Borgiana
Había fatigado sombras apenas vulneradas por amarillos del ocaso, por algún brillo de acero, por un candil; y sombras de sombras, anticipos de la vana sombra final. Ya la unánime noche cae sobre la palabra, desmantelando las frases. Ya devora el corralón, una manzana entera, los arrabales últimos, la candente memoria de una espada. Ya el tiempo abre sus innumerables fauces, ya despliega en abanico los infinitos anaqueles de un incierto paraíso. Quedan al arbitrio de nuestro olvido unos papeles, fotografías, la reciente lápida, los nombres del Otro.
Ariadna
Han transcurrido dos jornadas sin noticias. Sola, ante la boca del laberinto, ve caer la tercera noche. Ya no espera. Decidida, sigue la intrincada senda hasta el final del hilo. Allí está él, sombra entre sombras. “Estuve pensando”, le oye decir. “Muerta la bestia, este podrá ser nuestro lugar”. La voz suena extraña. Las manos suben a explorar el rostro. La enorme mandíbula, los belfos resoplantes, la cornamenta.
Borgiana dos
Los montoneros de Aldao le dan alcance. Ya acorralado, ve de pronto abrirse el muro, lo atraviesa, respira. Del otro lado quedaron el estampido de los pistolones, la gritería, los vapores de vino rancio y sudor. Se interna en otra noche, de pasadizos y cuartos incógnitos, atormentada de ruidos nunca escuchados, de relampagueos. Desconcertado, vacila entre los fantasmas chillones que se agitan en el rectángulo de luz y los ojos de la tía Edurnes. Ella, que ha presenciado cosas raras en dos continentes, repara en esa mirada de loco que dispara a todas partes sin hallar asidero. “Señor”, le advierte, molesta por la intromisión, “ha equivocado usted el camino. Por aquí no es”. Entonces Francisco Narciso de Laprida, que en olvidada tarde invernal ha rubricado la independencia de unas crueles provincias, desanda la noche, vuelve a trasponer el muro, lo siente cerrarse a sus espaldas, despierta. Las erróneas visiones del sueño se desvanecen. Y en un vendaval de alaridos, pólvora y cuchillos retorna la historia.
© All rights reserved Ernesto Tancovich
Ernesto Tancovich (Buenos Aires, 1945) Escribe desde 2013. Entre sus premios cabe consignar Finalista y Mención Premio Provincia Córdoba por El niño stalinista (poesía), Finalista y Mención Universidad de Cali por Las playas del tiempo (narrativa) Ha publicado en diversas revistas, Los Heraldos Negros, Monociclo, Papeles de Mancuspia, Pedes in Terra , Cuentos del Andén, Los palabristas y, frecuentemente en Monolito.