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Diciembre 2017

BANDERA NO SAQUEADA: LA POESÍA DE ELVIRA HERNÁNDEZ. Graciela Perosio

Hace pocos días visitó mi ciudad la poeta chilena Elvira Hernández (pseudónimo de María Teresa  Adriasola, 1951) y eso me llevó a buscar la antología Los trabajos y los días que publicara Lumen el año pasado. Un libro que leo y releo porque deslumbra y duele. Duele mucho. Deslumbra mucho.  Deslumbra porque el trabajo en el texto hace estallar el lenguaje pasando por registros cultos, cultísimos, populares, regionales, distintos idiomas, lenguas aborígenes incluídas. Y nos deja sin casa alguna evidenciando el desamparo de estos días, la desconfianza, la pérdida total de la mesura y los códigos en los que nuestra generación (nacimos con meses de distancia) fue educada. Por eso también, duele.  Y tanto.  En los primeros textos del libro heroico La bandera de Chile -que editó por primera vez en Buenos Aires, el querido José Luis Mangieri-, está el dolor de la vida en Dictadura:

A la Bandera de Chile la tiran por la ventana

           la ponen para lágrimas en televisión

clavada en la parte más alta de un Empire Chilean

         en el mástil centro del Estadio Nacional

              pasa un orfeón                      pasa un escalón

                           dos tres cuatro

                       La Bandera de Chile sale a la cancha

en una cancha de fútbol se levanta la Bandera de Chile

la rodea un cordón policial como a un estadio olímpico

                     (todo es estrictamente deportivo)

                     La Bandera de Chile vuela por los aires

                                                                     echada a su suerte

Una escritura corrosiva, altiva, escueta, sin adjetivos. Completamente austera y abierta a pesados silencios de voces tapadas y de manos rotas. Pero pensar que todo se explica por esa circunstancia histórica chilena daría oportunidad a pensar que, recuperada la democracia, el tono de los poemas se aligera y aparece más color, más alegría. Nada sería más equivocado que tener semejante expectativa con la escritura de Elvira Hernández. Una escritura escéptica hasta la médula y que no cede a modas ni acomodamientos externos como bien señaló  Carlos  Henrickson: E.H. persiste en su tono grave “al instalar su obra en una resistencia implícita contra la aceptación de los procedimientos estratégicos de nuestro actual campo cultural” (1) Esta actitud desobediente, ya sea ante las autoridades políticas, ya ante los grupos de poder intelectual, hicieron muy difícil la difusión de esta obra. Por eso en la antología, el editor necesita aclarar que los poemas aparecen ordenados por la cronología de escritura y no de publicación, tan azarosa, salteada y en diferentes países,  fue la misma. Muchos poemas, especialmente el conjunto titulado La bandera de Chile, circularon clandestinamente en copias precarias repartidas de mano en mano.  Hernández se erige así, de hecho, en un faro ético para las jóvenes generaciones  que reconocen el trabajo arduo y alejado de todo oportunismo. Recojo aquí sus palabras respecto de cómo vivió durante la escritura de ese libro:

“… escribí  La bandera de Chile bajo mucha presión. Me seguían todos los días. Me llamaban por teléfono. Continué asistiendo a clases y, como República era un barrio militar, a veces pasaba un jeep y yo sentía que venían por mí de nuevo. Entonces ya no lograba poner atención. Me sentaba a la orilla de la ventana para sentir que vigilaba todo. Si iba a seguir escribiendo, tenía que dar cuenta de todo eso, pero no como testimonio, porque mi experiencia personal, analizada en su contexto, era algo mínimo en comparación a lo que les ocurrió a cientos de personas.”

      Esta circunstancia la lleva a cuestionarse cómo escribir en una realidad así y a crear un discurso que expresara la atmósfera represiva: “Pensé cómo se podía escribir en estos momentos. Había un aniquilamiento completo de la palabra en la medida en que no podías decir nada. Si difícilmente desarrollabas una vida pública censurada, no ibas a sacar una poesía florida; habría sido algo muy raro, incoherente. Sentí que hubo un desprendimiento de la manera en que yo manejaba las palabras. Iban saliendo de a poco, porque no tenía casi ninguna. Era como empezar a hablar de nuevo. Nunca busqué ser hermética. Incluso diría que me posicioné cerca de la antipoesía y un lenguaje que puede ser irónico, donde la metáfora tiene poca acción o ya está incorporada al léxico.” (2)

Su poesía ve en nuestra vida urbana contemporánea una trampa donde, la posibilidad democrática de votar, no ha traído, en verdad, la libertad ansiada, cuya búsqueda tan cara han pagado nuestros pueblos latinoamericanos.  Fíjense como lo expresa en esta respuesta a Pedro Pablo Guerrero que la entrevista a raíz de la publicación de esta segunda antología de su obra: “ … las condiciones han cambiado. En algún momento pensé que la dictadura había sido el momento más difícil, pero creo que hoy las circunstancias de la poesía son críticas. Basta con observar los resultados de las mediciones de lectura y de comprensión, y escuche cómo hablamos, para darse cuenta de que el lenguaje y la palabra están en jaque. La poesía es nuestro mayor patrimonio. Pienso que tengo que permanecer en esa trinchera y seguir escribiendo con la misma energía de antes.”(3)

Hagamos un vuelo sobre expresiones de Carta de Viaje (1987-1988) y de Santiago Waria (1992) deteniendo ojos penetrantes aquí y allá: “Zarpé de Puerto Engaño la tarde de mi vejez” “Era la Ley de la Selva/Los vientos traían ráfagas de mil tiros por segundo. Botaban la hojarasca de la historia.” “Vengo del País de Nunca Acabar y de Nunca Contar, donde el rollo se enreda para rato. Cada uno puede pasar su película –dicen- contar su Cuento del Tío, y es la Vieja Película de Todos: amarillenta, vieja, con los textos idos” “el Tiempo devora a sus hijos/ o los descompone en vida” “Nunca tuve proposiciones que hacerle a la vida” “mi corazón parado de un solo campanazo” “El tropelista jugó bolos con nuestros huesos”.

El tono de Hernández se erige en un lugar peculiar: no es altisonante, no es un pùlpito, pero tampoco es intimista. Da irónica -y a veces cruelmente- la experiencia de un ser arquetìpico de la urbe moderna, anónima, robótica, ultrajante, ambigua. Sin embargo, hay un poema donde se nombra pero ¿podríamos decir que habla de sí? Seguramente que sí, pero sólo en parte, no es confesional,  construye, en cambio, otra cosa: “ Yo, Elvira Henàndez, la del bardo estertor, la que no tiene lugar ni contactos en la Corte, la que se rompe la piel para salir de sì misma (…) peregrina/ un rincón de <A Brasilera>/ un pessoa blood mary doble/ un brindis solitario en el boulevard del Chiado/ autora de sí misma/ camina por la Coquille de San Sebastiàn/ repitiendo a media lengua: aitor, aitor/ como si dijera:<Padre, por què me has abandonado>/ otro brindis”. Pero fíjense el contraste, cómo pasa de “la bajada de línea” ética al dolor casi patético de romperse la piel y citar las palabras de Cristo en la cruz, para inmediatamente agregar: otro brindis, con una alusión a la liviandad, a lo banal, que patentiza la crueldad imperante. También crea esa confusión de lugares al citar el café La Brasilera y el boulevard del Chiado de Lisboa, y  luego casi sin transición, San Sebastián y la expresión vasca: “aitor, aitor”, para decir de un modo figurado y bien localista: padre, padre. Con lo cual, lenguaje y referencia detonan caóticamente.

Pero mi aldaba de diciembre dejaría de ser mi aldaba, si no copiara aquí dos poemas de E. Hernández que me dejan suspensa por la maestría de orfebre con la que fueron escritos:

                           Compacto

A esta hora tengo una confusión mental.

Como un televisor que no deja de retransmitirse.

No sé si soy protagonista de alguna película o de un sueño de otros.

Hoy tenemos borrón y no más cuenta nueva.

No hay ese paso adelante ni esos dos atrás.

Ni siquiera derecho a pataleo mínimo.

Prueba son los tábanos en los animales enfermos.

Los que persiguen la herida.

No sé si estoy en tiempo real en este condenado baile.

Tal vez borrada del mapa.

Me asomo a esta ventana como a una letra muerta.

El río de la vergüenza es el único que debiera ser navegable.

Pequeñas cosas flotan todavía en el aire.

No es asunto de gendarmes que el idioma esté ensangrentado.

No es asunto.

Y ya no escucho nada más.

Cada verso, una frase para lograr ese efecto de acumulación y cambio sin cambios de zapping frente al televisor. Lugares comunes, expresiones bien coloquiales y en el medio esta sentencia como hoja de guillotina: “El río de la vergüenza es el único que debiera ser navegable” o esta otra: “No es asunto de gendarmes que el idioma esté ensangrentado”. Una radiografía de la vida urbana en Latinoamérica (“Tal vez borrada del mapa”) ¿O no?                         

                       Restos

¿Encontraremos los pelos de la vergüenza

las escamas óseas de una verdad agrietada

la vértebra de nuestra historia?

 

¿Estará en algún lugar del territorio

la mano de la justicia o solo seremos pasto

y gente que escobilla sus trajes?

 

¿Algo de valientes plaquetas quedará

en la sangre fresca –algunas palabras-

o solo seremos pala de sepultureros?

 

Los niños corren en busca del Tesoro Escondido

de su Pasado.

                             ¿Los detendremos?

                                                                   Sí.

Los arrojaron al mar

Y no cayeron al mar

Cayeron sobre nosotros.

                                                  (marzo del 2001) (4)   

Quienes hemos vivido bajo alguna de las Dictaduras Latinoamericanas de los años ’70 y ‘80  sabemos muy bien por qué este poema está estructurado como una sucesión de interrogantes. Es la maestría con que nos induce a intuir el vocablo-realidad: “desaparecido”  sin  que esté escrito. Justamente: ¡no está! Ese tesoro escondido del pasado que llevamos sobre nuestras espaldas y en nuestros pechos, en el centro del corazón. Y Elvira Hernández nos desafía: ¿quedará algo de sangre valiente? “O sólo seremos pala de sepultureros?” Esta poesía permanece erguida. Palabra no saqueada. Cada letra, cada una,  respira dignidad. Señora Elvira Hernández, permítame decirle: el poema “Restos” que cierra este escrito se lee de pie. Gracias por escribirlo.

 

(1) Henrickson, Carlos:”El quiebre de una censura”. Reseña de la Antología Actas Urbe. Alquimia, 2013 (En la red)

(2) (3)Guerrero, Pedro Pablo:”Nunca me he sentido neovanguardista”. Reseña de la Antologìa Los trabajos y los días. Lumen, 2016.En Revista de Libros de El Mercurio, 13 de noviembre de 2016.                                                                                                            (4) El 7 de enero: El presidente Ricardo Lagos anuncia al país por cadena nacional de radio y televisión —y en horario estelar— sobre los casos de 200 detenidos desaparecidos recopilados en la mesa de diálogo. (Acerco este dato como posible justificación de la presencia de la fecha al pie del poema.)

© All rights reserved Graciela Perosio


Graciela Perosio. 
Bs. As (1950) Escritora. Prof. Universitaria en Letras. Recibió la Beca Nacional de Investigación del Fondo Nacional de las Artes para estudiar la obra del poeta argentino Carlos Latorre. Publicó nueve libros de poesía: del luminoso error (1982 de autor), Brechas Muro (1986, Tierra Firme), La varita del mago (1990, Tierra Firme), La vida espera (1994, Del Dock), La entrada secreta (1999, Grupo Editor Latinoamericano), Regreso a la fuente (2005, Del Copista), Sin andarivel (2009, Del Copista), Balandro (2014, Paradiso), la antología Escampa, el corazón (Editorial Ruinas Circulares 2016) y El privilegio de los años, (Editorial Leviatán 2016)

Gracias Graciela por acercarnos estos poemas. A una semana donde en Argentina se condenó por primera vez a varios partícipes de los vuelos de la muerte, ese final de “Restos” tiene más vigencia que nunca. Y lo expresa con una sutileza contundente.

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