando
consigo siempre la Victoria
fue por su nunca fallida
clarividencia
por la prudente firmeza
de su carácter y por su
heroica bravura
un milagro de los grandes
milagros del Creador
Victoria, clarividencia, firmeza, carácter, heroicidad, bravura, milagros…. Reflexiono sobre estos términos dentro de los pocos versos de lisonja hacia el campeador, y pienso que, los mismos, están incorporados a los distintos valores del que mora estas tierras. Y añadiría otros, que tienen que ver más con las formas del tú a tú con el visitante: elegancia, discreción, e incluso cierta sobriedad en el quehacer del día a día.
Por contraste, una pequeña explosión de detalles bíblicos y bajo un lujo decorativo en el interior de su famosa catedral, parecen contradecir lo anteriormente dicho. Aquí coexisten estilos, tanto del Gótico Flamígero en su cimborrio, el Renacimiento de ciertos sepulcros, hasta la llegada del Barroco en telas y trípticos. Entre todos los relatos en mármol, piedra o madera, yo me quedo con lo siguiente sin que mi opinión se fundamente con el valor histórico-artístico que le corresponde:
- La Escalera Dorada de Diego de Siloé. Una pieza renacentista y ceremonial del 1519 que permite preguntas cómo ¿Cuál fue la razón para que desde la puerta de la Coronería, el feligrés tuviera la misma realeza que los prelados y el rey?
- La girola del siglo XIII y sus crónicas evangélicas de sus relieves. Como nota, en un capitel: un demonio con alas y piel de víbora, mostrando su diminuto miembro sexual mientras dos ángeles lo detienen ante su subida hacia al cielo.
- Los sepulcros góticos de los condestables Pedro Fernández y Mencía de Mendoza labrados en mármol de Carrara (1500). Es una tentación -…sin justificar- el unir tu mano a las grietas de la piedra en el rostro de los difuntos.
- Las hojas de madera de roble en negro de la puerta del claustro alto(1260) de Gil de Siloé.
- Y por último, un icono que ya por su nombre literal se merece un cálculo y varios porqués: La Capilla del Santísimo Cristo de Burgos. Una talla brutalmente escénica e imperdible de Jesucristo en la cruz. Totalmente lacerado en su piel. Cubriéndole sus piernas: un sencillo manto verde atado a su cintura. Imagen venerada a lo largo del tiempo en toda España. El poeta Rafael Alberti le dedicó unos versos camino hacia el Cantábrico.
Por mis más negros difuntos,
dime! No sé de qué eres,
Cristo moreno de Burgos,
No.
De piel de búfalo, dicen,
dicen que de piel de búfalo.
Yo
“La Amante”
Un Burgos de morcilla negra de arroz, almendras garrapiñadas, torreznos, o la conocida olla podrida en los restaurantes típicos. Sin descartar por ello, un exquisito smoothie de verduras en un bar delante mismo de la catedral. Un menú de inspiración Bulli en el restaurante El Polison. O la nueva cocina de tapas españolas en el bar de moda: El Morito de la calle Sombrería.
Una ciudad donde, hoy por hoy, presume que a 15 km se encuentre el primer homínido europeo en Atapuerca. Y que, en la propia capital, el prestigioso Museo de la Evolución Humana, dé soporte didáctico aquello que, tanto la Santa Iglesia como las sociedades conservadoras en su momento, lucharan para desmontar la teoría de Darwin.
Contrastes, sí. Como cuando, al cruzar el río, uno regresa otra vez al silencio y a lo austero en el Monasterio de Las Huelgas al vivenciar su arte monacal. O durante el atardecer, un paseo por el Castillo, te permite un juicio nuevo a la ciudad al contemplarla desde esta cima.
Bajo el hábito blanco, el estudio y el misticismo que impera en la época, se pone la primera piedra en 1442 a la Cartuja de Miraflores. Desde mi amor particular por las imágenes y su gramática, dos piezas en su haber: una de alabastro que componen las dos tumbas de Juan II de Castilla y de Isabel de Portugal (1489) por Gil de Siloé y otra del artista Manuel Pereira en madera policromada de San Bruno, el fundador de la orden de los cartujos, hacia la primera mitad del siglo XVII. Una obra que, junto al coro de madera, dan al lugar un sello de recogida y oración aunque el laicismo, sea la estampa de quien hoy escribe estas líneas.
La provincia
Lástima que la extensión del artículo solo permita el puntualizar… allá voy.
Destacar la ruina-poética del monasterio cisterciense de Rioseco en proceso de restauración. La claridad de sus cielos junto a la piedra y las que evocan sus tumbas en plena naturaleza. Su campanario fotografiado, a través de los arcos del claustro. La soledad del eremitorio de San Pedro de Argés y el sonido fluvial del río Ebro desde su balcón natural. Sus paredes bajo la liturgia rupestre del terreno y su vacío.
El desfiladero de la Yecla: la caliza y el camino hacia una nada; y mientras, la contemplación hacia arriba de los buitres auspiciando tu recorrido por aquel espacio estrecho. Mencionar un valor intrínseco aquel día de visita: no había nadie a las 8.15 am.
El monasterio de Santo Domingo de Silos. La infinidad de relatos contados en los capiteles de su claustro románico. Su botica antigua y sus fármacos inscritos entre potes, orzas y cántaros. El sosiego y las jaculatorias que evocan. El homenaje que el artista Antonio López ofrece al lugar, a través de los rostros hiperrealistas de dos bebés en la entrada lateral al monasterio. Subiendo una colina por detrás del pueblo, una vez alcanzada su cima: Sad Hill, así como suena. El cementerio donde el director Sergio Leone rodó Il buono, il brutto il cattivo en la Sierra de la Demanda en homenaje al spaghetti western.
Y para finalizar el museo de los museos -…a mi entender- por su equilibrio, didáctica y escogida colección objetual: La Colegiata de San Cosme y San Damián en Covarrubias. A destacar las esculturas de madera del siglo XVI de San Sebastián o Santiago el Peregrino. El Niño Jesús de la calavera, una pieza escultórica del XVIII. O la Virgen del Libro, una pintura atribuida al círculo de Van Eyck.
Plaza Mayor de Burgos, 9.20 h.
-¿Y qué refrán destacaría usted de esta tierra en la que habita que resuma mejor quiénes son ustedes? Le pregunto a un señor sentado a la sombra de la plaza Mayor mientras lee el Diario de Burgos.
-¿Aquí? Pues yo le diría uno: “Nadie es más que nadie”.
-Mmmm… interesante. Aunque entonces me pregunto: ¿Cómo vivirán las diferencias?
-Bueno: cada uno tiene lo que tiene, y ya está. No todos somos iguales ¿no? Por cierto, ¿Quién es usted? ¿Por qué lleva un lazo amarillo en la camisa?
-Yo soy catalán. Lo del lazo amarillo es lo de menos y algo complicado de entender. Lo que sí le quiero decir es que usted vive en una tierra de la cual aprecio: su paisaje, su tradición, sus valores y el trato recibido.
Gracias sinceras: volveré.
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Eduard Reboll Barcelona,(Catalunya)