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Septiembre 2017

BAÑO DE LUNA. Black Box on Stage Miami Dade Auditorium 7,8,9 septiembre

“Si Dios es amor ¿por qué…?”

Un altar queda suspendido en el aire bajo una luz cenital violácea. Unas vidrieras con los cuatro apóstoles ambientando el interior de una iglesia en Miami. A los pocos minutos, todos los espectadores cruzamos nuestra mano de la frente al pecho y del hombro izquierdo al contiguo. Hemos dispuesto la señal de la cruz sin darnos cuenta en el mismo momento que el párroco Monroe (Ariel Texidó)nos da la bendición: “En nombre del Padre del Hijo y del Espíritu Santo…Amén”

A su diestra, el obispo Andrews (Carlos Acosta-Millán) investido con la estola y el solideo púrpura, escucha con diligencia su sermón: “Lo que quiere Dios es que rompamos la cerca, los muros…las fronteras. En la casa del Padre: muchas moradas hay”.

Junto al sagrario, una familia. Tres mujeres bajo las palabras atentas del clérigo: la abuela Martina (Teresa María Rojas) sintiendo el gozo de ver feliz a su primogénita Marcela (Claudia Valdés) mientras toca el piano en los actos religiosos que se suceden en el lugar. Y su nieta Trini (Andrea Ferro) acompañando a la anciana en su silla de ruedas. En la escena posterior, aparecerá en el salón de la casa, Taviano (Joel Hernández Lara), el hijo pródigo que se fue a estudiar medicina a Santo Domingo. Y un “fantasma” vestido de blanco y con sombrero panameño para recordar quién fue su padre; es decir, el marido que Martina tanto cita en sus delirios.

Todo este arranque impecable junto a una modélica escenografía de Nilo Cruz ¿para qué? Para ubicar un interesante argumento basado en un hecho real -…la vida del padre Alberto Cutié-  sobre tres líneas bien claras y sutiles: el cuestionamiento del celibato en la Iglesia Católica; una fotografía sobre la vejez y sus consecuencias mentales sobre una octogenaria adorable; y la pérdida interna de los orígenes, en este caso, la añoranza de una Cuba que solo forma parte del recuerdo entre sus personajes.

Desde la escritura, celebrar su concepto contemporáneo y la distribución bajo una doble trama. Pocas son las obras en esta metrópoli que hablen de la realidad que les concierne como ciudadanos y que, además, lo hagan sin más concesión que la agudeza a la hora de plantear, desde el mundo local, lo que sucede. En la pieza, me identifico mejor con los diálogos cuando hacen referencia a la disputa entre el obispo y la culpa que siente Monroe por amar a Marcela ante Dios. O las que se establecen, desde la alucinación, entre Taviano y Martina. Aquí, el autor, sacude las conciencias más conservadoras de su público y lo hace bajo la elegancia y desenvoltura a la hora de dirigir una proverbial puesta.

En cambio, las conversaciones que se elaboran ante el amor que ellos gozan entre sí, o las que se suceden en la propia sala hablando del pasado habanero familiar… las encuentro algo tópicas y sabidas. Si bien pueden ser justificadas por lo que pretende en sí el teatro para atraer el público de la comunidad cubana a la platea. Un escenario donde las razones del exilio, por las cuales se encuentran viviendo en EE.UU, se aborden como relato y estén siempre presentes.

Remarcar sin duda, entre otras, dos escenas desde una magia y belleza únicas. La primera cuando los dos amantes se encuentran en el confesionario, sin más muebles ni celosía que el que crean ellos mismos con sus propios dedos y su figura ante el público. Ariel Texidó y Claudia Valdés llegan a la cima de este espectáculo en este instante.

Y la segunda, cuando Martina, impoluta de blanco –magnífico vestuario Gema Valdés- y con un velo en el rostro…camina hacia la muerte junto a su “marido” fantasma que la viene a recoger. Momento apoteósico de Teresa María Rojas con su mirada al vacío recibiendo un beso labial del joven esposo y en procesión hacia la sepultura.

Destacar también el resto del elenco con la fuerza escénica y vocal de Carlos Acosta-Millán fungiendo de obispo. La simpatía expuesta como nieta y el potencial futuro de la actriz Andrea Ferro. O la versatilidad y organización interna que implica duplicar un personaje, como padre e hijo al mismo tiempo, de Joel Hernández Lara en el papel de Taviano. Si bien la juventud de este último – …nada que objetar al actor- a veces confunde ciertas lecturas del texto con respecto al papel que juega con su sobrina, o con la gran distancia en edad con respecto a Martina desde mi criterio como espectador.

Agradecer la calidad musical tanto en la elección de las piezas clásicas como la excelencia en la escucha del sonido de José Toledo y Frank Martínez. La cotidiana y lúgubre iluminación cuando lo requiere el momento a cargo de Celso Peruyera y su operador de luces Stevie Agnew. Y por supuesto, esto no sería posible, sino hubiera alguien detrás siguiendo de cerca la construcción del día a día en Baño de Luna: su productora Alexa Kuve y el equipo de Arca Images

Para finalizar una anécdota.

Mientras esperábamos para acompañar y aplaudir al grupo en el vestíbulo, escuché a alguien decir casi a viva voz la siguiente oración: “Y el susodicho…¿ha venido a ver la obra o no?”. Pues bien, según averiguaciones de periodista amateur en temas de investigación: no vino.

Subrayar que… acudí a la última función y, al salir, la luna estaba en cuarto menguante iluminando Flagler Street.

Por cierto, no se la pierdan. La obra se ha repuesto y las últimas funciones son el 7,8 y 9 de septiembre. ER

 

 

 

Me encanto esta obra, reconozco la actuacion de los actores y de todos en gral., pero mas aun al creador y director de esa produccion, el Sr. Cruz, que con mucho respeto y delicadeza toco un tema de tanta importancia.

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